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Notas

Wisconsin, Bruselas, Turín, Madrid, Barcelona, o las diferentes formas de atacar la negociación colectiva

La universidad en el mundo neoliberal

Cuaderno de depresión: 2

¿Deslegitimación del régimen?

Ètica i política, passat i present del PSUC

Neus Porta i Tallada: in memoriam

¿Por qué no generarán empleo y sí más precariedad las nuevas regulaciones sobre la contratación temporal?

Es hora de repensar la democracia

Una última canalladita

Nuevo curso: repaso de la situación

Comentarios prepolíticos: 3

Cuaderno de depresión: 1

El sentido de ciudadanía

Corrupción y turismo residencial: la otra historia de la burbuja inmobiliaria

(In)consciencia de clase

Morales

Manifiesto “Una ilusión compartida”

La histeria va con el precio

Palabras rotas sin discurso político

Manos muertas

¿Hacia dónde orientar la indignación?

Avanzar sobre dos pies (material para un debate)

La mejor juventud

Las grandes preguntas tras el crack

Cajón Desastre

Bin Laden ha muerto, palabra de honor

Nota sobre el congreso “Pico del petróleo, ¿realidad o ficción?”

Nacionalismo y convergencia de la izquierda estatal

Cuaderno de crisis / 29

Los límites del sistema de partidos y cómo esquivarlos

Bombas de racimo españolas en Libia

Comentarios prepolíticos: 2. Ciudadanos y prepotentes: de Sol a Catalunya

15-m: Hartos de estafas y de impunidad

Cajón Desastre

La directiva sobre asistencia sanitaria transfronteriza: ¿una medida discriminatoria?

Desde mi barrio, 5

Cuánto y hasta cuándo

Cuaderno de crisis / 28

Haití en el imaginario racista

El nuevo reglamento de extranjería o el regreso de Perseo

Las agencias de rating han dejado de estar bajo sospecha...

Cajón Desastre

Contra la impunidad de quienes agreden, acosan y persiguen a quienes defienden el planeta

Las universidades y el apartheid israelí: acabemos con la complicidad

Sin permiso de (casi) nadie

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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