La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Antonio Antón
Lecciones madrileñas
Los resultados de las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid, así como la experiencia de su campaña electoral, expresan varias enseñanzas. Se conocen los cuatro hechos básicos: victoria del trumpismo del Partido Popular de Isabel Díaz Ayuso, que ha absorbido al electorado de Ciudadanos; consolidación del ultraderechismo de Vox, con fuerte influencia político-ideológica y limitado peso institucional; fracaso de la estrategia errática y perdedora del socialista Gabilondo, con su inicial orientación centrista y excluyente, que ha arrastrado a la derrota de una alternativa creíble y unitaria de izquierdas, y crecimiento del espacio del cambio de progreso, con el incremento significativo de ambas fuerzas, Más Madrid (MM) y Unidas Podemos (UP), cuya representación conjunta desborda ampliamente la representatividad del Partido Socialista.
El bloque de las derechas se concentra, se fortalece y queda hegemonizado por el PP de Ayuso, y en el bloque de las izquierdas, o campo progresista, se produce una doble tendencia: un debilitamiento del PSOE junto con un ascenso de MM y UP, aunque insuficiente para compensar el fuerte descenso socialista.
En ciencias sociales es fundamental atenerse a los hechos (Durkheim) y realizar una interpretación comprensiva (Weber) y sociohistórica (Thompson) de los mismos. Tenemos muchos datos, muchos de ellos inventados o tergiversados, con un gran ruido informativo, así como una pugna interesada por hegemonizar marcos interpretativos que favorezcan los intereses, más o menos corporativos, y las estrategias diferenciadas de distintos grupos de poder y fuerzas sociales y políticas. El debate es complejo, la deliberación ha de ser colectiva y la respuesta, transformadora y constructiva. Se trata de explicar los ejes de este proceso desde el realismo crítico y objetivo, sus causas y tendencias principales para definir una opción determinada: las perspectivas de un cambio progresista.
En ese sentido, y a falta de algunos datos que nos podrá reportar el estudio postelectoral del CIS, particularmente sobre las transferencias de votos y las características de cada electorado, se trata de profundizar en dos aspectos. Por un lado, en el significado y la interacción de esos cuatro hechos relevantes, a través de la tabla adjunta sobre los resultados electorales. Por otro, la reflexión sobre la configuración y las perspectivas de las izquierdas, a partir de los tres gráficos siguientes sobre la evolución de las diferencias entre izquierdas y derechas, la comparación entre el electorado socialista y el de las fuerzas del cambio de progreso, y la evolución de la composición interna de ellas.
En primer lugar, en la tabla adjunta comparo los resultados electorales en la CAM de las seis fuerzas políticas más relevantes, con su total de votos y su porcentaje, entre las elecciones autonómicas de mayo de 2019 y las recientes de 2021. Así, señalo la variación de los distintos electorados con la diferencia de porcentaje respecto del conjunto de votantes y en relación con su propio electorado. Como dato complementario de referencia pongo la columna explicativa de los datos de las elecciones generales de noviembre de 2019.
Como se sabe, los niveles de participación se han incrementado unos doce puntos, casi 400.000 personas, desde el 64,27% (3,25 millones) en las autonómicas de 2019 hasta el 76,25% (3,64 millones) en las actuales del 4-M. Por tanto, a efectos comparativos utilizaremos mejor la variación de los porcentajes respectivos.
La tabla y los gráficos son muy detallados y expresivos, y no entro a comentarlos. En todo caso, hay que destacar algunos aspectos controvertidos de la interpretación del éxito de Ayuso, el fracaso del socialista Gabilondo y el crecimiento del espacio del cambio.
