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Miguel Muñiz

«Cumbre del clima» en Polonia

Desde la COP 7, celebrada en 2001 en Marrakech, realizar un informe sobre el desarrollo de las COPs debería formar parte de ejercicios prácticos (y remunerados) de redacción para aspirantes a profesionales del periodismo. El desafío que supone repetir, evento tras evento y repitiéndose lo menos posible, el mismo guion, las mismas valoraciones de partida, el mismo falso suspense final, el mismo desenlace, el mismo alud de aburridas matizaciones y el empalagoso tono con el que “vender” la catástrofe de manera digerible, es toda una prueba para cualquier aspirante a trabajar de vocero al servicio del poder.

En 2001 se dio el paso decisivo hacia la “flexibilización”, se decidió eliminar la cuota mínima que cada país debía cumplir, se generalizaron los “sumideros” (el término suena a época remota), se diluyeron los mecanismos de compensación y se formalizaron los detalles del comercio de emisiones, es decir, desaparecieron las últimas posibilidades de que el discurso para “frenar” el cambio climático pasase de las palabras a los hechos. Año tras año, a medida que los pronósticos sombríos se iban haciendo realidad, el lenguaje fue normalizando el desastre, se pasó del “frenar” al “combatir”, luego al “mitigar” y luego al “adaptar”; los objetivos se fueron diluyendo, se pasó de las toneladas equivalentes de CO2, a las concentraciones en partes por millón, y de concentraciones a límites de aumento de la temperatura global; se desplegó la mecánica para hacer digerible lo que se sabía inevitable, porque los privilegios de los que mandan no se tocan por mucho informe científico que demuestre su irracionalidad.

Afortunadamente, ni las especies animales y vegetales, ni las sociedades más afectadas por el cambio climático tendrán noticia de todo lo NO acontecido en las 17 reuniones de la COP desarrolladas en los últimos 17 años; las primeras por razones obvias, las segundas por su condición de excluidas del discurso global. Afortunadamente, no conocerán la evolución de un proceso originado en la codicia sin límites de unas élites que manipulan las ambiciones, los deseos, el egoísmo y la mezquindad de las clases acomodadas de todo el mundo; no sabrán nada de los ímprobos “esfuerzos” dialécticos de políticos, abogados, periodistas, influencers, medioambientalistas, creadores de opinión, analistas, representantes de ONG, expertos y toda la variopinta “fauna” humana que se mueve en torno al espectáculo de la catástrofe; de cómo se dedican a debatir, afinar y “metrizar” los infinitos matices del negro. Las especies y las sociedades afectadas son afortunadas dentro de la tragedia, porque como no cuentan nada, no pintan nada y no significan nada, no tendrán que soportar, además, la humillación de que les expliquen en lenguaje políticamente correcto, lo mucho que todas y todos sienten que su sufrimiento y su destrucción sea “inevitable”.

En Polonia, el guion oficial de las COP, el lenguaje políticamente correcto avalado por 26 años de “celebraciones”, es ya tan monótono, lleno de tópicos y reiterativo que ni merece la pena dedicar un minuto a analizarlo. Alguien habrá, y (ojalá) cobrando por ello, que lo haga. De ahí la propuesta inicial de esta nota: por lo menos que algún / alguna precario / precaria, cobre algo por la aplicación creativa del “recorta y pega”.

Hasta la COP 25, diciembre de 2019, en Chile…, si se “celebra”.

 

[Miguel Muñiz Gutiérrez es miembro del Col·lectiu 2020 LLIURE DE NUCLEARS, y del Moviment Ibèric Antinuclear a Catalunya. Mantiene la página de divulgación energética www.sirenovablesnuclearno.org]

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2018

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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