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Miguel Muñiz

Los límites del movimiento ecologista

Con la correlación de poder existente es perfectamente imaginable una “patada adelante” que garantice los niveles de vida deseados a una parte minoritaria y privilegiada, a costa de la desposesión de amplios sectores de población. […]

[…] exponer la crudeza de estos datos y exigir que sea la prioridad de las agendas políticas es tildado, con frecuencia, de catastrofista.

Es un error garrafal confundir la consciencia de los datos con la catástrofe. Los datos son datos y es absurdo rebelarse contra ellos. La catástrofe es que COP tras COP se constate que vamos al colapso y los resultados sean irrelevantes.

La catástrofe es no hacer nada. Nadie llama a su doctora catastrofista cuando le diagnostica un tumor. Más bien, afronta el proceso de curación, reorientando todo hacia la prioridad de conservar la vida. Eso es lo que toca ahora. Esa la tarea política más importante, heroica y hermosa que tenemos por delante.

YAYO HERRERO, «La catástrofe es no hacer nada«

 

Ahora son los “mercados” (no sin la connivencia o, incluso, el respaldo y el patrocinio tácito o explícito de los impotentes y desventurados Gobiernos estatales) los que han usurpado la primera y la última palabra a la hora de negociar la línea que separa lo realista de lo poco realista. Y los “mercados” son un nombre abreviado para designar a fuerzas anónimas, sin rostro ni domicilio fijo: fuerzas que nadie ha elegido y que nadie es capaz de limitar, controlar o guiar.

ZYGMUNT BAUMAN y LEÓNIDAS DONSKIS, Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida

 

Base social y activismo ecologista

Este texto continúa el análisis comenzado en “Apuntes sobre el eje verde que se desvanece”, donde se abordaba la ausencia del conflicto ambiental en la agenda de movilización social vigente; partiendo de Albert Recio [1], el análisis se inscribe en la reflexión de Pablo Massachs sobre potencialidades y limitaciones de las TIC en el movimiento ecologista organizado [2].

Se trata de ir más allá de la gastada expresión «la gente», un lugar común entre ecologistas a la hora de decidir qué se hace y cómo se hace lo decidido; ya se sabe, “la gente” no quiere informaciones pesimistas, “la gente” no tiene tiempo para leer documentos largos o complejos, “la gente” quiere cosas sencillas, positivas y concretas…; esa “gente” que justifica cualquier actividad de protesta sin mayor reflexión de fondo, actividad que, en muchos casos, responde a intereses de los que “la gente” no tiene ni idea. Para superar la falacia de “la gente” se apuntan cuatro líneas: la evolución histórica del movimiento ecologista, una aproximación a la estructura social en que se inscribe su acción, su enlace desde esa estructura a la función paliativa que cumple hoy por hoy, y un esbozo de perspectivas para afrontar las limitaciones con que interviene/intervenimos.

El movimiento ecologista ha cambiado (y mucho) desde sus inicios hasta hoy

Aunque la Cumbre de la Tierra (Estocolmo 1972) se considera la referencia inicial del movimiento, ese acontecimiento representa la eclosión de un trabajo que comienza a pocos años del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando algunos núcleos de científicos y técnicos empiezan a tomar conciencia del binomio producción-destrucción vinculado al desarrollo industrial. Un trabajo que cristaliza en libros como Primavera silenciosa (Rachel Carson, 1963), en documentos como Los límites del crecimiento (informe del MIT al Club de Roma, 1971) o en iniciativas como el simposio “El papel del hombre en los cambios de la faz de la Tierra” (Estados Unidos, 1955), por poner algunos ejemplos. En el campo de la energía, se vinculan el pacifismo y el movimiento contra la energía nuclear, por la relación entre nuclearización militar y civil.

Leídos desde la perspectiva de hoy, la reflexión y denuncia de esa primera etapa sobre los impactos que industrialización y desarrollo provocan en ecosistemas renovables y recursos no renovables (extracción hasta el agotamiento en una lógica implacable del lucro), sorprende por su lucidez y radicalidad (mi favorito es el segundo informe al Club de Roma de Mesarovic y Pestel, La humanidad en la encrucijada), forman parte de la denuncia del capitalismo, aunque el marco de la Guerra Fría hizo imposible una confluencia con las izquierdas por causas que merecen un estudio propio.

