¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Gaspar Llamazares Trigo y Miguel Souto Bayarri
La pandemia y el control digital
La pandemia del nuevo coronavirus trajo consigo un dilema que ha relanzado los debates sobre la revolución digital.
La realidad es que mientras discutíamos sobre los empleos y profesiones que van a sufrir con más fuerza el ímpetu del maquinismo, y las posibles maneras de hacer frente al impacto de la transformación laboral por la digitalización, a pocos se les ocurrió que, paralelamente, el progreso de la inteligencia artificial estaba provocando una eclosión de las tecnologías de vigilancia social. Es cierto que se habla hace tiempo del avance en las técnicas de reconocimiento facial puestas en práctica por el gobierno chino, pero es que también en España se ha activado recientemente un tipo de geolocalización en los teléfonos… con la disculpa de frenar la expansión de la pandemia. Según parece, los datos personales se están convirtiendo en la mercancía más valiosa del mundo.
De modo que tal vez deberíamos preocuparnos más por los efectos de las nuevas tecnologías (y más desde esta crisis) sobre nuestros derechos y libertades. Mariana Mazzucato alerta de que la digitalización, que había de servir para mejorar el bienestar de todos, se utiliza para violar la intimidad y desestabilizar las democracias del mundo. Zygmunt Bauman, en lo que llamó el mundo post-panóptico de la modernidad líquida, señaló preciso que gran parte de la información personal que antes conseguían con esfuerzo las organizaciones de “seguridad nacional”, en esta época las proporciona la gente (in)voluntariamente al usar el móvil.
Así las cosas, todo indica que vamos a vivir cambios profundos. Nos espera un futuro dominado por la omnipresencia de las aplicaciones informáticas; y su dimensión hace necesario que se adopten medidas coordinadas con las instituciones europeas, ya que no se deberían abordar desde la perspectiva de un solo país. La solución debería pasar por un acuerdo supranacional y al abrigo de la legislación europea (la Ley orgánica de Protección de Datos Personales de 2018; que ya incluye el tratamiento de los datos personales en los casos de la propagación de epidemias), y con un desarrollo que se debería basar en una ciudadanía digital que ponga los avances tecnológicos al servicio de las personas y de sus derechos, sean estos en el terreno de la protección de datos, la privacidad… o laborales. Sin duda, una tarea difícil. Vivimos en una Europa que afronta pruebas constantes de unidad, mientras está atenazada entre el mero mercado y el miedo a sus extremas derechas.
Por eso antes de llegar a ese acuerdo europeo debemos alcanzar un consenso previo entre nosotros. La salida de esta crisis tiene que ser de mayor democracia frente al autoritarismo. La digitalización en salud pública y sanidad debe hacerse al servicio del derecho a la salud y los derechos humanos. Impulsando, en la desescalada, el papel de la atención primaria, la prevención, el seguimiento de casos y el autodiagnóstico, frente al control telemático y la imposición. En todo caso, con anterioridad a la puesta en marcha de cualquier iniciativa de este tipo, serían cuestiones imprescindibles a resolver el uso que se va a hacerde la información después de la crisis, la absoluta garantía de anonimización de los datos, la determinación del límite temporal de la aplicación y, por supuesto, el sometimiento a la legislación europea.
Entre el recuerdo de un pasado analógico y la expectativa de un futuro dominado por el maquinismo, un abanico de opciones se abre ante nuestros pasos. Del río revuelto de la actual guerra comercial que libran los Estados Unidos y China, salen las opciones más perjudiciales para nuestros derechos y nuestra privacidad, y lo hacen en forma de ganancia de pescadores para el Valle del Silicio y los laboratorios de investigación del ejército chino, con la colaboración de unas empresas privadas que no se someten de buen grado a las regulaciones de los países democráticos. Google y Apple ya se han ofrecido a desarrollar un sistema basado en bluetooth para alertarnos cuando hayamos estado cerca de personas contagiadas. En China, país al que muchos miran con envidia, la vida íntima de los ciudadanos ya está sometida al control del gobierno, “se controla cada clic”, explica Byung-Chul Han en sus artículos. Las técnicas de vigilancia y geolocalización proliferan al calor de la gran crisis sanitaria. Con los metadatos se puede geolocalizar cómo se difunde una pandemia, pero también conjeturar conductas y propagar sospechas.
La disculpa del coronavirus puede acabar sirviendo para ir más allá en el control de los ciudadanos, siguiendo el modelo chino de digitalización policial. Hemos visto cómo los países asiáticos se han decidido por la vigilancia digital. Se habla mucho del ejemplo de Corea del Sur de control a través de los móviles pero, aunque es cierto que podemos aprender mucho de las culturas orientales, ese modelo no sirve para nosotros porque los coreanos —que, no olvidemos este detalle, han combatido la pandemia con la realización masiva de pruebas— ya practican de manera rutinaria gran parte de su vida social a través de un móvil o un ordenador. Pero es que además hay una relación entre el aumento de la vigilancia sobre la población y cómo emergen con fuerza las ideas autoritarias y las fronteras de los Estados. Trump ha insistido durante esta crisis en la procedencia de la pandemia: “The chinese virus”; para señalar a su enemigo y dar argumentario a los partidarios de su ideología xenófoba de cierre de fronteras nacionales, de recorte de libertades y de control de los ciudadanos. Y no podemos olvidar que el populismo ultra tiene sucursales abiertas en muchos países, incluido el nuestro.
Ahí está el dilema: ¿qué parte de nuestros derechos y libertades queremos seguir cediendo tras el paso de la pandemia? Cuando una puerta se abre a un jardín con unos frutos tan apetecibles, difícil será volver a cerrarla del todo. En el curso de la crisis del coronavirus hemos aprendido a poner por delante el valor de la ciencia frente al universo fake. Ni el trumpismo ni sus sucursales han podido mantener su ideario negacionista. Ahora, en el medio del temporal, podríamos caer en el buenismo, y permitir que al abrigo de una catástrofe sanitaria se debilite nuestra democracia, que costó tanto construir. Lo que hoy, amparándose en una pandemia, podría parecer un motivo justificado, incluso bienintencionado, para proceder a un recorte de libertades, podría no serlo el día de mañana por cualquier otro motivo. Y ya sabemos en qué consiste el trabajo de los depredadores.
[Gaspar Llamazares Trigo es médico y analista político. Miguel Souto Bayarri es médico y profesor de la Universidad de Santiago de Compostela]
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4 /
2020