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Juan-Ramón Capella

La cuestión del paro estructural

Automación y paro estructural

En sociedades dominadas por la lógica del capital y por la creencia en la panacea del crecimiento —la fe en que producir más mañana es un paliativo para los males de hoy— la automación informática se impone inexorable y ciegamente en el aparato productivo.

Lo anterior es una verdad genérica, en la que caben diversas variantes según las características culturales y el medio natural e histórico de cada sociedad. A nosotros nos compete reflexionar teniendo ante los ojos una sociedad avanzada pero no puntera en términos de desarrollo, con carencias en determinantes económicos básicos, como los energéticos, y con grados más bien decrecientes de cualificación técnica de las personas, dada la degeneración del sistema educativo, después de haber alcanzado cotas relativamente elevadas antes de la crisis económica iniciada en 2008. En la etapa actual el empleo —estacional y precario, discontínuo— ha encontrado un lugar de concentración elevado en el sector de los servicios turísticos, un sector bastante expuesto a contingencias externas, casi como si fuera un monocultivo.

En una sociedad como la española, la informatización y automatización de los procesos materiales de producción y distribución avanzan destruyendo empleo.

No es fácil disponer de datos fiables o precisos acerca de la destrucción del empleo en España por causa de la informatización. Pero en cambio son relevantes los datos del desempleo, del paro, y sobre todo de la precarización del trabajo. La destrucción de empleo es manifiesta y la precarización del trabajo un hecho generalizado. (En el sector menos precario de los empleados públicos el equivalente de la precarización es el deterioro de las condiciones de trabajo y la no reposición de vacantes.)

La informatización es una novedad importante para el sistema capitalista desarrollado. El aparato productivo ya era antes de la informatización lo suficientemente potente para que el empresariado pudiera apoderarse de toda la innovación suscitada por el intelecto productivo general.  

Por intelecto productivo general hay que entender —como ya se señaló en anteriores entregas de mientras tanto— la consciencia científica y tecnológica introducida en la producción, en forma de instrumental y de capacitaciones productivas personales sobreabundantes. Una sociedad altamente industrializada innova espontáneamente, y esa innovación es atribuible a lo que Marx llamó intelecto productivo general, aunque la apropiación de sus resultados es privatizada. Ni que decir tiene que esa capacidad de producción se ha incrementado notablemente, en términos muy difíciles de medir pero manifiestos, con la informatización. Hoy se puede producir una inmensa masa de bienes con muy poco tiempo de trabajo humano. Ello ha suscitado licenciamientos masivos de mano de obra en las empresas industriales y en ciertas empresas de servicios como los bancos.

El empresariado, sobre esta base, a diferencia del pasado, no intenta introducir cada vez a más trabajadores en el sistema del trabajo asalariado: prefiere sustituirlos, en determinadas funciones adecuadas, por máquinas informáticas. Desde el punto de vista empresarial eso tiene varias ventajas, además de la obvia reducción de costes salariales directos: p. ej., la amenaza general de despido o de precarización pesa como una losa sobre  la contraparte laboral en las negociaciones sobre las condiciones de trabajo y salarios; la informática permite al empresariado disminuir los pequeño momentos de «no trabajo» de los trabajadores empleados; además, hace posible una actividad productiva continuada durante toda la jornada sin más pausa que la necesaria para el mantenimiento de la maquinaria; se evitan costes de higiene y seguridad en el trabajo, etc. 

Dicho de otro modo: en una sociedad de las características de la nuestra hay una fuerte tendencia a sustituir por máquinas a los trabajadores, tendencia que no lo abarca todo pero a la que no se le ve final.

(Esa tendencia podría ser vista como liberadora en una sociedad socialista; en la sociedad capitalista es un medio más de explotación.)

La consecuencia de la tendencia a la informatización de la producción es un elevado índice de paro estructural permanente. Es cierto que en el pasado la capacidad laboral cesante por la introducción de maquinaria en un sector productivo se recuperaba en el sector de la producción de maquinaria. Pero ello ya no es así cuando las máquinas pasan a ser producidas por máquinas —dicho sea siempre en términos de tendencia, como es natural—.

Algunos datos en este sentido, tomados de internet: hoy Apple emplea a 80.000 personas en todo el mundo, Google a 54.000 y Facebook a 4.300. En conjunto, estas tres grandes empresas vinculadas a la informática emplean a menos de una cuarta parte de los 600.000 empleados que tuvo General Motors en la década de 1970. Hoy esta misma empresa, General Motors, emplea a 202.000 personas, en un momento en que fabrica más coches que nunca. El ejemplo de General Motors puede ser indicativo: hoy esa empresa ha reducido el número de los trabajadores necesarios a la tercera parte. 

Es cierto que el sector productivo de la informática crea empleo. Pero los datos de esa creación de empleo son escandalosamente imprecisos: la Asociación de Empresas de Electrónica afirma que «en los próximos años» (?) se podrían crear en España entre 200.000 y 500.000 empleos en el sector, cifra que Telefónica reduce a 300.000 sin especificar nadie en qué basa sus cálculos, ni si tienen en cuenta condicionantes distintos de los meramente tecnológicos. En todo caso, el empleo en este sector es notablemente cualificado, por lo que en principio favorece a las clases medias, mucho más beneficiadas en la distribución de la instrucción que las clases trabajadoras tradicionales.

El paro es estructural en la sociedad contemporánea. No se puede esperar la reabsorción de este tipo de paro, sino su permanencia. Las personas sin trabajo y los empleados con salarios o condiciones de trabajo disminuidos y la misma inseguridad general del empleo hacen necesaria una operación de gran calado de reestructuración del trabajo asalariado.

Hay que suponer pues que, con las políticas económicas actuales, una parte importante de la población potencialmente trabajadora en el futuro permanecerá desempleada durante largos períodos de tiempo o no conseguirá trabajar nunca, o sólo trabajará a tiempo parcial; y que aun así es esperable un paro estructural permanente superior al 10% incluso en períodos de auge económico.

Hay que desatender o «tomar con pinzas» los datos en sentido contrario que proceden del empresariado o de la tecnocracia estatal subordinada a él: desde hace años los informes técnicos, las estadísticas, los datos difundidos por los grandes medios de comunicación etc., están sesgados en beneficio del empresariado: hoy informes y ciertas estadísticas son armas de la clase dominante en su combate por mantener su hegemonía cultural, sin la cual sería imposible su dominio sobre la población.

Un cruel ejemplo de esa guerra de datos nos lo dan las informaciones siempre sólo cuantitativas acerca del «aumento del empleo» (o «aumento de cotizantes a la seguridad social»). Esos «crecimientos» ocultan que buena parte de la mano de obra empleada lo es con discontinuidades o a tiempo parcial, o a veces incluso la repetición por pocos días o incluso horas de un mismo contrato de trabajo.

Y también hay que tomar en consideración que el problema del paro estructural afectará acusadamente a los sujetos más débiles: mujeres, familias pobres, inmigrantes.

La estrategia de los de abajo ha de ser elaborada a partir de esta realidad.

 

(continuará…)

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2017

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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