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Rafael Lara

Literatura utópica feminista en tiempos de pandemia

 

No parece muy probable que el mundo vaya a cambiar de base, pero la pandemia semiapocalíptica que vivimos ha puesto en cuestión muchos de los paradigmas asentados sobre los que se había construido la “normalidad”. Una normalidad si se quiere tóxica, pero interiorizada masivamente y que se soportaba malamente o se abrazaba con alegría, según el lugar que a cada cual le tocó vivirla.

Ha quedado tocada por ejemplo la utopía TINA, aunque también sabemos que se va a resistir a morir con todas sus armas y no es descartable que de esta crisis vuelva a renacer de sus cenizas, como hizo en la gran recesión de 2008.

TINA comenzó a florecer con la llegada al poder de Reagan y Thatcher allá por los años 80, coincidiendo curiosamente con la pérdida de empuje de la segunda ola feminista.  «There Is No Alternative», no hay alternativa, repetía machaconamente Margaret Thatcher cuando se cuestionaban sus políticas. Tanto es así que ella misma recibió el apodo de TINA. Acrónimo que utiliza de forma muy ilustrativa Martorell Campos [1] para bautizar el memorándum neoliberal.

TINA es en efecto una utopía, pero —como casi todas las utopías— con un reverso, una cara tenebrosa. La utopía de que, llevando al Estado a su mínima expresión, la sociedad —capitalista, por supuesto— se regularía por los impulsos del mercado idolatrado, enriquecería a muchos y extendería sus benéficos resultados al conjunto.

Una premisa falsa que, convertida en la distopía de nuestro tiempo, ha llevado a una inmensa desigualdad planetaria, al crecimiento de las ultraderechas, al cuestionamiento de los sistemas democráticos por gobiernos fuertemente autoritarios, a la pobreza de millones de personas y a una emergencia climática sin precedentes, la cual sin duda alguna guarda relación con la aparición de fenómenos globales como el coronavirus.

No, la pandemia del COVID-19 no es una distopía en sí misma, sino que más bien tiene un trasfondo apocalíptico que muchas veces se había expresado de forma magistral en la ficción especulativa o ciencia ficción. Una distopía, en palabras de Julián Díez [2], “presenta una sociedad que desde la cúpula del poder se impone como utópica, pero no lo es, sino que es vivida como un régimen totalitario por los ciudadanos verdaderamente conscientes de la situación”.

La utopía/distopía es TINA, que se resiste a desaparecer y que todavía es capaz de infiltrar y corromper oscuramente las actuaciones puestas en marcha por los gobiernos de todo el mundo frente a la pandemia.

Interiorizada masivamente, TINA pone en crisis las utopías y marchita la esperanza de que otro mundo es posible. Entre sus aristas más hirientes, a veces perceptibles y otras menos, TINA afirma y refuerza el patriarcado y la vuelta atrás en los derechos de las mujeres.

Es ahí precisamente donde ha encontrado su principal cuestionamiento global: difícilmente la pandemia va a oscurecer el vigoroso crecimiento de la utopía feminista que ha explosionado en los últimos años en la conciencia de millones de mujeres y hombres en todo el mundo.

No hay utopía convertida en movimiento social de masas que no se viralice —expresión más que apropiada en estos momentos— en canciones y mitos, en el arte, en la literatura y en la especulación.

Por eso no es de extrañar que en las últimas dos décadas la literatura utópica feminista se haya convertido en un potente instrumento de crítica social y una poderosa herramienta de confrontación política e ideológica. Desde hace tiempo es creciente el protagonismo de escritoras feministas que imaginan nuevos roles de género y estructuras sociales o familiares que rompen claramente con el patriarcado. Y no parten de cero.

Volando con la primera ola feminista

La ciencia ficción es una literatura de la modernidad. Pero, aunque fue inaugurada por una mujer, Mary Shelley (1797-1851) con su Frankenstein” de 1818, las mujeres han estado excluidas del canon e invisibilizadas durante mucho tiempo.

Pero haberlas las hubo y destacaron durante la primera ola feminista con obras utópicas pioneras que ya suponían una ruptura con el patriarcado más rancio de la época. Se trataba de una literatura expresamente militante.

Algunas de ellas fueron redescubiertas por el movimiento feminista actual, como Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) y su utopía Herland (1915), en la que nos describe un país habitado exclusivamente por mujeres: no hay guerra, no hay delito, ni hambre, ni residuos. Y las mujeres se reproducen por partenogénesis [3].

