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Antonio Antón

Grecia: tragedia y estrategia

Tragedia es un concepto creado por el pueblo griego para expresar el dilema moral y político de la elección entre dos males. Sirve para interpretar la actitud del pueblo griego y el Gobierno de Syriza en las últimas semanas de negociaciones con las instituciones europeas y explicar el significado del referéndum y el posterior acuerdo suscrito.

A diferencia de la comedia, en la tragedia no hay oportunidad de elegir entre el bien y el mal. Cualquier elección posible tiene consecuencias negativas, aunque unas más graves que otras. No obstante, no se trata de admitir un completo fatalismo, ni acatar el imperio absoluto del poder (o los dioses) que impone un destino fatídico o totalmente destructivo. Por el contrario, en una situación trágica existe cierta capacidad de elección: rechazo al mal mayor y asunción del mal menor.

La propia tradición popular nos dice que ante dos opciones, una mala y otra peor, lo mejor es elegir la menos mala. Es problemática porque conlleva sufrimientos y desventajas, el daño que genera es motivo legítimo de queja. Pero la elección de la opción peor conllevaría más destrucción moral, política o física. En términos comparativos, la decisión trágica es clara: admitir cierto retroceso para evitar una derrota absoluta. El sentido trágico de la vida nos enseña, frente al fatalismo y la rendición total, que ante el daño impuesto la cuestión es salvar posibilidades y mecanismos para construir un nuevo punto de partida que permita reiniciar el avance hacia el bien. Tragedia y estrategia (otra palabra griega) se convierten en conceptos explicativos fundamentales. Repasemos los hechos fundamentales.

La tragedia griega

El acuerdo impuesto (el diktat) por las instituciones europeas al pueblo griego, y asumido por el gobierno de Syriza y la mayoría parlamentaria, es regresivo e injusto. Descarga sobre la sociedad griega la prolongación y la ampliación del sufrimiento popular y refuerza la subordinación política y la dependencia económica y, lo que es peor, sin garantías de recuperación a medio plazo. Las principales medidas antisociales son: recorte del sistema de pensiones, mayoritariamente bajo —en torno al 60% de la media española— , reducción de los derechos laborales —despidos y convenios colectivos— para dejar más indefensas a las clases trabajadores frente al poder empresarial, subida del IVA de artículos de más necesidad y en zonas deprimidas (islas lejanas), privatización de los principales activos del sector público empresarial (energía, ferrocarriles, puertos y aeropuertos…) como fondo de garantía para el pago de la deuda (25%), capitalizar a los bancos (50%) y el resto (25%) para inversiones productivas, con control griego y supervisión europea.

En todos estos aspectos la representación griega ha conseguido suavizar levemente los planes más duros de los representantes alemanes. No obstante, constituyen todo un plan de austeridad que, como la experiencia anterior indica, impone fuertes retrocesos sociales y económicos pero está abocada al fracaso en cuanto a garantía de crecimiento económico e, incluso, del objetivo explícito del pago de la deuda pública. Es similar al plan rechazado en el referéndum, más duro si cabe, y con la nueva imposición del fondo de privatización. La diferencia es que antes el rechazo gubernamental de las medidas estaba justificado también porque solo eran para salvar la coyuntura inmediata de proporcionar la liquidez necesaria de 7.000 millones, sin eliminar la probabilidad de más recortes a la hora de negociar el inmediato tercer rescate. Además, había que poner a prueba la voluntad de la mayoría social y el apoyo explícito al Gobierno de Syriza (sin llegar al 40% de representatividad). Ahora, tras la victoria del NO del referéndum, el marco de la negociación ha cambiado.

Por un lado, la amenaza de expulsión de Grecia del euro (Grexit) se convierte en chantaje inmediato. Las posibilidades de mayor destrucción económica por el ahogamiento financiero son reales. Los objetivos políticos para imponer la derrota y el desplazamiento del Ejecutivo de Tsipras y el sometimiento del movimiento popular griego pasan a primer plano.

Por otro lado, al establecer un plan de ‘rescate’ a medio plazo —tres años— el gobierno garantiza una mínima estabilidad financiera y económica, bajo supervisión europea, así como consigue el compromiso de reestructurar la deuda pública —sin quita— y dar vía libre al ya anunciado Plan Juncker de inversiones (35.000 millones) para estimular la economía productiva griega. Es una pequeña oportunidad, junto con la legitimidad de Syriza y la determinación de la mayoría social.

