¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Sobre Julio Anguita
Miguel Muñiz Gutiérrez
Julio Anguita y Julio Flor, Contra la ceguera. Cuarenta años luchando por la utopía, La Esfera de los Libros, Madrid, 2013, 493 págs.
Julio Anguita y Juan Andrade, Atraco a la memoria. Un recorrido histórico por la vida política de Julio Anguita, Akal, Madrid, 2015, 491 págs.
Hay que remontarse a la figura de Juan Negrín para encontrar un caso comparable al de Julio Anguita: un político honesto, víctima de una campaña de manipulación, desinformación y silencio impuesto; con la coincidencia añadida de que, salvando la distancia temporal y la función política, la campaña tiene el mismo origen: el ataque de las derechas nacionalistas y el desprecio mostrado por una parte mayoritaria de las izquierdas, especialmente las vinculadas al Partido Socialista Obrero Español.
Por puro azar, Anguita tuvo una suerte de reparación histórica que Negrín no consiguió: la codicia y la especulación que llevaron al estallido de la burbuja del capitalismo de casino en 2007 confirmaron (casi) todo lo que había denunciado durante años, especialmente la naturaleza de Maastricht y la realidad de la Unión Europea. Esto, junto con una trayectoria de coherencia ética que le diferenciaba de una clase política marcada por diversos tipos de corrupción, le devolvió a primera línea. El 15-M le otorgó una especie de segunda vida política un tanto deformada, porque a la descalificación y la burla continuas que soportó durante su etapa de dirigente de IU y el PCE (1988-2000) las sucedió, a partir de 2011, un respeto exagerado, una cierta veneración como figura excepcional que le molestaba bastante.
Pasado un mes y medio de su muerte, y apagado el eco de las necrológicas, es un buen momento para acercarse a su legado político. Estos dos estudios biográficos, elaborados en la etapa final de su vida y redactados como entrevistas en profundidad, son un buen camino. Ambas obras desmontan tópicos, mentiras e infundios profusamente repetidos. En Contra la ceguera, del periodista Julio Flor, la conversación con Anguita se desarrolla en un tono que combina más lo sentimental y lo político, mientras que Atraco a la memoria, del historiador Juan Andrade, realiza un profundo análisis crítico del político y de su obra; el excelente trabajo de documentación previa realizado por Andrade se concreta en un análisis histórico a modo de introducción de cada etapa de la narración biográfica, lo que enriquece y da contexto al testimonio del entrevistado. La conversación se enmarca en el proceso llamado de digestión de la memoria por el paso del tiempo (fenómeno que Andrade referencia de forma magistral remitiendo a la Trilogía de Auschwitz, de Primo Levi).
De los dos libros emerge un Julio Anguita que, aun con toda su carga de imperfecciones y errores políticos, es la antítesis del personaje mesiánico, autoritario, tosco y fanático que fue fabricado e impuesto mediante una persistente campaña de descrédito sostenida con generosos recursos. Una campaña en la que participaron activamente parte de sus “compañeras” y “compañeros” (con la consiguiente y oportuna recompensa posterior), patriotas de todas las banderas, el poderoso grupo mediático PRISA y otros medios de “información”, y los mil tentáculos del felipismo. La campaña logró imponer una frívola caricatura del pensamiento y la labor de Anguita que se sintetizó en la etiqueta anguitismo, fraguada inicialmente entre la clase política e intelectual de Cataluña, una de las zonas de mayor virulencia (junto con Madrid).
Sin embargo, de ambas obras también emerge algo mucho más importante: el valioso trabajo del equipo de personas de IU (y más allá de ésta) impulsado por Julio Anguita, un equipo que compartió su lucha y que él supo dinamizar con sabiduría y habilidad; emerge, además, lo mucho que aprendió Anguita de él. Porque el secreto de la persistencia y validez de su línea política está en el sólido trabajo de investigación y elaboración de ese equipo, en el esfuerzo intelectual colectivo que desplegó.
De ello resulta que la mayor muestra de lucidez de Anguita fue su capacidad para potenciar el trabajo colectivo y la metodología en que se basaba dicho trabajo. Los dos libros demuestran que consignas burdamente ridiculizadas en su día, como el “programa, programa, programa”, la “teoría de las dos orillas” o el “adelantamiento” (sorpasso) al PSOE, no fueron ocurrencias de un visionario, sino concreciones que surgían de un análisis colectivo, elaborado, contrastado, lleno de matices y de largo alcance, cuya vigencia subsiste hasta hoy, así como de una metodología que aporta herramientas válidas para conocer y afrontar el siniestro futuro al que nos empujan quienes ya sabemos.
Para finalizar. En ocasiones basta con breves destellos de la verdad para desacreditar montañas de mentiras. En estas obras aparecen muchos, pero es justo destacar dos: la evocación que Julio Anguita hace de la figura de Enrique Curiel y el relato del último encuentro que mantuvo con Paco Fernández Buey, las circunstancias en que se produjo, la vivencia y la enseñanza que obtuvo del mismo. Son apuntes que muestran la talla de una figura política cuyo legado es clave para orientarnos en estos tiempos tenebrosos.
25 /
6 /
2020