En Nueva Amazonia (1889), de Elizabeth Burgoyne Corbett (1846-1930), la autora imagina cómo sería el mundo si fuera dirigido por mujeres. En este futuro la guerra y la pobreza han sido abolidas, al igual que la monarquía, se ha superado el dolor y recuperado plenamente el medio ambiente [4].

Inez Haynes Irwin (1873-1970) fue una destacada feminista muy implicada en el movimiento sufragista, periodista y prolífica escritora. Su novela Angel Island (1914) es alegórica: describe una raza de mujeres aladas a la que unos hombres les cortan brutalmente las alas para impedir que puedan volar [5].

Todavía hoy El Mundo del Hombre (1926) suscita un considerable interés académico [6]. Fue escrita por la periodista británica Charlotte Franken Haldane, que fue miembro del Partido Comunista y apoyó activamente a la República Española de 1931. En esta novela visualiza una sociedad gobernada por una élite científica masculina que busca el desarrollo y la mejora progresiva de la raza blanca mediante la aplicación de métodos científicos inspirados en criterios patriarcales, nacionalistas y racistas [7].

Junto a ellas otras muchas formaron un espectacular y plural coro de militantes feministas escritoras a caballo de la primera ola, invisibles para el canon, que hoy comienzan a rescatarse y que es imposible reseñar aquí [8].

Aquellas pioneras fueron capaces de sobrevolar el tiempo que les tocó vivir, pero, al fin y al cabo, no pudieron dejar de ser rehenes de su época. Por ello en sus obras es frecuente ver reflejados los límites contradictorios de aquel primer feminismo decimonónico y de la sociedad en la que escribieron. No es difícil encontrar en sus obras rasgos de supremacismo blanco, de defensa incluso eugenésica de la familia tradicional, de rechazo feroz al aborto y de un exacerbado puritanismo sexual [9].

Posteriormente, sólo Swastika Night (1937) de la autora inglesa Katharine Burdekin (1896-1923) se alza como una isla en el páramo de 40 años que transcurre entre el final de la primera ola feminista hasta que el feminismo cobra un nuevo y brillante impulso en los años 60. Fue publicada en 1937 bajo un seudónimo para evitar las represalias fascistas sobre ella y su mujer. Porque se trata efectivamente de una novela antifascista que transcurre 700 años después del triunfo de Hitler. Una novela que tiene la capacidad de desvelar la naturaleza del nazismo de forma profética: su violencia y falta de sentido; su irracionalidad y superstición; su inmadurez emocional; el horror cotidiano y sofocante… Y sobre todo muestra el intrincado vínculo entre misoginia, patriarcado y fascismo, hoy exhibido sin disimulo por las ultraderechas ascendentes [10].

Segunda ola feminista: Las mujeres provocan una revolución en la ficción especulativa 

Pocos prestaron atención al mar de fondo que poco a poco iba cobrando fuerza. Pero ahí estaba el nuevo despertar del feminismo. En los años 60 irrumpe en los Estados Unidos un nuevo feminismo que iba más allá de las reivindicaciones sufragistas anteriores y que continuaría con ímpetu hasta la década de los 80, con el estallido del neoliberalismo y el triunfo de TINA con Reagan y Thatcher.

Hasta ese momento la ciencia ficción era un género dominado solo por hombres y destinado al público masculino, en el que apenas se podían encontrar algunos nombres femeninos.

Pero entonces, casi de repente, la irrupción masiva de escritoras cambió radicalmente las claves de la ciencia ficción y los tópicos del género. Donde antes todos los protagonistas eran hombres muy hombres y la mujer era un florero necesario de la trama, ellas llenan ahora sus obras de protagonistas femeninas. Donde antes el futuro imaginado estaba lleno de amas de casa y mujeres necesitadas de protección, ellas comienzan a abordar la relación entre los sexos y el rol de los géneros en complejas sociedades imaginadas. Donde antes solo encontrábamos aventuras espaciales y especulaciones científico-tecnológicas cuyo impacto social pocas veces se exploraba, ahora ellas escriben también sobre ciencias culturales o sociales, aportan sentimiento, profundidad en los personajes, preocupación por las relaciones interpersonales…

Y es que, como explicaron Jen Green y Sarah Lefanu, la ciencia ficción “proporciona la oportunidad de imaginar a la mujer fuera de una cultura patriarcal, pudiéndose así determinar y cuestionar los componentes de esta. La ciencia ficción nos permite ver más allá de los restringidos papeles preceptuados para las mujeres, concediéndonos la oportunidad de describir tanto nuestros sueños como nuestras pesadillas” [11].

