La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
No tengáis miedo de lo nuevo
Plataforma Editorial,
Barcelona,
134 págs.
Por un sindicalismo innovador y global
Javier Aristu
España ha tenido una “historia obrera” nada despreciable a pesar de haber sido un país donde el desarrollo industrial fue escaso y de poca dimensión comparado con otros como Reino Unido, Francia o Alemania. El siglo XX fue el periodo marcado por el “conflicto de clase” y donde se producen los principales episodios y teorizaciones acerca del mismo. Dos sindicatos asumen el protagonismo exclusivo de dicho proceso, CNT y UGT, hasta la guerra civil. No es posible entender la evolución política de España sin prestar atención, y no escasa, precisamente al conflicto obrero. La política de izquierda, desde la fundación del PSOE en 1879 y el surgimiento del PCE en 1921, además de otros partidos provenientes de esa cultura obrera, se halla impregnada, como no podía ser de otro modo, por esa percepción de la vida social entendida como conflicto entre capital y trabajo.
La dictadura franquista marcó un hiato histórico y cultural que todavía hoy estamos pagando. Solo a partir de finales de los años cincuenta del pasado siglo y durante los siguientes quince años renace un proyecto social y político ligado a la temática industrial, obrera o de conflicto de clase. Es la época de las comisiones obreras, esa “cuadrilla variopinta” —término que, usado por uno de los autores del libro que tenemos entre manos— expresa muy bien las características informales y magmáticas de las primeras organizaciones obreras. Luego la “cuadrilla” se convertirá en sindicato en 1976, con cientos de miles de afiliados y una potente organización que, a pesar de sus debilidades actuales, es, sin lugar a dudas, un baluarte indispensable y un ariete decisivo para acometer cualquier política social en estos años.
Los autores del libro que comentamos proceden y han dado vida y teoría a Comisiones Obreras. El primero, José Luis López Bulla, formó parte desde principios de los sesenta de esa “cuadrilla variopinta”; es por tanto uno de sus primeros dirigentes, y ha sido el secretario general de la CONC (las Comisiones Obreras de Cataluña) durante veinte años. El segundo, Javier Tébar, es de la generación de la Transición y se incorpora ya al sindicato organizado de CC.OO. desarrollando en el mismo, desde la Fundación Cipriano García, un trabajo de historia, memoria y teoría sin duda necesario en estos tiempos de mudanzas. Estamos, pues, ante dos generaciones y dos miradas: la del sindicalista y la del historiador.
El libro es una pieza a dos manos, o tres si tenemos en cuenta también el Prólogo de Antonio Baylos, importante jurista del trabajo, en el que desarrolla algunos aspectos generalmente descuidados dentro y fuera del sindicato. Cada autor se responsabiliza con su firma de la parte que le corresponde aunque en algunos casos se entiende un cierto diálogo sobre cuestiones que ciertamente habrán sido motivos de intercambio intelectual entre ambos a lo largo de estos años. Otras publicaciones de López Bulla y Tébar demuestran la actitud colaboradora y sinérgica que han desarrollado estos autores en los últimos años.
Veamos la primera parte, firmada por López Bulla y que da título al conjunto del libro: No tengáis miedo de lo nuevo. El uso del verbo se dirige a sus antiguos y nuevos compañeros en el mundo del trabajo sindical, en los que seguramente ha pensado cuando escribía el libro, como si López Bulla se viera en un cierto compromiso ético y sindical para hablarles de cómo deben actuar como sindicalistas. Y el mensaje es claro: ante lo nuevo, ante los innovadores e inmensos cambios que se están produciendo en el mundo del trabajo, la peor actitud que se puede tener es acobardarse y encerrarse en un fortín. Al contrario, el dirigente sindical apuesta por lanzarse a la confrontación intelectual, cultural y activa con esa “novedad” y tratar de, como se hizo en periodos anteriores, ganar el terreno para conseguir beneficios para la clase y para el conjunto de la sociedad.
El autor parte del convencimiento de que no son buenos tiempos para el sindicalismo, que está sufriendo en carne viva los continuos procesos de mutación tecnológica en el mundo productivo. Su convencimiento es nítido: el antiguo centro de trabajo industrial fordista está liquidado, muerto, enterrado. Un nuevo concepto y práctica de centro de trabajo —él lo denomina ecocentro— está expandiéndose por toda el área donde el capital se desarrolla, que es el orbe. Y tratar de combatirlo con viejas recetas sindicales aprendidas en las fábricas y técnicas fordistas es iluso e inútil (p. 48). Una de las causas de la actual crisis sindical (desafiliación, pérdida de influencia social, exceso de institucionalización, envejecimiento de su afiliación, burocratización de los procesos de concertación y negociación, etc.) estaría ahí: el desajuste entre cambios productivos y tecnológicos y una estrategia sindical ya superada.
