La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
¿Milagro o espejismo?
Cuaderno postcrisis: 16
I
En tiempos electorales las cifras económicas se convierten en elementos de propaganda, en uno u otro sentido. Y ya se sabe, la propaganda es enemiga del análisis. Pablo Casado, este “hooligan” de la derecha, ya ha lanzado la primera andanada recordando que su partido ha liderado una política que ha generado “dos milagros” económicos, refiriéndose a los periodos de crecimiento, el de 1995-2008 (aunque Aznar acabó su mandato en 2004) y el de 2014-2018. Pedro Sánchez no puede presumir tanto, debido a su breve mandato, aunque exhibe también las cifras de empleo que son, en términos muy generales, buenas.
No hay mucho que hablar del primer “milagro”. Los análisis de la crisis pusieron en evidencia que el modelo se había basado en el binomio construcción- turismo (y recalentado por los faraónicos planes de inversión en infraestructuras), alimentado por la enorme capacidad de endeudamiento que facilitaron los mercados internacionales de capitales. El final del milagro es conocido: una fuerte crisis de endeudamiento privado, un abrupto parón de la actividad constructiva, que arrastró a otros muchos sectores productivos, paro masivo, la crisis de las hipotecas y los desahucios, la crisis bancaria que dio lugar a un costoso salvamento público… Más que un milagro fue una ensoñación que acabó en pesadilla. Una pesadilla que millones de personas siguen soportando en diferentes formas de pobreza. El segundo “milagro” tiene bastante de espejismo si nos atenemos al análisis de la desigualdad. Pero para situarnos mejor conviene analizar más en detalle en qué ha consistido la última fase de crecimiento.
II
Si algo caracteriza a la economía española de las últimas décadas es su enorme volatilidad. En las fases de expansión crea más empleo que ninguna otra en Europa; en las fases recesivas es la líder en la destrucción de empleo. Parte de ello se debe a la enorme flexibilidad del mercado laboral propiciada por una legislación que facilita los ajustes (contratos temporales, facilidades para el despido improcedente…). Pero esta volatilidad se debe sobre todo a la elevada especialización sectorial en ámbitos como la construcción, que experimenta un elevado nivel de fluctuación a lo largo del ciclo. En tanto persista la misma estructura laboral y sectorial, hay que esperar que la economía española siga manteniendo un alto grado de volatilidad a lo largo del ciclo económico.
Analizar la influencia de las acciones políticas sobre la marcha de la economía es siempre complejo. En economías capitalistas abiertas al exterior hay muchos factores que influyen y siempre es difícil saber qué parte del resultado obedece a cada elemento. Los métodos econométricos utilizados para la evaluación son a menudo discutibles: los datos de partida no siempre están disponibles o son los adecuados, los modelos utilizados tienen sesgos diversos y suelen ignorar elementos esenciales de la realidad, y como a menudo lo que se busca es un resultado publicable, suele haber mucha “cocina” para adaptar los datos a las hipótesis. Son loables los intentos de mejora de las técnicas, pero no se puede decir que se haya alcanzado una forma satisfactoria de solventar la cuestión. Por ejemplo, los modelos econométricos que usan las grandes instituciones fueron completamente incapaces de pronosticar la crisis de 2008, básicamente porque su diseño olvidaba variables y procesos que se mostraron esenciales para entender la dinámica económica. Elementos que sí tomaban en consideración un puñado de economistas heterodoxos cuyos modelos avisaban de la catástrofe. Pero, como comenta irónicamente James K. Galbraith, para las élites de la profesión los heterodoxos son “nadie”, y por eso afirmaron que “Nadie podía haber previsto la crisis”.
Reconociendo esta dificultad, podemos tratar de ver qué hizo el Partido Popular para generar el milagro. Y, alternativamente, qué otras fuerzas pueden explicarlo. Las políticas anticrisis del Partido Popular fueron básicamente los recortes brutales del gasto público, una reforma laboral justificada como medio para provocar una devaluación (bajada) salarial con el objetivo de mejorar la competitividad exterior, el salvamento de la banca, y algunas políticas “industriales” a las que luego me referiré.
El impacto de la primera medida es evidente: en dos años (2012 y 2013) se destruyeron 1,2 millones de empleos (del orden de 600.000 al año). En los cinco años posteriores se han creado 2,61 millones de empleos, con un ritmo inferior de creación que el de destrucción precedente. En términos netos de todo el período el balance es más modesto, aunque no despreciable (contando que parte de 2018 ha tenido un Gobierno del PSOE): entre 2012 y 2018 se han creado 1,41 millones de empleos netos. Otra cosa son sus condiciones, con una fuerte recuperación del empleo temporal (mucha parte de muy corta duración), de empleo a tiempo parcial, y de bajos salarios.