El éxito de Ayuso
Las mayores diferencias de porcentajes se han producido en el apoyo electoral al PP: casi duplica (101%) su porcentaje (+ 22,50%) a costa fundamentalmente del descenso del de Cs (- 15,89%), que pierde casi la totalidad (82%) de su electorado anterior; el resto procede, sobre todo, de la abstención, ya que una parte sustancial del incremento de la participación (algo más de la mitad) parece que ha ido a parar al PP. Apenas ha habido transferencia de votos desde el bloque de las izquierdas; aparte de una pequeña parte de votantes de MM, solo unas 40.000 personas han pasado de votar al PSOE (en torno al 5% de su electorado anterior) a votar al PP, lo que ha supuesto 1,5 puntos adicionales de transferencia progresista hacia la derecha.
El electorado de las derechas, como vemos en el primer gráfico, recupera un porcentaje similar al de 2011. De una ventaja de unos tres puntos en las autonómicas y siete puntos en las generales de 2019 pasa a más de dieciséis puntos en 2021, es decir, un crecimiento respectivo de trece y nueve puntos. Lo que hace Ayuso es volver a concentrar el electorado de derecha en el PP, todavía con la persistencia de un significativo electorado al ultraderechista Vox. Supera la relativa desafección producida por su corrupción y su gestión antisocial, que produjo, aparte de un amplio sector abstencionista de derechas y la escisión de Vox, el desplazamiento de una parte de su electorado hacia Cs, que ahora ha recuperado.
Esta formación de derechas comenzó con un aire más regeneracionista y centrista, pero compartiendo su orientación neoliberal, su diferenciación de las izquierdas y su fuerte españolismo centralizador y antinacionalista periférico, que han facilitado su reabsorción por el PP. O sea, ese fenómeno de nueva política en la derecha en que se basó Cs, con el apoyo fáctico y mediático para frenar un desplazamiento electoral hacia el centroizquierda, era muy superficial y, ya con la foto de Colón, ese supuesto centro liberal en Madrid había virado hacia las dinámicas reaccionarias de las estructuras de poder central confrontadas al relativo ascenso de las izquierdas esta década; el voto útil y el enmascaramiento ultraliberal de Ayuso han hecho el resto.
Han sido elementos sustantivos del éxito de su giro trumpista, con la cobertura de la mayoría de los medios, con sus dos componentes adicionales: su discurso de la libertad, que ha conseguido esconder su gestión regresiva y segregadora, y su ofensiva descalificatoria y prepotente contra la izquierda transformadora y el propio Partido Socialista. La auténtica polarización ha sido la orquestada por Ayuso (y Casado) contra la gestión progresista del Gobierno de coalición presidido por Sánchez y su alianza con Unidas Podemos y el bloque de investidura, con los acuerdos suscritos con los nacionalismos periféricos. Era su blanco estatal, para diluir su nefasta gestión regional, vestida de un patriotismo castizo conservador. Por tanto, se han producido dos fenómenos paralelos: una recuperación de cierto voto de derechas desde la abstención y una concentración electoral en el PP.
La definición de los electorados se ha conformado ante el dilema principal, tal como he detallado en el estudio “La victoria de las izquierdas”: el modelo social progresista de refuerzo de servicios públicos para hacer frente a la pandemia y sus secuelas, con la consiguiente suficiencia fiscal, frente al plan neoliberal, regresivo, privatizador, autoritario y segregador de las derechas, pero exitosamente envuelto en la palabra “libertad” y la demonización de las izquierdas.
A ello habría que añadir otros aspectos relevantes con un fuerte impacto en la campaña: la defensa de la democracia frente a los riesgos autoritarios de involución social, institucional y convivencial. Es lo que no se ha sabido articular frente a la simplificación y el marco impuesto por Ayuso de “libertad frente a comunismo”: la conexión de la defensa democrática, en las instituciones y las libertades personales y colectivas, y el freno a las prácticas reaccionarias y parafascistas con las garantías de unas políticas públicas concretas (sanidad, educación, políticas sociales y laborales, vivienda…) para una mayor igualdad, protección colectiva, seguridad pública y bienestar social. Estos objetivos reformadores y de progreso colectivo han quedado sepultados por la acusación sectaria de “comunismo”, junto con el repliegue socialista al continuismo del modelo social y fiscal ejercido estos años por la derecha neoliberal, centrada en menos impuestos.
