La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
Ventana Cerrada
Cuaderno de incertidumbre: 11
I
El domingo por la noche padecí un schock traumático. Había estado todo el día ejerciendo de apoderado en el colegio donde voto. Ahí tenía poco mérito, estaba claro que ganábamos de calle, como demostró el recuento. Al cerrar los colegios las primeras encuestas daban un doble “sorpasso”: de Unidos Podemos al PSOE y del bloque de la izquierda a la derecha. Me sumergí en el fatigoso trabajo de cooperar con el recuento. A las 22:20 la mesa en la que colaboré había terminado el trabajo, el resultado era bueno. En este momento miré el wattsapp y mi compañera me resumía la situación: “Vaya mierda”. A mi lado el apoderado de CDC me miraba con cara compungida y me confirmaba el resultado. Nadie, creo que ni el del PP, se creía lo ocurrido. Una vez más habían ganado los de siempre. Podemos tuvo un crecimiento colosal aprovechando una ventana de oportunidad. De golpe la venta se ha cerrado.
El lunes la lectura de los datos permitía ver lo ocurrido, aunque no explicarlo del todo. El PP había crecido a costa de Ciudadanos, de la invisible, por desaparecida, UDC en Catalunya y de una activación de parte de sus votantes que se habían abstenido el 20-N. No había, o sólo muy ligero, trasvase izquierda-derecha. Como tampoco el PSOE sube lo más probable es que el derrumbe de las expectativas de Unidos Podemos se deba a que un millón de antiguos votantes se abstuvo. Una pista de esta caída de votos se encuentra en Asturias y Madrid, allí donde un sector de IU era reluctante al pacto con Podemos y posiblemente no ha hecho ningún esfuerzo por movilizar a su electorado. Pero esto, con ser desagradable, no explica ni mucho menos la elevada abstención de este sector. También es cierto que no parece que la alcaldesa de Madrid haya puesto el mismo empeño electoral que Ada Colau (en las autonómicas de septiembre pasó algo parecido en Barcelona y el resultado para Catalunya Sí que es Pot fue también decepcionante). Todo esto puede sumar en negativo, pero hay que buscar otras razones para entender lo que ha ocurrido.
Lo más fácil es la interpretación politicista, cifrar las causas en cómo se ha hecho la campaña. Los amigos de “Sin permiso” o el infalible Monedero apuntan por esta vía. Es la interpretación que conduce a buscar un chivo expiatorio, el que se ha equivocado en la estrategia de campaña. Es la mejor vía para generar debates fratricidas tan tradicionales en Izquierda Unida, casi siempre tan estériles. Seguramente ya hay en Podemos e Izquierda Unida sectores dispuestos a entrar en la batalla y preparando su propia interpretación de argumento único para golpear a sus colegas de partido y cambiar la correlación de fuerzas interna. Un ejercicio que casi siempre debilita más que refuerza. No es que considere que la estrategia electoral sea inane y que no se hayan cometido errores, sino que considero que empezar por los aspectos fundamentales y tratar de buscar respuestas que permitan desarrollar una solución cooperativa es mejor que volver a entrar en una nueva espiral de enfrentamientos internos.
Hay tres cuestiones que a mi entender hacen muy inestable cualquier proyecto de izquierdas:
– Su credibilidad económica, al menos a corto y medio plazo. Una credibilidad que no depende tanto de la bondad de sus propuestas sino del contexto en el que se van a aplicar. Plantear el debate sobre la deuda, la expansión del sector público o la reversión de la reforma laboral es justo. Pero ignora el contexto en el que se va a aplicar esta política. Tras la experiencia griega, la credibilidad de tal política ha empeorado. Un solo gobierno nacional, de un país con problemas y secundario en el contexto internacional, tiene pocas posibilidades de quebrar la política de austeridad y reformas neoliberales impuestas desde Bruselas y Washington. Enumerar una lista de buenas propuestas no sirve. Seguramente hay mucha gente que apoyaría estas políticas pero que es escéptica sobre su viabilidad. Nos hace falta una estrategia más compleja, que no sólo incluya propuestas abstractas sino que prevea un verdadero proceso de transición, planes alternativos para sortear las presiones internas y externas que permitan avanzar sin caer en el desastre griego.
