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Ossip Mandelstam

El poema sobre Stalin

Vivimos sin notar la tierra bajo nuestros pies,

nuestras voces a diez pasos no se oyen.

Pero cuando a medias a hablar nos atrevemos

sale siempre el montañés del Kremlin.

Sus gruesos dedos son como gusanos sebosos,

como pesas macizas las palabras de su boca caen.

Aletea la risa bajo sus bigotes de cucaracha

y relucen brillantes las cañas de sus botas.

Una chusma de jefes de cuello blanco le rodea,

infrahombres con los que se divierte y juega.

Uno silba, otro maúlla, otro gime,

pero solo él parlotea y dictamina.

Forja ukase tras ukase como herraduras,

a uno en la ingle golpea, a otro en la frente,

          en el ojo, en la ceja,

Y cada ejecución es un bendito don

que regocija el pecho del oseta.

28 /

9 /

2018

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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