En ese sentido, la imagen de la gestión sociolaboral positiva del Gobierno de coalición, aun con sus límites y bloqueos, ha sido insuficientemente utilizada y valorada, incluso contando con la pretensión inicial del ex vicepresidente social del Gobierno de hacerse portavoz de esta, para avalar la credibilidad de un modelo social alternativo al de Ayuso.
La respuesta socioliberal del socialista Gabilondo, más o menos orientada y compartida por Moncloa, dejó sin consistencia una alternativa unitaria y firme del conjunto de las izquierdas. Frente a la polarización y claridad de Ayuso (y Vox), no hubo contraparte unitaria del conjunto de las izquierdas, con dos posiciones diferenciadas, una continuista y otra transformadora. La alternativa protectora pública y distribuidora, firme en MM y UP, quedaba contrapesada por el continuismo económico y fiscal de Gabilondo. El conjunto no configuraba un plan gubernamental creíble para la CAM.
Por un lado, estaba la incomparecencia socialista en la oposición anterior y su orientación centrista y excluyente hacia UP, torpe y parcialmente corregida después, pero sin capacidad de motivar a suficientes capas populares, incluida una parte significativa de su propio electorado. Por otro, las propuestas de MM y UP de firmeza alternativa al modelo neoliberal de Ayuso, pero sin capacidad para modificar el discurso socialista y, por tanto, sin poder compensar la falta de credibilidad práctica de una salida colectiva, solidaria y efectiva a la gestión de la crisis.
La propuesta engañosa de Ayuso tampoco era consistente para garantizar ni la salud ni la recuperación económica, pero estaba incrustada en todas las estructuras de poder, económico, institucional y mediático. El mensaje estaba claro: la salida estaba basada en el individualismo emprendedor y consumista, conectada con la situación de fatiga emocional que imponían las restricciones sanitarias prolongadas y el deseo de relaciones interpersonales y de ocio, como solución inmediatista. Era su significado de la palabra “libertad” que arropaba esa legitimación liberal de su gestión individualizadora, funcional para capas acomodadas, con menores riesgos que las capas populares más afectadas y con ventajas comparativas que se desean mantener. Ello ha servido para que varios centenares de miles de personas (incluidos jóvenes acomodados y grupos más afectados por las restricciones de ocio), muchas desde la abstención, se hayan sumado a la tradicional base social de centroderecha, con amplias bases estructurales en la CAM, y se hayan inclinado por la opción de apariencia más atractiva a corto plazo.
El fracaso socialista arrastra a la derrota de las izquierdas
El segundo hecho relevante es el descenso del voto socialista con una diferencia de -10,46 puntos porcentuales, una reducción del 38% de su electorado anterior, tanto de las autonómicas como en las generales de 2019. Ya he mencionado en otra parte la estrategia perdedora de Gabilondo y su principal responsabilidad en la derrota del conjunto de las izquierdas. Ahora, con los datos del primer gráfico sobre la evolución electoral de la CAM por bloques y del segundo con los resultados electorales progresistas, voy a analizar esta realidad, enmarcándola en las tendencias de esta década. Se trata de explicar las condiciones y la perspectiva de una alternativa unitaria de progreso en la CAM para la próxima convocatoria electoral en 2023.