Además, es oportuna la idea de Tsipras de que ese designio del plan es injusto y ahora le toca aportar a la oligarquía griega. Es un reequilibrio interno necesario.

¿Qué opciones existían? Syriza y la mayoría de la ciudadanía griega (70%), razonablemente, están en contra de la salida del euro. La victoria del NO en el referéndum, a pesar del amedrentamiento y tergiversación del bloque del SI al plan de recortes y la extrema dureza de la nueva propuesta europea, no avalaba ese paso sino todo lo contrario: negociar en mejores condiciones para permanecer en el euro. Los resultados del 62% de apoyo popular han constituido un éxito político y democrático y la mayor legitimación del gobierno. Su conveniencia política y justificación democrática han sido claras. Era (casi) el último cartucho. El problema es que esa victoria política relativa ha sido insuficiente para desbloquear la fuerte determinación del poder establecido europeo, con todas las armas de estrangulación económica a su disposición. Dicho de otra manera. La sensibilidad democrática de las élites poderosas está bajo mínimos, ha quedado patente su extremada crueldad y autoritarismo, pero la dependencia y la fragilidad económica de Grecia es muy grande.

La salida voluntaria del euro no era la mejor opción, ni la menos mala. Sin una base industrial propia y con la necesidad de importar todo tipo de productos, incluido alimenticios o farmacéuticos, y con una gran deuda acumulada (en euros) y la debilidad fiscal y bancaria, la salida del euro podía provocar no solo un gran empeoramiento inmediato de las condiciones socioeconómicas de la población, sino imposibilitar su desarrollo, al menos, para toda una generación. Todo ello es responsabilidad de la incapacidad modernizadora de las élites económicas y políticas griegas, durante las décadas pasadas, pero es una realidad incuestionable. Además, una salida no pactada de euro, con impago de la deuda pública, acrecentaba el aislamiento internacional y la legitimidad del poder financiero e institucional para arrinconar al pueblo griego. No son asimilables otras experiencias históricas de otros países y épocas. Por tanto, no había condiciones políticas y económicas para hacer viable la salida del euro y la capacidad de amenaza por las consecuencias negativas para la Eurozona (que ya había construido cortafuegos) tenían poca credibilidad. Ese sacrificio cierto no era razonable adoptarlo.

La determinación de la mayoría de un pueblo expresada en las urnas ha asestado un duro golpe a la credibilidad social del Consejo Europeo pero, de forma inmediata, esa expresión democrática ha sido incapaz de impedir las medidas de austeridad. Es más, la deslegitimación social y política de su propuesta regresiva y el desafío cívico y democrático que ha supuesto al poder liberal-conservador y sus colaboradores socialdemócratas, han acrecentado la determinación del bloque de poder representado por Merkel de taponar ese agujero de disidencia y resistencia. Ha tratado de neutralizar el instrumento institucional de la mayoría social griega e infringirle un castigo, suficientemente duro y claro, para frenar el descontento popular con la austeridad y la prepotencia de la nueva troika. Su objetivo también ha sido disciplinar a los socios algo remisos como Francia e Italia, asimilar a la socialdemocracia —evidente en el caso del SPD como alumno aventajado— y, sobre todo, impedir el desarrollo de las posibilidades de cambio político en España, como siguiente eslabón importante.

La mayoría del pueblo griego rechazó las duras condiciones exigidas por el Eurogrupo, a pesar de su campaña insidiosa y prepotente, la imposición del ‘corralito’ y la amenaza de colapso financiero. El referéndum ha sido un ejercicio democrático que ha soliviantado a las élites europeas, poco acostumbradas a tener en cuenta la voluntad popular frente a la austeridad. Ha permitido una mayor legitimidad del gobierno de Syriza y una mayor cohesión de la mayoría de la sociedad griega. Y ha hecho más difícil el cumplimiento del programa máximo del poder establecido comandado Merkel. Les ha irritado el no poder deslegitimar socialmente a Syriza y forzar su recambio en el poder institucional. Pero vuelven a intentarlo, y en condiciones de repliegue son fundamentales la lucidez y la cohesión social y política.

