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Albert Recio Andreu

La tenue línea roja. De economía roja, verde y violeta

Cuaderno de postcrisis: 17

I

El feminismo y el ecologismo han emergido como movimientos con capacidad de movilización y discurso. Ambos contienen un importante componente igualitario, respecto a las desigualdades de género en un caso y respecto a las generaciones futuras en el otro. Ambos contienen importantes dosis de crítica al capitalismo real, a sus efectos; en un caso se denuncian desigualdades salariales, de jornada laboral total, de inadaptación de la vida laboral mercantil al resto de la experiencia vital, etc., y en el otro el impacto de la actividad económica convencional sobre el medio natural. Ambos plantean la necesidad de una importante reorganización de la vida social; aunque esto a menudo no está presente en las reivindicaciones más inmediatas, hay una conciencia creciente de la importancia, por una parte, de que se introduzcan cambios en la organización productiva que articulen de forma distinta la relación entre la vida mercantil y la no mercantil, y, por otra, de que se reorganice el modelo de producción y consumo hacia un marco sostenible. Ambos, al menos en sus versiones más elaboradas, contienen una dimensión universal, incluyen al conjunto de la población mundial, y en bastantes casos —más en el ecologismo— se es consciente de las desigualdades entre los estados y las sociedades que son parte esencial del problema. El crecimiento de la conciencia feminista y ecológica constituye por tanto un avance en la larga tradición igualitaria que ha conseguido alcanzar alguno de los logros más respetables de las sociedades humanas.

Lo llamativo de la coyuntura actual es que el ascenso del igualitarismo violeta y verde coincide en el tiempo con el declive del igualitarismo tradicional, sobre todo de su versión más elaborada, la tradición socialcomunista. Persiste el debate sobre las desigualdades; de hecho, se ha reavivado al calor de la crisis y de la aparición de numerosos estudios que muestran su crecimiento y su relevancia. Lo que no existe es un movimiento social potente, con discurso y propuestas, que plantee en serio una reordenación social. Hoy gran parte del debate sobre la pobreza está en manos de ONG que exigen medidas reformistas y denuncian su situación. Pero lo que ha desaparecido o menguado es un movimiento que base la reducción de la desigualdad en una reorganización social. Es más, las organizaciones sociales que más han encarnado estas demandas —los sindicatos— han dejado de ser reconocidas por muchos sectores al considerarlas organizaciones atadas al modelo dominante y, por tanto, incapacitadas para liderar la lucha contra la desigualdad.

II

Hay numerosos factores que explican tanto el debilitamiento de la línea roja como su dificultad para conectar con las otras dos corrientes. Aunque, como comentaré más tarde, hay también mucha potencialidad y necesidad de que el igualitarismo se apoye en las tres patas.

El apagamiento de la línea roja es en gran parte el resultado de dos procesos sociales simultáneos: de las transformaciones económicas y sociales en los países capitalistas y del fracaso de las experiencias alternativas. Como de ambos temas he escrito en otros cuadernos, me limito a resumir algunas cuestiones. En las sociedades capitalistas desarrolladas se han producido transformaciones importantes y de efectos contradictorios de la base social. Por una parte, la globalización, las reformas laborales y la reorganización empresarial han ampliado el peso de los sectores laborales sujetos a una enorme inseguridad económica, con empleos precarios y salarios muy bajos. “Precariado” o “working poor” son denominaciones nuevas para situaciones que tienen una larga existencia en la historia del capitalismo real. De hecho, el Marx más catastrofista apostaba por que esta iba a ser la tendencia general de la evolución del sistema. Sólo el período del capitalismo de pacto social que se aplicó en algunos países tras la Segunda Guerra Mundial generó la expectativa de que se estaba produciendo una mutación del modelo social, pero la contrarreforma neoliberal ha hecho reaparecer en todo el mundo lo que había sido normal en tiempos pasados y lo que seguía siendo habitual fuera del mundo desarrollado.

Pero, al mismo tiempo, el desarrollo capitalista sigue requiriendo, para su funcionamiento, de una ingente masa de personal técnico, de creación artística, de burocracia intermedia e incluso de trabajadores manuales que no pueden ser sometidos al mismo proceso de degradación contractual. Y lo mismo ocurre en la esfera pública —esencial para el propio funcionamiento del sistema en su conjunto, aunque su modalidad y extensión también dependen de la capacidad que ha tenido la gente corriente, la clase trabajadora, para defender buena parte de las instituciones de bienestar—, donde sigue existiendo una buena masa de empleos aceptables. Si a ello añadimos el impacto socializador del sistema educativo y de los medios de comunicación, es fácil percibir no sólo la existencia de segmentos diferenciados de clase obrera, sino también, especialmente, que las demandas de mucha gente se orientan menos hacia propuestas igualitarias de corte universal y más hacia mejoras en sus posibilidades de carrera individual. El neoliberalismo ha contado con muchos resortes para romper una visión dual de la sociedad y para hacer aparecer la estratificación social como producto del mérito individual.

