La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Miguel Muñiz
Apuntes sobre el eje verde que se desvanece
Y, por mucho que la dinámica de las banderas intente tapar el debate, tenemos ante nosotros una serie de sismos sociales de enorme amplitud y relevancia social. Solo a título de recordatorio:
– La crisis del sistema de pensiones
– La nueva crisis de la vivienda en las grandes ciudades
– La precariedad del empleo y la pobreza
– El deterioro de los servicios sociales
– La violencia y las desigualdades de género
(me gustaría incluir la cuestión medioambiental, pero hay que reconocer que excepto en algunos conflictos locales, se trata de un tema que por desgracia no genera la percepción social que merece, lo que no debe ser óbice para seguir trabajando el tema).
Albert Recio, “Romper los techos de cristal, despegarse de los suelos pegajosos”, mt-e, nº 166
Resultan perturbadoras las implicaciones de esta reflexión de Albert Recio, por su acertada diagnosis sobre la ausencia de la cuestión medioambiental en las movilizaciones sociales, y por las implicaciones de futuro que dicha ausencia encierra. Pues, como el autor explicaba en otro artículo [1], la cuestión medioambiental no es un aspecto más, sino que se halla estrechamente vinculada al binomio producción/destrucción de bienes y servicios. Por tanto, tiene relación con los cinco sismos sociales que Albert Recio menciona y, además, permite vislumbrar las cada vez más escasas opciones de las clases subalternas para que «tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable» [2].
Hay, pues, que interrogarse sobre las causas de esa ausencia de percepción social del choque entre clases dirigentes y acomodadas, por una parte, y clases subalternas, por otra, en la producción, gestión y distribución de energía, residuos, agua potable y usos del territorio. Cuatro aspectos relacionados hoy —y aún más en un futuro inmediato— con cuestiones como pensiones, pobreza, empleo, servicios sociales, desigualdades y violencia de género o vivienda en las grandes ciudades.
Estos apuntes son, en gran medida, una exposición de hechos que ya no tienen remedio.
Una parte de la ausencia es explicada, de manera indirecta, en el propio artículo cuando se apunta el papel clave del trabajo voluntario de personas jubiladas con cultura organizativa en el funcionamiento de organizaciones sociales activas en los cinco frentes que menciona. La cuestión medioambiental es el caso opuesto: un ámbito en que el activismo profesional de jóvenes o personas de mediana edad es casi exclusivo, lo que tiene implicaciones sociales; especialmente por el papel que juegan las “zonas de confort” en dicho activismo [3]. Pero, aun considerando esta explicación acertada, creo que se pueden apuntar causas más profundas.
Así, la ausencia también puede entenderse a partir de la formulación temprana del conflicto ambiental desde el primer día de la Tierra (1970), siguiendo su proyección internacional en la Conferencia de Estocolmo (1972) y llegando a la primera formulación global, el informe “Los límites del crecimiento” del Club de Roma (1972).
A partir del concepto pensar y actuar globalmente y localmente, derivación del naíf pensar globalmente, actuar localmente del primer ecologismo, se constata que los conflictos medioambientales no se dan directamente entre grupos sociales, sino a través del medio natural, el ámbito de la producción/destrucción en que se basan. Esa mediación distorsiona la percepción social y propicia visiones/interpretaciones falsas, unas visiones/interpretaciones repetidas infatigablemente por las clases dominantes que se benefician de los conflictos ambientales. Nos limitaremos a enunciar cuatro: lo medioambiental como “problema», el «todos somos responsables», el papel del «estudio de impacto» y la tecnociencia como “solución” a los «problemas” ambientales. Desarrollar sólo estas cuatro ya superaría de largo los límites de este texto. Así que podemos dejarlo aquí y seguir hacia las consecuencias.
Las falsas visiones/interpretaciones parten de un déficit que ya aparece en “Los límites del crecimiento” y que se mantiene hasta hoy: la ausencia de un análisis económico riguroso del conflicto ecológico. La economía, la disciplina que analiza/codifica todo lo relacionado con la producción/destrucción de bienes y servicios y sus consecuencias, la que se halla en la base de los cinco sismos sociales enunciados por Albert Recio, no tiene vinculaciones sólidas con la cuestión medioambiental. Un ejemplo: Naomi Klein, en su libro Esto lo cambia todo (2015), sobre el cambio climático, denuncia no sólo la desconexión entre los acuerdos sobre el clima de las COP, y las normas comerciales de la OMC (procesos que se desarrollan en paralelo), pese a que la actividad económica y comercial está en la base de la devastación ambiental, sino el contraste entre las formulaciones políticas de unos y otros: acuerdos difusos y de vinculación laxa, en el mejor de los casos, en el ámbito del clima; normas estrictas, minuciosas, y con sanciones en caso de no cumplimiento, en el caso del comercio.