La peor opción para el pueblo griego era rendirse y dejarse arrastrar fuera del euro, sometiéndose a una reestructuración económica implacable y un aislamiento político total. Para la mayoría social queda un futuro duro e injusto. Frente a los voceros del establishment ni siquiera está garantizada la superación a medio plazo de la subordinación y la dependencia económica. El bloque de poder liberal conservador está imponiendo un diseño de gestión de la crisis autoritario y antisocial. La Europa alemana esconde la prepotencia y la voracidad de los poderosos respecto de las capas populares.

La alternativa emancipadora es la derrota de la austeridad, el desplazamiento de las derechas, la defensa de los derechos sociales y laborales y el reequilibrio institucional hacia las fuerzas alternativas y de izquierda. El horizonte es una Europa más social, democrática, solidaria e integrada. Las fuerzas progresistas europeas, particularmente del sur, tenemos una deuda con el pueblo griego y su gobierno. Las élites poderosas han escarmentado en su cabeza la venganza por la indignación y la resistencia que en distintos países se ha generado contra la austeridad y por la democracia. Particularmente, tratan de atemorizar al pueblo español sobre las expectativas de un gobierno de progreso donde Podemos y la dinámica de unidad popular tenga un peso o influencia significativo. España, sin tanta fragilidad económica y con un mayor peso social y político, supone un problema mucho más grave que Grecia para el bloque encabezado por Merkel. Junto con Rajoy, uno de los más duros contra Syriza y el pueblo griego, han demostrado su crueldad antipopular y su determinación en bloquear las expectativas de cambio político.

La pugna por los derechos sociales y la democracia va en serio. Es imprescindible la activación democrática de las capas populares del sur de Europa. Dentro de lo malo es mejor el acompañamiento y la solidaridad de los pueblos, también del griego, con un futuro incierto pero con una voluntad unitaria. No se podrán evitar situaciones trágicas y complejas, es necesario el realismo y la estrategia. Pero la opción transformadora también está definida por la cultura clásica griega: ética (igualdad, libertad, justicia), democracia (frente al autoritarismo de las oligarquías), razón (argumentos y convicciones) y épica (resistencia de los débiles frente a los poderosos). Todo ello construyendo un demos europeo solidario.

La encrucijada de Syriza

El plan impuesto por las instituciones de la UE al pueblo griego es injusto e ineficaz. Su objetivo explícito es asegurar el pago de la deuda pública (la mayor parte, ilegítima) a los acreedores financieros e institucionales. Sus consecuencias directas son el agravamiento de las condiciones económicas y los derechos sociolaborales del pueblo griego, imponiendo una mayor dependencia y subordinación económica sin garantía de recuperación a medio plazo. El poder establecido europeo ha demostrado su determinación antisocial y autoritaria, así como su desprecio a una Europa más democrática y solidaria.

La interpretación de las élites europeas dominantes y la mayoría de medios, con gran cinismo, es que el gobierno de Syriza ha dado la espalda a su pueblo, ha traicionado sus compromisos electorales y se ha convertido a la política de austeridad. La experiencia griega habría sido una breve ilusión sobre la posibilidad de una estrategia democrática y social diferente a la liberal conservadora dominante. Se confirmaría el mantra posibilista de que ante ese impresionante bloque de poder institucional y financiero no hay alternativa, ni margen de maniobra para explorar otra política. La salida inevitable a la crisis sistémica sería el retroceso de condiciones y derechos sociales y democráticos para las capas populares, especialmente de los países del sur, en una Europa más autoritaria con hegemonía conservadora. Así, celebran la vuelta al redil de Tsipras.

Según críticas también por su izquierda o desde el nacionalismo, Syriza habría abandonado a las capas populares y su compromiso de desafío frente a la Troika. Seguiría la senda de la socialdemocracia, abanderada en esta crisis de los planes de ajuste y recortes sociales y la prepotencia institucional. La izquierda alternativa y unitaria europea, particularmente Syriza y Podemos, verían cerrada su oportunidad para promover el cambio sustancial de las políticas económicas y el marco institucional. En el mejor de los casos, deberían adaptarse a un papel de acompañantes (algo críticos) de la gestión de la socialdemocracia en su colaboración (con solo algunos matices) con las derechas europeas.

Por tanto, son pertinentes varios el interrogantes. En la encrucijada en que los poderes europeos han colocado al gobierno de Syriza: ¿hay una capitulación estratégica?; ¿cuál es el contexto y el sentido de su acuerdo?; ¿qué relación tiene con su proyecto transformador?; ¿va a conseguir suficiente cohesión social y política de las fuerzas progresistas y de izquierda para continuar a medio plazo con la resistencia contra la austeridad y por la democracia y la solidaridad europea?. Sus respuestas son fundamentales para una perspectiva transformadora. Veamos algunos hechos relevantes.

