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Carlo Pisacane

Enric Juliana, los anarcoitalianos y el catalán "assenyat"

Seny: sana capacitat que és penyora d’una justa percepció, apreciació, captinença, actuació.

(Diccionari de la Llengua Catalana de l’Institut d’Estudis Catalans)

Assenyat: que té seny, que obra amb seny.

(Ibidem)

 

Hace tiempo, un amigo catalán me espetó medio en serio medio en broma: “¡Los italianos nos estáis invadiendo!”. Si no ando errado, debía correr el año 2007. Y no le faltaba algo de razón. Era una época en que todavía centenares de italianos se establecían cada mes en Barcelona atraídos por una España de la que se hablaba en nuestro país como ejemplo de dinamismo económico y modernidad cultural contrapuesto a una Italia berlusconiana en caída libre desde todos los puntos de vista. La directora y actriz Sabina Guzzanti plasmó esta imagen en su película Viva Zapatero! (2005), de la que emergía la falsa imagen de un ZP como demiurgo de una nueva izquierda europea.

El hecho, decía, es que en la primera década del nuevo siglo fueron muchos los italianos que se afincaron en Barcelona por los motivos más diversos: quien por amor, quien por trabajo y quien por el destino. Un fenómeno sin duda favorecido por iniciativas académicas como el Programa Erasmus o la implantación de vuelos a bajo coste a través de los cuales un italiano podía pasarse un fin de semana en casa de sus padres por veinte euros. Hasta no faltó quien se declaró “exiliado” de la Italia de Il Cavaliere haciéndose la víctima y el agraviado. Bastaría con ver el documental L’altra Itàlia que emitió TV3 el año pasado para darse cuenta de cuánto funcionaba, a nivel mediático, este tipo de simplezas para legitimarse como “nuevos catalanes” (¿hacía falta en una Europa unida?), y reforzar la autoestima de los autóctonos como pueblo acogedor.

Con todo, la presencia italiana en Cataluña no es nueva. En un reciente libro de Silvio Santagati se explica el peso de la comunidad italiana de Barcelona desde 1865 y su no escasa incidencia en la vida cultural y económica de la ciudad [1]. Esta presencia no desapareció ni en los duros años de la dictadura franquista. Según datos del Ayuntamiento de Barcelona, en 1972 los italianos residentes en esta ciudad eran 3.000, un número nada despreciable si consideramos la situación política que vivía el país y en una etapa de auge de la cultura italiana en Cataluña: por aquel entonces, la gran mayoría de sus líderes y activistas políticos y sindicales se declaraban “italianizantes” y discutían en sus escritos los textos de Gramsci, Berlinguer, Pasolini, Lama, Basso, Lombardi, Bobbio, Ingrao, Rossanda y un largo etcétera. No era una moda que concernía sólo a la izquierda: por poner un ejemplo significativo, eran años en que Jordi Pujol se declaraba admirador del democratacristiano Amintore Fanfani. Quien tenga hoy más de cincuenta años y haya tenido en su juventud el gusanillo de la política, podrá corroborar lo que acabo de decir.

Finalmente, y ya en los años de la democracia, los italianos volvieron a descubrir Barcelona a través de dos acontecimientos significativos: el Mundial de fútbol de 1982, en que la selección italiana que se proclamaría campeona del mundo jugó la mitad de sus partidos en el viejo estadio de Sarrià y en el Camp Nou acompañada por miles de hinchas procedentes de todo el país; y los Juegos Olímpicos de 1992, durante los cuales los italianos se quedaron fascinados por la transformación de una ciudad que había derribado las chimeneas de las viejas fábricas del textil para convertirse en un robusto polo de atracción turística. En definitiva, fue en los años noventa cuando —paralelamente a la aplicación del Tratado de Schengen— se sentaron las bases para la llegada de los 30.000 italianos que actualmente residen en Barcelona y que han formado una comunidad variopinta que ha sabido adentrarse en todos los ámbitos de la sociedad catalana —desde el comercio y la investigación científica hasta el mundo “okupa” y el activismo político— con una cierta capacidad de adaptación.