Fue sin duda Úrsula K. Le Guin (1929-2018) la más destacada representante de aquella ola de autoras feministas en la ciencia ficción [12]. Como escribió la autora argentina Mariana Enríquez, “ella irrumpió en la literatura fantástica y de ciencia ficción, coto exclusivo de escritores varones, y provocó una revolución. Así de sencillo. No solo tomó por asalto un club de hombres, sino que expandió las fronteras de la literatura de ciencia ficción y fantasía épica hasta convertirse en una figura central del género” [13].

La propia Le Guin explicaba aquel tránsito de esta forma: “A mediados de los años 60, el movimiento feminista estaba comenzando a entrar nuevamente en acción, después de un intervalo de inactividad de 50 años. Yo lo sentí, pero no supe que sería un mar de fondo; simplemente pensé que era algo que estaba mal en mí. Yo me consideraba feminista; no veía como podías ser una mujer que pensara y no ser feminista…”.

“A lo largo de 1967 comencé a sentir cierta inquietud, una necesidad de avanzar un poco más lejos, quizá por mis propios medios. Empecé a querer definir y entender el significado de la sexualidad y la definición sexual, tanto en mi vida como en nuestra sociedad. Mucho se había acumulado en el inconsciente —tanto personal como colectivo— y debía ser sacado a la conciencia o de otro modo se tornaría en algo destructivo. Creo que fue esa misma necesidad la que condujo a Beauvoir a escribir El segundo sexo y a Friedan La mística femenina. Pero yo no era teórica, pensadora política, activista ni socióloga. Era y soy escritora de ficción” [14].

La efervescencia feminista de los años 60-70 invade la ciencia ficción y lo cambia todo. El feminismo crítico fue como una tromba que encuentra en la literatura utópica un instrumento para expresar su ira, así como los anhelos y frustraciones de las mujeres.

Úrsula K. Le Guin escribe obras monumentales de la ficción especulativa feminista, como Los desposeídos (1974), una imprescindible utopía ambigua como ella misma subtitula; un alegato ecologista cuando todavía casi nadie lo era como El nombre del Mundo es Bosque (1972); o La mano izquierda de la oscuridad (1969), que describe un mundo en el que los humanos son hermafroditas y pueden ser indistintamente machos o hembras, con lo que viene a adelantarse al actual cuestionamiento de los géneros cerrados.

Joanna Russ (1937-2011) es otra de las protagonistas de aquella época. Su libro El hombre hembra (1975) se convirtió en una referencia duradera para el feminismo hasta hoy mismo, pasados 35 años de su publicación [15].

Una distopía cruel y estremecedora, Caminando hacia el fin del mundo (1974), fue escrita por la feminista Suzy McKee Charnas, que escribió: “Un lugar donde nosotras podemos imaginar nuevas fuerzas, logros y maneras de ser es el de la fantasía, donde podemos abordar nuestras limitaciones presentes de manera que nos ayude a apuntar fuera y más allá de ellas”.

De aquella época es imposible no referirse a James Tiptree Jr. (1915-1987) [16], un seudónimo que escondía a Alice B. Sheldon, quien dejó escritos un conjunto de relatos fascinantes, entre los que destaca —en relación con el objetivo de este trabajo— Houston, Houston ¿me recibe? (1976).

Otra obra clave fue la extraordinaria utopía/distopia Mujer al borde del tiempo (1976) [17], de la escritora feminista Marge Piercy, quien en 2005 escribió: “Parte de la razón por la que la gente escribe ficción especulativa es para sugerir que puede haber alternativas. La imaginación es una herramienta de liberación muy poderosa. Si no puedes imaginar otra cosa, no puedes trabajar para alcanzarla” [18].

En esta apretada selección de autoras y obras utópicas durante la segunda ola del feminismo no podemos dejar de lado a Zoe Fairbairns, una activista clave en esta segunda ola en Inglaterra. Su novela Benefits (1979) capturó gran parte del vigor y el impacto político del movimiento feminista de los 70 en Gran Bretaña, realizando un inquietante retrato de un futuro en el que se paga a las mujeres por quedarse en casa, tener y cuidar bebés.