Ya he avanzado que, propiamente, no ha existido un bloque de izquierdas (o progresista), unitario, firme y consistente, tal como se puede deducir de esa palabra que expresa literalmente una realidad compacta o coherente. Ha habido unos acuerdos positivos de no agresión entre las tres fuerzas progresistas, y al final de la campaña Gabilondo hizo una oferta a UP para apoyar un Gobierno de coalición socialista y de MM, con un programa centrista y hegemonía socialista, es decir, todavía con la marginación de UP y la subordinación de MM en el proyecto que imponía y su gestión. Estaba lejos del modelo de acuerdo del gobierno de coalición progresista o del pacto valenciano, pero aun así estaba tachado por las derechas de alternativa social-comunista. Sin embargo, ese giro venía después de la acusación inicial de Gabilondo a Iglesias de extremista y radical, con su total exclusión de un acuerdo político y de gobierno, y tras la imposibilidad de un acuerdo gubernamental con Cs y sin poder arrastrar un voto centrista significativo. Todo ello era incongruente para la tarea central de movilizar el voto popular potencialmente de izquierdas con suficiente credibilidad transformadora para motivar el apoyo progresista.
Como se ha visto, ese plan de una mínima colaboración para plasmar una simple alternancia gubernamental a Ayuso con un proyecto socioeconómico continuista y una gestión prepotente era insuficiente y fracasó. No se ha producido una complementariedad de políticas adecuadas para cada electorado, ya que no estaba definido un plan alternativo coherente. No ha sumado debido al fiasco socialista.
La metáfora del bloque de izquierdas era funcional para la estrategia descalificatoria del PP; reflejaba un pequeño interés compartido, pero este estaba lleno de incoherencias estratégicas y programáticas. No reflejaba un perfil transformador claro del eje fundamental del modelo social de progreso, con el suficiente énfasis en el refuerzo de los servicios públicos y las políticas fiscales progresivas, protectoras y redistribuidoras. Todo ello debilitaba su papel motivador para las bases sociales populares, con especial incidencia en las más moderadas, propensas al voto socialista, que se inclinaron por la abstención.
Se han desplegado interpretaciones posteriores interesadas de las causas del fracaso socialista y su impacto en la derrota del conjunto de las izquierdas, que pretenden reafirmar la estrategia principal de cada cual, bien de un proyecto reformador progresista, a semejanza del estatal y sus alianzas, bien su derribo con la alternativa neoliberal y reaccionaria, ahora vestida de libertad… o bien, en la enésima reedición de una política socioliberal y centrista, sin suficiente aval representativo. Y la pequeña fuga del 5% de su electorado hacia la derecha, no siempre motivada por el desacuerdo con el Gobierno de Sánchez, no tiene comparación con la pérdida del 33% de su electorado que ha ido hacia su izquierda o hacia la abstención.
Lo que no ha tenido legitimidad social, al igual que durante este último lustro, ha sido la estrategia centrista, dominante en el Partido Socialista y fracasada, pero que una y otra vez, al igual que para el Gobierno central, se quiere resucitar en vano, aunque sea con el pretexto inmediatista de ensanchar su base electoral por el centro sociopolítico.
El modelo social de progreso y el bloque de investidura no tienen alternativa, pero es la permanente pugna de las derechas y los poderosos para neutralizarla. Su freno lleva al desgaste de todas las izquierdas y, en particular, del propio Partido Socialista. En esas seguimos estando, desde que se inició ese ciclo de cambio hace una década y que se quiere porfiar en su cierre definitivo.
La experiencia del 4-M aporta la necesidad de una reflexión autocrítica y la reorientación estratégica que tiene que hacer el PSOE, y en particular el PSM, con su propia recomposición política y de liderazgo. Las fuerzas progresistas se enfrentan (nos enfrentamos) al problema de fondo de cómo fortalecer una base de legitimidad popular, amplia y consistente, cómo consolidar ese proyecto de cambio de progreso, desde el realismo crítico y la voluntad transformadora, que habrá que retomar colectivamente.
La evolución de la relación izquierda/derecha
La identificación en el eje político-ideológico izquierda/derecha, junto con otros ejes, está generalizada entre la población y es un indicador relevante para explicar el comportamiento electoral y sociopolítico. Lo destacable aquí es ver la evolución, aprender de la propia experiencia, para fijar mejor el rumbo.