Pero he aquí que, después de años de convivencia tranquila, el director adjunto de La Vanguardia, Enric Juliana, apunta a esta comunidad en un reciente artículo para el diario de la familia Godó cuando afirma que los disturbios callejeros producidos en Barcelona durante la huelga general del 29 de marzo tuvieron una “matriz anarcoitaliana” [2]. Fijémonos bien en cómo el autor yuxtapone ideas, sujetos y acontecimientos completamente distintos para dar cuenta de ello: “Desde los Juegos Olímpicos de 1992, Barcelona es una ciudad mítica para los jóvenes italianos. Mar, alegría, cultura y liberalidad. La ciudad Erasmus. Barcelona, ciudad en la que los italianos (sumados a los argentinos con pasaporte italiano) son hoy una de las minorías nacionales más numerosas. Josep Pla sugirió en una ocasión que Catalunya es la región más occidental de Italia. Hay una matriz anarcoitaliana en los recientes sucesos de Barcelona que conduce al No TAV de Val di Susa y a la violencia que asoló el centro de Roma en octubre pasado, poco antes de la caída del gobierno Berlusconi. En los incidentes registrados en Barcelona en el último año, siempre ha habido algún italiano entre los detenidos. El pasado 29 de marzo no fue la excepción. Dos jóvenes italianos también figuran en la lista de heridos por la acción de los Mossos d’Esquadra”.

¡Zas! En dos párrafos Juliana encadena las Olimpiadas, el programa Erasmus, la referencia a la nutrida comunidad italiana de Barcelona, la lucha popular contra la construcción de la línea del Tren de Alta Velocidad que devastará la Val di Susa piamontés, la matriz anarcoitaliana de los sucesos del 29M y los heridos italianos en los disturbios. Todo en el mismo saco y bien revuelto con vista a causar en el lector la sensación de que estos anarquistas tengan que ver, directa o indirectamente, de una manera u otra, con sus compatriotas residentes en la ciudad condal. Ahora bien, puesto que Juliana no cita ninguna fuente directa ni recurre a la siempre ambigua frase “según fuentes consultadas”, resulta claro que su «tesis» se descalifica por sí sola. Si acaso, lo interesante del artículo es preguntarnos por el objetivo que se proponía alcanzar, lo que a su vez nos obliga a decir unas cosas sobre su mismo autor, ya que no se entiende el uno sin el otro.

Como muchos excomunistas, Enric Juliana es un periodista que se las da de profundo conocedor de Italia. Sus artículos están repletos de referencias a Italia y a su cultura, por mucho que, como la mayoría de italianólogos que circulan por los medios de comunicación de este país, no vayan más allá de los tópicos más trillados: la inevitable cita del “Gatopardo” por aquí, algo de Maquiavelo por allá, reflexiones sobre la supuesta finezza política italiana (¿?) y cosas de este tipo. En definitiva, el italianismo más trasnochado de quien, en vez de estudiar la realidad compleja de un país, basa su escritura sobre algunas ideas costumbristas que sólo sirven para ganar la condecoración de “Comendador de la Orden de la Estrella de la Solidaridad Italiana”. (Preguntad a cualquier italiano que conozcáis qué es esta condecoración y ya veréis la cara que os pondrá). Este estilo tertulianesco se une a otra característica del quehacer periodístico de Juliana que no tienen los colegas que, como él, proceden del viejo PSUC: la de hablar de Cataluña y España como dos entidades con cuerpo y alma, dos sujetos con vida propia que discuten, se pelean, hacen las paces y se conllevan con resignación. No hay catalanes, sino “Cataluña”. No hay españoles, sino “España”. Es dentro de estos dos entes metafísicos e interclasistas que se dirime la lucha política del Estado español según un relato que cualquiera puede encontrar en las páginas de diarios tan distintos como El Mundo, Avui, Abc o La Vanguardia. Los nacionalismos se distinguen entre ellos por la diferente patria que quieren potenciar y no por el método que emplean para hacerlo. Y este método, Juliana lo domina perfectamente. Tanto que fue él el acuñador de la archicitada categoría del “català emprenyat” que encarnaría antropomórficamente a la nación y que reuniría presuntamente a siete millones de catalanes encabritados con España y con un gobierno tripartito que no defendió los intereses de Cataluña como era debido. En suma, una definición simplona pero útil para banalizar el sentido común que envuelve la política catalana y reconducirlo al lugar de donde nunca tendría que haberse desviado: el de dialéctica entre naciones y nacionalismos que tan bien maneja Convergència i Unió.