De entre las citadas, las distopías de Russ y Triptee nos presentan sociedades utópicas pobladas exclusivamente por mujeres. Antes y después de ellas, un buen número de autoras han especulado sobre la construcción de mundos sin hombres desde una óptica feminista. Pero, curiosamente, muchas de estas sociedades utópicas que presentan lo son precisamente porque ha desaparecido la mitad del género humano —los hombres— y ello es lo que ha permitido que la sociedad exclusiva de mujeres sea una sociedad idílica. Lo que no deja de ser problemático y bastante inquietante.

Por otra parte, la segunda ola feminista, había puesto en primer plano la sexualidad. De la misma manera que en la primera ola el sexo está ausente y las mujeres son curiosamente asexuadas, a partir de entonces, y particularmente a partir de los años 80, un buen número de autoras feministas abordan en sus obras las relaciones sexuales sin tabúes. Muchas de ellas no solo son lesbianas, sino que se identifican con la corriente denominada de «feminismo lésbico».

Las distopias finiseculares

El triunfo de TINA y la pérdida de dinamismo de la segunda ola no apagaron la vitalidad del literatura utópico-distópica de raíz feminista. Una poderosa producción distópica que se prologa hasta hoy, cuando autoras vinculadas a los nuevos movimientos feministas acuden de forma recurrente a la ciencia ficción para manifestar temores y esperanzas y para continuar cuestionando el patriarcado y el sistema depredador capitalista.

El cuento de la criada (1985) escrita por Margaret Arwood ha cobrado vida propia y se ha convertido en una referencia obligada de la literatura distópica feminista, e incluso en fuente de inspiración de los movimientos feministas que luchan contra el neoliberalismo y el patriarcado.

A finales del siglo XXII, la sociedad ha involucionado de tal forma que las mujeres no tienen derechos de ningún tipo, no se les encomienda ninguna tarea de importancia, no pueden comprar, no tienen propiedades, no votan. Pero las mujeres resisten ¡y como! Es lo que nos cuenta Lengua materna (1984), de Suzette Haden Elgin (1936-2015).

La sugerente utopía feminista A Door Into Ocean, de Joan Slonczewski (1956), describe a las sharers, una raza totalmente femenina que no se reproduce sexualmente y que no podrían ser restringidas exclusivamente a la etiqueta de «mujer», por lo que el género tiene un papel bastante insignificante en su sociedad.

Sheri S. Tepper (1929-2016) fue probablemente una de las primeras autoras ecofeministas. Su distopía La puerta al país de las mujeres (1988) es un duro alegato feminista que también refleja algunas aristas oscuras del pensamiento de la autora [19].

También es destacable Ammonite (1992), de Nicola Griffith, todo un clásico, no solo de la ciencia ficción sino de la literatura lésbica. En Ammonite se superan las especulaciones más futuristas sobre el tratamiento de la identidad de género en nuestra sociedad.

En estas décadas finiseculares sobresale la poderosa producción utópico/distópica de autoras como Atwood, Slonczewski, Elgin, Tepper o Griffith; pero muchas otras [20] escribieron decenas de obras fundamentales en la ciencia ficción y la literatura utópica feminista. Que dieron paso, tras unos iniciales titubeos en los primeros años del siglo XXI, a la explosión de literatura distópica feminista que se está produciendo en estos momentos; al calor de realidades opresivas insoportables, pero también en la estela de la vitalidad de los nuevos movimientos feministas.

La explosión de la literatura distópica feminista en el siglo XXI

Vivimos unas primeras décadas de este siglo verdaderamente convulsas y atormentadas. Cuando es elegido presidente de los EE.UU. un hombre que se jacta de que puede “agarrar a las mujeres por el coño” es que algo va muy mal. Cuando un elegido presidente de Brasil le ha dicho a una diputada que “no merece ser violada porque es muy fea” es que las cosas van peor. El abuso y secuestro de niñas de Boko Haram; el creciente feminicidio en muchas zonas del planeta; talibanes con su régimen fanáticamente patriarcal de los que ya nadie habla; países que mantienen para las mujeres la condición de no ciudadanas y continúan siendo respetados en la “comunidad internacional”. Los abusos cotidianos, las brechas y los techos de cristal, las acciones de manadas sueltas por medio mundo…

La realidad resulta suficientemente distópica como para que la ciencia ficción se convierta casi en novela realista. ¿No es razón suficiente para la eclosión que se está dando en estos últimos años en la ciencia ficción feminista?