Lo significativo, siguiendo a Naredo [3], es que se puede establecer la línea de fractura en la evolución del movimiento ecologista a partir del inicio de los años ochenta (no por casualidad es el período en que la doctrina neoliberal pasa de «run-run» académico a imposición política agresiva). La fractura se concreta en la reducción del rigor y la concreción en las investigaciones, y en el nivel de exigencia de las alternativas; y se concreta, finalmente, en la institucionalización de la crisis ecológica que representa la Cumbre de Río de 1992.

En Estocolmo 1972 se concretó el avance en la consciencia ambiental iniciado en los años cincuenta, en Río 1992 se levantó acta del retroceso iniciado en los años ochenta.

Naredo demuestra esa fractura con el contraste entre documentos publicados con anterioridad a los años ochenta y todo lo que se redacta después. Los años setenta plantean diagnósticos contundentes, cuantifican, y fijan objetivos en leyes y medidas concretas a aplicar por fuerzas políticas, instituciones, y el Estado, para llegar a unos cambios que se consideran urgentes [4]. En cambio, a partir de los ochenta, y especialmente después de 1992, los objetivos pierden concreción; aparecen las planificaciones indicativas, leyes y reglamentos vinculantes son sustituidos por acuerdos voluntarios redactados por empresas implicadas en la devastación ambiental; y las fuerzas que han de actuar se limitan a la difusa “sociedad civil” (de la que forman parte tanto los que obtienen lucro de la devastación ambiental, como los que sufren las consecuencias de la misma), las ONG y, en algunos ámbitos, las entidades municipales (hay que recordar el papel tan inútil como cosmético de las llamadas “Agendas 21” institucionalizadas en Río 92). En conjunto, se pasa de determinar quiénes son los responsables a proclamar que “todos somos responsables” [5]. Una primera aproximación a la vaciedad del concepto “la gente” se deduce de este recorrido histórico.

Las personas que nos dedicamos al activismo voluntario compartimos una experiencia de esta dinámica: mientras el tratamiento de un conflicto ambiental se limita a la denuncia y alternativa genéricas, se disfruta de un consenso social y político elevado (recordemos, por ejemplo, la aceptación casi universal de las energías renovables como alternativas al modelo fósil y nuclear); pero cuando el conflicto pasa de enunciar la “problemática” a abordar la “resulótica”, lo que implica medidas concretas, delimitación de responsabilidades, afectación de intereses, inversiones económicas y cambios en las pautas de vida y consumo de sectores sociales concretos, la ausencia de políticas concretas hace que el consenso inicial se desvanezca, y el NIMBY (o SPAN) aparece en múltiples formas [6].

El movimiento ecologista se ha desarrollado, sobre todo, en países del Primer Mundo [7]. Cuando las políticas neoliberales impusieron sus cambios sociales, la adaptación de las ONG ecologistas se desarrolló en paralelo a la reducción y fragmentación de las clases trabajadoras (resultado de la externalización de la producción material), y al hundimiento del movimiento político y social articulado en torno a ellas; el movimiento ecologista se adaptó sin dificultades al individualismo, el discurso «post», el particularismo, la sustitución del análisis en clave conflicto por el análisis en clave «problema», el papel del “activismo virtual”, etc. [8].

Esta adaptación es común a la mayoría del «ONGismo», y no se puede separar de la codificación de una función paliativa que ha llevado a la creación del llamado Tercer Sector, en el que, sin embargo, las organizaciones ecologistas no acaban de conseguir reconocimiento institucional, precisamente por las características del conflicto que abordan, que no puede reducirse a la atención individual de casos desde la propia ONG [9].

Base social, conflictos y ecologismo banal

En el Primer Mundo existe una tolerancia de las élites hacia la contestación que provocan la devastación ambiental y las crecientes desigualdades sociales. En otras áreas geopolíticas del mundo, afectadas por el expolio masivo, la perturbación que provoca la actividad de personas afectadas/concienciadas por conflictos ambientales y sociales se resuelve con represión y violencia directa [10], pero en el Primer Mundo las cosas no son tan sencillas, como muestra una revisión de los tipos de conflictos ambientales y su vinculación con la base social afectada.

