La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
¿La crisis ecológica llama a la puerta?
Cuaderno de postcrisis: 2
Hace tiempo que los ecologistas, incluidos los economistas ecológicos, llaman la atención sobre los problemas que pueden derivarse de la crisis ecológica. Pero aunque estos avisos han empezado a ser tomados en cuenta, su influencia en el diseño de la política económica es prácticamente nula. Es incluso dudoso que los problemas ecológicos hayan tenido una incidencia crucial, ni siquiera importante, en el desencadenamiento de la última crisis económica. El capitalismo tiene suficientes factores desequilibrantes para experimentar crisis recurrentes sin que los problemas ambientales tengan una influencia decisiva. Lo que no significa que los problemas ecológicos no puedan acabar sumándose a los elementos desestabilizadores de la dinámica capitalista.
Lo que es evidente es que la base de toda actividad productiva es la naturaleza; que no hay actividad económica, ni vida humana, sin la base material que proviene de la naturaleza, y que, por tanto, los límites naturales del planeta constituyen un elemento incompatible con cualquier lógica económica de crecimiento sostenido. Hay diferentes tipos de interacción entre la actividad económica humana y la naturaleza que pueden causar problemas. Destaco los que me parecen más relevantes. En primer lugar, la existencia de algunos recursos naturales que están dados en cantidades fijas y que pueden agotarse; este es el problema de los minerales. Su extracción creciente puede poner límites a la actividad económica si no es posible sustituirlos por otros productos diferentes, aunque hay que esperar que una explotación acelerada pueda acercarnos a alguno de estos límites. En segundo lugar, las especies vivas (animales y plantas), que se reproducen y es posible consumir siempre que se tengan en cuenta sus tasas de reproducción. De hecho, sobre este principio se ha basado siempre la agricultura. Pero la cuestión puede desembocar en graves problemas de forma directa si no se respeta la tasa de reproducción —el caso típico es el de la sobrepesca— o de forma indirecta si la eliminación por causas diversas de algunas especies afecta a la reproducción de otras —es lo que ocurre, por ejemplo, con la desaparición de especies que desempeñan un papel crucial en los ciclos de reproducción de otras, como en el caso de las abejas y su relación con la polinización de plantas—. En tercer lugar, está la alteración de los procesos químicos naturales por la acción de la actividad productiva. Las variantes son numerosas y están relacionadas con los subproductos que generan muchas actividades humanas; los residuos contaminantes (básicamente debidos a la generación de residuos, de productos que no existen en la naturaleza y que esta es incapaz de reciclar) y la generación de CO2 (un elemento existente en la naturaleza pero que generamos en proporciones excesivas) son dos ejemplos de libro. Y, en cuarto lugar, las limitaciones espaciales. Las dimensiones del planeta son las que son y, además, el espacio no es homogéneo. El crecimiento de muchas actividades humanas genera colapsos y la transformación del espacio afecta a muchos ciclos naturales de todo tipo.
Todos estos problemas ya están presentes en la actualidad y avisan de lo que puede ocurrir en el futuro. La cuestión es que estos se plantean de forma local y a menudo afectan a las poblaciones más pobres y menos influyentes del planeta. Tienen un impacto imperceptible (excepto cuando se manifiestan en forma de encarecimiento súbito del coste de algunas materias primas) para la dinámica capitalista global y suelen ser relegados a una condición secundaria. Las razones de esta falta de relevancia son varias. Tiene que ver tanto con los intereses económicos dominantes como con las ideas y percepciones de los responsables de las políticas económicas. Cualquier replanteamiento serio de la actividad económica en clave ecológica afecta directamente a los intereses de alguno de los grandes grupos de poder económico (las empresas energéticas, químicas, automovilísticas y alimentarias se encuentran a la cabeza de los lobbies que trabajan para frenar la implantación de regulaciones severas). La mayoría de los economistas confían en las bondades del crecimiento, y sobre todo de la innovación (impulsada por la competencia capitalista), como medio para superar estos problemas. Una confianza de la que también participan legiones de científicos naturales, ingenieros y tecnócratas de todo tipo. Todos piensan en términos de soluciones específicas de cada problema e ignoran el carácter sistémico de los problemas ecológicos. Una prueba de ello es el actual debate sobre el fin del trabajo (una profecía que renace periódicamente) a raíz de la digitalización global. Ninguno de los defensores de esta hipótesis presta mucha atención a los problemas energéticos y a la dependencia de materiales estratégicos que se generarían en la sociedad de los robots.
En el enfoque dominante, la ecología es vista como una ciencia ceniza, que quiere poner palos en las ruedas a la alegría del crecimiento sin fin. Por eso es importante que seamos capaces de explicar las implicaciones ecológicas en la generación de problemas económicos convencionales. Y, en este sentido, los síntomas de que estamos avizorando los primeros desastres generados por el cambio climático deben explicarse también en clave económica. De sus impactos para la vida cotidiana de hoy. Y situaciones no faltan, especialmente los problemas causados por las sequías recurrentes, que afectan a la producción agraria, a los alimentos y al ciclo del agua. O los costes de la devastación por inundaciones, que no sólo repercuten gravemente en la vida de muchas personas, sino que también influyen en las necesitadas arcas públicas y están empezando a generar pérdidas al sector asegurador (no es una profecía, sino una previsión: si estos fenómenos se recrudecen, lo primero que desaparecerán serán algunas modalidades de seguro). O, a escala local, los problemas de colapso que genera el turismo masivo. Hay que actuar antes de que la proliferación de minitragedias haga inviables las políticas públicas. Y hay que partir de la base de que las regulaciones concretas sólo van a ser efectivas si se introducen dentro de un reajuste global de la actividad económica. Un reajuste que los mecanismos de mercado y las lógicas del capitalismo son incapaces de impulsar. Que requieren mucha intervención pública y mucha innovación social democrática.
30 /
11 /
2017