Nnedi Okorafor escribe ¿Quién teme a la muerte? (2010) desde lo que llama el “afrofuturismo”. En Rojo la piel del delito (2011), Hilary Jordan cuenta cómo los criminales son condenados a cambiar el color de su piel y el rojo es destinado al peor de los delitos, el de haber abortado. Kameron Hutley se ha convertido en un icono del feminismo geek. A su novela Las estrellas son legión (2017) también la llaman “lesbianas del espacio” (“Bueno ¿y qué?”, responde ella). En Relojes de sangre (2018), de Leni Zumas, el aborto está prohibido en los Estados Unidos y un «muro rosa» impide que las mujeres salgan al Canadá. En Un futuro hogar para el dios viviente (2017), de Louise Erdrich, en una crisis reproductiva las mujeres embarazadas son recluidas en centros de detención y las mujeres fértiles reclutadas para llevar embriones. En Voz (2018), de Christina Dalcher, las mujeres están obligadas a llevar pulseras que les producen descargas eléctricas en caso de que hablen más de las 100 palabras al día que tienen asignadas. El libro de Joan (2017), de Lidia Yuknavitch, se desarrolla sobre una Tierra envenenada; los supervivientes que quedan en una estación espacial han perdido el sexo. En The power (2016), de Naomi Alderman, las mujeres desarrollan un órgano en las manos que les permite atacar con descargas eléctricas mortales. La República Eusistocrática de Finlandia, tal como nos cuenta Joana Sinisalo en El núcleo del sol (2017), ha prohibido el placer y cualquier adicción. Y Atwood nos ha regalado Los Testamentos 2019), segunda parte de El Cuento de la Criada, además de haber escrito previamente novelas postapocalípticas como Oryx y Craxe o El año del diluvio [21].

Totas estas obras nos muestran infiernos de opresión, discriminación y violencia contra las mujeres, reflejando desde la fabulación una realidad que se antoja amenazadora.

Y es que como dice la periodista Alexandra Alter [22], la preocupación porque el progreso hacia la igualdad se esté estancando o incluso esté retrocediendo, y los derechos de las mujeres se vean como muy vulnerables, está impulsando una verdadera explosión de literatura distópica que “se ha convertido en una manera de subrayar la ira y la ansiedad de las mujeres” y una forma de expresar sus deseos y esperanzas utópicas.

Es verdad que hay críticas que consideran que el mensaje de las distopías puede ser reaccionario, pues pueden no plantear alternativas y caer en el fatalismo [23]. Pero Lisa Yaszek, profesora universitaria especializada en ciencia ficción, ofrece otra clave que explica esta ola feminista en la literatura de carácter distópico [24]: «¿Cómo se comparan todos estos futuros distópicos con, digamos, los que nos ofrecen Trump o Le Pen? Si nuestras heroínas encuentran maneras de resistir y luchar y, de alguna manera, incluso cambiar el mal futuro que se les impone, ¿no podemos encontrar nosotras la manera de conectar eso con nuestro propio mundo? Historias como estas no son una llamada a la desesperación: ¡son una llamada a la acción!»

Lo cierto es que las distopías feministas que se están escribiendo en esta década están incidiendo de forma notable en la conciencia de la sociedad, al mostrar de forma descarnada los límites existentes en los avances hacia la igualdad y hacia la ruptura de la asimetría entre hombres y mujeres.

Hay sin embargo otra dimensión de la ciencia ficción que refleja la literatura utópica del presente. La emergencia climática tiene efectos que parecen ya imparables para el planeta. Se añade la gravedad de la contaminación de plásticos y microplásticos que se concentran en inmensas islas de basura flotantes en el océano. Aún no estamos asumiendo la finitud de los combustibles fósiles ni se termina de comprender que la escasez de agua dulce va a generar problemas de magnitud escalofriante en los próximos años. Los devastadores incendios forestales del pasado 2019 en Brasil y Australia, más la desertificación progresiva y global de terrenos de cultivo, ya están provocando el desplazamiento de millones de personas que ostentan el terrible título de refugiados climáticos y que son confrontados con las mortíferas políticas de control fronterizo del siglo XXI. El cruel modelo de explotación macroindustrial ganadero genera injusticia social, animal, ecológica y, cada vez más, el riesgo de pandemias como los virus coronados.

