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Notas

La crisis de la ONU

Las elecciones suizas

Un "otoño caliente" para los transgénicos

La política por arriba: lo que viene

El apagón del mercado

Ingeniería genética y seguridad alimentaria

El doble lenguaje de la Organización Mundial del Comercio

Calor y política

La "Convención" y la "Constitución europea"

La barbarie cotidiana

Especulación y corrupción

¿Reformar para privatizar?

Financiar las pensiones de jubilación es asunto de todos

Aprendizaje de campaña

Los resultados electorales: el juego esta abierto

Amenazas contra la democracia

La restauración de la razón de Estado

El discurso de la tiranía

El sector petrolero y la guerra

La guerra hacia dentro

Carta de la Redacción

Contra la tortura

El Acuerdo General sobre Comercio de Servicios

Sobre la guerra

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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