Ya en su propia introducción al libro, López Bulla es claro al decir dónde ve el corazón del problema: éste “no es la globalización sino la revolución tecnológica y productiva de esta fase con sus consecuencias de innovación y reestructuración” (p. 34). El asunto no estaría, por tanto, en combatir la anatomía del mercado como tal (globalización de mercados) como las profundas mutaciones que se están produciendo dentro del moderno, global e innovado centro de trabajo. Por tanto, el objetivo de la lucha sindical (y política, diría yo) no es tanto combatir la globalización como incidir en el desconocido pero inmensamente importante universo de las relaciones sociales productivas. De nuevo surge la alternativa de replantear la lucha de los contrarios, el capital y el trabajo, de una nueva forma, con una nueva gramática, reconstruyendo viejos códigos y adaptándolos a la nueva situación. La apuesta es polémica pero esencial si la izquierda social quiere encontrar un sitio desde donde poder seguir siendo fuerza influyente.
Son bastantes más aspectos los que López Bulla trata en su breve ensayo. Al otro instrumento que ha servido para ampliar el dominio del capital, el taylorismo, le dedica bastantes líneas. Javier Tébar, en su segunda parte, analiza también con buenos aportes históricos este mismo problema. Sin duda, según Bulla y Tébar, ahí radica una parte considerable de la derrota de la izquierda social. Y no es casual que sea López Bulla quien trate este asunto de forma periódica y detenida: él ha sido introductor de las ideas de Bruno Trentin en el ámbito sindical español. López Bulla tiene traducida buena parte de la obra del desaparecido dirigente italiano, entre ella la canónica La Ciudad del Trabajo, sin duda uno de los tratados más sugerentes e interesantes de los últimos treinta años sobre el mundo del trabajo en el área capitalista. En opinión de Alain Supiot, Trentin ha sido no solo un hombre comprometido en la acción sindical y política sino que se le puede considerar un pensador de primer orden. En su Ciudad, Trentin señalaba la herida decisiva en la derrota de la izquierda occidental: “la asunción acrítica por parte de la izquierda de la llamada organización científica del trabajo” (Tébar, p. 113). Esto es, que a través del taylorismo la izquierda, fuera esta reformista o revolucionaria, asumió el cuerpo teórico e ideológico del sistema de management del capitalismo industrial. Es sorprendente que —según nos cuenta Fernando Díez Rodríguez en su Homo faber— tanto Léon Blum como Trotsky y Lenin fueron defensores de este método de gestión de la empresa. Dicho cuerpo teórico, el núcleo de la filosofía taylorista, estaría en la ruptura dentro del mismo trabajador entre saberes y ejecución, lo que significa a nivel de fábrica la ruptura entre planificación y ejecución de la producción. Tanto Bulla como Tébar subrayan con rotundidad esa línea de argumentación consistente en desembarazarse de las filosofías del management industrial (sea taylorista o sus continuadores) si se quiere construir en verdad un proyecto de liberación en y del trabajo.
Finalizando con la parte del dirigente sindical me gustaría aludir a dos propuestas que, en la perspectiva de la renovación o innovación sindical, formula López Bulla. Una se refiere a lo que él denomina Pacto Social por la innovación tecnológica. Con dimensión europea, lo aplica al ámbito español afirmando que “para el sindicalismo español es el camino para reconstruir las consecuencias de la crisis económica, trascender la reforma laboral y sus efectos y, finalmente, resituar al sindicalismo en esta fase de innovación-reestructuración” (pp. 53-54). Ese pacto, nunca entendido como un típico acuerdo concertado en clave de rentas ni salarios, sería “un itinerario que pone en el centro de sus preocupaciones y reivindicaciones [entiendo que quiere decir las del sindicato, J.A.] el hecho tecnológico y los derechos de ciudadanía dentro y fuera del ecocentro de trabajo” (p. 54), y que afectaría no solo a las estructuras confederales sino a los territorios y sectores así como a los ecocentros. Las resonancias de aquel Piano del Lavoro que la central italiana CGIL de Giuseppe Di Vittorio acometió en 1949 me parecen evidentes. Tal Pacto social por la Innovación Tecnológica recuerda también, ¿o se inspira?, en la etapa más fecunda que ha podido tener la experiencia institucional y social de Europa, cuando durante el periodo del mandato de Jacques Delors, en los años entre 1985 y 2000, se pusieron en marcha políticas de diálogo social que afectaron al conjunto de la Unión y que supusieron en algunos casos avances interesantes en ciertas plataformas reivindicativas de los sindicatos. Hoy, lamentablemente, asistimos a políticas desde la Comisión y desde la UE diametralmente diferentes y contradictorias con aquellas.