Porque la inmensa literatura (libros, informes, dosieres, documentos, etc.) que ha analizado la catástrofe ambiental y denunciado sus secuelas se ha limitado a explicar problemas o amenazas genéricas o concretas, nunca ha abordado el conflicto social subyacente y las implicaciones económicas profundas, no ha incorporado la base material de las actividades de producción/destrucción en su análisis, ni sus consecuencias en la distribución de bienes y servicios; ni lo han hecho los investigadores u organizaciones que han elaborado esos materiales, como tampoco lo han hecho aquellos que Albert Recio denomina economistas ecológicos, cuya propia existencia resulta difícilmente demostrable [4].
Abundan los ejemplos de inconsistencia económica en cuestiones ecológicas; se pueden mencionar varios casos: la confusión y contradicción en la concepción de los llamados “impuestos ambientales”, la consideración de servicio público de demandas que implican variables ambientales sin tener presente las desigualdades o desequilibrios de fondo, o todo el ruido organizado en torno a un concepto tan confuso como el “decrecimiento”. Estos tres ejemplos muestran esa forma de razonar en clave de “universos paralelos” en que se desenvuelven los ecologistas que se autoadjudican la etiqueta de economistas.
Sin una teorización económica sólida detrás, la etiqueta economía ecológica, o economistas ecológicos, engloba a un conjunto de aproximaciones: “ecologismo de los pobres”, “economía descalza”, “metabolismos económicos” o el propio “decrecimiento”, que se dedican a extraer consecuencias genéricas o descripciones económicas de impactos ecológicos o actividades ecologistas. Aproximaciones que se definen como alternativas a las corrientes de pensamiento en la economía; lo que es una manera de eludir las proyecciones sociales del conflicto o de cuestionar en profundidad, desde el ecologismo, los conceptos económicos al uso.
Por tanto, sólo queda esperar. Cerremos estos apuntes con un catálogo de deseos no cumplidos de un maestro de muchos y profesor de unos pocos:
La tarea se puede ver de varios modos […]: consiste, por ejemplo, en conseguir que los movimientos ecologistas, que se cuentan entre los portadores de la ciencia autocrítica de este fin de siglo se doten de capacidad política revolucionaria; consiste también, por otro ejemplo, en que los movimientos feministas, llegando a la principal consecuencia de la dimensión específicamente, universalmente humana de su contenido, decidan fundir su potencial emancipador con la de las demás fuerzas de libertad; o consiste en que las organizaciones revolucionarias clásicas comprendan que su capacidad de trabajar por una humanidad justa y libre tiene que depurarse y confirmarse a través de la autocrítica del viejo conocimiento social que informó su nacimiento, […] para reconocer que ellos mismos, los que viven por sus manos, han estado demasiado deslumbrados por los ricos, por los descreadores de la Tierra […] [2].
El párrafo final de ese escrito de Manuel Sacristán también ayuda a explicar la ausencia de percepción social que Albert Recio expone. De los tres ejes de la emancipación (o cuatro, pues también había que contar con el eje blanco del pacifismo), el rojo, el violeta y el verde, el eje verde se desvanece a medida que el conflicto ambiental se vuelve más violento [5], implacable e ineludible.
Notas
[1] “¿La crisis ecológica llama a la puerta? Cuaderno de postcrisis: 2”, en http://www.mientrastanto.org/boletin-163/notas/la-crisis-ecologica-llama-a-la-puerta.
[2] Mientras Tanto, nº 1, noviembre-diciembre de 1979, pp. 5-7, en Manuel Sacristán, Pacifismo, ecología y política alternativa, Icaria, 1987.
[3] Véase http://www.mientrastanto.org/boletin-151/notas/el-ecologismo-y-sus-zonas-de-confort.
[4] Es importante constatar que el excelente y exhaustivo análisis crítico de la economía desarrollado por Steve Keen en su obra La economía desenmascarada no menciona la economía ecológica en el capítulo 18, dedicado a exponer las alternativas a la actual escuela hegemónica. El análisis de las obras de Manfred Max-Neef y Joan Martínez Alier, e incluso la aproximación al “decrecimiento” más argumentada y rigurosa, Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito, de Tim Jackson, muestran ese carácter de discurso paralelo. Mención aparte, por su intento de profundizar más allá del pensamiento paralelo, merecen las reflexiones y los llamamientos de José Manuel Naredo (y Antonio Valero) recogidos en su artículo “Reflexiones sobre la bandera del decrecimiento”, que aún no he podido analizar con detalle, aunque, como el propio autor reconoce, no parecen haber tenido eco ni en el campo del ecologismo ni en el de la economía. Véase http://cdn.vientosur.info/VScompletos/vs_0118.pdf.
[5] Es importante conocer la obra de Harald Welzer Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI (Katz Editores, 2010) para valorar el peso de la opción de uso de la violencia en conflictos ambientales en un futuro. Un futuro que ya es casi un presente.
[Miguel Muñiz Gutiérrez es miembro de Tanquem Les Nuclears–100% RENOVABLES, del Col·lectiu 2020 LLIURE DE NUCLEARS y del Moviment Ibèric Antinuclear a Catalunya. Mantiene la página de divulgación energética www.sirenovablesnuclearno.org.]
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2018