Pero esta vez, insinúa Juliana, el problema de Cataluña no es España, sino unos centenares de anarquistas italianos dispuestos a encender el fuego destructor que dará origen a la nueva sociedad. Nada nuevo bajo el sol. El fantasma del italiano anarquista, lumpen y subversivo fue ampliamente utilizado por la prensa nacionalista conservadora de la Lliga de Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó en los años de la Restauración y de la II República. Sobre todo a partir del asesinato de Cánovas del Castillo a manos del apuliense Michele Angiolillo en 1897, el libertario italiano fue considerado por el diario La Veu de Catalunya como el virus que amenazaba con infectar al cuerpo sano de la nación y a un proletariado menor de edad y fácil presa de demagogos foráneos. Porque claro: el proletariado catalán, antes que proletariado, era catalán, y por lo tanto innatamente imbuido de los valores de la laboriosidad, la disciplina, el espíritu religioso y el patriotismo que tanto gustaban a aquella derecha. Este es el motivo por el cual los lligaires siempre se negaron a reconocer la catalanidad de la potente galaxia anarcosindicalista construida alrededor de una CNT que acusaban de estar bajo el control de “murcianos” desnacionalizadores y españolistas. De haberlo hecho, como era preciso dado que la mayoría del cenetismo estuvo formada por catalanes de soca-rel como Salvador Seguí y Joan Peiró, se habría esfumado el mito de una sociedad catalana hecha a su imagen y semejanza. 

Mutatis mutandis, Juliana intenta ahora repetir este tipo de propaganda reclamando la necesidad de luchar contra estos anarcoitalianos que, con su terrorífica propaganda por el hecho, estarían convirtiendo la placentera y “assenyada” Barcelona en la capital antisistema de Europa; anarquistas italianos que han surgido de esa numerosa comunidad que ya vive entre “nosotros”, catalanes laboriosos e inmunes al vicio de la guerrilla urbana y, más aún, de la protesta social. Sólo unos guiris ultrapolitizados y ajenos a tranquila realidad catalana podrían haber cometido los destrozos del día 29 tras haber “encontrado en Barcelona un gran escaparate, un malestar juvenil en fase creciente y una contradicción política que posiblemente haría las delicias de Malatesta: la fuerza política encargada del orden público catalán cuestiona o discute —democráticamente— el statu quo español. Poniendo en tensión el orden público catalán, se tensa toda la cadena de las contradicciones internas españolas”. Sin duda, un plan perfecto: atacar a Cataluña para desestabilizar a toda España. ¡Ni el pobre Errico Malatesta habría llegado a tamaña perfección estratégica! Estas consideraciones serían divertidas si no fuera porque contribuyen a crear un determinado clima de emergencia en nombre del cual el inefable conseller de Interior Felip Puig ha presentado una página web en la que invita a los ciudadanos de Cataluña a convertirse en delatores de los agitadores callejeros, y por el que su colega estatal Jorge Fernández Díaz quiere endurecer el Código Penal incluyendo entre las “modalidades de acometimiento” (ataque violento dirigido contra un policía) las amenazas y comportamientos intimidatorios o el lanzamiento de objetos peligrosos. O que ambos quieran incluir como delito de desorden público los supuestos en los que se penetre en establecimientos públicos o se obstaculice el acceso a los mismos. En una palabra, criminalizar los piquetes informativos de huelga.

Y resulta aún menos divertido saber que la jueza Carmen García Martínez basara su negativa a poner en libertad a los injustamente detenidos durante el día de la huelga (Dani, Ismael y Javier) asegurando que, pese a no estar fichados por los Mossos d’Esquadra como miembros de grupos antisistema, “ello no excluye que tales grupos estén teniendo últimamente una acogida más grande, aún individuos reclutados en el extranjero, como fuentes periodísticas solventes revelan estos últimos días”. Teniendo en cuenta que Juliana ha sido el único periodista catalán en hablar de extranjeros antisistema, cabe deducir que fue su artículo la “fuente periodística solvente” que utilizó la jueza para apuntalar su decisión. Una fuente tan solvente que no cita datos e informaciones mínimamente contrastados. Así funciona nuestro periodismo y nuestra justicia. Y así funciona nuestro Estado de Derecho.

