La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
La crisis traslada el escenario
Cuaderno de incertidumbre: 6
I
El capitalismo neoliberal se caracteriza por una inestabilidad recurrente. La lista de países que han experimentado graves problemas es amplia. En muchos casos se ha tratado de crisis regionales o nacionales, mayormente en países en desarrollo. Lo que fue realmente nuevo en la crisis de 2008 es que afectó de forma simultánea a los países del núcleo duro de la economía mundial. Muchos de ellos experimentaron problemas parecidos a los que en años anteriores se habían generado en “ultramar”. Por ejemplo, el problema de la deuda que había atenazado durante años a gran parte de África y Latinoamérica se acabó experimentando en el Sur de Europa. Ahora que oficialmente se daba por superada la crisis (los países y las personas que han quedado en el camino no cuentan para los jerarcas de la economía mundial), ésta vuelve a aparecer en los lugares donde siempre ha parecido endémica. Aunque la elevada integración de la economía financiera mundial provoca, por ejemplo, debacles en las bolsas de la mayor parte de países. Y aunque hay bastantes posibilidades de que, al final, los problemas retornen a su lugar de origen.
En el contexto actual existen dos grandes focos de preocupación: China, y los países productores de materias primas en general y de petróleo en particular.
II
China no está de hecho en recesión. Su crecimiento económico es superior al de la mayoría de países, pero su ritmo de crecimiento se ha frenado y han aflorado los problemas estructurales de esta economía. Problemas que en buena medida ya habían anticipado John Bellamy Foster y Robert W. McChesney en The Endless Crisis (Monthly Review Press, Nueva York, 2012). La economía china ha crecido en base a convertirse en la fábrica mundial, en una economía de exportación sustentada en bajos salarios y ausencia de verdaderos derechos laborales. Cuando los salarios son bajos el crecimiento descansa en las exportaciones y en la inversión. El éxito exportador alimenta por un período las nuevas inversiones con la expectativa de que seguirá creciendo la demanda mundial.
El problema estriba en que en un mundo donde predomina la inversión privada hay enormes posibilidades que en un determinado momento las expectativas que han justificado las nuevas inversiones se muestren fallidas por numerosas razones: la demanda no crece como se esperaba, se han producido un exceso de inversiones en unas determinadas líneas de producción (esto es lo que ocurrió con la crisis inmobiliaria, se invirtió en construir muchas más viviendas de las que el mercado podía absorber), se hacen inversiones mal planificadas y con costes excesivos, etc. Cuando el error es sólo de una empresa el impacto no es muy grande, pero cuando ocurre en un volumen suficiente el resultado es una caída de la inversión que acaba arrastrando al resto de la economía. En China, a pesar que muchas empresas siguen siendo de propiedad pública, han actuado en la práctica de forma descentralizada y han generado el mismo nivel de sobreinversión que aparece en muchos casos en el capitalismo occidental. Hace tiempo que se reconoce que los salarios son demasiado bajos y hace falta promover el consumo local, pero reconocer el problema no siempre lleva a resolverlo.
Hay demasiado apego al dogma que liga bajos salarios y competitividad y demasiadas resistencias para una nueva gran transformación. A corto plazo, la economía china se enfrenta a un tradicional episodio de sobrecapacidad instalada y, posiblemente, algunas de sus empresas han corrido la misma suerte de aventuras financieras que sus competidoras occidentales. Frenazo en el crecimiento y problemas financieros se traducen de forma visible en una montaña rusa en las bolsas.
Los problemas de China reflejan en gran medida la irracionalidad de las políticas mercantilistas de expandirse a base de exportaciones. Se trata de una política que fuerza a los trabajadores locales a bajos salarios y jornadas de trabajo agotadoras para producir bienes que consumirán otros. Y el mismo empleo corre peligro cuando el ritmo de la demanda externa es insuficiente para absorber la producción china. La ralentización del consumo impuesto por las políticas de austeridad en los países centrales ha acabado por hacer imposible la continuidad de la senda china de crecimiento. Y cuando se han ralentizado las exportaciones, toda la economía ha empezado a tener problemas.
III
En gran parte los problemas de muchos países exportadores de materias primas es de índole parecida. Cuando un país tiene una economía dependiente de un solo producto de exportación (o de una reducida gama de materias primas) está expuesto a caídas de la demanda y de sus precios de exportación cuando se frena la actividad de sus países clientes o cuando por razones de diversa índole (cambio técnico, cambio en las pautas de consumo etc.) su producto de exportación es sustituido por otros. Como además la mayor parte de materias primas están producidas por varios países a la vez, es bastante habitual que las estrategias de cada uno de ellos acaben provocando un exceso de oferta en el mercado y los precios acaben cayendo. Por esto los países especializados en la producción de materias primas han padecido en general graves problemas de balanza de pagos, de estabilidad económica y de empobrecimiento. El “parón” chino ha reforzado esta tendencia bajista de los precios de muchas materias primas y se están traduciendo en problemas graves de países que, como Brasil, hace poco se presentaban como economías emergentes.
Quizás lo que para algunos resulta más sorprendente es la brusca caída del precio del petróleo, especialmente para los que piensan que el paulatino agotamiento del petróleo debería suponer un aumento continuado de su precio. Una situación que sólo es sostenida por la confusión de creer que lo que determina el precio del petróleo es simplemente su escasez.