Tomemos el reconocimiento universal de la llamada “pobreza energética”, compartido tanto por las organizaciones del Tercer Sector como por cónclaves internacionales de representantes de los que mandan, como ejemplo; es un caso de manual del tratamiento paliativo de las desigualdades en sociedades del Primer Mundo. Se asume la existencia de un precariado sin relación con la situación laboral, cuya cantidad (y calidad) cambia en función de la variable del consumo que se aborda, como una realidad que está aquí para quedarse. La atención paliativa a una fracción de ese precariado, desde ONG del Tercer Sector que actúan de mediadoras con las empresas y las administraciones, se publicita como solución a una “pobreza energética” que goza de omnipresencia publicitaria [11].

Esto constituye una segunda aproximación a la vaciedad del concepto “gente”. No se actúa sobre “la gente”, sino sobre unos grupos sociales formados por precarios, que incluyen a gran parte de las personas paradas (unos 4,4 millones en 2016 sobre 22,8 millones de personas activas), y también a una parte de los 18,3 millones de personas consideradas ocupadas, habida cuenta que en dicha categoría estadística, “se consideran personas ocupadas o personas con empleo, a todas aquellas de 16 y más años que durante la semana de referencia han trabajado al menos una hora a cambio de una retribución (salario, jornal, beneficio empresarial) en dinero o en especie” [12].

Sobre estas desigualdades crecientes, en la que parte de la población con derechos ciudadanos subsiste en la marginación, se despliega un activismo ecologista dirigido a “todas las personas”. Pero eso no es así ni en el propio campo; para valorar el apoyo social de que el ecologismo dispone hay que analizar dos tipos básicos de conflicto ecológico y la forma en que participan en ellos las organizaciones ecologistas consolidadas, es decir, aquellas que están registradas legalmente, tienen personas asociadas y cotizantes, personas que trabajan en ellas de manera remunerada junto a otras que lo hacen de manera voluntaria, disponen de un mínimo de infraestructura logística (sede o local, proyección en la red, etc.), presencia en la sociedad, y relaciones formales con medios de información, instituciones políticas y culturales.

Los conflictos ambientales más numerosos, que son los menos visibles en los medios, afectan a impactos de tipo concreto y local; son impactos fácilmente perceptibles en la sociedad o el territorio afectado. Relacionados casi siempre con proyectos de infraestructuras sobre espacios no urbanizados, o actuaciones que alteran espacios considerados estables (proyectos de nuevo urbanismo o de remodelación, vías de transporte, explotaciones mineras o infraestructuras energéticas). Son conflictos que, si cristalizan, provocan una movilización amplia y directa, porque al ser fácilmente visibles su denuncia es fácilmente gestionable (explicable y asumible por la sociedad afectada en términos de sentimientos agredidos de pertenencia o identidad o de prioridad del afán de lucro a costa del entorno) y, además, como afectan a comunidades concretas, ofrecen múltiples vías de participación social creativa.

En estos conflictos, la cantidad y la heterogeneidad de personas afectadas/concienciadas/movilizadas determina la respuesta desde el poder (sea el de empresa/s implicada/s o el de la mediación política institucional): La respuesta va desde políticas persuasivas basadas en la imagen, para prevenir la cristalización del conflicto, hasta el fomento de la división en la comunidad afectada (contando con el papel activo de los medios de información); habitualmente se invoca el “desarrollo”, el “trabajo”, la “riqueza” o las “oportunidades” que supondrá la realización del proyecto previsto; y no hay que descartar la compra directa o cooptación desde el poder de personas claves en la movilización para neutralizarlas o, en el extremo opuesto, maniobras de presión y acoso sobre ellas.

El papel de las organizaciones ecologistas consolidadas en este tipo de conflictos es variable: dependiendo de si su ámbito es global, local o regional, pueden mantenerse al margen o asumir protagonismo; o dar apoyo al colectivo ciudadano que impulsa la movilización aportando logística, medios de difusión, asesoramiento técnico o legal; o desarrollar funciones de interlocutor con el poder empresarial o político implicado.

Será la forma en que se resuelva el conflicto la que determinará la relación entre las organizaciones ecologistas consolidadas (que se impliquen, o no) y la base social afectada, el resultado puede llevar a una situación de incremento o reducción, del prestigio, del número de personas asociadas, del peso político como referente, etc.; las variables, como es fácil de imaginar, son muchas, y no se pueden homogeneizar en términos de “gente”.

