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De otras fuentes

Momentos para olvidar, lecciones que recordar

Demagogias, mentiras y simplezas

O Brasil diante de uma eleição dramática

La propaganda del otro

Primer parte de guerra (comercial)

Acabar con el dictador

El decepcionante informe del Banco de España sobre la desigualdad

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¡Fuera las bestias de aquí!

Reforma constitucional desde abajo

Las patas cojas del régimen constitucional

Las enajenaciones de soberanía

Eutanasia

Un paseo para Marcelino Camacho

Cuando la Moreneta mira hacia Jerusalén

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Escándalos constitucionales con las pensiones

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Todos somos Ana Julia Quezada

Una enseñanza transformadora: actualidad de «Carta a una maestra»

Las lenguas en el sistema constitucional

Ambigüedad en la jefatura del Estado

Jaume Botey, radicalment compromès amb les persones des dels marges

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Pensionistas rodeando el Congreso

Manipulación o reinserción

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Un sistema electoral deficiente

Errantes sin derechos. Carne de esclavos

El rey en Davos: una vergüenza nacional

La ecología en la Constitución

Por qué las clases populares no votan a la izquierda y qué hacer para conseguirlo

El desahucio de una familia

La despedida de un profesor

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La disolución de la URSS

Un poder Judicial no enteramente independiente

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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