En estas elecciones autonómicas de 2021, la relación de fuerzas políticas ha vuelto casi al nivel de inicio de 2011, en que se había producido un fuerte desgaste socialista. Recordemos que ese año, en el contexto de la crisis socioeconómica de 2008 y los ajustes regresivos, promovidos por la Unión Europea, primero del Gobierno socialista de Zapatero y luego, de forma más dura, del Gobierno conservador de Rajoy, cristaliza el mayor proceso de protesta social y cívica por la democracia y la justicia social, y conlleva la recomposición de la representación política e institucional. La dinámica de indignación y respuesta progresiva se había iniciado ya en 2010 y duró hasta 2014, con tres huelgas generales, diversas mareas sectoriales (enseñanza, sanidad…) y movilizaciones diversas simbolizadas por el Movimiento 15-M, cuyo inicio hace una década se conmemora ahora. Se genera una amplia desafección social y electoral en el campo socialista y se conforman las bases sociales de las fuerzas del cambio que se articulan y se expresan en el ámbito político-institucional desde los años 2014-2015.
Pues bien, en el año 2015 se refleja la máxima representatividad de las izquierdas, con un peso relevante de Podemos, entonces todavía muy polarizado con el Partido Socialista. Es la única vez en Madrid que la suma de las izquierdas gana a la de las derechas en el último cuarto de siglo (y salvando la victoria pírrica de 2003, anulada por el tamayazo), pero al ir separada la candidatura de IU y no alcanzar el 5% para entrar en la Asamblea, permanece el Gobierno del PP con mayoría parlamentaria. Es una experiencia amarga en el espacio del cambio y para el conjunto de las izquierdas; junto con el fracaso de las candidaturas de IU en las elecciones generales de diciembre de 2015, que conlleva la renovación de su liderazgo y su giro realista de colaboración con Podemos, desde 2016 permite cristalizar la alianza electoral conjunta como Unidas Podemos, que se mantiene desde entonces, junto con las confluencias, especialmente la catalana de En Comú Podem. La experiencia unitaria se impone, no sin dificultades ni tensiones, para favorecer un objetivo básico, dadas las constricciones de la normativa electoral, particularmente en las elecciones generales: conseguir la máxima operatividad en la representación institucional.
Como se sabe, en el plano estatal, los números representativos desde esas fechas daban para una alianza de progreso, desconsiderada por el propio Partido Socialista, que apuesta durante ese periodo por su alianza centrista con Ciudadanos y por un proyecto socioliberal. No hay una apuesta estratégica y programática compartida, progresista o de izquierdas, y se produce una división de ambos campos, el socialista y el de Unidas Podemos y sus aliados, hasta que se conforma el apoyo a la moción de censura (2018) y, tras el 10-N-2019, el acuerdo del Gobierno de coalición progresista y el bloque de investidura, añadiendo a los nacionalismos periféricos. Todo ello con altibajos, reequilibrios y sometidos a las dificultades de todo tipo para avanzar.
Volviendo a la CAM, ese electorado progresista apenas se mantiene en el año 2019, bajando ligeramente, pero con un avance continuado del voto a las derechas entre cinco y seis puntos en el año 2019 y otros nueve puntos en 2021. Es decir, considerando las entradas y salidas de la abstención, el electorado de derechas en la CAM se va recuperando y el de izquierdas se va debilitando, fruto principalmente del deterioro socialista y su errática estrategia socioliberal. Todo ello en un contexto de dinámicas socioeconómicas e institucionales más amplias, entre las que cabe citar la limitada activación social y cívica progresista que, salvo el movimiento feminista y, en parte, el movimiento de pensionistas, se ve debilitada durante este lustro, polarizado por la gestión electoral e institucional alternativa para consolidar ese campo sociopolítico que pierde fuelle en el ámbito social y sindical.
