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Miguel Muñiz

Colapso, resiliencia parcial, estado-nación

La realidad del colapso presente, en progresión irreversible, y desigual en impactos sociales, nos sitúa a personas y colectivos conscientes del hecho ante dos necesidades: necesidad de un conocimiento concreto, práctico, riguroso y objetivo, que parta de datos contrastados y que abarque la realidad ecológica, económica, social y política (la cuestión del poder y sus componentes); y necesidad de concreción en propuestas concretas, también prácticas, rigurosas, objetivas, y de resiliencia parcial; pues nada de lo existente quedará igual.

Para que las dos necesidades se concreten es necesario debatir sobre estrategias y conflictos. Tal debate puede desarrollarse desde lo autoorganizado, afín, inmediato y empoderador, o abrirse a la globalidad social, a los ámbitos ajenos, hostiles, que marcan intereses sociales contrapuestos, dictados por los egoísmos.

Determinar la importancia del estado-nación en ese debate es evidente; no sólo porque el estado es un instrumento de imposición y consenso de las clases dominantes, sino también porque el estado-nación es clave para configurar políticas de resiliencia que sean lo más equitativas posible.

Esa importancia del estado-nación no es sentida de la misma manera por las personas y colectivos conscientes del colapso; para ilustrar sobre su importancia propongo una reflexión sobre dos textos contrastados.

Primer texto:

(…) Hoy no luchamos por construir la brillante utopía, sino para evitar las distopías peores. Y sabemos además que hay ciertos factores psicológicos ―como la aversión a la pérdida― que todavía dificultarán más nuestro empeño. ¿De dónde, entonces, el atractivo para la transformación socioecológica necesaria? ¿Cómo proporcionarnos motivación ético-política suficiente, en nuestras sonámbulas e infantilizadas sociedades? ¿A qué podemos recurrir como perspectiva positiva? Diría que sobre todo a estos siete elementos:

1. El amor por los hijos e hijas, las nietas y nietos (y me refiero al amor concreto, no a un abstracto “instinto de supervivencia” humano en cuya solidez sería necio confiar) (…)

2. Libertad real (no nuestro fantasear con ella desde una profunda enajenación), fuera del horizonte de consumismo totalitario que se nos ofrece como única opción: libertad para vivir la propia vida de acuerdo con decisiones y valores personales. Esta libertad real se complica con la igualdad, como he argumentado en otros lugares.

3. Comunidad ―y este vivir en comunidad (en comunidades) resulta esencial para los simios supersociales que somos los seres humanos―. Podemos resumir los dos puntos anteriores en una vida con mucha menos enajenación que las que hoy vivimos, una existencia humana menos alienada.

4. De esa existencia menos alienada formaría parte el trabajo con sentido, que puede convertirse en un placer ―incluso cuando se trata de duro trabajo físico, en el campo por ejemplo― cuando se evita una excesiva parcelización del mismo y la privación de los frutos de ese trabajo. William Morris formuló vívidamente el objetivo de esa recuperación de un trabajo semiartesanal o artesanal no divorciado de la producción de belleza (…).

5. Riqueza en tiempo y en vínculos sociales, capaz de compensar las pérdidas de riqueza material que se seguirán de la renuncia al extractivismo. Por aquí enlazaríamos con
hijos e hijas; ¿no cabría hoy impulsar un movimiento de Madres y Padres Contra el Apocalipsis Climático y la Devastación Ecológico-Social?
(…)

6. Una existencia de resonancia con la vida y conexión con el cosmos. (…)

7. Un nuevo sentido de la vida (vida buena con dignidad humana y tratando bien a la Tierra, reconciliando natura y cultura) que puede proporcionar buenos mimbres para tejer el cesto de la “autorrealización” (vida lograda o cumplida). La sensación de vivir una vida con sentido (incluso si tiene aspectos duros y comprometidos) es una de las motivaciones más fuertes que podemos experimentar los seres humanos (…)  Tendríamos entonces el arte, en ese sentido antropológico muy amplio (que incluiría la religión)… y también la ciencia, como una forma privilegiada de diálogo con la realidad [1].