El gobierno de Syriza ha acatado el plan, aun considerándolo negativo, bajo la amenaza de la expulsión del euro (y la Eurozona) con riesgos de mayor desarticulación económica y sufrimiento popular. El consentimiento gubernamental es a un mal menor, dentro de una situación extrema y con un enfoque trágico, tal como se ha explicado antes.

El plan ha recibido el apoyo de una amplia mayoría parlamentaria. Al grueso de Syriza (110 diputados a favor, 32 en contra, 6 abstenciones y 1 ausente), partidario del NO en el reciente referéndum (62%), se ha sumado la oposición perdedora del referéndum (la derecha de Nueva Democracia, el socialista PASOK y el centrista-liberal To Potámi), defensora del SI (38%). En la votación de la segunda parte del plan, el día 22 de julio, tres diputados de Syriza cambian de posición y aprueban las nuevas medidas, entre ellos el ex ministro de Finanzas, Varoufakis. Según sus declaraciones pretende contribuir a la unidad de Syriza pues así el Gobierno griego logrará “ganar tiempo para organizar una mejor resistencia al autoritarismo”. Todo ello a pesar de su valoración sobre algunos errores importantes dentro del proceso de negociación.

Aun así, es grave la fractura de la quinta parte de diputados de esta formación, opuestos al acuerdo; su reducción o su ampliación, junto con la base social que representa, y la conformación de un nuevo consenso interno, van a influir en el reforzamiento o no de la izquierda griega y su capacidad para articular este proceso, más si se producen unas elecciones anticipadas.

No obstante, hasta ahora, la mayoría de la sociedad griega se muestra comprensible con el gobierno de Syriza. Según un sondeo publicado el sábado 18 de julio en el diario griego de izquierdas Efimerida ton syntakton, el 70% de los griegos avala un acuerdo con la UE aunque implique medidas duras; por el contrario, solo el 24% de los encuestados prefiere la salida del euro. Por otra parte, el apoyo social al gobierno de Syriza, a pesar de sus concesiones (que admiten ellos mismos y reconoce el 83% de la población), se ha incrementado ligeramente. No se ha producido un descenso de su legitimidad, sino que ha aumentado su intención de voto hasta el 42,5% (más de seis puntos, desde el 36,3% de las elecciones de enero). En el caso de elecciones anticipadas en este momento alcanzaría mayoría absoluta con 164 escaños de 300 (frente a los 149 actuales). Pero, además, la conservadora Nueva Derecha se queda en la mitad de votos (21,5%), cayendo más de seis puntos (desde el 27,8%), y el PASOK, que había obtenido un 4,6%, no levanta cabeza.

Ante el nuevo plan del Consejo Europeo los posicionamientos políticos han variado respecto al alineamiento en el reciente referéndum. Por una parte, se ha abierto una grieta en la izquierda gobernante, Syriza, y su base de apoyo. Por otra parte, aparece una posición común con los partidos perdedores en la consulta, que defendían y defienden la estrategia europea de austeridad y representan al poder establecido y el consenso liberal-conservador y socialdemócrata europeo. Sin embargo, esa unidad es relativa. Los motivos del apoyo al acuerdo impuesto de las dos partes enfrentadas hasta el reciente referéndum y, sobre todo, la valoración del mismo y su vinculación con una estrategia global son muy diferentes.

Como se ha avanzado, el primer ministro Tsipras reconoce que este plan es regresivo y no soluciona, sino que puede agravar, los problemas estructurales de la economía y la sociedad griegas. Syriza ha movilizado todas sus capacidades sociales, políticas e institucionales contra los planes de austeridad, incluida la última batalla del referéndum. Pero la afirmación democrática de toda una sociedad y su soberanía nacional no han podido impedir la imposición de las instituciones europeas. El pueblo griego ha dado una gran prueba de dignidad y democracia. Con su rotundo rechazo al plan del Eurogrupo han desenmascarado el carácter autoritario y antisocial de las élites europeas dominantes. Además, ha generado unas condiciones políticas, una mayoría social contra la austeridad y la imposición europea y una fuerte legitimidad del Gobierno de Syriza, que permiten frenar la dinámica destructiva, económica y política, de la nueva Troika. Esa tregua era imprescindible para recomponer fuerzas, dinámicas y condiciones más ventajosas para la mayoría del pueblo griego.

