¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Miguel Muñiz Gutiérrez
Diálogo ecologista desde la desesperación
El artículo El ecologismo ante la crisis del coronavirus, de Emilio Santiago Muiño y Jaime Vindel, y la breve respuesta de Jorge Reichmann desde su blog, Sobre ecosocialismo gaiano y ecosocialismo descalzo (y sobre ‘planet of the humans’ de Gibbs y Moore): una carta a dos amigos, podrían ser el primer indicio de que la pandemia resquebraja no sólo las respuestas usuales del capitalismo hegemónico sino, además, las rutinas alternativas establecidas desde el pensamiento crítico.
O puede ser sólo una tormenta en un vaso de agua, habida cuenta de la evolución del ecologismo social en los últimos 30 años hacia el tratamiento confortable, hermético y autorreferencial de los conflictos. En todo caso, la lectura de ambos textos, escritos desde la honestidad intelectual y el coraje cívico demostrado por sus autores a lo largo de años, es útil para que cualquier persona con un mínimo de sensibilidad ante un colapso global del que la pandemia es un primer aviso pueda situarse en la complejidad de los dilemas de supervivencia.
Por azar, este apunte de diálogo entre ambos artículos coincide con la polémica (“escándalo”, la palabra usada por Jorge Riechmann, me parece excesiva) generada por el último documental del cineasta Michael Moore sobre el fiasco de las energías renovables en EE.UU. como alternativa global, documental que Jorge Riechmann cita en el título, y documental que el polémico cineasta ha colgado en YouTube. En este caso, el ataque contra Moore no proviene de los poderes establecidos y sus portavoces, sino de uno de los grupos empresariales de los movimientos alternativos: las compañías de energías renovables.
En España, un medio como eldiario.es, propenso a jalear cualquier ocurrencia progresista al margen de su auténtico valor, ha dedicado al tema dos notícas con titulares significativos: La distribuidora del nuevo documental de Michael Moore sobre cambio climático lo retira por estar «lleno de errores» (el 25/04/2020), y Michael Moore quiere pinchar el último bote salvavidas contra el cambio climático y falla en el intento (el 26/04/2020), el tono, como se puede deducir de los titulares, no es el habitual hacia una persona exponente del pensamiento progresista.
Lo que Moore explica en su documental no es nada nuevo; la clave está, como es lógico, en la energía. Como acertadamente señala Jorge Riechmann, cualquier persona que se tome la molestia de leer los análisis que, desde hace años, vienen publicando Pedro Prieto o Antonio Turiel (añado a Mariana Ballenilla en fecha tan temprana como 2007), sabe que el colapso energético no dibuja escenarios de transición ni pacíficos ni optimistas; que el 100% renovables es más una invocación voluntarista que una reivindicación con base científica sólida y que, ahora situándome en el texto de Santiago y Vindel, cualquiera que se haya visto inmerso en los conflictos desencadenados por el desarrollo de la energía eólica (en mi caso en Cataluña) sabe que los razonamientos basados en verdades objetivas (es decir, de base científica) apenas cuentan frente a supuestas certezas que provienen de sentimientos identitarios, agravios comparativos, o intereses económicos.
El artículo de Emilio Santiago y Jaime Vindel está redactado con las metáforas, terminología y guiños culturales que marcan el actual discurso alternativo —los cuales han sido un factor importante para alejarlo del conocimiento de las clases subalternas—. Ese estilo hermético me lleva a pensar que si no hubiesen mencionado expresamente a Jorge Riechmann y Carlos de Castro no hubiesen tenido respuesta porque, en realidad, se considera que todo está dicho. De hecho la respuesta de Jorge Riechmann remite, en principio, a uno de sus libros.
El diálogo está marcado por la angustia. Desde el artículo de Emilio Santiago y Jaime Vindel se pide al movimiento ecologista que pase de la “proyección ilusionista que atribuye efectos políticos a la mera enunciación de verdades objetivas”, a la cruda realidad de la lucha política real encarnada en PSOE, Unidas Podemos o Más País, usando como puntos de apoyo entidades como Ecologistas en Acción, Fridays for future o Extinction Rebellion, a las que se atribuyen cualidades de recomposición de las luchas sociales. El llamamiento se hace desde un afecto y una honestidad desesperada, porque “el hecho de que una verdad sea compartida no asegura que nos podamos dotar de los medios necesarios para revertir las condiciones objetivas y subjetivas que dan lugar a situaciones como la actual. Hay algo de pensamiento mágico en la presunción de la teoría crítica según la cual pareciera que de la exposición de la cadena causal de un determinado acontecimiento se deriva la sucesión de aquellas acciones políticas que pondrán fin a su génesis sistémica”. Es decir, la específica y compleja realidad social (y política) y la llamada crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto dos cosas: que ante una amenaza de muerte, los instintos sociales de supervivencia se imponen sobre las elaboraciones racionales, y que el vínculo de la sociedad con el binomio producción–destrucción es tan sólido como las leyes de la termodinámica y mucho más presente, lo que relativiza el carácter temporal que se deduce de su análisis científico. Bueno, mejor lean el artículo, ellos lo explican de manera más complicada y más exacta.
La desesperación y la honradez tiñen también la respuesta afectuosa de Jorge Riechmann, especialmente su parte más coloquial: “Ah, pero el decrecimiento no gana elecciones… Ya lo sabemos, no hace falta repetirlo; pero igual toca alguna vez asumir la realidad (biofísica), en vez de inventarnos espacios de acción inexistentes. Ah, pero es que no hay límites sólo biofísicos, sino sociales y antropológicos… También lo sé, demonios: llevo casi toda mi vida tratando de entender ese plexo de problemas. Pero la propaganda política no va a hacer variar los datos básicos (biofísicos y sociales) de nuestra situación objetiva.”. Todo ello sin renunciar a los preceptivos enlaces que ilustran que lo escrito está meticulosamente documentado. Lo mismo que en el caso anterior, mejor leer el texto.
Sería esperanzador que este intercambio de ideas llevase al único terreno en que las reflexiones pueden fructificar en realidades útiles a las clases subalternas. El que se designa con una expresión en desuso desde hace décadas: la praxis (una palabra muy usada por Gramsci, por cierto). Sólo desde la praxis se puede comprobar si un concepto tan confortable como movimiento ecologista no es sino una expresión vacía, si Ecologistas en Acción, Fridays for future o Extinction Rebellion son tan sólo ONGs con su agenda con prioridades centradas en la supervivencia material de sus activistas profesionales, o si son una parte de los proyectos paliativos de largo alcance dirigidos a las clases acomodadas. Sólo desde la praxis se pueden evaluar las actividades que Pedro Prieto y Antonio Turiel están poniendo en práctica como consecuencia de su lucidez analítica (el segundo ha tenido la valentía de empezar a bosquejar algunas de esas prácticas en su blog The Oil Crash a partir de la pandemia).
Pero la praxis no existe sin sujeto social que empuje desde fuera de la reflexión intelectual, y las clases subalternas, fragmentadas socialmente a nivel casi microscópico en los países ricos, no existen como sujeto social. Así, la praxis es patrimonio exclusivo de bloques sociales estructurados, como las clases dominantes y las clases acomodadas.
[Miguel Muñiz Gutiérrez mantiene la página web http://www.sirenovablesnuclearno.org/ ]
27 /
4 /
2020