Frente a ello, teóricas feministas de referencia como Donna Haraway hacen un alegato en favor de la ciencia ficción como instrumento imprescindible para la fabulación y especulación ecofeminista, en la que integrar tecnología, naturaleza, vida humana y no-humana.

No son pocas las novelas de la ciencia ficción utópica feminista que plasman brillantemente esta idea de conexión, interdependencia e interseccionalidad planetaria. Desde la pionera El nombre del mundo es bosque (1972) de Úrsula K. Le Guin, pasando por El árbol familiar (1997) de Sheri S. Tepper y En el corazón del bosque (1996) de Jean Hegland, y llegando a las más recientes Todos los pájaros del cielo (2016) de Charlie Jane Anders [25] o El libro de Joan (2017) de Lidia Yunknavitch [26].

Posiblemente la pandemia del COVID-19 abra una ventana de oportunidad para cuestionar la distopía TINA, pues se ha experimentado que primero son las personas y la vida y la necesidad de los recursos (públicos, de todos y todas) para sostenerla. Se ha puesto de relieve el peligro de salir de la crisis volviendo a la normalidad tóxica que vivíamos. Se ha comprendido que no podremos continuar poniendo en peligro el planeta y la vida que sustenta…

Pero no será fácil. Es complicado prever si los movimientos sociales más rupturistas emergerán de esta crisis con nuevos ímpetus transformadores y con mayor capacidad de reconducir las incertidumbres, superar los miedos y proponer alternativas rompedoras en el camino de aquél “otro mundo es posible” que, además y sobre todo, sean asumidas por una buena parte de la sociedad. Porque va a ser imprescindible salir del estado de indefensión generalizada (salir de la distopía, como hacen nuestras “héroas” de la ciencia ficción, como las llama Hutley) para situarnos en la reacción organizada (luchar por la utopía).

Pensar en soluciones pasa inevitablemente por la puesta en valor de las propuestas que emanan de los feminismos y su encuentro con los movimientos en defensa del medio ambiente (ecofeminismos), integrando el antirracismo, la valorización de culturas no hegemónicas con mirada decolonial y la inclusión de todas las capacidades humanas y no humanas, por mencionar algunas de las dimensiones que nos sirven para pensar y construir mundos mejores.

Será indispensable para ello repensar nuestro acervo de ideas, recursos y conocimientos. En este fondo de ideas, el pensamiento y la teoría crítica son imprescindibles. Pero también suma en la ecuación ¡y mucho! la fabulación que surge de la ficción.

Así que no es descabellado reivindicar el importante papel que la ciencia ficción feminista ha ejercido y sigue ejerciendo en la construcción de pensamiento crítico, en la especulación de sobre las consecuencias de la opresión patriarcal, en la creación de utopías liberadoras que integran una lectura diferente del género y el sexo, en la ensoñación con mundos organizados de formas imposibles para la realidad presente, pero con importantes claves para la crítica de ésta.

2020 se nos ha presentado de una forma convulsa, lleno de angustias e incertidumbres. Pero hay un horizonte en el que el movimiento feminista se postula como antídoto para muchos de los males que afectan a la vida humana y no humana.

 

Notas

[1] Francisco Martorell Campos, Soñar de otro modo, La Caja Books. 2019

[2] Julián Díez, “El fraude en el etiquetado de la distopía”, http://www.ccyberdark.net/1328/el-fraude-en-el-etiquetado-de-la-distopia/, 2014. Muy interesante el apasionado debate sobre qué incluir o no en la categoría de distopías.

[3] Sobre esta autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2016/05/21/la-utopia-de-charlotte-perkins-gilman/

[4] Sobre esta autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2018/06/07/nueva-amazonia-el-lado-oscuro-de-una-utopia-feminista/

[5] Sobre esta autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2020/03/19/rescatando-a-las-pioneras-inez-haynes-irwin/

[6] Véase, por ejemplo:

  • Elizabeth Russell, «The Loss of the Feminine Principle in Charlotte Haldane’s Man’s World y Katherine Burdekin’s Swastika Night”, en Women and Science Fiction, London, Routledge, 1991.
  • Judith Adamson, Charlotte Haldane: Woman Writer in a Man’s World, Palgrave Macmillan, 1998.
  • Elaine Mak Ngah Lam, “Eugenics in Fictional Dystopia: Ecofeminist Praxis”. http://www.gradnet.de/papers/pomo2.papers/mak00.htm.

