Skip to content

Notas

No a la guerra, no a las armas

Mejor que no vuelva

Nos han dejado dos compañeros imprescindibles

Miguel Muñiz: in memoriam

La libertad de amar

Gabriel Boric: un paso de esperanza colectiva

La reforma laboral, a debate

Desahucios y guerra cultural

La memoria de nosotros mismos

De precios y suministros

La Ley de Amnistía de 1977: entre la impunidad jurídica y la impunidad social

Neolaborismo

¿Abolir la prostitución prohibiéndola por ley?

La factura eléctrica: una pugna entre derechos y privilegios

La creación del enemigo

La larga saga de la reforma laboral

La carga de Casas y el Palacio de Buenavista

La gran incertidumbre

Crispación y complejidad

Recuerdo de urgencia de Agustí Roig

Las fuerzas armadas y la democracia

Condenado por un algoritmo

Anticapitalismo perplejo

Viviremos peor que nuestros padres

La memoria histórica democrática pendiente en la escuela

El curso que empieza, ¿será nuevo o viejo?

Geografía económica del crimen

A los cien años del Desastre de Annual

No hay covid entre los inmigrantes

Panorama tras los indultos

Capitalismo regulado: de eléctricas y otros abusones

Violencia y acoso a las mujeres en el mundo laboral

La familia como organización criminal

La izquierda perpleja

Chile: de la calle a las urnas

Urgencias

Las relaciones España-Marruecos y las crisis migratorias

La empatía como motor del cambio de los hombres

Otra vuelta de tuerca al concepto de solidaridad

Que la próxima primavera florezca de verdad

Pandemia y futuro: no se aprende ni por shock

Imprescindibles

Fascismo y ultraderecha

¿Capitalismo reformado? Comentario a dos planes

La eucaristía del examen

La principal conversión que los condicionamientos ecológicos proponen al pensamiento revolucionario consiste en abandonar la espera del Juicio Final, el utopismo, la escatología, deshacerse del milenarismo. Milenarismo es creer que la Revolución Social es la plenitud de los tiempos, un evento a partir del cual quedarán resueltas todas las tensiones entre las personas y entre éstas y la naturaleza, porque podrán obrar entonces sin obstáculo las leyes objetivas del ser, buenas en sí mismas, pero hasta ahora deformadas por la pecaminosidad de la sociedad injusta.

Manuel Sacristán Luzón
Comunicación a las jornadas de ecología y política («mientras tanto», n.º 1, 1979)

+