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En la pantalla

Bye Bye Tiberias

El quinto plano de «La jetée»

Infiltrados

Manuel Sacristán (1925-1985), hoy: aproximaciones a su legado

¿Por qué tanto resquemor?

India: vivir a 50 grados

Argentina: las guardianas de la verdad

Bolivia: el oro asesino

Israel: los ministros del caos

Desde Historias Desobedientes, nos llega un cine desobediente

White Power

India: la ideología del odio

Donna. Women in Revolt

Arar, cultivar, luchar: historia de los campesinos

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Kafka, ese ilustre desconocido

«La tristeza y la piedad»: la Francia de Vichy

Portugal: claveles contra la dictadura

Al límite

El primer año

El capitalismo americano

Sherwood

La batalla de Chile

The Strangest Dream

¿Demasiado calor para trabajar?

Mujeres contra misiles

Telaraña: el segundo imperio británico

Bebés robados, la Iglesia católica y Franco

Catar: explotación en el emirato

Trabajadores fantasma

Cuando la Tierra se calienta

Modelo 77

Anatomía de las fronteras

La guerra de Argelia: el crepúsculo del imperio

Mundo multipolar y guerra en Ucrania

Hundimiento de la civilización

Comparecencia de Antonio Turiel en el Senado

Luciano Canfora en YouTube

¿Qué es el peak oil?

Petons a Robadors

Cuba: el secreto de la isla bio

El tráfico de esclavos transatlántico en dos minutos

Historia del movimiento obrero

The Vietnam War

«Poesía completa», de Ernesto Cardenal

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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