El fracaso de las experiencias rusa, china y de los diferentes países que han practicado vías alternativas ha aumentado el escepticismo sobre la posibilidad de sustituir el capitalismo por algo mejor, y con ello se ha llevado por delante una buena parte de la elaboración de una propuesta transformadora. Aunque la experiencia de cada uno de estos países es diversa (la economía china es hoy mucho más pujante que la rusa, y el Partido Comunista Chino sigue en el poder), hay en todas ellas un poso de autoritarismo extremo difícil de conjugar con un proyecto social emancipador (un autoritarismo que incide en la vida cotidiana de la gente). Y estas experiencias no consiguen aprobar ni en términos de condiciones laborales, ni de gestión ecológica, ni de género. Quizá porque se partía de sociedades con condiciones inadecuadas, pero también porque la cultura política de sus élites, entre las que persistían muchas reminiscencias de las culturas tradicionales de sus propios países, les ha conducido a practicar políticas inaceptables en muchos campos.

Si bien son estos factores sociales los que explican la pérdida de centralidad del igualitarismo socialista, hay también cuestiones que tienen que ver con las ideas económicas. El feminismo y el ecologismo siempre han contado con la presencia relevante de personas provenientes de la cultura marxista y socialista, y también ha habido mucho trasvase y cooperación entre el activismo de la izquierda tradicional, el feminismo y el ecologismo. Sin embargo, es cierto que los sectores más ortodoxos de la tradición marxista siempre han recelado de estos nuevos movimientos, básicamente porque, tanto en términos de análisis de sistemas económicos como de construcción del espacio social, ambas propuestas generan contradicciones. El patriarcado y el expolio ecológico no son exclusivos del capitalismo. Los campos de batalla se diversifican, y el análisis social se vuelve más complejo. Y todo se complica para quien en lo intelectual o en lo político es partidario de una ortodoxia simplificadora.

Hay, además, una complicación más general que afecta al pensamiento económico alternativo, en especial en lo que atañe a la cuestión ecológica. Todo el pensamiento crítico tradicional, desde Marx hasta los poskeynesianos, acepta el crecimiento económico, el cambio técnico sostenido, la mejora del bienestar como el eje sobre el que debe pivotar la política económica. Y tiene dificultades para pensar en una dinámica económica diferente. Es un problema que no puede eliminarse fácilmente y que complica mucho pensar en cómo hay que transformar la economía.

Entender por qué se ha atenuado el peso de la línea roja, por qué en algunos casos tiene dificultades de encaje con las “nuevas” demandas igualitarias, es esencial para buscar salidas. Pero es importante reconocer no sólo que la activación de la línea roja es esencial para reforzar las otras dos, sino también que puede aportar mucho en la construcción de una alternativa real al capitalismo, en el desarrollo de una organización social poscapitalista capaz de superar las lacerantes desigualdades de clase y género y de hacerlas respetuosas con el marco natural.

III

Ni las demandas feministas ni el abordaje de los principales problemas ecológicos tienen solución en el marco del capitalismo actual.

La igualdad entre hombres y mujeres no es sólo una cuestión “cultural”. Muchas de las tensiones nacen entre una lógica empresarial organizada alrededor del beneficio, y que demanda a las personas una sumisión vital al proyecto competitivo, y una lógica de los cuidados y de la sociabilidad que apunta en un sentido opuesto. La dinámica del capitalismo impone una segmentación de las condiciones laborales que siempre requiere una base de gente fácilmente explotable, la cual explica la situación de “suelo pegajoso” que caracteriza en todo el mundo a una parte importante del empleo femenino. Un espacio donde son evidentes las conexiones entre lo rojo y lo violeta.

Asimismo, es evidente que los problemas ambientales están directamente asociados a las políticas de acumulación de muchos de los grandes grupos empresariales. Cualquier giro ambientalista afecta a los intereses nucleares de las empresas del Fortune 500 o el Ibex 35: energéticas, mineras, químicas, automovilísticas, etc. Más aún, parece imposible que una gestión económica responsable con los requerimientos de los ciclos naturales pueda garantizar las tasas de rentabilidad predatorias del sector financiero. Una reorientación ecológica de la sociedad afecta no sólo a intereses capitalistas específicos —que, como ya experimentamos, están desarrollado una resistencia criminal al cambio—, sino al funcionamiento del capitalismo en su conjunto. Y aunque una propuesta de “New Deal ecológico” parece una buena opción a corto plazo, a largo y medio plazo un horizonte de decrecimiento o estabilización es inevitable y obliga a un cambio en la lógica de organización de la economía. Es también evidente que cualquier estrategia ecológica sensata tiene que tener un planteamiento universal: tanto por el hecho de la naturaleza global de muchos ciclos naturales como por el hecho de cualquier proyecto de economía sostenible, sólo será viable si garantiza condiciones de vida aceptable a escala planetaria (al contrario, el ecologismo para países ricos es la mejor estrategia para que en la periferia proliferen los partidarios del crecimiento sin miramientos).

