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Albert Recio Andreu

Jerarquía, reconocimiento, desigualdades

La crisis del coronavirus ofrece muchas lecciones útiles para entender nuestra sociedad. Una de ellas, sin duda, es mostrar cuáles son las actividades esenciales para funcionar con un mínimo de normalidad. Lo que se llaman servicios esenciales y que abarcan una larga lista de actividades: sanidad, suministros básicos, limpieza y recogida de residuos, productos alimentarios y de limpieza, cuidados las personas, reparaciones de urgencia, medios de información, servicios sociales… Gracias a que muchos de ellos han funcionado relativamente bien, el drama no se ha convertido en tragedia, y el confinamiento se ha vivido de forma relativamente ordenada, excepto en el casos como el de las residencias de ancianos, lastradas por su marginación política y el predominio de intereses lucrativos.

La mayoría de estos servicios básicos han sido cubiertos por trabajadores manuales, gente que cobra bajos salarios y habitualmente tiene poco reconocimiento social: celadores, camioneros, personal de supermercados, de limpieza, cuidadoras en residencias y domiciliarias, quiosqueros, repartidores, recolectores… Muchos de ellos mujeres, algo que explica que en las franjas de edad inferior a 65 (y en el total de contagiados) haya más mujeres que hombres, porque han estado más expuestas al contagio. En los primeros días de la pandemia hubo una cierta conciencia de ello. Los aplausos de esos primeros días iban dirigidos a todo el mundo que curraba. Hasta un par de veces, en el Congreso se aplaudió a la trabajadora que limpiaba el micrófono tras cada intervención.

Pero con el paso de los días, esta sensibilidad se ha ido evaporando. Y, en el discurso machacón de los medios, todo se ha reducido al personal sanitario, que es, sin duda, el que ha estado más expuesto. Una exposición que seguramente ha sido mayor cuanto más se baja en la jerarquía del personal sanitario. Los médicos son los que suelen tener un contacto menor con los pacientes, mientras que enfermeras, celadoras y personal de limpiadoras mantienen un trato mucho más continuado con los enfermos. Lo sabe cualquiera que ha estado alguna vez en un hospital. Fijar la atención en el personal sanitario ―oscureciendo al resto de personas que han tenido que estar día a día enfrentando sus miedos al contagio para cubrir una necesidad básica, y que en muchos casos no ha contado con ni con medios ni asesoramiento suficiente― es indicativo de cómo se construyen los valores sociales. La Generalitat de Catalunya, siempre tan clasista, ha decidido dar una “paga extra” al personal sanitario (para tapar sus múltiples déficits y carencias) y, consecuente con esta visión jerárquica, han establecido un baremo por categorías, excluyendo al personal de limpieza encuadrado en subcontratas. Honra al menos al personal sanitario que ha criticado el modelo, ha pedido una paga igual para todo el mundo y la inclusión de las limpiadoras, conscientes de que la emergencia sanitaria sólo ha sido posible enfrentarla con la cooperación de gente que realiza diferentes tareas.

El reconocimiento y las jerarquías juegan un papel esencial en la construcción y legitimación de las desigualdades. Aunque en las sociedades capitalistas el elemento esencial de desigualdad es la propiedad, el trabajo en cantidad y calidad es el gran mecanismo justificador. Todo gran propietario alega que su riqueza la ha obtenido como producto de su trabajo y su mérito, y es por tanto legítima. Las desigualdades de prestigio e ingresos constituyen un factor que ayuda a fragmentar las solidaridades de clase y ayudan a configurar un universo mental que mucha gente vive como una carrera individual en la que compite con el resto. Los bajos salarios y las pésimas condiciones de trabajo se justifican por la poca calidad, conocimiento y relevancia de los mismos. Las externalizaciones que se empezaron a desarrollar en la década de los ochenta, y que han tenido un papel tan crucial en la creación de empleo precario, se justificaron en muchas empresas apelando a que se trataba de actividades auxiliares de poco valor. Las desigualdades que hoy existen entre grupos de asalariados se basan en la diversificación de condiciones contractuales, pero se legitiman apelando a la diferente importancia y cualificación. La propia “categoría” social de las personas que cubren los empleos, especialmente mujeres e inmigrantes, se asocian automáticamente a “baja cualificación”. En sentido contrario, las actividades que cubren personas con estudios se asocian automáticamente a empleos cualificados. Un orden social jerárquico y desigual necesita sostenerse con una representación cultural que lo justifique y le dé sentido.

Precisamente, la experiencia del confinamiento ha mostrado que muchos de estos trabajos de rango inferior son esenciales para garantizar el bienestar; que requieren dedicación y esfuerzo. Que, en casos como el actual, todo el mundo los ha tenido que ejercer asumiendo el riesgo del contagio. Y que, en cualquier sociedad digna, estas personas merecen contar con buenas y seguras condiciones de trabajo, sueldos decentes y reconocimiento social adecuado. Hacerlo ayuda a construir un modelo social más igualitario y cooperativo, de mayor bienestar. Algo de ello ha trascendido en el discurso sindical de estos días, en la exigencia de empleo de calidad para todo el mundo. Pero es una voz que exige reforzarse, y no sólo desde los sindicatos. Solamente con una sociedad más comprometida y cooperativa será posible un avance civilizatorio cuando nos tengamos que enfrentar a los peores efectos de las diferentes crisis a los que estamos abocados.

Por eso resulta tan penoso que el discurso sobre los trabajos básicos y la gente que ha estado salvando vidas y garantizando bienestar en esta crisis se esté reduciendo al personal sanitario, lo que implica que quedan fuera de campo las aportaciones de tanta gente común. Y ello no sólo en los medios de comunicación. Rastreando mis redes sociales proliferan mucho más las referencias a la lucha de Nissan que la reflexión sobre el trabajo de cuidados y de servicios. Nissan forma parte de la visión heroica tradicional de la lucha obrera, de su entronque con la cultura industrial. Es justo que los empleados de Nissan y de la industria auxiliar defiendan su empleo, a pesar que la perspectiva realista de salvarlo es reducido. Y que sería deseable reorientar la producción automovilística hacia otras direcciones que salvaran empleos y mejoraran la sociedad. Pero se entiende porque forma parte de esta tradición a la que le cuesta integrar nuevas realidades. Ello es lo que hace más necesario que nunca replantear nuestros esquemas de reconocimiento y jerarquía social. Algo imprescindible para construir un modelo social verdaderamente igualitario y cooperativo y donde se dé importancia a las cosas que verdaderamente son esenciales para nuestro bienestar.

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2020

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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