Podría argumentarse que lo que ha impuesto el PP es una devaluación salarial exitosa. Es decir, que gracias a que han empeorado los salarios, se ha creado empleo para más gente. Y gracias a esta caída salarial, las empresas españolas han podido bajar precios y han sido más competitivas, y han mejorado su posición en el mercado mundial. Cuando se analizan los datos, las cosas resultan más que discutibles. La caída salarial ha existido, pero ésta no se ha traducido en una bajada de precios, sino en un aumento de los márgenes empresariales. O sea no hay pistas que induzcan a pensar que ha tenido lugar esta competitividad vía precios. En cambio, resulta evidente que ha aumentado la parte del pastel que va a beneficios, y se ha hundido la que va a salarios. Lo explican en un brillante artículo Ignacio Alvarez, Jorge Uxó y Eladio Febrero (International devaluation in a wage-led economy: the case of Spain. Cambridge Journal of Economics, 2018, 1-26).
Lo que realmente ha sucedido es que la economía española se ha beneficiado de un “viento de cola” favorable en diversos aspectos. De una parte, una economía altamente endeudada se ha visto favorecida por la caída de los tipos de interés propiciada por las políticas del Banco Central Europeo. Las grandes empresas han tenido que soportar costes financieros más bajos (la renegociación de deuda ha pasado a formar parte de su actividad habitual), y además han podido reducir deuda en parte vendiendo activos (o sea perdiendo oportunidades de negocio) y endosando parte de la deuda al sector público. En segundo lugar, el bajo coste del petróleo. Al tratarse de un producto que directa o indirectamente participa de todas las actividades económicas, su abaratamiento tiene un efecto importante. Además al tratarse del principal producto de importación, la caída del precio mejora la posición internacional del conjunto de la economía, de la balanza de pagos. Y, en tercer lugar, se ha producido una nueva oleada de llegada de turistas, en parte debido a la enorme oferta hotelera del país, al impulso dado al turismo por los viajes aéreos “low cost”, a la situación política del Mediterráneo, que desvía turistas apocados de otros destinos y, finalmente, debido también a que la devaluación del euro al inicio del período permitió una cierta mejora de la competitividad. El resultado de todo ello fue un cierto impulso económico que una vez iniciado se refuerza a través de los mecanismos bien explicados por los economistas post-keynesianos y que en parte ya intuyó Marx. En una economía deprimida, un aumento de la demanda y el empleo en un sector (pongamos el turismo) se convierte en mayor consumo, y éste alimenta más empleo y más inversiones, y así se mantiene la dinámica durante un tiempo. Es también posible que la mejora en los costes del endeudamiento, debido a la política monetaria heterodoxa practicada por el BCE, hayan permitido una cierta alegría en la inversión y la actividad económica, tal como explica Steve Keen.
Pero estos han sido vientos transitorios, que cuando dejen de soplar pueden generar el efecto contrario. Y es que, en todo este tiempo de “bonanza”, no se han puesto las bases de transformación estructural de la economía. De hecho, el PP no llevó a cabo casi ningún tipo de política de transformación. Las pocas políticas que realizó con ahínco estaban más bien diseñadas para reforzar el viejo modelo: Planes Renove para reforzar las ventas de coches y, sobre todo, políticas en apoyo de la actividad inmobiliaria: permisos de residencia para compradores de casas, instauración de las Socimis, cambios en la ley de costas para ampliar el espacio edificable, modificación de la ley de alquileres…. Duros recortes en políticas de investigación, de formación de personas en paro, de educación. Y cercenó el desarrollo de las energías renovables para defender los intereses de las grandes compañías energéticas. Es decir, ninguna orientación seria de ayudar a transformar las bases materiales de la actividad económica.
Es impredecible saber cuándo acabará la buena racha, aunque los informes económicos oficiales apuntan a una ralentización de la actividad económica europea, que podría ser el inicio de una nueva fase de problemas graves. Lo que sí parece claro es que cualquier cambio en las variables que han impulsado esta fase de crecimiento puede tener efectos nefastos para el funcionamiento “normal” de la Economía española. Y el presunto “milagro” puede dar paso a una nueva pesadilla.
III
En diez años no ha habido ninguna reflexión profunda ni ningún planteamiento político serio de cómo reconducir nuestro modelo económico. A lo sumo, ha habido conciencia de alguno de los más graves costes del mismo en clave social (desigualdad) y ambiental. Por no haber, ni siquiera se ha producido un planteamiento serio de pensar cómo evolucionarán los sectores convencionales. Un ejemplo lo tenemos en la industria automovilística, una de las protagonistas de la fase expansiva. Una industria totalmente dependiente de los grandes grupos mundiales, y que ahora está amenazada por la crisis del diésel y el cambio de modelos, que pueden dejar alguna de las plantas sin carga de trabajo. Cuando es cada vez más obvia la necesidad de un cambio en las formas de la movilidad, seguir confiando que las multinacionales mantendrán el nivel de actividad en las plantas españolas es una inconsciencia.
No hacen falta milagros (casi siempre escasos, cuando no meras ensoñaciones). Lo que se requiere es considerar, de una vez por todas, la necesidad de reconducir el modelo de producción y consumo a la luz de los problemas ambientales y sociales. Pensando también en las restricciones que impone el entorno internacional. Y eso supone pensar las políticas en toda su complejidad y extensión. Hemos perdido una década, en la que mucha gente ha sufrido mucho. Por esto es urgente generar un debate social y unas iniciativas que impulsen el cambio. Y, también para ello, hace falta alterar el clima político.
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2019