Ante esos límites propios para vencer al bloque encabezado por Merkel, la aceptación del acuerdo posterior era conveniente para obtener esa mínima estabilidad económica, mantener la hegemonía de la izquierda griega en este proceso y apostar, con tiempo, por la activación de las fuerzas progresistas europeas tras otro modelo más social e integrador. Se trata de frenar el aislamiento total y poder continuar con la perspectiva estratégica de derrotar el austericidio y la prepotencia del bloque liberal-conservador. La salida del euro y la Eurozona, impuesta por la UE, según pretensiones alemanas, agravaba esos problemas y no suponía una alternativa realista, en las actuales condiciones económicas, sociales y políticas. Tampoco era solución una salida voluntaria y no pactada, según las opciones de algunos sectores griegos, de izquierda, nacionalistas o de derecha. Precisamente, lo que se ha visto como dificultad inmediata para vencer al bloque de los poderosos son los límites de la soberanía nacional, incluso habiendo movilizado todos los resortes políticos, y la poca capacidad autónoma de un Estado débil en lo económico, aislado en lo institucional y muy dependiente financieramente.

Como bien admite ahora Varoufakis lo que ha hecho el gobierno de Syriza es un repliegue necesario para organizar la resistencia popular contra esa imposición antisocial. Es decir, la aceptación gubernamental de esas medidas no implica asumir la estrategia europea dominante, a diferencia de los otros tres partidos de la oposición que han apoyado el plan. No hay un discurso embellecedor del acuerdo, ni una capitulación estratégica, para convertirse en meros gestores de los recortes sociales impuestos. Por el contrario, Syriza mantiene la determinación de seguir oponiéndose a esa dinámica y sus consecuencias y posibilitar un cambio del equilibrio de poder en el marco europeo, sumando fuerzas progresistas. En ese sentido, la actuación y la estrategia de Syriza es muy distinta a la del PASOK (y del PSOE de Zapatero en su día) de acatar, gestionar y legitimar esa política europea liberal conservadora.

La socialdemocracia europea ha estado comandada por el SPD alemán, a la vanguardia en la exigencia de sacrificios al pueblo griego. Particularmente su gestión gubernamental en los países del sur, incluyendo la Italia de Renzi y la Francia de Hollande, ha sido incapaz de diseñar y llevar a cabo una política alternativa a la del grupo de poder representado por Merkel y el gobierno alemán de coalición. No significa solo impotencia para elaborar un discurso progresista diferenciado con suficiente credibilidad pública y sin quedarse en algunos gestos retóricos distintos. Demuestra falta de voluntad para oponerse a la orientación política y económica impuesta por el bloque liberal conservador y el poder financiero. Supone no distanciarse críticamente del actual poder establecido y sus políticas antipopulares y autoritarias. Explica su abandono de una estrategia, una actuación política y de alianzas que apueste por un cambio sustancial en la construcción social, solidaria y democrática de la UE. Esa falta de oposición práctica, programática y discursiva de los partidos socialistas respecto de las derechas hegemónicas les condena a una posición subordinada. Así no pueden encabezar la indignación cívica y la resistencia popular contra la austeridad y por la solidaridad y la democracia. En la encrucijada europea no constituyen una alternativa y están sometidos a una crisis permanente de identidad respecto de las derechas y el poder económico.

En definitiva, Tsipras y el grupo dirigente de Syriza tienen el reto de desarrollar, en condiciones más difíciles, una estrategia alternativa para Grecia. Su orientación es desacreditar los planes de recortes sociales y la prepotencia de las instituciones de la UE, dentro y fuera de su país, y permitir una reorientación de la política socioeconómica y la construcción europea. Es una tarea compartida con las fuerzas progresistas, especialmente en el sur europeo. En particular supone un desafío para Podemos y la dinámica popular en España para conseguir el cambio político y afrontar con determinación un nuevo horizonte frente a la hegemonía conservadora. En la actual encrucijada europea la opción estratégica más realista y justa sigue siendo la derrota de la austeridad y el avance hacia una Europa más social, democrática e integradora.

 

[Antonio Antón es profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid]

27 /

7 /

2015

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