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Joaquim Sempere

Elecciones del chantaje y el miedo

Que el voto de la ciudadanía “legitime” a quienes tienen la mayoría y van a gobernar España no significa que el gobierno entrante responda a “la voluntad de los españoles”. Las elecciones son procesos complejos. En estos cuatro años de crisis muchas personas se han dado cuenta —con más claridad que nunca— de quién manda realmente: la banca y el gran capital. Grosso modo sólo había dos opciones: votar a favor de esos que mandan o votar contra ellos (y a favor de quien propone reglamentación financiera, clausura de los paraísos fiscales, reforma fiscal para hacer pagar a los ricos, etc.). La segunda opción era una opción de lucha, la opción de quien estuviera dispuesto a luchar o a apoyar a quienes lucharan por ellos y contra los poderosos. Era una opción arriesgada, vista la capacidad del gran capital (alias “los mercados”) para crear dificultades económicas a países enteros, incluso a países poderosos. Los resultados electorales prueban que la inmensa mayoría no está por la labor. Tienen miedo a una degradación económica y social aun peor que la que tenemos y no tienen confianza en ninguna alternativa. No se arriesgan a pedir que nadie luche por ellos. Han preferido bajar la cabeza y votar a favor de los que representan mejor los intereses de los poderosos, a ver si “se calman los mercados”. ¿Merece esta opción el calificativo de “libre”?

La presión mediática ha remachado el clavo del sentimiento de impotencia. “No hay nada que hacer contra el gran capital y la banca” ha sido el mensaje casi universal. Lo que mejor lo revela es que el caso de Islandia no haya merecido ninguna atención en los medios. Como excepción se puede recordar un artículo de Paul Krugman (El País Negocios, 30/10/2011) del que extraigo la siguiente cita: “Mientras todos los demás [países] rescataban a los banqueros y obligaban a los ciudadanos a pagar el precio, Islandia dejó que los bancos se arruinasen y, de hecho, amplió su red de seguridad social. Mientras que todos los demás estaban obsesionados con tratar de aplacar a los inversores internacionales, Islandia impuso unos controles temporales a los movimientos de capital para darse a sí misma cierto margen de maniobra. ¿Y cómo le está yendo? Islandia no ha evitado un daño económico grave ni un descenso considerable del nivel de vida. Pero ha conseguido poner coto tanto al aumento del paro como al sufrimiento de los más vulnerables; la red de seguridad social ha permanecido intacta, al igual que la decencia más elemental de su sociedad”. Y termina con una lección: “el sufrimiento al que se enfrentan tantos de nuestros ciudadanos es innecesario. Si esta es una época de increíble dolor y de una sociedad mucho más dura, ha sido por elección. No tenía, ni tiene, por qué ser de esta manera”.

Es cierto que el hecho de no pertenecer a la eurozona da a Islandia un margen de maniobra que no tenemos los que sí estamos. Esto nos lleva directamente al otro gran problema de la crisis actual: la inexistencia de Europa como entidad política. Pero también a la inexistencia de una izquierda consistente, unida y con un programa claro de mínimos, capaz de pesar en el escenario europeo incluso desde una oposición minoritaria.

La mayoría del electorado ha aceptado el chantaje de los inversores internacionales y del sistema bancario y ha huido del PSOE tanto para castigarlo por sus políticas ultraliberales como para apaciguar a los amos con unos gobernantes que sintonicen mejor con ellos. Se dice que se trata de devolverles “la confianza” en la solvencia del país. Pero no sé si estos electores se dan cuenta de que si se habla tanto de confianza, es porque el dinero está ahí. El dinero no falta, está a la espera agazapado, dispuesto a lanzarse contra nuestras economías públicas y privadas para devorarlas con altos intereses. Piden confianza y seguridad para los rendimientos de sus inversiones, y mientras no creen tenerlas, retienen avariciosamente su dinero. A esto se le llama chantaje. Dígase claramente: el dinero no es un instrumento de la prosperidad general, sino un arma para que unas minorías extorsionen a las mayorías. Y sirve, además, para liquidar las conquistas sociales y los derechos laborales y ciudadanos tan duramente logrados en épocas anteriores.

¿Hay algún medio para que este dinero chantajeador vuelva a circular y permita que la economía de nuestros países se recupere? ¿Pueden los gobiernos combatir esta “huelga de inversores”? Y si no pueden, ¿qué reformas legislativas hay que emprender para que estos chantajeadores dejen de tener el poder que tienen sobre todos nosotros?

Esto me recuerda las elecciones de Nicaragua que ganó Violeta Chamorro frente a los sandinistas, cuando éstos eran sumamente populares y estaban transformando el país revolucionariamente (¡qué tiempos aquellos!). Los Estados Unidos habían estado machacando militarmente el país apoyando y financiando la “contra” durante años. Al cabo de mucho tiempo de destrucción y muerte, el mensaje era claro: “si votáis contra los sandinistas, la guerra se acaba”. Y la mayoría de los nicaragüenses entendieron el mensaje, expresaron su “voluntad soberana” y votaron “libremente” contra los sandinistas.

29 /

11 /

2011

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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