Hay otras propuestas interesantes e innovadoras que se presentan (en relación con los modelos organizativos, la participación en el centro de trabajo, la representatividad, el papel del conflicto y la huelga en la vida social, etc.) pero si tengo que cerrar esta parte del comentario del libro lo haría resumiendo lo que el autor formula en el Tercer Tranco de la obra. Se trata de un cuarteto de objetivos que debería tratar de alcanzar el sindicato de estos tiempos y que dibuja las características de su batalla: 1) interpretar los procesos reales que se producen en el centro de trabajo; 2) intervenir en la organización del trabajo a través de una reformulación de la codeterminación que, como aclara Bulla, no es precisamente la cogestión; 3) proponer una panoplia de derechos en el trabajo entre los que destaca el derecho al saber, al conocimiento, a la formación, y 4) aclarar con quién se quiere acometer ese proyecto de renovación, es decir, cuáles serían los “amigos y socios” del sindicato, aquellos aliados que dentro y fuera de la empresa están por construir ese espacio o reino de la libertad en el trabajo.
El historiador Javier Tébar asume la segunda parte del libro a la que titula Volver al trabajo, volver al sindicato. En la misma desarrolla algunos de los asuntos que con la firma de López Bulla ya hemos comentado (taylorismo, management, crisis del sindicato, etc.) y, además, introduce nuevas perspectivas relacionadas con otros asuntos de indudable actualidad. Vayamos con ellos.
Tébar parte de la base de que el trabajo sigue siendo una categoría central en la vida de las personas y que son falsas o interesadas esas “profecías” acerca del “fin del trabajo”; lo que está ocurriendo, sin duda, es un proceso de transformación con dimensiones históricas de ese factor en la vida de las personas y en el mundo social y que, por tanto, se trata de “leer” esa mutación y saber incorporar a la institución sindical en tal proceso. En un resumen muy breve: el final del fordismo, de la dimensión industrial del trabajo y de la manera de relacionarse el capital y el trabajo que ha sido dominante desde finales del siglo XIX, no significa que este haya terminado su ciclo de vida. Seguir pensando eso, y precisamente desde posiciones de izquierda, es contribuir precisamente a mantener el trabajo subordinado al capital, a la corriente de pensamiento dominante.
Paralelo a este debate, carente muchas veces de hondura en los medios de comunicación y por el que se deja llevar cualquier listillo que aparece por la escena pública, está el del “fin de la clase obrera” (este mucho más interesado y posiblemente más antiguo). Tébar, acompañándose de ejemplos de autoridad, repasa en una breve síntesis ideas básicas acerca de esta cuestión. De nuevo asistiríamos a un “entierro de la sardina” —esa es la expresión usada por el autor— acerca de esa clase. Para él, la evaporación del trabajo industrial —hecho constatable en Europa en los últimos decenios— no ha significado el final del trabajo manual; este se ha transformado en bastantes casos hacia el sector terciario y al mismo tiempo ha hecho crecer de forma impresionante la fuerza de trabajo industrial en otras partes del planeta (Asia, por ejemplo). Lo que sí se ha activado es un proceso, complejo y decisivo para la pérdida de resortes de la izquierda política, de difuminación o desfiguración del mundo obrero y de sus culturas. Nunca como en estos últimos años se nota este abandono de la escena política, seguramente involuntario, por parte de los trabajadores y de sus representaciones políticas. Recientes elecciones en España, en Francia, en Italia muestran cómo esa clase obrera no ha ido precisamente al paraíso sino parece ser que ha sido enviada al limbo. Había o hay interés en que eso se produjera y, al parecer, incluso desde sectores de la izquierda política −vieja y nueva− hay interés en despintar el proyecto político de cualquier textura relacionada con el trabajo. Da la impresión de que se tiene interés en que los trabajadores, la clase trabajadora, dejen de tener esa identidad colectiva y vuelva a ser una “cuadrilla variopinta”. No de otro modo se puede interpretar algunas posturas intelectuales que insisten en destacar, a la hora del conflicto social, valores de segundo orden (precariedad, género, nacionalidad, procedencia, etc.) para debilitar o hacer más invisible el significado unificador de “clase”, de conjunto social sometido a un trabajo subordinado. Tébar es radical en este asunto: alguien tendrá que revelar “cómo y cuándo se ha producido ese final, dando una explicación a partir de pruebas y no de prejuicios” (p. 95).