En definitiva, los artículos como el de Juliana cumplen, por un lado, con la función de crear miedo y la “necesidad” de recurrir a medidas excepcionales de carácter policial para restablecer un orden público supuestamente quebrado; y por el otro, tratan de absolver a una sociedad catalana consustancialmente pacificada que, como tal, no pudo tener nada que ver con los incidentes del día 29. Para ello, la numerosa y visible comunidad italiana de Barcelona era el chivo expiatorio perfecto al que endosarle la responsabilidad de lo ocurrido.

De todos modos, es de dudar que los cambios penales que se proponen tirar adelante Fernández y Puig sirvan para ablandar la conflictividad sociolaboral del país. Lo que sí parece innegable es que, dentro del enorme drama social que está viviendo Cataluña con sus 836.000 parados, hay también el minúsculo drama intelectual que están experimentando Juliana y los corifeos más o menos confesos de la derecha pujolista: el del desmoronamiento de aquella Cataluña oficial en la que han ido creyendo ciegamente. Para entendernos, la Cataluña emprendedora, mesocrática y moderada, con una ética del trabajo luterana y portadora de posibilidades de ascensión social para aquellos que estuvieran dispuestos a integrarse a través del aprendizaje del idioma y de su cultura. Hace tiempo que esta imagen, cuyos orígenes ya he dicho que se remontan a los textos del nacionalismo conservador del siglo XIX, ha dejado de existir sin que esta misma derecha sepa cómo y con qué otra imagen sustituirla. Por muchas subvenciones que otorgue a diarios y asociaciones afines, Convergència i Unió ya no podrá reconstituir ese segmento social afecto que, con expresión metonímica, solía llamar “sociedad civil”. Porque es su misma base social la que está en crisis por las políticas económicas que está llevando a cabo este partido y que están esquilmando no sólo a las clases trabajadores, sino también a su electorado tradicional formado por empresarios y clases medias. En realidad, estamos ante el final de un ciclo político y económico que se remonta a los años ochenta, y será cada vez más complicado para los periodistas como Juliana invocar la paz social ante una sociedad con tantos parados y tanta gente que tiene miedo a perder su puesto de trabajo. La política de CiU, de cuya validez e inevitabilidad el diario La Vanguardia es uno de los partidarios más entusiastas, es una política sin futuro vertebrada en torno a un despliegue de recortes sociales que están ahogando al ya anémico tejido económico catalán. Bastaría con citar el caso de “Eurovegas” para darnos cuenta de que, si se quisiera proseguir por este camino de austeridad capitalista, la única manera para crear trabajo sería —efectivamente— crear un monstruoso desfogadero para ludópatas, meretrices y aventureros de toda laya. El horno de CiU no está para otros bollos.

Puestas así las cosas, no bastarán los artículos de Juliana para desviar la atención de los problemas de la sociedad catalana y exorcizar un conflicto social destinado a aumentar, incluso —y por desgracia— en sus manifestaciones más violentas e inútiles como las que acaecieron en el centro de Barcelona el 29 de marzo. Este es el resultado de las políticas que tanto él como su diario propugnaron durante décadas. Apelar hoy, como no dejan de hacer Juliana y La Vanguardia, al catalán “assenyat” como columna vertebral de un país moderno y avanzado, esto es, al catalán razonable y con sentido común, ya no equivale a apelar a capitanes de industria que no existen o a una burguesía en crisis de identidad y/o subvencionada por el cada vez más mísero erario público, sino a las miles de personas que se manifestaron pacíficamente en las calles de Barcelona el 29 de marzo para exigir un cambio de modelo social y económico que salve a una Cataluña hundida por los desmadres del neoliberalismo. Un país, en definitiva, que esté en condiciones de ofrecer un futuro digno a sus ciudadanos que ahora les es negado. Y que Juliana tome nota: muchos de los italianos que vivimos en Barcelona y que consideramos esta tierra como nuestra, estaremos fraternalmente a su lado.

Notas

[1] Silvio Santagati, La Casa degli Italiani. Storia della comunità italiana di Barcellona (1865-1936), Barcelona, Mediterrània, 2007.  

[2] Enric Juliana, “El brote violento en Barcelona tiene una matriz anarcoitaliana”, en La Vanguardia, edición del 8 de abril de 2012. Consultable en: http://www.lavanguardia.com/politica/20120408/54282903647/brote-violento-barcelona-matriz-anarcoitaliana.html

 

 [Carlo Pisacane es un italiano residente y activo políticamente en Barcelona] 

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2012

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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