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Juan Antonio Aguilera Mochón

La educación militar, según Groucho

En los últimos años, en paralelo a campañas propagandísticas para ofrecer una buena imagen y captar nuevos miembros, no han dejado de aumentar las iniciativas docentes del Ejército español a todos los niveles, desde el infantil hasta el universitario. El organismo militar más involucrado en la tarea es el Mando de Adiestramiento y Doctrina (MADOC), con sede en Granada.

Con las universidades, el Ejército ha establecido diversas colaboraciones (Convenios, Proyectos, Cursos, tesis, etc.), e incluso se ha creado un “Centro mixto” entre el MADOC y la Universidad. Para introducirse mejor en los centros escolares, el MADOC ha iniciado convenios con Ayuntamientos, que les permiten ofrecer a los niños charlas y otras actividades, que hay que sumar a las que ya venían realizando las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Además, el Ejército ofrece desde hace años premios a Centros, niños y profesores de toda España que ensalcen su labor. En estas actividades se quiere mostrar, cómo no, una cara amable, divertida, aventurera y pacífica de las Fuerzas Armadas.

Estoy convencido de que, de ocurrir todo esto en el franquismo o en los primeros años de la transición, las protestas se habrían multiplicado, pero hoy el silencio, cuando no el aplauso, es casi general. Sin embargo, creo que hay motivos para la alarma.

Aunque no hay nada que facilite más las guerras que la existencia de los ejércitos, no voy a entrar en la vieja polémica sobre su necesidad. Sólo quiero señalar que históricamente la “defensa” y la “paz” se han utilizado como coartadas para el ataque y la guerra, y que hay bastante acuerdo sobre la urgencia de un desarme de gran alcance. Esta urgencia se acrecienta por el descomunal coste económico de los ejércitos, incluso dejando de lado los enormes daños directos que ocasionan en las guerras. Un gasto militar mundial de 1,34 billones de euros en 2012; en 2013, el gasto militar de España se estima en cerca de 16.500 millones de euros: dejo al lector la tarea de averiguar lo que podría hacerse por el bien de la humanidad o de España con sólo la mitad de ese dinero. Hechos como el que países tan democráticos como España vengan vendiendo armas a otros en los que se están produciendo graves violaciones de derechos humanos, llevaron a que el 2 de abril de 2013 las Naciones Unidas aprobaran, por abrumadora mayoría, un Tratado sobre el Comercio de Armas que regule ese colosal comercio criminal. Sólo falta que se firme y cumpla ampliamente, pero, aun así, sólo reduciría los casos más sangrantes: seguirá existiendo un comercio legal propiciador de guerras legales que ocasionarán muchos miles de muertos no menos legales.

Es esencial que los niños sepan todo esto, y que reflexionen sobre ello, en beneficio del futuro control de las actividades militares por una sociedad civil racional, no fanatizada. Sin embargo, en la tradición del control social, lo que viene ocurriendo es justo lo contrario: es el pensamiento militarista el que se impone a la sociedad. En las democracias, como nos enseñó Chomsky, la imposición se ha cambiado por persuasión, por propaganda. Y ahí podríamos entender las acciones del MADOC, al que sólo le ha faltado ocultar sus intenciones en su propio nombre: a los centros de enseñanza, donde debe prevalecer la inteligencia y el pensamiento, llevarles “doctrina”, bajo “mando”, debería provocar el rechazo inmediato; en ese contexto, incluso la palabra “adiestramiento” parece referirse a la segunda acepción de “adiestrar” en el diccionario de la RAE: “amaestrar, domar” (a un animal). Es fundamental que en los centros escolares se promocione, no ninguna “doctrina”, sino el pensamiento crítico. Contra lo que se pretende en la educación emancipadora, en el corazón del militarismo encontramos la obediencia ciega a la autoridad como un valor supremo de su régimen interno. Es la antítesis de la libertad de conciencia: mientras esta humaniza, aquella cosifica.

Otra característica de lo militar es el gusto por la fuerza bruta, por las armas. En la educación debe promoverse el rechazo del abuso basado en la fuerza como método para resolver conflictos. (No confundir todo esto con la necesidad de normas de convivencia, de disciplina escolar). Sin embargo, si acceden al material para niños de la web del Ejército, entrando en “Tropa menuda” verán juegos en los que se les hacen preguntas tan pacíficas como estas: “Cuál es el alcance de un misil Hawk?”, “¿cuántos tubos tiene el Cañón Antiaéreo 35/90?”. También se ofrece “realizar fuego con carros de combate”. Pero tal vez no todo sea negativo: uno de los premios para niños concedido recientemente por el Ejército fue para un trabajo de alumnos de sexto de primaria con el título “Las chicas también son guerreras”, en lo que parece un intento de superar el tradicional machismo militar. ¿Habrá pronto un “Los gays también quieren guerra”?

Por fin, lo militar se nutre de la distinción nítida (con la ayuda de banderas, himnos…) entre “ellos-malos” y “nosotros-buenos”. Distinción que, huelga decirlo, a menudo se hace de modo simétrico entre bandos (como las “patrias”) con grandes intereses —frecuentemente económicos— enfrentados, por encima de toda justicia y racionalidad. ¿Les parece muy educativo? Seguramente por razones como estas decía Groucho Marx que “Inteligencia militar es una contradicción de términos” y que “La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música”. Me parece que estas frases pueden adaptarse perfectamente, e incluso con más razón, al “pacifismo militar” y a la “educación militar”.

 

Juan Antonio Aguilera Mochón es miembro de Europa Laica

3 /

9 /

2013

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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