Pero es en los conflictos ambientales globales donde el papel paliativo de las organizaciones ecologistas consolidadas se revela clave para la gestión correcta por parte de los responsables. Los conflictos globales están provocados por impactos que no son directamente perceptibles, que afectan el aire, el agua, el suelo o el subsuelo; que implican energía y residuos, que afectan la biodiversidad a niveles regionales o planetarios, o a espacios remotos, a ecosistemas completos o a especies consideradas exóticas; que llegan a amplias capas sociales del Primer Mundo a través de los medios, porque su envergadura, lejanía e importancia, pese a no ser directamente visibles, les hace aparecer con frecuencia en los medios.

Esa presencia del conflicto en los medios provoca una necesidad de respuesta social en una parte de las personas informadas (y su complemento de resignación en otra parte). Para ese sector concienciado se pone en marcha la dinámica circular de las respuestas paliativas. La información sobre la gravedad del “problema” incentiva la necesidad de “hacer algo”, las organizaciones ecologistas consolidadas canalizan esa necesidad; una necesidad que, forzosamente, debe obtener un resultado positivo (parcial o total) para que el círculo que comienza con la información no concluya en frustración, lo que devaluaría el papel mediador de la organización implicada. En este proceso circular las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) juegan un papel clave.

Dos puntos más.

  • Los conflictos ambientales globales implican actividades productivo-destructivas a gran escala (de extracción de recursos y vertidos de residuos), implican grandes empresas o grupos financieros, grandes movimientos de capital, y la participación de gobiernos nacionales e instituciones internacionales, etc. Por su envergadura se trata de conflictos en los que es muy difícil incidir realmente, y en los que también es muy difícil comprobar si la incidencia (real o virtual) obtiene resultados. La complejidad y amplitud del conflicto dificulta la percepción de éxito o fracaso; todo es confuso.
  • Adquirir conciencia de un conflicto cuyas causas no son perceptibles directamente (dioxinas, nitratos, radiaciones ionizantes, partículas en el aire, emisiones de gases de efecto invernadero, vertidos masivos en áreas lejanas, expoliación o extinciones de especies, etc.), y cuyas consecuencias se producen en entornos alejados del lugar donde se generan las causas, requiere formación, curiosidad activa y conciencia de la utilidad de lo que se hace. La “gente” en este caso es un grupo social distinto, que vive en su mayoría en ciudades o urbanizaciones residenciales, con formación y tiempo disponible para que su conciencia se traduzca en actividad. Aquí entran en juego las TIC.

Las personas que éramos activistas en los años ochenta recordamos las campañas de tarjetas postales de Greenpeace; se enviaban a personas con poder político o a presidentes de empresas, con una petición concreta o genérica. Su eficacia oscilaba entre discutible y nula, pero mostraban una capacidad logística que reforzaba la sensación de que “se hacía algo”. Las TIC han generalizado las peticiones, ampliando su alcance, potenciado la difusión y reduciendo la logística al mínimo. Han supuesto el impulso definitivo al ecologismo banal y al activismo virtual, aquel que pasa del conflicto al problema, del objetivo definido al hacer algo. El que da prioridad al bienestar anímico de la persona que actúa sobre la eficacia de la actividad, lo que impone la necesidad de publicitar un cierto éxito por encima del conocimiento riguroso del estado del conflicto sobre el que se pide actuar.

Las TIC sustituyen la comunicación y la acción. Su campo es tan enorme como banal: se calcula que en los tres últimos meses de 2016, 29 millones de personas entre 16 y 74 años (un 84,6% de la población de España) han usado internet desde dispositivos móviles u ordenadores personales par diversos fines, desde la documentación al entretenimiento [13]. Una parte de ellas lo ha hecho para actuar.

Un primer nivel de activismo virtual lo ofrecen las plataformas de peticiones que combinan la oferta gratuita de difusión con la sugerencia de aportación económica para aumentar el alcance de la petición una vez iniciada. Change.org, declara en su página web que dispone de 226.376.565 personas actuando; otra de ellas, Avaaz (presentada como “el movimiento Avaaz”) dice disponer de 47.833.388 miembros en todo el mundo [14].

El activismo virtual es específico para cada una de las ONG más conocidas. En el campo de la ecología su carácter paliativo queda más en evidencia por varios motivos: el contraste entre los conflictos globales que se abordan, la concreción en la calidad y precisión de los destinatarios de la petición, la definición de objetivos y, sobre todo, por la ausencia de verificación de los resultados que se ofrecen.