En el siguiente gráfico expongo la comparación del voto del espacio del cambio con el socialista. Salvando los datos de 2011, en que solo existe IU (9,6%), en las tres elecciones autonómicas posteriores el voto del espacio del cambio sufre un importante crecimiento y se mantiene por encima del 20%: 23% en 2015, separados Podemos e IU; 20,3% en 2019, separados UP y MM, y 24,2% en 2021, también divididos UP y MM. Mientras tanto el PSOE, desde el 26,7% de 2011, el 25,6% de 2015 y el 27,3% de 2019, desciende significativamente hasta el 16,8% de 2021.
En su conjunto, y a diferencia del ámbito estatal, en el que el Partido Socialista va adquiriendo una mayor ventaja respecto de UP y sus confluencias, en la CAM se produce un relativo equilibrio entre las dos tendencias básicas, con dos picos que expresan el sorpasso de las fuerzas del cambio en las generales de 2016, una ventaja socialista con más de siete puntos en las autonómicas y generales de 2019, y un nuevo sorpasso alternativo en estas autonómicas de 2021, con otros siete puntos de ventaja de la suma de ambas fuerzas, MM y UP, respecto del Partido Socialista.
A pesar de todos los vaticinios sobre el declive y el cierre del espacio del cambio de progreso, neutralizado por la hegemonía socialista o arrasado por la nueva dinámica reaccionaria y neoliberal, la realidad ha demostrado que sigue teniendo buena salud y que se fortalece a pesar (y en parte por) del desplazamiento centrista del PSOE como ha reflejado la experiencia madrileña o de la dinámica del Gobierno de coalición con su positiva y limitada gestión progresiva. Es otra enseñanza significativa de la interacción entre los dos espacios y de la vigencia y el apoyo cívico de un proyecto alternativo crítico y diferenciado del posibilismo adaptativo de la socialdemocracia.
Pluralidad y cooperación en el espacio del cambio
En el siguiente gráfico se expone la composición plural del espacio del cambio y su evolución. Sigo tomando como punto de partida los resultados electorales de 2011, en que se empieza a notar un pequeño ascenso electoral de IU (al igual que en las generales de finales de 2011) pero que, como expresión de todo el ciclo de la protesta social y cívica del lustro 2010-2014 y la articulación de las nuevas formaciones del cambio de progreso (Podemos y sus confluencias y candidaturas municipalistas), se expresa plenamente en el año 2015 (todavía con división entre Podemos e Izquierda Unida en las autonómicas y generales), con el 23%, y en el año 2016, ya con la unidad de ambas formaciones, con el 21%. Como se ha adelantado, desde el año 2019, y debido a la fuerte división en Podemos que da lugar a la escisión de la nueva plataforma de Íñigo Errejón, Más Madrid, y posteriormente a escala estatal, Más País (MP), se produce un reajuste representativo manteniendo un total de en torno al 20% en el año 2019 y subiendo al 24% en 2021. No obstante, hay que destacar las proporciones muy desiguales en ambas elecciones autonómicas y en las generales.
La proporción entre Más Madrid y Unidas Podemos en la CAM ha tenido importantes fluctuaciones dependiendo del tipo de elecciones, autonómicas o generales. Así, en las autonómicas de 2019 la relación de MM, encabezado por Íñigo Errejón, respecto de UP, con Isa Serra, en las circunstancias conocidas de la escisión del primero, fue de 2,62 a 1; en las generales de noviembre de 2019 la relación se invirtió y UP (con Pablo Iglesias) consiguió una proporción de 2,30 a 1 respecto de MM (con Íñigo Errejón), para volver a una relación de 2,35 favorable a MM (Mónica García) respecto a UP (Pablo Iglesias).
Ello significa que hay un sector fluctuante entre ambos, de en torno a 10 puntos (unas 350.000 personas), que ha modificado su voto según el tipo de elección, es decir, según los temas y el alcance de la influencia política de cada opción en los dos distintos ámbitos, regional y estatal. ¿Es irreversible y consistente la identificación última, considerando esta proporción como definitiva? ¿Se puede extender al marco estatal esta desigual proporción regional? Dicho de otro modo, ¿es MM una fuerza sobre todo regional, con una difícil y contraproducente plasmación para un conglomerado unitario estatal, en el que se vaticina o se desea el hundimiento de UP y su sustitución por Más País?