– La complejidad social del proceso que reúne Unidos Podemos. El encaje de todas las sensibilidades de la izquierda, de cómo cuadrar las cuestiones de clase, de género y ecológicas en un proyecto común es una tarea difícil. Por ejemplo, el manifiesto de los economistas en apoyo de Podemos ignoraba completamente el tema ecológico y el patriarcado. Sin contar el enrevesado tema de la cuestión catalana y vasca, donde sí ha habido un planteamiento claro pero que puede haber afectado en otras comunidades. Hay que reconocer la dificultad, teórica, cultural y política de encajar todas las piezas. De una construcción donde hay pocos atajos. Esto requiere un esfuerzo no sólo de reflexión teórica y de elaboración política, también de saber explicar a la enorme masa de personas que no participan de estos procesos, cuya experiencia cotidiana las mantiene fuera de esta reflexión global, de la necesidad de esta suma. No es sólo un problema entre rojos, verdes y violetas. Es también un problema entre identidades y percepciones nacionales. Entre distintos sectores asalariados que por posición laboral, educación, expectativas viven en mundos diferenciados. Y es también un problema generacional, puesto que muchos factores (la experiencia o no experiencia laboral, las nuevas formas de socialización impuestas por las tecnologías de la comunicación y la información, etc.) hacen que hoy la brecha entre generaciones sea posiblemente mayor que nunca. No es tiempo para dogmáticos: se necesitan constructores.
– Y la tercera cuestión tiene que ver con la propia situación del electorado potencial de Unidos Podemos. Que un millón de personas no se movilicen electoralmente también se puede explicar por una combinación de dos factores clave: la percepción que muchas personas tienen de las instituciones y la debilidad organizativa y la escasa presencia real de quienes pretenden representarlos. Para mucha gente la política es un espacio extraño, las elecciones son ejercicios inútiles para cambiar sus vidas, su capacidad de diferenciar entre opciones es reducida.
Los procesos electorales se parecen más a las competiciones deportivas que a un verdadero ejercicio de participación. Y el comportamiento electoral se parece mucho al deportivo; entre los seguidores de cualquier equipo o deportista hay un grupo estable de fans, pero hay otra parte que solo se anima cuando el equipo gana. Es lo que experimenta cualquier club que disputa una plaza de ascenso o llega al final de una competición. Cuando las cosas van mal estos hinchas desertan. Es un comportamiento habitual en todos los ámbitos de la vida: el mecanismo económico del acelerador se corresponde a la misma pauta. Cuando la economía tira los empresarios se animan a seguir invirtiendo y con ello refuerzan el “boom” (y viceversa, cuando cae el mecanismo prolonga la recesión). Es uno de los mecanismos que explica los altibajos de las economías capitalistas. Podemos tuvo el acierto, frente a la experiencia de Izquierda Unida, de plantear un proyecto ganador y ello posiblemente fue fundamental para romper el porcentaje de votos que siempre tuvo la vieja izquierda. Pero lo ocurrido en todo el proceso anterior ha situado un techo (nada despreciable) que al final ha desalentado a la franja menos sólida de votantes potenciales. Había demasiadas líneas rojas para que la propuesta de Unidos Podemos triunfara. Es posible incluso que en este sentido la desafección se haya producido en los dos flancos del espacio electoral: entre los que hubieran preferido que Unidos Podemos se hubiera abstenido en el trámite de investidura (para permitir desalojar al PP del Gobierno) y entre los que siguen pensando que solo vale una ruptura total (gente por ejemplo que en otros eventos vota a la CUP, o la gente más afín a la cultura comunista tradicional).
La falta de activación tiene que ver también con la presencia real en la sociedad. Podemos fue hábil en construir un partido en base a las redes de comunicación. Pero una red es un mecanismo muy superficial de relación. Tampoco la vieja Izquierda Unida tiene una implantación real en la sociedad. Una sociedad donde las organizaciones sociales (eso que algunos llaman enfáticamente movimientos sociales) suelen agrupar a un puñado de activistas y sólo en algunas ocasiones convergen en redes sociales de suficiente densidad. Y en muchas de estas redes el comportamiento de los cuadros de los partidos hace más por aislarlos que por generar espacios compartidos (algo que afecta más a Izquierda Unida que a Podemos, éste sigue siendo un partido muy ajeno al tejido social). Con estos mimbres es difícil llegar a estos sectores del electorado potencial más marginales en lo que respecta a su visión política.