Así, “Salva la Selva”, la única página de peticiones de contenido específicamente medioambiental, presentaba 64 peticiones de acción en su web mediante el envío de cartas dirigidas a políticos locales o a la Unión Europea sobre conflictos ambientales que se desarrollan en América Latina, África y Asia. El tema de varias peticiones se repite: once estaban relacionadas con el aceite de palma; de otra parte, el apoyo para cada petición oscilaba entre más de 290.000 y menos de 15.000 envíos. La web de “Salva la Selva” detalla dieciocho éxitos, que van desde el abandono de planes de urbanización de espacios naturales (que pueden responder a múltiples factores, especialmente económicos) a la corrección de una información falsa sobre animales en un canal de entretenimiento de la TV de pago, pasando por diversas sentencias judiciales. Muchas de la peticiones recogidas en “Salva la Selva” corresponden a iniciativas locales de organizaciones de defensa indígena a las que la web ofrece cobertura. En algunos casos, “Salva la Selva” reconoce que el éxito obtenido no puede valorarse con precisión.

Pero son las organizaciones ecologistas consolidadas a nivel estatal las que ofrecen una mejor perspectiva sobre el valor del activismo virtual. En el caso de Greenpeace, su web ofrece diez peticiones, seis de ellas se refieren a conflictos que se desarrollan en espacios remotos (desde Indonesia a los bosques boreales o el Ártico y el Antártico), siete tienen destinatarios genéricos (desde “los supermercados” a “los gobiernos” pasando por grupos de empresas) y tres interpelan directamente a interlocutores concretos, con poder de tomar decisiones verificables.

La página de victorias de Greenpeace es muy definitoria de las características y resultados que ofrece el activismo virtual. Organizada por años de existencia de la organización se remonta a 1972, a la acción que le dio origen; lo significativo es que en 2017 (siete victorias reflejadas en la web) Greenpeace considera victorias propias el cierre de las térmicas de carbón de Iberdrola (una decisión empresarial vinculada a sus políticas de expansión internacional), el cierre de la central nuclear de Garoña (fruto de un desacuerdo entre Enel-Endesa e Iberdrola), o un acuerdo internacional histórico para proteger el Ártico de la pesca industrial firmado por nueve países de la UE. Es importante señalar que Greenpeace consigna como victorias tres compromisos voluntarios de grandes empresas que no tienen concreción definida.

En el caso de Ecologistas en Acción también existe una página de ciberacciones que finaliza el 2 de abril de 2018 y se remonta a junio de 2007. En ella figuran más de 120 ciberacciones, que en determinados casos se clasifican como finalizadas. La web incluye peticiones de microfinanciación para proyectos, y réplicas de peticiones presentadas en plataformas como Change.org u otras ONG ecologistas. En 2017 aparecen 22 ciberacciones que incluyen reivindicaciones vecinales, locales, regionales, peticiones de microfinanciación para actividades de la propia ONG, recogidas de firmas genéricas y dos con peticiones a nivel de la Unión Europea. Fuera de considerar finalizadas determinadas ciberacciones, Ecologistas en Acción no se adjudica victorias en sus actividades, ni reivindica en exclusiva su participación en el cierre de Garoña [15].

Como muestra de lo que es el activismo virtual conviene detenerse en el análisis de la campaña de protección de las abejas frente a los productos químicos que están provocando su exterminio. La gravedad e implicaciones de este conflicto lo convierte en uno de los más importantes de este inicio de siglo. Tanto Greenpeace como Salva la Selva reivindican una victoria (?) que se limita a prohibir el uso de cuatro productos químicos, y sólo en el ámbito de la Unión Europea, y en la que se reconoce que aún existen multitud de insecticidas tan peligrosos como los prohibidos incluso, al nivel regional europeo en que se ha obtenido la supuesta victoria.

Pero el conflicto de las abejas ni se limita a la Unión Europea, ni se circunscribe a unos cuantos insecticidas. Se trata de un conflicto mundial de extrema gravedad, que combina todas las amenazas que el ecologismo comenzó a denunciar en 1963, cuando Rachel Carson publicó Primavera silenciosa, y algunas nuevas y más graves fruto de la codicia neoliberal [16].

El tratamiento del conflicto de las abejas pone en evidencia la falacia paliativa que supone el activismo virtual.

Bueno, pero ¿qué hay que hacer?