Dejo para otro momento la valoración del nuevo proyecto verde de MP, legítimo como proyecto partidista, con la referencia alemana y su difícil encaje en el sur de Europa, donde la cuestión social siendo teniendo un peso relevante, así como las constricciones de la normativa electoral para enmarcar la necesaria cooperación entre ambas formaciones, que he explicado en el reciente artículo “Nuevos liderazgos”. Solo expreso algunos comentarios adicionales para contribuir a la reflexión unitaria necesaria.
La primera idea, reflejada en el estudio del CIS sobre la base social de progreso y en el reciente análisis sobre la identificación ideológica de izquierdas en los electorados de este 4-M, es que el campo alternativo a la socialdemocracia necesita un perfil múltiple progresista de izquierdas, con un fuerte componente social, ecologista y feminista, espacio que también ocupa actualmente UP. El reto es cómo combinar el desarrollo propio con la cooperación o convergencia en una plataforma unitaria para las próximas elecciones generales y si es pertinente tener una posición definida ya con esa orientación o esperar a ver cómo evolucionan los respectivas capacidades político-organizativas para definir los equilibrios razonables o la competencia por el reparto de influencias. El riesgo es que venza la voluntad de diferenciación con un perfil contrapuesto y unos intereses orgánicos de parte. En el plano programático lo común puede ser lo verde y lo feminista, incluso la importancia de la cuestión social y la desigualdad, aunque haya diferencias significativas, a veces enmarcadas en discursos más globales, como la visión de la confrontación de las capas populares confrontadas con el poder establecido o la transversalidad como ambigüedad en los conflictos de poder aun con la preocupación por los desfavorecidos.
La problemática traslación al ámbito estatal de la realidad madrileña
La segunda idea tiene que ver con el análisis realista de las potencialidades de cada cual. Es problemático el idealismo discursivo que tiende a sobrevalorar la capacidad constructiva de una idea, un proyecto, un liderazgo o un horizonte para configurar un espacio sociopolítico. Tiende a confundir los deseos con la propia dinámica de los hechos y las condiciones sociales. No me detengo en ello. Ya he explicado los datos más relevantes de la representatividad de ambas fuerzas en la CAM, distintos según el tipo de elección. Añado algunos datos complementarios.
Por un lado, aparte de las responsabilidades de gobierno en el caso de UP, con sus 35 escaños (3,1 millones y 13%), existe una desigual proporción con MP (0,56 millones y 2,3%) en el Congreso de los Diputados. En las elecciones generales de noviembre de 2019, en las quince provincias (aparte de las tres valencianas que apoyaron a Compromís, con un escaño por Valencia) Más País (en alianza con Equo) solo logró representación (dos escaños) por Madrid, es decir, una relación de diecisiete a uno (más de diez a uno contando el de Compromís) y un fiasco en el resto de los territorios.
Por otro lado, y esto es menos conocido, hay una diferencia significativa también en el arraigo local (salvo en el Ayuntamiento de Madrid): 108 concejales de UP más 18 de IU, en total 126, por solo ocho concejales de MM en el resto de la región y hasta 27 sumados los conseguidos para la corporación de la capital (los quince actuales y los cuatro concejales escindidos en la nueva plataforma carmenista, Recupera Madrid), sin representación de Podemos en ese ayuntamiento al renunciar a presentarse frente a la candidatura liderada por Manuela Carmena, con la que no fue posible pactar una candidatura unitaria. MM es, por tanto, un partido político sin apenas presencia en el resto de España, pero también sin base municipalista y arraigo local en el resto de la región madrileña, asentado en la oposición y sin responsabilidades de gestión solo en dos grandes instituciones: la Asamblea de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid. Son sus mimbres para reforzar su nuevo asalto al plano estatal, aprovechando su relativo éxito el 4-M.