El reforzamiento del hilo “rojo” no sólo refuerza las dinámicas de los hilos “verdes” y “violetas”, sino que también puede aportar un tipo de reflexión del que a menudo carecen sus compañeros de viaje. No tanto en la versión más simplona de que el capitalismo es incompatible con cualquier proyecto igualitario —algo que es más una verdad de Perogrullo que una vía de cambio—, cuanto en aspectos más reflexivos de los que se pueden derivar directrices de acción. Por una parte, sobre el papel de mecanismos de planificación y gestión pública que van a ser necesarios para ayudar a una transición ecológica y social seria. Por otra, sobre el papel de las instituciones, especialmente de la empresa capitalista, en la generación de costes sociales y lógicas de acción. O sea, sobre el papel de pensar la macro y la microeconomía del cambio. No para repetir viejos esquemas, del estilo planificación central, sino para resituarlos tras las experiencias frustrantes.

Hay dos terrenos en que me parece que hay que trabajar duro, pero donde es necesario y fructífero avanzar. El primero es el de la planificación y la acción pública. Si bien es evidente la imposibilidad de planificar centralmente toda la actividad económica, es en cambio obvio que se pueden encontrar muchos buenos resultados de planificaciones parciales (que tengan en cuenta sus efectos secundarios). De modelos que en parte practican las grandes empresas privadas, y de experiencias presentes y pasadas de la socialdemocracia y el “comunismo burocrático”. (Hay mucho que aprender de la forma en que China y Corea han conseguido que empresas como Huawei o Samsung sean hoy punteras en tecnología digital, no para hacer lo mismo sino para ver como una intervención pública puede ser crucial para encaminar la actividad hacia otra dirección.) Cambiar la orientación de la actividad económica requiere tomar en consideración sus efectos directos e indirectos, y ahí son cruciales la intervención pública, el debate democrático y la acción organizada.

El otro terreno es el de la empresa como institución. Hay una larga crítica de la empresa privada por su carácter autoritario y por su limitado horizonte de objetivos (aunque posiblemente aquí radique su fuerza: casi siempre está claro quién manda y toda la acción se organiza sobre el único objetivo de los beneficios). Hay también una larga evidencia sobre la dificultad de transformación de la empresa individual cuando su línea de actividad colapsa. En el capitalismo, la innovación y el cambio estructural tienen lugar en el marco de un proceso global en que los perdedores desaparecen, se destruye empleo y se genera una enorme incertidumbre.

Cualquier proyecto igualitario exige un modelo institucional menos autoritario, menos centrado en un solo objetivo y un proceso de ajuste menos brutal. De lo primero (autoritarismo y orientación al beneficio) se puede extraer mucha experiencia del funcionamiento de instituciones públicas, cooperativas y organizaciones no lucrativas. Lo segundo es donde es más necesario repensar a la vez el tipo de organización más adecuada (las cooperativas convencionales padecen los mismos problemas que las empresas; cuando colapsa su línea de actividad, quiebran igual que las empresas privadas, como se puso de manifiesto en el caso de Fagor Electrodomésticos). Es un tema crucial si el objetivo es avanzar en una línea de decrecimiento y ajuste ecológico. Hay que diseñar un modelo de organización más flexible que la empresa privada y una red de políticas públicas que favorezcan esta flexibilidad (una red basada en políticas de rentas y de soportes al cambio, en la línea sugerida por Schweickart).

IV

Ecologismo y feminismo no son competidores. Refuerzan la densidad de las demandas igualitarias tradicionales, indican la necesidad de replantear el proyecto en una orientación diferente de la original; todo ello cuando el éxito del progreso convencional amenaza con conducirnos a la barbarie, cuando la crisis ecológica es ya una amenaza real, como ha reconocido la misma ONU, cuando crecen de nuevo las demandas de igualdad, pero cuando existen también poderosas resistencias por parte de los poderosos y, en demasiadas ocasiones, con el apoyo de personas que simplemente están aterrorizadas por los cambios que puedan venir.

La urgencia de la situación exige reforzar el tercer hilo. Exige aportar la reflexión de años de pensamiento crítico a la construcción de un horizonte mental y un plan de acción que ayude al tránsito desde una sociedad de castas económicas, generadora de desigualdades y de un posible colapso ambiental, hacia un modelo de sociedad donde todo el mundo conviva dignamente y se garantice la existencia a las generaciones futuras y al resto de vida natural.

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2019

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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