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Miguel Muñiz

El Informe Schneider y el trabajo contra las nucleares, o quien no se consuela es porque no quiere

En el mes de julio de este 2015 a punto de acabar se publicó la novena edición del “Informe sobre el estado de la industria nuclear en el mundo”, o “The World Nuclear Industry Status Report”, WNISR2015, o el Informe, como lo denominaremos a partir de ahora [1].

La edición de 2015, como todas desde 2004 (segunda edición del WNISR), repite un estribillo familiar, que identifica el Informe para quienes seguimos las vicisitudes de la energía atómica. Dicho estribillo, “la industria nuclear está en declive” (en esta edición aparece ligeramente modificado en la página 12: “la industria nuclear se mantiene en declive”), es una frase que hace once años, y en el contexto del inicio de la campaña del “renacimiento nuclear”, llevaba implícita una fuerte carga de denuncia, pero que desde 2011, en el contexto de Fukushima y con un sector atómico maniobrando para alargar indefinidamente su existencia, no es sino un pobre consuelo.

Porque, pese a la recurrente invocación de un declive que es real, el Informe 2015 constata un hecho desagradable, y aún más a tenor de la evolución de la inacabable catástrofe ecológica y humana que representa Fukushima: por primera vez desde 2011 se produce un leve incremento del número mundial de reactores en funcionamiento: de 388 entre 2013-2014 a 391 entre 2014-2015 [2].

Ciertamente “la industria nuclear está en declive”: lleva en declive desde los años setenta del siglo pasado; un declive irreversible, como detalla el Informe con abundancia de datos, pues nunca se dispondrá del uranio suficiente, del petroleo abundante y de los minerales necesarios para un crecimiento del parque mundial de centrales atómicas a la altura de aquellas fantasías-pesadillas con las que los analistas y expertos nucleares nos han engañado-amenazado desde 1954, el año de la primera conexión en la historia de una central atómica a la red eléctrica en la ya extinta Unión Soviética.

En declive, sí. Pero en un declive tan lento y tan a largo plazo que poco significa para países como España, con siete centrales atómicas en funcionamiento, con un potente grupo de presión político, financiero y mediático favorable a las nucleares, insertado transversalmente en todas las instituciones del Estado; un grupo que exige una ampliación del funcionamiento a sesenta años (exigencia que ni siquiera deben plantear en el caso de Cataluña, ya que la tienen graciosamente concedida en caso de que se produzca una secesión de España y se forme un estado propio); un declive con la amenaza de una catástrofe nuclear como fondo, una catástrofe cuyas consecuencias sanitarias, ambientales y sociales pueden alargarse indefinidamente, como lo demuestran los 29 años que han pasado desde Chernóbil, y lo siguen demostrando los casi cinco transcurridos desde Fukushima.

Cuando suceda esa catástrofe que nadie desea, pero que sucederá, y que marcará nuestro futuro y el de nuestros descendientes más allá de lo que la imaginación alcanza, sea cual sea el lugar donde se produzca, será un consuelo leer en el correspondiente WNISR que la industria nuclear continúa (o acelera) su lento, inexorable y amenazador declive.

Declive, pues, de final imprevisible; habida cuenta de que entre 2014 y 2015 se han puesto en funcionamiento diez nuevos reactores en el mundo, lo que, con sesenta años de funcionamiento aceptado por los que gobiernan, alarga el declive hasta 2075, y más allá si consideramos que hay unos cuarenta reactores en construcción real, con obras iniciadas y fechas de conexión a la red verosímiles. Sin contar con los ya desenmascarados por los sucesivos WNISR: los reactores “en construcción” que llevan más de treinta años “siendo construidos”.

De esos cuarenta reactores en construcción real, veinticuatro están en China, y el orden neoliberal imperante ha diseñado una estrategia de producción de bienes de consumo en la que China adopta el papel de “fábrica del mundo”, lo que convierte al país en un monstruo del binomio producción-destrucción; con un crecimiento que exige de todo tipo de aprovechamientos energéticos, desde grandes complejos de renovables a centrales nucleares, pasando por centrales térmicas y devastadoras presas hidroeléctricas, una realidad, pero sobre la que existe una conveniente miopía selectiva [3].

Con la inauguración de unos pocos reactores hoy se establece un límite temporal que lleva a la energía atómica a las puertas del siglo XXII, y las probabilidades de un nuevo Chernóbil o Fukushima aumentan exponencialmente.

Vistos desde esta perspectiva, ¿qué aportan los informes WNISR a las personas que trabajamos para un año 2020 sin centrales atómicas? Reflexionemos sobre sus apartados principales.

Nada aportan los consoladores detalles sobre el implacable declive del porcentaje de electricidad de origen nuclear en el total mundial de consumo eléctrico, como no aportan nada los informes sobre los crecientes costos que supone poner en marcha un reactor atómico, o los retrasos en las ejecuciones de las obras, o las limitaciones en la formación universitaria de técnicos e ingenieros, o la desconfianza de los especuladores financieros, etcétera, etcétera.

Lo que los diversos WNISR aportan es una limitada visión del trabajo de oposición a la energía atómica que se desarrolla en cada lugar donde funciona o está en proyecto un reactor; aportan también una perspectiva de conjunto que carece de traducción concreta en la situación de cada país, pero que ayuda a conformar un movimiento social de oposición, si la voluntad de conformar tal movimiento existe.

En resumen, el WNISR tiene utilidad como complemento de un movimiento social y político para cerrar las centrales atómicas, pero no sirve para nada si dicho movimiento no existe. En ese segundo caso el WNISR permite aplicar el dicho de que “quien no se consuela es porque no quiere”.

El primer WNISR se publicó en mayo de 1992 y el segundo en diciembre de 2004; mientras que el primero respondió a los requerimientos de la Cumbre de Río (de Naciones Unidas) y a la necesidad de contestar a los que pretendían justificar las nucleares como energía “de futuro”, el segundo se redactó en pleno ascenso del “renacimiento nuclear”, y por eso abundan las cifras, las menciones de las agencias de especulación como referentes de autoridad, los análisis económicos… Pero ni esto, ni las cifras sobre cierres de centrales, o la comparativa entre el ascenso de las renovables y la decadencia atómica, tienen mayor importancia ante el hecho de que, mientras funcione un reactor atómico, la amenaza de una catástrofe de consecuencias irreversibles es abrumadora, sea en Extremadura, Cataluña… o en China.

Porque los destinatarios de los diversos WNISR no son los grupos de activistas que trabajan contra las nucleares, son las élites de políticos, inversores, economistas y científicos que asesoran o se benefician de su neutralidad o apoyo al complejo atómico, pero estas élites ya saben de sobra lo que el WNISR explica.

Notas

[1] Se puede obtener en: http://www.worldnuclearreport.org/.

[2] Arranques y paradas, balance. Reactores funcionando según los diferentes WINSR.
Informe 1: 420 (1992)
Informe 2: 440 (2004)
Informe 3: 439 (2008)
Informe 4: 435 (2009)
Informe 5: 437 (2011)
Informe 6: 429 (2012)
Informe 7: 427 (2013)
Informe 8: 388 (2014)
Informe 9: 391 (2015)

[3] Son frecuentes las noticias triunfalistas sobre el auge de las renovables en China, sin mencionar en absoluto las otras tecnologías en auge o que funcionan masivamente en ese país.

 

[Miguel Muñiz, miembro de Tanquem Les Nuclears-100% EER, mantiene la página de divulgación http://www.sirenovablesnuclearno.org/]

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2015

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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