La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Weimar entre nosotros
Círculo de Lectores,
Barcelona,
304 págs.
María Rosa Borrás
No siempre lo que se proclama nuevo resulta serlo en el campo de la política y, por otra parte, la democracia no es un sistema político irreversible que se alcance en el espacio y en el tiempo, como si se tratara de un desarrollo orgánico preprogramado. De ahí que Ridao acuda al pasado para trazar las líneas de sentido que puedan ayudarnos a situar muchas incongruencias del presente. Su modo de reflexionar sobre los temas más acuciantes, en relación a las actuales relaciones de poder en el ámbito internacional y nacional, estimula la formación de un panorama de comprensión sobre decisiones políticas cargadas de consecuencias previsibles. El carácter precario e inhabitable de nuestro mundo tiene explicación y, sobre todo, exige mayor implicación política de los ciudadanos a fin de evitar que las simplificaciones y estereotipos sobre el magma del terrorismo y sobre indiscutibles dictaduras conduzcan «al Weimar de los años treinta del siglo pasado, al Weimar en el que un dictador podía asegurar que había simplificado la democracia y enorgullecerse de realizar en media hora lo que el régimen parlamentario realizaba en medio año, es a ese Weimar al que se podría estar irracional, insensatamente convocando entre nosotros.» (p. 228).
Pero no es sólo un libro de advertencias morales sino de muy fina descripción de supuestos falsos e implícitas falacias en que hoy se basa buena parte de la propaganda política en temas como los de la inmigración («los más desiguales entre los desiguales»), el terrorismo, la guerra de Irak, la engañosa alternativa entre libertad y seguridad, etc. Según Ridao, existe un mecanismo común en situaciones aparentmente muy diversas: «… el discurso de la imperiosa necesidad de adaptarse a los cambios contiene, en el fondo, una subrepticia culpabilización de la víctima: si lo es, ello se debe a que no ha sabido o no ha querido responder a los nuevos derroteros del mundo y, por tanto, está sufriendo una penalización por su falta de lucidez o su desidia.» (p. 127).
Si el espíritu de fidelidad a la verdad caracterizara a los socialdemócratas como Ridao creo que no estaríamos en la actual fase de capitalismo agresivo en la que nos encontramos. Aunque también, todo hay que decirlo, los falsarios y antidemócratas de vocación y elección abundan y han abundado en otras concepciones políticas. Lo único que cabe objetarle a Ridao es que no ponga en cuestión el propio sistema cuyas concepciones y ocultas utopías de equilibrio y moderación capitalista entronizan la desigualdad como virtud necesaria. Y ya se sabe, siempre hay quienes aspiran a la excelencia y a la perfección en el ejercicio de las virtudes. Aunque, quisiera insistir, éste es un muy buen libro para entender muchos elementos del mundo contemporáneo que aparecen dispersos y que, en el fondo, están relacionados, así como es también un buen libro que logra explicar cómo no es lícito ni política ni moralmente separar medios de fines.
9 /
2004