La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
El Lobo Feroz
Pro-chino con reservas
No sé si esta pandemia afecta a los cerebros. A veces parece que sí: Trump pretendió comprar a una empresa alemana la patente de una vacuna contra el coronavirus que esta última investiga. Eso puede ser afectación cerebral, o esa american-pie de política y negocio que el presidente americano tiene dentro del cráneo. O simple aplicación del principio America First, como anunció al hacerse cargo de la presidencia imperial.
Por otra parte el mismo melón ha decidido no destinar fondos a la Organización Mundial de la Salud por considerarla «chinocéntrica». Justo cuando más fondos necesita la OMS. Una racionalidad que probable y lamentablemente otorgará a los USA el record Guiness de fallecidos por la pandemia.
Las intervenciones de Vox y allegados en España quizá muestren también que el coronavirus puede afectar a cerebros predispuestos.
Parece evidente que la pandemia partió de China, como hubiera podido partir de Canadá. O de algún otro lado donde hubiera o no hubiera laboratorios especializados en virotecnología. Pero el caso es que los chinos han hecho frente a la pandemia con bastante éxito. En tres meses han conseguido reabrir Wuhan. No solo eso: se han dedicado a enviar masivamente mascarillas, respiradores y otros elementos de protección, millones, de forma gratuita, a donde más necesarios eran. Facilitaron a todo el mundo los datos, que obtuvieron los primeros, sobre el genoma del virus. Resultan ser gente muy seria. Como es natural, ya se ha puesto en marcha la campaña mediática contra ellos, con el desgraciado Borrell a la cabeza (¡quién lo iba a decir!; por lo visto, los cargos imponen mucho… al que los ocupa). Veremos cómo tantos tratarán de ocultar los recuentos definitivos de los muertos.
Y ahora caigo en que en la escuela —eurocéntrica, faltaría más, si no Viriatocéntrica— no nos enseñaron nada sobre China. Ni una miajita. Por ejemplo, nada sabíamos del tráfico de plata entre el imperio de Felipe II (España era propiedad suya; de ahí el de) y la China gobernada por los Ming, un estado comercial cerrado, autosuficiente salvo en plata, y tremendamente ordenado. Ni sabíamos que inversores chinos habían financiado la construcción de los ferrocarriles de costa a costa de los norteamericanos. Tampoco sabíamos nada de las guerras del opio, suscitadas por la bendita ocurrencia británica de introducir en China opio de su colonia de Bengala para paliar el déficit comercial con China de una Inglaterra que quería de ella sedas, té y porcelanas. Ignorábamos la contraofensiva imperial china para defender la salud de su población, y su derrota frente a la civilizada armada inglesa de la reina Victoria y los franceses, hace poco más de siglo y medio. Impusieron los Tratados Desiguales que convertían a ese lejano país pacífico y casi siempre bien gobernado y próspero en la colonia y la esclava de todas las naciones. Los ingleses obtuvieron Hong Kong y los portugueses, Macao. Distritos de Shanghai fueron repartidos entre los vencedores. La rebelión Taiping a finales del XIX, la de los bóxers, a principios del XX, y los japoneses de la Segunda Guerra Mundial acabaron de machacar el país antes de perder su guerra. Los colonialistas occidentales ganaron también eso que ahora llaman el relato: ¡en cuántas pelis los fumaderos de opio americanos están llenos de chinos viciosos!
China resucitó con Mao en 1949; a pesar de errores posteriores de éste, prosperó con Chu-en-Lai y se reconvirtió con Deng a un eficiente capitalismo de estado y privado (alguien, creo que con mala uva, ha llamado a eso una NEP eterna). China logró contener su desbordamiento demográfico (lo que no es moco de pavo). No se trata, evidentemente, de un país democrático en el sentido que se da en OOOOccidente a esa palabra cuya función es crecientemente retórica.
Las autoridades y la prensa tratan a China, la principal potencia industrial —no militar— del inmediato futuro, con profunda displicencia y desconfianza, tal vez animadas por los dineros que para ello pone la CIA: no tengáis la menor duda de eso; hasta lo tienen legalizado. Una desconfianza sin duda más merecida por estados como Arabia Saudí, Israel, Polonia, Turquía, o los gobernados por los bolsonaros que siempre brotan en la viña del Señor, o los propios EE.UU., con sus políticas militares de América ante todo (¿recordáis el Deutschland über Alles?), que no resisten comparación con las políticas comerciales chinas de la ruta de la seda, políticas que no amenazan a nadie y para muchos pueblos son una bendición.
De modo que este Lobo se ha sorprendido al despertarse pro-chino. Con reservas, claro, pero pro-chino. El que avisa no es traidor. Ser pro-chino en los años setenta del siglo pasado era estar un poco loco, como Godard; pero no serlo hoy empieza a ser un indicio de desajuste serio.
23 /
4 /
2020