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Antonio Madrid Pérez

Exigencias para una sociedad que se quiera democrática

La práctica social de la democracia no es fácil. Es exigente. Y cuando no lo es, no es democracia, es otra cosa.

En las líneas que siguen mencionaré algunas de las exigencias que, desde mi punto de vista, ha de cumplir una sociedad que se quiera democrática. Al enunciar estas exigencias lo hago desde la preocupación por su debilitamiento en el contexto social actual que estamos viviendo.

I. Aceptación de la posibilidad de disentir

La democracia en tanto que práctica social requiere que se pueda disentir. El disenso es posible cuando existe pluralidad de ideas y también cuando el hecho de disentir no está castigado socialmente, ni institucionalmente.

En el tiempo social que vivimos, disentir se ha vuelto un problema. Lejos de fomentarse el debate y el diálogo, se ha caído en el silencio forzado para no ofender, para tener la fiesta en paz. Esto no es señal de más democracia, sino de menos democracia.

Cuando las personas callan porque no quieren estropear las relaciones con sus amigos, con sus vecinos, con sus compañeros de trabajo, con sus familiares… estamos ante una involución social de la democracia.

II. Análisis crítico de los pensamientos pretendidamente omnímodos

En De la imitación de Cristo de Thomas Kempis (se ha utilizado la edición castellana de 1817) se puede leer: “Aquel a quien habla el Verbo Eterno de muchas opiniones es libre”.

En tiempos convulsos como los actuales, los extremos en conflicto presentan idearios simplistas y reduccionistas que apelan a la creencia ciega. No apelan a la razón. Apelan a la emoción. En tanto que pensamiento pretendidamente omnímodo tolera mal la matización, la crítica, la duda. Como si se tratara de una verdad científica, o de un Verbo Eterno, el dogmatismo actúa como fe cívica. Quienes lideran el pensamiento dogmático tienden a rechazar la duda, el matiz, la prudencia en la opinión.

La práctica social de la democracia exige la posibilidad de poder pensar, de poder dudar, de poder sosegar las emociones. Requiere tiempo para dilucidar y tomar decisiones. La utilización de discursos simplistas como si de un verbo eterno se tratara nos sitúa en una época que creíamos superada. Como mínimo sepamos si lo que se quiere son creyentes o sujetos democráticos con capacidad de autocrítica.

III. Sospecha frente a los esencialismos de la identidad

Las clasificaciones pueden ser tramposas. Suelen serlo. En el caso de las clasificaciones mediante las cuales se intenta calificar y encuadrar a las personas, lo pueden ser mucho más. Especialmente si la clasificación se utiliza para descalificar o para ejercer poder sobre las personas clasificadas.

La democracia practicada socialmente exige que cada uno pueda elegir cómo se siente culturalmente, que cada persona pueda responder libremente a la pregunta ¿quién soy yo? Cuando la identidad se impone, cuando la persona por miedo se ve obligada a metamorfosearse, no estamos en más democracia, sino en menos.

IV. La importancia de los vínculos comunitarios

La práctica social de la democracia debería ayudar a construir una comunidad en la que el respeto y el diálogo sean valores esenciales.

Hace unos días una amiga envió un cartel a un whatsapp de grupo. Sobre la señal de prohibido como fondo se habían escrito estas palabras: “Prohibido destruir amistades por causa de la política. ¡Que cada uno respete la libertad de que el otro escoja y viva la amistad!”

Este envío respondía a una evidencia que se ha extendido socialmente: la ruptura o el debilitamiento de vínculos comunitarios democráticos entre personas cercanas. La apelación a la amistad en este contexto convulso, a la philia, tiene todo su sentido ya que el surgimiento histórico de la idea de amistad está vinculado a un cambio de contexto en el que fue necesario ampliar los nexos comunitarios (vid. Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega, FCE).

El recordatorio y la llamada a preservar la amistad como espacio de diálogo respetuoso expresa mayor voluntad democrática que la voluntad de imposición de pensamiento. Voluntad de imposición que está dispuesta a sacrificar la relación en caso de disenso por parte del amigo.

V. La relevancia del trabajo como eje de articulación social

El trabajo sigue siendo uno de los ejes vertebradores de las sociedades en las que vivimos y de las relaciones entre las personas. Hay un dicho popular que expresa esta idea: “no se es de donde se nace, sino de donde se pace”. Este dicho ya aparece recogido en La Segunda Celestina y en El Quijote. Expresaba entonces la importancia de saber con quién andaba cada uno. Tomado este pensamiento por parte del movimiento obrero, la idea se amplió: la fuerza y la lucha en común radicaban en la condición compartida de ser trabajador.

Una de las cuestiones que pone sobre la mesa el intento de secesión de Cataluña es sobre qué bases se construye la comunidad política y social de referencia. Y en este marco, si somos capaces y queremos crear vínculos de solidaridad comunitarios en torno al trabajo. En el caso que conozco más de cerca, el de CCOO en Cataluña, un compañero me venía a decir: “digamos lo que digamos perdemos gente, unos porque quieren la independencia, otros porque se oponen”. ¿No será que nos hemos olvidado desde hace tiempo de que somos trabajadores unidos a otros trabajadores? ¿No será que nos hemos olvidado de quiénes somos y de dónde venimos?

30 /

10 /

2017

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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