Formular el diagnostico acertado es el primer paso para afrontar el conflicto. El grito de desesperación contenido en el fragmento de texto de Yayo Herrero que encabeza este artículo es algo compartido por muchas de las personas que participamos en el activismo ecologista. Lo que no está compartido es el camino común para actuar, y aquí, más allá del inventario de medidas (tan necesarias como casi imposibles) que la propia Yayo Herrero desgrana en su artículo, es necesario un debate sobre criterios éticos del activismo, sin que ello suponga detener la actividad y ponerse a debatir. Planteo ocho puntos, podrían ser catorce o veinte. Lo importante es empezar. El orden de exposición no indica prioridad.

  • Superar al máximo el doble lenguaje. Mantener el respeto y escuchar a quién se expresa es la premisa básica de cualquier debate. No cerrar un debate hasta haber agotado toda la exposición de razones y valorado sus causas, aunque el proceso pueda llevar tiempo.
  • Asumir el carácter político del activismo ecologista. Superar el discurso sobre “la gente” y el “todos somos responsables”. Denunciar con la mayor concreción posible y señalando a los verdaderos responsables. Superar la adicción compulsiva de aparecer en los medios y buscar la vinculación y el diálogo con los sectores sociales concretos afectados por los conflictos.
  • No presentar como soluciones lo que son compromisos. Llamar a los compromisos por su nombre y explicar las limitaciones por las que puede ser necesario aceptarlos o asumirlos, pero no adjudicarles un valor de solución que no tienen.
  • Diferenciar entre lucha y protesta, explicando lo que se juega en la primera (el precio del fracaso) y las limitaciones de la segunda (pura expresión de enojo sin mayores consecuencias).
  • No renunciar a denunciar los conflictos ocultándolos como problemas. No afrontar un conflicto sin explicar claramente el/los/la/las responsable/es del mismo y sus implicaciones.
  • Interrogarse siempre sobre la presencia de las zonas de confort que nos ofrecen los que mandan y los que gobiernan en su nombre, las implicaciones que tiene mantenerse en ellas y el precio que se pagará por salir de ellas.
  • Superar el individualismo (el activismo virtual es una de sus fórmulas, pero hay más) buscar el contacto presencial y el debate personal más allá de las pantallas de ordenador.

Tener paciencia, la realidad es que en la lucha ecologista hoy por hoy casi todo está perdido, así que ¿qué podemos perder si cambiamos de forma de actuar?

 

Notas

[1] http://www.mientrastanto.org/boletin-166/notas/romper-los-techos-de-cristal-despegarse-de-los-suelos-pegajosos.

[2] http://www.mientrastanto.org/boletin-169/ensayo/activismo-y-euforia-tecnologica y http://www.mientrastanto.org/boletin-151/notas/el-ecologismo-y-sus-zonas-de-confort.

[3] José Manuel Naredo, Raíces económicas del deterioro ecológico y social: más allá de los dogmas, Siglo XXI. Edición 2006 y 2010, p. 21.

[4] Ibid., pp. 24-31.

[5] http://www.mientrastanto.org/boletin-167/notas/apuntes-sobre-el-eje-verde-que-se-desvanece.

[6] NIMBY (acrónimo de «Not In My Backyard») se puede sustituir por SPAN («Sí, Pero Aquí No») cuando hace referencia a una infraestructura que se reconoce necesaria pero que se rechaza de entrada, en la ubicación local propuesta sin un análisis riguroso que lo justifique. Un ejemplo de manual lo constituyen las plataformas de oposición ciudadana a proyectos de parques eólicos.

[7] Basta comprobar la ubicación de la sede social de las grandes organizaciones ecologistas como Greenpeace, WWF, Birdlife, UICN, Friends of Earth, etc.

[8] Una interesante, y reciente, aproximación a esta realidad y sus consecuencias sociales negativas en: https://www.eldiario.es/politica/activismo-exagerar-diferencias-individuos-competir_0_784972325.html.