Tébar nos dice que el trabajo, sin embargo, ha venido aumentando en las últimas décadas en el mundo; la fuerza de trabajo mundial es mayor que hace veinte años. Y ello en un contexto de innovación tecnológica permanente, de automatización y robotización sin precedentes. Está ocurriendo, delante de nuestros ojos, un proceso de transformación de las fuentes del trabajo, de mutación de los nichos de empleo, de trasferencias geográficas a nivel mundial de esa fuerza de trabajo. Una auténtica revolución, sin adjetivos. Esta no puede ser puesta en duda ni es posible impedirla: hay que asumir que, en esta época de comienzos del siglo XXI, la humanidad vive ya en el interior de una «membrana tecnológica» (pp. 101-103) que está dando como consecuencia muchos y variados resultados. Unos, por ejemplo, de impulsos y recualificación decisivos al valor del trabajo intelectual, y otros con consecuencias desastrosas para la vida de la gente: subempleos, desvalorización del trabajo humano, carencia de derechos, infotaylorismo, aumento de la fragmentación y parcelación de las tareas, en definitiva, mayores dosis de alienación y cosificación del ser humano respecto de su actividad. Una dualización que es a la vez laboral, educativa y social. Es todo un reto de dimensiones utópicas lo que la humanidad tendría por delante: acompasar a nivel humano la actividad del trabajo.
En ese contexto de mutación histórica, Tébar sitúa otros aspectos relacionados con el trabajo sindical que, por no extendernos en exceso, no podemos sino citar: la recomposición del trabajo directo asalariado en trabajo autónomo, la degradación de los yacimientos de empleo, el nomadismo laboral de las nuevas generaciones, la relocalización del empleo según áreas geográficas y culturales, etc. Todo en el marco de un intenso y profundo cambio de los clásicos modelos productivos. La crisis de la forma sindicato viene de ahí. Frente al populista discurso acusador de un sindicato como “minoría extractiva”, hay que ser más serio y consecuente y tratar de distinguir el grano de la paja. El manido y socorrido sintagma de la “crisis del sindicato” no es una película de “liberados” que no quieren trabajar o de “clientelismo laboral”. Responde a las causas que he tratado de resumir y con las que tanto Bulla como Tébar se baten en las páginas de este libro.
Pero no todo es objeto de crítica, ni mucho menos. A pesar de ese mainstream que desprecia al sindicalista y su función social, contamos con una plataforma de conquistas consolidada que no se puede despreciar. Existe ya un nuevo panorama sindical a nivel internacional: la Confederación Sindical Internacional (CSI), producto de la fusión de las antiguas CIOSL y CMT, agrupa a 166 millones de trabajadores, afiliados en 309 organizaciones de 156 países (p. 129). No es ninguna tontería y nadie que se dedique en serio a la actividad pública debería despreciar este hecho. Es indudable que si estos sujetos sociales globales van asentándose, madurando formas de movilización y profundizando sus lazos de comunicación e intercambio entre ellos y con las demás organizaciones, podamos asistir en un futuro a acciones de tipo global, en el marco de la empresa global o mundializada. Con este libro, López Bulla y Tébar entran claramente en ese terreno de la “no frontera” o, mejor dicho, del “más allá de las fronteras”, de la superación de nacionalismos sindicales o de patrimonios corporativos. O el sindicato se globaliza, traspasa fronteras, sin perder sus señas de identidad cercana y su memoria histórica, o puede quedar como reliquia de un tiempo que fue.
Una apostilla: no sé cuántos ejemplares ha impreso la editorial. Imagino que una parte importante será leída por sindicalistas y otros trabajadores, por sociólogos del trabajo, juristas…e incluso por algún economista. Pero sugiero a los autores o a la editorial que un porcentaje de ejemplares lo destinen a políticos en activo. Me parece que la distancia entre la política profesional que hoy se practica en España y el mundo del trabajo —el verdadero mundo, en mi opinión— es de dimensiones siderales. El parlamento español —y tomo esta referencia como paradigma de la política en su totalidad, pero podría usar otros parlamentos autonómicos— es una campana vacía respecto de la vida de la gente, al menos en su dimensión del trabajo. Pocos políticos son capaces de mantener una tertulia televisiva sobre estos asuntos y ellos mismos son los que están contribuyendo a esa invisibilización del trabajo en el que el capital estaría interesadísimo. Y, sin embargo, el trabajo está ahí. Este libro ayuda a desvelarlo y comprenderlo.
10 /
6 /
2017