II
Se ha cerrado una ventana de oportunidad que abrió primero la crisis (la componente estructural) y después el 15-M (el procesos social). La crisis ha abierto verdaderamente un espacio que antes no existía, un espacio sin el cual es imposible entender los avances de Syriza, la coalición portuguesa, Corbyn, Sanders… Era impensable hace 10 años que alguien con un planteamiento moderadamente alternativo pudiera superar el listón del 10% de votos. Pero la apertura no ha sido suficiente. Las sociedades capitalistas han mostrado su enorme densidad social y la potencia de sus mecanismos estabilizadores. También la importancia de los procesos político-culturales (que explican que la misma situación se haya decantado en una versión de izquierdas como la que representa UP, en una populista como Cinque Stelle o permita el avance de la derecha populista en muchos países). Se ha producido una grieta pero, en su conjunto, el edificio se ha mantenido.
Pero la grieta puede agrandarse porque las circunstancias estructurales no han cambiado radicalmente. Y el peligro de nuevas recesiones y nuevos intentos de reforzar las irracionales y criminales políticas neoliberales está presente. Claramente en España, donde el PP ha contando con una relativa mejoría económica basada en factores espúreos (el éxito insospechado del sector turístico aupado en la crisis política del Mediterráneo oriental) y en el incumplimiento de la política de ajuste. Los peligros que para lo primero abre el Brexit y la más que segura presión europea para aplicar nuevos ajustes y reformas estructurales volverá a golpear a una población que ahora puede pensar que “no estamos tan mal”. Y ahora el Gobierno derechista que va a salir de las elecciones del 26-J ya no tendrá excusa para cargar el muerto a nadie más que a sus fracasadas políticas. Ahí puede abrirse otra ventana y para ello hay que prepararse.
Que se abra un nuevo período de recesión y de reformas neoliberales no es necesariamente bueno. Empeorarán las condiciones de vida de mucha gente que ya está siendo golpeada atrozmente. Los desastres no generan automáticamente respuestas positivas. Hay numerosos ejemplos de sociedades que conviven habitualmente con la catástrofe social (Latinoamérica o África están llenas de ejemplos en este sentido). Una nueva crisis solo tendrá una respuesta positiva si se hacen las cosas bien. Y a esto es a lo que se debería dedicar la gente de Unidos Podemos, sus entornos, en los próximos meses. A preparar, a prepararnos frente a un nuevo embate social y económico.
Ya he señalado cuales deberían ser los campos básicos a trabajar. Desarrollar una propuesta económica más realista, sobre todo que tenga en cuenta el contexto en el que se va aplicar. Un esfuerzo de explicación, de generación de cultura política de amplio alcance. No de eslóganes sino de reflexión más pausada. Un trabajo de implantación real en asociaciones, barrios, centros de trabajo… En suma, una mayor presencia cotidiana no partidista sino de construcción de un tejido social denso (y capaz de conectar no sólo con las tradicionales organizaciones de izquierda sino también con organizaciones de solidaridad que desarrollan actividades que han ganado importancia con la crisis).
Todo ello depende de una condición necesaria sin la cual nada de todo este es posible. Partir de que realmente se ha cerrado una ventana y que ninguna de las fuerzas presentes tiene ni la salida ni la fuerza para reabrirla por sí sola. Que seguimos siendo demasiado débiles en personal y recursos frente un denso tejido de complicidades, poderes e intereses. Y que sólo unidos, trabajando empáticamente, abiertos, sabiendo elegir respuestas sin dogmatismos, podremos. Y de ello se deriva una reflexión final. La urgencia de repensar cómo organizar en la base este magma político que ahora ha acudido unido a una campaña electoral. Hay aún demasiado capillismo, demasiada vanguardia política, demasiada cultura tribal en muchas organizaciones de base de los distintos partidos. Construir un nuevo proyecto requiere un nuevo modelo organizativo, que sume no sólo a la gente afiliada sino también a la gente del entorno que trabaja en muchos espacios sociales. Esta es una ventana que tenemos que abrir por nuestra cuenta, sin esperar a que una coyuntura favorable vuelva a permitir un nuevo avance.
29 /
6 /
2016