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Pablo Massachs

Covid-19: del Estado de Alarma a la Emergencia Climática

No existe mejor humus para los riesgos que el negarlos. Si uno elige la estrategia opuesta y convierte el […] conocimiento en el fundamento de la acción contra los riesgos, se abren las compuertas del temor y todo se hace más arriesgado

Ulrich Beck

 

El PIB lo mide todo excepto aquello que hace que valga la pena vivir la vida.

Robert Kennedy

 

Cisne negro, cisne blanco

En su famoso (y malinterpretado, como se verá enseguida) ensayo de hace más de una década, Nassim Nicholas Taleb [1] presenta su teoría del cisne negro para caracterizar aquellos eventos que escapan a las expectativas normales y tienen un tremendo impacto. Además, estos sucesos impactan de tal forma en la psique de nuestras sociedades, que estas generan un relato para darle una explicación, como si se hubiera tratado de un hecho predecible, cuando no lo es.

Aunque el ensayo tuvo una gran repercusión, en ocasiones se confunde “cisne negro” con cualquier evento de gran impacto, aunque este sea predecible, como podría ser el accidente de Fukushima o la crisis de 2008. Como explica con ironía Steven Keen [2] (uno de los pocos economistas que sí vio venir la crisis de 2008), el meteorito que aniquiló a los dinosaurios no fue un cisne negro (y por tanto impredecible), sino un suceso determinístico predecible, y por eso los astrónomos se pasan el día analizando los Objetos Próximos a la Tierra que podrían colisionar con nuestro planeta.

Queda claro que el relato de un suceso predecible puede torcerse para hacerlo pasar por impredecible, sirviendo así como coartada para quien no ha ejercido su responsabilidad como regulador, o directamente ha actuado de forma temeraria, sean gobiernos, bancos u operadores de centrales nucleares.

Sobre la COVID-19, que conocemos desde hace poco, ya hemos podido saber que había advertencias serias sobre esta posibilidad [3]. Existieron previamente a la aparición del nuevo coronavirus, y tampoco faltaron una vez que este fue detectado. Nada de cisne negro, por tanto.

Sobre la magnitud del impacto, tan solo se puede decir que está siendo brutal, pero nadie conoce con seguridad su alcance, no hay certezas sobre este punto. Y como el alcance es incierto, la gestión de la crisis está siendo errática. Baste para ello citar la falta de reflejos con la que han reaccionado gobiernos u otras instituciones. El desconcierto, la improvisación y los cambios de rumbo son la tónica dominante [4].

La nueva normalidad

Más allá de los tremendos costes humanos y sociales inmediatos, el punto clave de este “cisne blanco” es saber qué luz alumbrará el mundo que nos encontraremos al salir del túnel del coronavirus. Decía el epidemiólogo Pedro Alonso en una entrevista [5] que la ciencia y la solidaridad son nuestras herramientas transformadoras más importantes en estos momentos. Palabras emotivas y sabias, pero que podrían quedar enterradas bajo la fuerza de otros relatos. Al igual que de la crisis de 2008 se salió en falso —sin las herramientas y los controles que eviten su aparición futura—, y que en Japón sigue produciendo gran parte de su electricidad con centrales nucleares [6], tras esta catástrofe también podemos encontrarnos más desigualdad, o recortes en los presupuestos de los servicios sanitarios o de la investigación científica.

Y es que sobre la nueva normalidad que nos espera aparecen muchos interrogantes, de diversa índole: sobre el citado papel de la ciencia y la sanidad, a las que dedicamos cada vez menos recursos y luego pretendemos que sean nuestra salvación, como si pudieran subsistir a base de aplausos; sobre a qué estamos dispuestos a renunciar de nuestra privacidad por un “bien mayor” (aunque ya hayamos renunciado a ella para que las grandes empresas de internet hagan negocio); sobre el papel de China en toda esta crisis, y quién es capaz de exigirle responsabilidades y transparencia, etc. El futuro no está escrito, y estará relacionado en buena medida de cómo se construya el relato de lo que ha ocurrido.

Ecología y economía: vasos comunicantes

En cuestiones energéticas y medioambientales, se ha demostrado hasta qué punto el business-as-usual (aunque se llame capitalismo verde) sigue siendo la filosofía dominante, quizá porque no sabemos actuar de otra forma. Mientras las expectativas de demanda de petróleo se desplomaban, los principales productores no han sabido o querido recortar la producción en consecuencia, e incluso se han alcanzado precios negativos en el índice estadounidense WTI [7]. En lo que respecta al negocio del petróleo, el cambio de modelo energético puede esperar.

Por otro lado, la contaminación ha bajado espectacularmente en nuestras ciudades con el confinamiento. Falta por ver cómo será el rebote cuando no haya restricciones. Hay quien presenta un escenario de un futuro con más teletrabajo y por tanto menos desplazamientos y emisiones. Esto afectaría sobre todo a algunas profesiones liberales, pero no a las industrias, agricultura o gran parte de los servicios. Como contrapunto negativo, podría haber más desplazamientos en transporte privado por parte de quienes antes usaban el transporte público, por miedo a nuevos contagios [8]. Y son las clases trabajadoras, las que usan mayoritariamente el transporte público, a quienes más afectaría esta nueva realidad, repercutiendo en sus bolsillos y en la contaminación. También en esto el futuro es incierto y no está escrito que vaya a mejorar la situación anterior, ni desde un punto de vista medioambiental ni social.

