La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Joaquim Sempere
Desde la izquierda no se puede seguir haciendo política como hasta ahora
La derecha neoliberal y el gran capital han emprendido con gran agresividad una ofensiva contrarrevolucionaria. En esas circunstancias no se puede seguir haciendo política desde la izquierda como hasta ahora.
Está teniendo lugar una respuesta en parte espontánea: las acciones de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, las protestas y manifestaciones contra los recortes sociales y los cierres de empresas, la oposición del personal sanitario contra la exclusión de los inmigrantes sin papeles, las múltiples iniciativas de comedores populares y expropiación de alimentos en supermercados para dar de comer a los excluidos, etc. Vale la pena subrayar que hasta ahora no se han producido brotes activos de xenofobia: el clima de protesta predominante es solidario con los más desfavorecidos.
Pero, mientras tanto, ¿qué hace la izquierda política?
Pese al malestar sentido por mucha gente, cala el discurso de que hay que pagar las deudas, de que apretarse el cinturón es inevitable, aunque no nos guste, etc. Aunque nunca como hasta ahora, en los últimos treinta años, se haya señalado con el dedo a los verdaderos culpables —la banca, el gran capital, los especuladores, los políticos que les sirven—, predomina el desconcierto, el miedo y la resignación malhumorada.
Esta resignación sólo se romperá con otra versión de los hechos y con una alternativa practicable. Ofrecer otra versión y una alternativa es ahora una de las principales tareas de la izquierda.
La salida a la situación actual no es fácil. Treinta años de desregulación neoliberal han creado interdependencias internacionales que dificultan las soluciones puramente nacionales a los problemas. El adelgazamiento de los estados, las privatizaciones, los límites impuestos a la intervención pública y la reducción de la progresividad fiscal debilitan la posibilidad de practicar políticas públicas. La debilidad del Estado es a la vez la debilidad de la ciudadanía, de sus instrumentos representativos para influir en la vida política y económica. Y en el contexto de globalización, la izquierda debe disponer de mecanismos supraestatales de intervención: de ahí la importancia y la urgencia de una política europea y de una coordinación eficaz de todas las fuerzas europeas de izquierda.
Pero aunque la salida a la situación no sea fácil, aunque la ciudadanía esté todavía en estado de shock y aunque la emergencia de una voluntad política activa de resistencia y oposición al desastre actual vaya a tardar aún un tiempo difícil de prever, la izquierda —me refiero a la izquierda de verdad, la izquierda transformadora o radical— tiene la misión de quebrar el discurso del conformismo y de abrir nuevas perspectivas por las que luchar.
Tal vez sea ya el momento de decir cosas como las siguientes:
- No se puede pagar toda la deuda pública. Ni siquiera se sabe cuál es la parte de la deuda que legítimamente se puede considerar deuda pública: convendría tener una auditoría fiable al respecto. Debe negociarse y suspender pagos durante un tiempo hasta que la reactivación económica permita abordar el pago de lo que corresponda.
- Deben recuperarse los derechos sociales y las conquistas del Estado del bienestar que han sido liquidados durante este golpe de Estado político-financiero, al menos en los niveles adquiridos anteriormente.
- Hace falta una reforma fiscal drástica y una lucha decidida contra el fraude fiscal para que los más ricos paguen lo que les corresponde y para reunir los recursos públicos suficientes. No son los más pobres los que deben —mediante recortes en sus derechos sociales— saldar deudas que no han contraído.
- Debe nacionalizarse la banca y establecer regulaciones estrictas de las actividades financieras. Hay que reconstruir un sector público de la economía mediante las expropiaciones adecuadas en los sectores clave, como la energía, y detener la orgía privatizadora en sectores amenazados como los ferrocarriles, el agua, etc.
- Es imprescindible una reactivación económica para reabsorber el paro cuanto antes, mediante políticas económicas razonables en sectores de futuro, como las energías renovables. Debe facilitarse el acceso a la vivienda a todo el mundo gestionando el parque inmobiliario adecuadamente (devaluación de precios, fomento del alquiler…).
Necesitamos un debate sobre algún programa de este tipo, que debe —además— tener en cuenta el contexto internacional (y la lucha contra los paraísos fiscales, por una tasa Tobin y una nueva política financiera de la UE). De ahí la importancia de que exista una izquierda europea unida.
Pero para abordar estas tareas —o las que corresponda al momento presente para detener la ofensiva reaccionaria e invertir la tendencia— hace falta una izquierda con un perfil propio, que no se confunda con los partidos que han sido actores o cómplices de las políticas neoliberales y de la corrupción. En particular, creo que debe rechazarse por ahora la colaboración con el partido socialista, que ha mostrado ser parte activa de las políticas que han conducido al desastre. Es un auténtico drama que la izquierda realmente existente en nuestro país resulte amalgamada con el resto de los partidos por sectores de la población que se alzan con razón contra el desorden y la corrupción imperantes. Se necesitan políticas, prácticas y gestos que hagan visible que la izquierda transformadora es otra cosa. Y tal vez esto exija medidas contundentes para desterrar hábitos y defectos que entorpecen el papel de la izquierda transformadora como referente creíble.
Convendría abrir un debate sin reservas sobre la izquierda que necesitamos. Ante todo, sería bueno unificar todas las fuerzas políticas que se mueven en la galaxia de la izquierda, superando personalismos, doctrinarismos y sectarismos, poniendo por delante la definición de unos puntos programáticos mínimos y buscando fórmulas flexibles para que mucha gente pueda coexistir bajo un mismo paraguas activista y electoral. (Deberíamos examinar cómo se ha conseguido en Grecia poner en pie una coalición tan amplia como Syriza.) Además, la unificación de la izquierda no tendría sentido sin una participación e implicación activas de los movimientos, plataformas y grupos sociales que están luchando ya contra las injusticias.
Tenemos una responsabilidad compartida y debemos estar a la altura de la misma. La descarada ofensiva contrarrevolucionaria de que somos víctimas nos exige hacer todo lo posible para detenerla, pensando, además, que seguramente estamos al comienzo de una lucha que será larga y difícil.
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9 /
2012