Segundo texto:

Los sistemas socioculturales no son sistemas aislados y automantenidos. En nuestros días, en que las redes de interacción humana han alcanzado un estatus cosmopolita que abarca la totalidad del planeta, resulta difícil centrar los estudios metabólicos en una realidad nacional. Por ello los estudios transnacionales van ganando reputación dentro de las ciencias sociales como un enfoque adecuado para abordar las nuevas escalas de comprensión sociológica. Sin embargo, a pesar de sus debilidades, una escala nacional sigue siendo cardinal desde el momento en que un buen número de datos esenciales, por ejemplo las estadísticas, se reportan para un ámbito nacional. También conviene no olvidar que, a pesar de la perforación de su soberanía, los Estados continúan jugando el papel de actores determinantes de la regulación social (…). Y por muy precario que se esté volviendo su dominio (…), es a nivel estatal donde se sigue efectuando la operacionalización política de mayor capacidad de aprehensión e influencia en la dinámica de un sistema social.

(…)

La primera conclusión que cabe destacar cuando analizamos la resiliencia de la Revolución cubana es que el régimen político que aguanta en pie tras la caída de la URSS lo hace por acumulación de legitimidad y cierta memoria estructural. En los noventa el proceso revolucionario conserva la mística de haber sido la realización histórica de la nación mambí, del Estado puesto al servicio de los intereses populares, construcción ideológica que ha sido refrendada por hechos tan palpables como un fuerte proceso redistributivo, el acceso universal a servicios públicos o el igualitarismo social. La constelación identitaria Revolución (socialista)-Pueblo-Patria, además de contar con un respaldo material objetivo, ha sido cultivada con esmero por la dirigencia revolucionaria, preocupada por mantener en todo momento una alta densidad políticoideológica alrededor del proyecto. Aunque su método ha pecado de unilateral, paternalista y autoritario, con un alto coste en términos de fertilidad democrática, lo que tiene sin duda consecuencias sistémicas muy negativas de cara al futuro del país, lo cierto es que para finales de los ochenta había generado un consenso social macizo: Si algo permite explicar que tras muchos meses de aguda escasez de todo género no haya surgido un movimiento de oposición antisistema coherente, ello está dado por la propia fuerza política, ideológica y ética del hecho revolucionario (…).

Posteriormente, la dirigencia aprovechó el capital de legitimidad heredado para emprender una profunda transformación del sistema sociometabólico, en el que buena parte del secreto consistió en pasar a la retaguardia y ceder protagonismo a otras lógicas de regulación, como el mercado y la comunidad, manteniendo (de modo excesivamente tenso) el control sobre los resortes estratégicos del poder y procurando conservar cierta sensibilidad igualitaria [2].

Ambos textos son el producto de un trabajo intelectual profundamente honesto. El primero, sobre potenciales estrategias de adaptación al colapso, es de Jorge Riechmann; el segundo es parte de la impresionante investigación de la tesis doctoral de Emilio Santiago Muíño sobre la adaptación de Cuba a una carencia casi total de combustibles fósiles tras la desaparición de la URSS; un fenómeno que suscitó un interés internacional por lo que suponía de fuentes de enseñanza para hacer frente a un colapso.

 

Notas

[1] El colapso no es el fin del mundo: pistas para una reflexión estratégica. Jorge Riechmann. En Jorge Riechmann, Alberto Matarán y Óscar Carpintero (coords.): Para evitar la barbarie. Trayectorias de transición ecosocial y de colapso. Editorial Universidad de Granada, 2018. (pags. 37 a 40).

[2] Opción Cero. Sostenibilidad y socialismo en la Cuba postsoviética: estudio de una transición sistémica ante el declive energético del siglo XXI. Emilio Santiago Muíño. Tesis doctoral – Octubre 2015. (pags. 123 y 336-337) en https://enfantsperdidos.files.wordpress.com/2016/02/tesis-opcic3b3n-cero-version-final.pdf

 

[Miguel Muñiz mantiene la página de divulgación energética.  http://www.sirenovablesnuclearno.org/]


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2019

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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