De hecho, el precio del petróleo y otras materias primas se determina no por la existencia total del recurso sino por su oferta a corto plazo. Ésta no depende de las reservas existentes, sino de la cantidad de petróleo que se extrae en cada momento. Si la demanda de petróleo ha caído por efecto de la crisis china y el bajo nivel de actividad general, bastaría con que los extractores de petróleo redujeran su ritmo de actividad para que el precio no bajara al ritmo que hemos presenciado. Si no lo ha hecho es debido a que algunos de los países productores de petróleo han seguido extrayéndolo a unos niveles que provocan un exceso de oferta en el mercado. Todos los analistas apuntan a que Arabia Saudí ha jugado un papel esencial. Es el país con mayores reservas y posiblemente uno de los que tiene un coste de extracción más bajo. Como confía en que sus reservas van a un a durar muchos años, se puede permitir una operación de hundimiento de los precios con el objetivo de sacar del mercado a competidores con costes de extracción elevados (como es el caso de las empresas de fracking canadienses). Es incluso posible que otros países con menores reservas mantengan ritmos de extracción elevados respecto a la demanda. Al fin y al cabo, cuando un país tiene el petróleo como fuente principal de ingresos y el precio se desploma, no tiene otra opción que aumentar la producción si quiere mantener sus ingresos (que financian gran parte de su presupuesto público).
El juego es perverso, y las decisiones de cada país individual acaban provocando una saturación del mercado que abarata el producto y provoca caídas de ingresos. Por ello, lo de pensar que el petróleo se encarecerá de forma continua y año a año se irá reduciendo su oferta es iluso. La dinámica del precio del petróleo más bien seguirá siendo caótica, a pesar de que la tendencia a largo plazo pueda ser de incremento. Y estas oscilaciones incluso pueden llegar a impedir que se pongan en práctica ambiciosas políticas de transición a las energías renovables cuando el precio del crudo baje mucho.
IV
Aparentemente, el centro ha vuelto a exportar la crisis a la periferia. Pero no está claro cuál va a ser la situación final en un mundo económicamente interconectado. La caída del precio de las materias primas abarata los costes de producción, pero al mismo tiempo se contrae la demanda de productos por parte de los países afectados. Algunas empresas, particularmente las petroleras o aquellas que tienen intereses importantes en los países afectados, van a experimentar pérdidas importantes que pueden frenar las inversiones. En el caso de la economía española, por ejemplo, Brasil representa un mercado crucial para algunas grandes empresas (Banco Santander, Telefónica…), y si allí tienen pérdidas importantes van a salir tocadas. La incertidumbre financiera se transmite a todos los mercados financieros… La crisis de estos países es, en parte, el resultado de la onda expansiva del centro, pero no está claro que la onda no acabe volviendo a su lugar de origen.
Esta posibilidad está reforzada por el inadecuado diseño de las instituciones económicas globales que, lejos de atenuar los problemas, los amplifica. De hecho, la única medida que parece tomarse es la de insuflar dinero por parte de los bancos centrales. Es más bien una medida orientada a reanimar los mercados financieros que a solucionar los problemas que están en la base del paroxismo actual.
V
Las crisis capitalistas han sido explicadas con distintos argumentos por parte de las corrientes de pensamiento crítico (e incluso entre los marxistas hay explicaciones dispares). Para unos es un problema de subconsumo, derivado de la muy desigual distribución de la renta: la caída de las rentas salariales provoca una caída del consumo que no compensan el consumo y las inversiones de los capitalistas. De hecho, estas últimas se debilitan debido a las malas perspectivas de la demanda de consumo. Para otros, se trata de un problema de sobreinversión y caída de la tasa de ganancia, provocada por una inversión crecientemente intensiva en capital. A mi entender hay más puntos en común entre las diferentes explicaciones de la crisis capitalista.
El problema fundamental es que se trata de una economía que produce para el beneficio privado, y donde las decisiones de inversión básicas se toman por entes individuales (personas o empresas) que no tienen una perspectiva de conjunto y por tanto sólo toman en consideración los rendimientos del capital. La financiarización de la economía no ha hecho sino amplificar estos problemas. De hecho lo que he tratado de explicar en el caso chino y en el del petróleo se corresponde con este esquema. En China hay salarios excesivamente bajos y una sobreinversión que no tiene demanda en el mercado. Los problemas del mercado petrolero se amplifican porque cada país opta por una estrategia pensada en clave individual. Y el resultado es siempre el mismo: inestabilidad, crisis y desastre social. La evidencia en contra es el relativo éxito del periodo keynesiano, en el que la intervención pública y los salarios indexados dieron bastante estabilidad al sistema. Pero tanta intervención pública, tanto empleo y presencia sindical no gustaban a los capitalistas porque erosionaba su poder y su tasa de ganancia. La vuelta atrás al capitalismo neoliberal es también la opción por una economía más turbulenta.
VI
Parece bastante obvio que una recuperación económica global debería sustentarse en un aumento de los salarios globales y del sector público. Y hacerse a escala global y fundamentalmente coordinada. Pero es evidente que el juego de poderes económicos y políticos actuales impide que tal estrategia tenga posibilidades de éxito a corto plazo.
Optar por el crecimiento global tiene además el peligro de agravar los problemas medioambientales. Pero evitarlos no pasa por un simple proceso de reducción de la escala de la producción (que en una economía capitalista “normal” se traduce en un desastre social como hemos experimentado en el Sur de Europa) sino por una reestructuración profunda de nuestras infraestructuras productivas, de nuestras formas de producción y consumo, y por reducir unas desigualdades promotoras de injusticias y de consumo posicional. Y esto no puede hacerse sin una transformación institucional en profundidad y la liquidación del experimento neoliberal. Hasta ahora la crisis ya ha generado movimientos alternativos en los países más afectados, pero estos siguen necesitando propuestas más claras y factibles de cambio en la regulación económica. Necesitamos pasar de un anticapitalismo retórico a una propuesta de transformaciones que inicien una verdadera transición.
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2016