Otros datos adicionales según Metroscopia dicen que solo el 27% de los potenciales votantes de Más Madrid optarían por la candidatura de Más País para unas generales; el 47% optaría por el PSOE, el 16% por UP y el 10% restante por otros o la abstención. Y en las encuestas postelectorales realizadas, con el impacto del éxito comparativo de MM respecto a UP, señalan un pequeño ascenso de MP de entre uno y dos puntos con un mantenimiento o ligero descenso de décimas de UP. Es decir, las grandes distancias de representatividad y arraigo territorial en el conjunto de zonas se mantienen y contrastan con el subidón de expectativas de los dirigentes de MP y la relativa frustración de los de UP, que habrá que analizar en otro momento.
Por último, hago alusión a un aspecto controvertido entre dos posiciones extremas unilaterales: las interpretaciones culturalistas o posmaterialistas y los enfoques deterministas con un fuerte mecanicismo economicista o de clase. Me refiero a la correspondencia entre la posición de clase social, la identificación subjetiva y la pertenencia ideológico-política que se ha debatido profusamente a la hora de interpretar el crecimiento electoral del PP (y de MM) en todos los niveles de renta.
Solamente menciono dos tipos de datos. Por un lado, aunque las derechas han crecido en casi todos los barrios y pueblos de Madrid, todavía hay una diferencia sustancial en algunos barrios y pueblos de mayoría de clases trabajadoras considerados bastiones de la izquierda en los que conservan la mayoría, como el simbólico Vallecas, respecto de los compuestos mayoritariamente por clases medias y altas.
Por otro lado, según el análisis de las secciones censales por nivel de ingresos del hogar, tenemos la siguiente distribución: en el 30% de los hogares más pobres las izquierdas ganan con el 50,8% frente al 46,1% de las derechas (cuatro puntos más); en el 40% de los hogares intermedios las izquierdas consiguen el 44,5% y las derechas, el 52,6% (ocho puntos menos), pero en el tercio de los hogares más ricos la relación es del 30,3% para las izquierdas frente al 67,6% para las derechas (treinta y siete puntos menos). Ello significa que, respecto de la ventaja media de dieciséis puntos para las derechas en las familias más desfavorecidas, hay una desviación de unos veinte puntos en favor de las izquierdas, en las familias intermedias todavía están por debajo de la media y el desequilibrio es muy notable en el tercio más rico, en el que las distancias son muy pronunciadas.
O sea, las clases acomodadas tienen un muy alto grado de pertenencia de clase, apoyo cerrado a las derechas y de defensa de sus privilegios económicos y de estatus, y la penetración de las izquierdas es muy limitada. En el 30% más desfavorecido, aun con preferencia por las izquierdas, las derechas tienen una representatividad muy amplia. Y en el 40% intermedio la ventaja de las derechas es significativa. Es motivo para la investigación de los componentes estructurales, político-institucionales, culturales y sociohistóricos que lo explican.
Lo dejo aquí para no prolongar este ensayo ya excesivo. Por mi parte, desde un enfoque realista, social e interactivo, avanzo que las condiciones socioeconómicas, de estatus y vivenciales sí tienen influencia en el comportamiento sociopolítico y electoral, pero sin caer en un enfoque determinista ni simplista, frente a la idea de la transversalidad indiferenciada respecto de la realidad material y la mediación cultural. Es decir, es necesaria una interpretación crítica, realista y sociohistórica para analizar el comportamiento electoral y sociopolítico distanciada de un enfoque idealista, con sobrevaloración de la acción discursiva o elitista en la conformación de los campos sociopolíticos. La cuestión que hay que explicar es la experiencia relacional del conflicto social, en sentido amplio, con los distintos intereses, demandas y aspiraciones en pugna por la igualdad, la libertad, la democracia y la solidaridad. Después es cuando vienen las estrategias políticas.
[Fuente: Nueva Tribuna]
10 /
5 /
2021