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Mauricio Rodríguez Ferrara

La última pirámide

Una moneda de oro es bienvenida en cualquier lugar del planeta. No así cualquier billete de banco. La moneda de oro vale por sí misma, no requiere de nada que le atribuya valor. La moneda de oro, no importa dónde, puede ser utilizada para fabricar joyas, hacer trabajos dentales o servir como ahorro.

El papel moneda, a pesar de tener un valor en sí (el escaso valor del papel), no tiene realmente un valor autónomo, sino que representa un valor. Es un documento que contiene una promesa de pago.

¿Qué puedo hacer con el papel moneda que recibo por mi trabajo? En líneas generales, lo puedo cambiar por bienes o servicios (televisor, nevera, mesa, electricidad, teléfono), o puedo pagar deudas (con el Estado o con particulares).

¿El papel moneda de mi país es aceptado fuera de éste? Como pertenezco al Tercer Mundo, el papel moneda que poseo tiene una aceptación territorial limitada. Si quiero viajar, necesitaré cambiarlo por billetes que sean bienvenidos en los países que desee visitar. Los cambiaré por dólares, euros u otra moneda dura. A la final, la leyenda “Pagaderos al portador en las oficinas del Banco”, impresa en todos los billetes de mi país, sólo significa que tengo derecho a cambiar mi papel moneda por moneda considerada dura, y este derecho me lo concede expresamente la Ley del Banco Central que me rige, salvo en períodos de emergencia económica.

En otras palabras, el papel moneda de países como el mío vale en la medida que tenga la posibilidad de cambiarlo por moneda dura, o por bienes y servicios que me interesen. La moneda de oro no requiere de nada que le conceda valor. No todos los países tienen moneda dura suficiente que respalde el papel moneda nacional. Pensemos en Zimbabwe.

¿Por qué la moneda dura es bienvenida, al igual que la moneda de oro, en cualquier lugar del Mundo? Muy simple. Porque con ella tenemos acceso a bienes y servicios que todos deseamos, y que pocos países producen: computadoras, celulares, cámaras fotográficas, vehículos, maquinaria de trabajo, tratamientos médicos especializados, etc.

No es el oro, como muchos creen, lo que respalda la moneda dura, aunque lo haya sido alguna vez. El respaldo proviene de la extraordinaria capacidad de producir masivamente bienes y servicios que ansiamos cada día más, con más y más desesperación, al punto de la irracionalidad. Démosle las gracias a los medios y a la industria publicitaria.

El quid de la cuestión está en que los bienes y servicios no son otra cosa que naturaleza transformada. Nos apropiamos de la naturaleza (elegantemente llamada materia prima), le añadimos mano de obra (en no pocas oportunidades esclava), y la transformamos en celulares, zapatos y vehículos, por decir algo. Y en esa modificación de la naturaleza hemos venido destruyendo aceleradamente el entorno en que vivimos. Los Polos se descongelan, la temperatura aumenta, los bosques desaparecen y los ríos son cada vez menos caudalosos. Pero disfrutamos de vehículos con calefacción y aire acondicionado, celulares cada vez más inteligentes, barcos de crucero cada vez más elegantes, y cirugías plásticas cada vez más sofisticadas. Todos los bienes y servicios que tenemos, deber es repetirlo, no son otra cosa que naturaleza transformada.

Nuestro entorno natural no es infinito. Vertiginosamente, y sólo en beneficio de muy pocos, lo estamos acabando. El 80% de la población mundial no disfruta de la “naturaleza transformada” como lo puede hacer un estadounidense o un europeo. Ni siquiera la conoce. Ese 80% vive en la miseria. Pensemos en África.

Pero el problema va más allá. Hasta hace cien años cada país producía sus propios bienes utilizando su propio entorno y su propia mano de obra. Ya no. Hoy día, el verdadero respaldo de la moneda dura lo constituyen la mano de obra mundial y los recursos naturales de todo el planeta. Las naciones poderosas se apropian de la naturaleza de cualquier país y la transforman en el lugar donde la mano de obra resulte más barata, sin importar el costo social. ¡Globalización! Y al apropiarse de la naturaleza, sin reponerla en la medida en que la destruyen, el futuro no es otro que el colapso global. Colapso del medio ambiente y colapso del papel moneda.

En algún momento, los poseedores de moneda dura sentirán lo mismo que sienten las víctimas de cualquier engaño. Será el momento en que ya no sea factible transformar la naturaleza. En ese momento, saltará por los aires, en cámara lenta, la madre de todas las pirámides. La pirámide planetaria del papel moneda emitido por las naciones poderosas, que dejaría boquiabiertos a John Law y a Charles Ponzi. Los grandes gobernantes están atenidos a que la ciencia y la tecnología impedirán ese momento. Pero la ciencia hace ciencia, no milagros.

Pensemos en la Tierra.

5 /

2010

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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