[7] Sobre esta autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/category/charlotte-frnaken-haldane/

[8] Por no dejar de citar a algunas de ellas: Annie Denton Cridge (1825-1875), Man’s Rights: Or, How Would You Like It?; Mary E. Bradley Lane (1844-1930), Mizora: A Prophecy; Lillie Devereux Blake (1833-1913), A Divided Republic – An Allegory of the Future; la bengalí Rokeya Sakhawat Hossain (1880-1932), El sueño de la sultana; Florence Dixie (1855-1905), Gloriana, or the Revolution of 1900; Alice Ilgenfritz Jones y Ella Merchant, Unveilling a Parallel: a Romance; Anna Adolph (1841-1917), Arqtiq: A Story of the Marvels at the North Pole; y tantas otras

[9] Ver Layla Martínez, “Hermanas del futuro. Ciencia ficción escrita por mujeres entre los siglos XVII y XIX”, en Infiltradas, Palabristas Press, 2019

[10] Sobre esta autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2019/08/27/la-noche-de-la-esvastica-la-distopia-feminista-olvidada-de-katharine-burdekin/

[11] Jen Green y Sarah LeFanu, Desde las fronteras de la mente femenina, Ultramar, 1985.

[12] Sobre esta autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2017/06/28/una-feminista-que-cambio-la-ciencia-ficcion/

[13] Sobre esta autora: Rafael Lara, https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-1316-2004-07-09.html

[14] Úrsula K. Le Guin, “¿Es necesario el género sexual?”, en Nueva Dimensión, nº. 124, 1980.

[15] Sobre Joanna Russ: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2019/07/15/joanna-russ-la-feminista-que-llevo-a-las-mujeres-a-la-ciencia-ficcion/

[16] Sobre esta autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2017/06/09/el-sr-triptee-una-mujer-fascinante/, 2017.

[17] Sobre esta obra y su autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2020/02/26/mujer-al-borde-del-tiempo/

[18] Marge Piercy, “Visiones utópicas feministas”, https://transversal.at/transversal/0805/piercy/es, 2005.

[19] https://feminismo-cienciaficcion.org/2020/01/25/tepper-una-ecofeminista-en-la-ciencia-ficcion/

[20] No sería justo no dejar constancia de algunas de ellas, aunque lamentablemente ninguna ha sido traducida al español: Pamela Sargent, The shore of woman; Sandi Hall, Wingwomen of Hera; Merril Mushroom, Daughters of Khaton; Elizabeth Vonarburg, In the Mother’s Country; Leona Gom, The Y Chromosome; Octavia E. Butler, Parable of the Sower; Starhawk, The Fifth Sacred Thing; Sybil Claiborne, In The Garden of Dead Cars; Esther Friesner, The Psalms of Herod; Jane Fletcher, The World Celaeno; Louise Marley, The Terrorists of Irustan.

[21] Estas obras citadas se encuentran en español, pero hay muchas otras de interés: Elizabeth Bear, Carnival; Ada Palmer, la serie Terra Ignota; Jennie Melamed, Gather the daughters; Helen Sedgwick, The growing season; Sophie Mackintosh, The water Cure; Joyce Carol Oates, Hazards of time travel; Maggie Shen King, An excess male; entre otras.

[22] Alexandra Alter, “How feminist dystopian fiction is channeling women’s anger and anxiety”, The New York Times, 2018.

[23] Ver por ejemplo Laura L. Ruiz, “¿Y si la ciencia ficción nos salvara del fascismo?”, El Salto, 10.11.2019.

[24] Citado en Anna Pacheco, ‘El cuento de la criada’ y otras historias de ciencia ficción para acabar con el patriarcado, PlayGround, 2017.

[25] Sobre esta obra y su autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2019/08/06/todos-los-pajaros-del-cielo/

[26] Sobre esta obra y su autora: Rafael Lara, https://feminismo-cienciaficcion.org/2019/08/18/el-libro-de-joan-lidia-yuknavitch/

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2020

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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