[9] La construcción e institucionalización del Tercer Sector cumple el papel de asumir funciones de gestión de conflictos sociales que se consideraban responsabilidad de la Administración y el Estado. Se trata de la versión “compasiva” del axioma neoliberal de la superioridad de la excelente iniciativa privada sobre la perversa burocracia estatal, iniciativa que se encarna aquí en ONG de la “sociedad civil”. Lógicamente las primeras en apuntarse al Tercer Sector fueron las organizaciones paliativas con tradición histórica, en muchos casos vinculadas a la Iglesia católica. Puede obtenerse una aproximación a la situación actual en http://www.plataformatercersector.es/es/entidades-miembro, y sobre la institucionalización véase Consejo Estatal de Organizaciones no Gubernamentales de Acción Social, http://www.msssi.gob.es/ssi/familiasInfancia/ongVoluntariado/consejos.htm. Sobre el estado de limitado reconocimiento administrativo de la función de las organizaciones ecologistas es interesante el contenido del Punto 1 de la carta dirigida por las cinco grandes en España (Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción, Greenpeace, WWF y SEO/BirdLife) al gobierno socialista de Pedro Sánchez, disponible en https://www.ecologistasenaccion.org/?p=88088.

[10] La cantidad reconocida de personas activistas en temas ambientales asesinadas ronda las doscientas cada año con ligeras variaciones. En 2016: https://www.eldiario.es/desalambre/activistas-asesinados-medioambiente-Global-Witness_0_664583658.html; en 2017: http://www.lavanguardia.com/natural/20180202/44467533729/casi-200-ambientalistas-fueron-asesinados-en-2017-por-defender-el-planeta.html.

[11] La “pobreza energética” está reconocida como un “problema” por las grandes empresas energéticas (Gas Natural Fenosa, Enel-Endesa, Iberdrola) que despliegan políticas de imagen con el apoyo del Tercer Sector (un ejemplo en http://www.cruzroja.es/principal/web/empresas/). También está reconocido por instituciones internacionales como el G20 (véase “Ministros del G20 destacan la necesidad de erradicar la pobreza energética”, https://www.eldiario.es/economia/Ministros-G20-necesidad-erradicar-energetica_0_782871726.html). La división de la “pobreza” en categorías separadas (energética, alimentaria, etc.), en lugar de considerarla un fenómeno social global tiene implicaciones relacionadas con la precariedad laboral y la especialización paliativa que merecen un análisis propio.

Por otra parte, en el neolenguaje neoliberal la expresión “una realidad que está aquí para quedarse” se va imponiendo desde un discurso de apelación a la resignación social ante aspectos conflictivos sobre los que no hay voluntad para saber cómo llegó “aquí”, ni ganas de incidir en ellos, ni de analizar sus implicaciones.

[12] Informe Mujeres y hombres en España 2017. INE (PDF), http://www.ine.es/ss/Satellite?L=es_ES&c=INEPublicacion_C&cid=1259924822888&p=1254735110672&pagename=ProductosYServicios%2FPYSLayout&param1=PYSDetalleGratuitas, p. 9.

[13] Fuente: “Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los Hogares. Año 2017”, en http://www.ine.es/ss/Satellite?L=es_ES&c=INEPublicacion_C&cid=1259924822888&p=1254735110672&pagename=ProductosYServicios%2FPYSLayout&param1=PYSDetalleGratuitas.

[14] Consulta realizada el 9 de junio de 2018, https://www.change.org/es y https://secure.avaaz.org/page/es/. La “materia prima” de dichas plataformas es la recopilación de direcciones electrónicas de las personas que apoyan cualquiera de sus peticiones. En el caso de Change.org, el 9/6/2018 tenía nueve peticiones en curso en la web y seis consideradas “victorias”, la principal “Mou: no fue expulsado de España”, obtuvo el apoyo de 174.555 personas. Otras peticiones eran “Un millón de personas contra el cáncer”, “La vaca Margarita no fue sacrificada”, “Siete menores obtienen la nacionalidad”, “El Langui consigue que Madrid sea más accesible” y “Osman y su familia son acogidos en España”.

[15] Véanse https://www.salvalaselva.org/ y https://es.greenpeace.org/es/que-puedes-hacer-tu/peticiones/, https://es.greenpeace.org/es/quienes-somos/victorias-de-greenpeace/, https://ecologistasenaccion.org/SPIP/rubrique270.html.

[16] Dos aproximaciones, entre muchas: https://mundo.sputniknews.com/ecologia/201611041064595114-muerte-abejas-llevar-fin-humanidad/ y http://www.lavanguardia.com/natural/20161005/41771284333/abeja-peligro-humanos.html

 

[Miguel Muñiz Gutiérrez es miembro de Tanquem Les Nuclears–100% RENOVABLES, del Col·lectiu 2020 LLIURE DE NUCLEARS y del Moviment Ibèric Antinuclear a Catalunya. Mantiene la página de divulgación energética www.sirenovablesnuclearno.org]

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2018

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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