En cualquier caso, el espejismo de la baja contaminación sigue ligado a la desaceleración económica. Como vasos comunicantes, el crecimiento económico y las emisiones de CO2 siguen estrechamente ligados a nivel global. Hay algunos avances que hacen que se dispare el optimismo, pero la realidad es terca: la economía sigue sin estar preparada para avanzar (en el sentido de dar mayor bienestar a un número más amplio de ciudadanos) sin seguir la loca carrera del crecimiento. Desde hace décadas, el único año en que han bajado las emisiones de CO2 ha sido en 2009 [9], tras el comienzo de la crisis financiera, y volverá a pasar en 2020 con la crisis de la COVID-19. En ese tiempo ha habido avances en energías renovables, más concienciación medioambiental, creación de mercados de emisiones, aumentos considerables en eficiencia energética… Todo esto es necesario, pero ha sido insuficiente, porque las emisiones de CO2 solo descienden cuando hay crisis que se llevan por delante el bienestar de millones de personas.

Cambio climático: ¿la nueva emergencia?

Como la perspectiva de un cambio hacia un modelo económico desvinculado de las emisiones de CO2 no parece realista, es previsible que nos veamos abocados a nuevas situaciones de máxima emergencia. La ciencia no para de informar de las más que probables consecuencias del cambio climático, que pueden desencadenar en un nuevo estado de alarma: sin dejar el ámbito de la salud, recordemos el caso del virus zika, que se transmite a través de mosquitos que se adaptan mejor a zonas cálidas; o el hecho de que los principios activos de los medicamentos provienen en su mayor parte de la naturaleza, y por tanto una bajada de la biodiversidad redunda en las herramientas disponibles para la cura de enfermedades [10].

Aparte de las consecuencias directas sobre la salud, pensemos también en las migraciones masivas, sequías o conflictos bélicos catalizados por el cambio climático, y que pueden activarse más pronto que tarde [11]. ¿Estamos preparados para afrontar estas potenciales nuevas emergencias? La respuesta es claramente negativa.

Con la crisis de la COVID-19 todos hemos comprobado hasta qué punto pueden llegar las medidas durante un estado de alarma: confinamiento de la población, paralización de sectores económicos, modificación de la producción de algunas industrias para que sirvan a la lucha contra el virus, etc. La urgencia y gravedad del problema así lo requería. Por otro lado, en enero de 2020 el Gobierno de España declaró la Emergencia Climática. ¿Hemos de esperar medidas de la profundidad de las que estamos sufriendo para reducir los efectos del cambio climático, o se trataba tan solo de una operación de maquillaje verde?

Notas:

[1] Nassim Nicholas Taleb, Cisne negro. El impacto de lo altamente improbable, Paidós, 2015.

[2] S. Keen, «Hiding in Plain View: Why economists can’t see the obvious coming», disponible en: https://www.finance-watch.org/hiding-in-plain-view-why-economists-cant-see-the-obvious-coming/

Por otro lado, el propio Taleb ha manifestado que la COVID-19 no es un cisne negro (véase, por ejemplo, B. Avishai, «The Pandemic Isn’t a Black Swan but a Portent of a More Fragile Global System», disponible en: https://www.newyorker.com/news/daily-comment/the-pandemic-isnt-a-black-swan-but-a-portent-of-a-more-fragile-global-system)

[3] La Estrategia de Seguridad Nacional, de 2017, alertaba de que una pandemia a nivel global sería la tormenta perfecta para un país como España: nuestra alta dependencia del turismo, el clima y la avanzada edad de nuestra población son elementos que favorecen la expansión de epidemias. Véase, por ejemplo, D. Crescente, «Seguridad Nacional advirtió en 2017 que la ‘tormenta perfecta’ era una pandemia», disponible en: https://www.lainformacion.com/espana/seguridad-nacional-advirtio-en-2017-que-la-tormenta-perfecta-era-una-pandemia/6550155/ .

Para otros casos de advertencias, véase D. Mediavilla, «La pandemia que todos sabían que iba a llegar y nadie supo parar», disponible en: https://elpais.com/ciencia/2020-03-17/la-pandemia-que-todos-sabian-que-iba-a-llegar-y-nadie-supo-parar.html

[4] Como botón de muestra, basta leer la entrevista al ministro de Ciencia y Tecnología, Pedro Duque, para entender el nivel de improvisación con que se está gestionando la crisis: P. Fdez. de Lis, N. Domínguez, “No teníamos un plan de qué hacer en una pandemia”, disponible en: https://elpais.com/ciencia/2020-04-23/no-teniamos-un-plan-de-que-hacer-en-una-pandemia.html

[5] Pedro Alonso, entrevista en la Cadena Ser, 14 de abril de 2020. (https://cadenaser.com/programa/2020/04/14/hoy_por_hoy/1586847916_066534.html, alrededor del minuto 7:27)

[6] Actualmente hay 9 reactores activos en Japón y está previsto que otros 18 en diferentes etapas del proceso de reinicio de su actividad. Para más información véase: https://www.world-nuclear.org/information-library/country-profiles/countries-g-n/japan-nuclear-power.aspx

[7] En este interesante artículo en el que vemos la desconexión que existe en ocasiones entre los mercados financieros y físicos.

N. Irwin, «Lo que significa el precio negativo del petróleo», disponible en: https://www.nytimes.com/es/2020/04/21/espanol/negocios/precio-negativo-petroleo.html

[8] S. Amadoz, «Por qué el coche va a ser mucho más importante a partir de ahora», disponible en: https://motor.elpais.com/actualidad/coche-movilidad-confinamiento-previsiones/

[9] Véase CO and Greenhouse Gas Emissions apartado «How have global CO2 emissions changed over time?·», en: https://ourworldindata.org/co2-and-other-greenhouse-gas-emissions

[10] P. Massachs, «Cambio climático y salud humana», disponible en: http://www.mientrastanto.org/boletin-145/ensayo/cambio-climatico-y-salud-humana

[11] Harald Welzer, Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI, Katz Editores, 2011.

27 /

4 /

2020

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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