¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Albert Recio Andreu
Sumar… ¿Cómo?
I
La izquierda española está periódicamente necesitada de reinvención. Ocurrió en la década de los ochenta, cuando la creación de Izquierda Unida fue la respuesta a la crisis del Partido Comunista de España y la práctica desaparición de la izquierda radical. Volvió a ocurrir tras el 15-M, la creación de Podemos, la constitución de las diferentes confluencias territoriales y la posterior alianza Unidas Podemos. Y todo apunta a que la propuesta lanzada por Yolanda Díaz es una respuesta a lo que se percibe como un viejo proyecto que no da más de sí.
En cada una de estas situaciones pueden detectarse elementos recurrentes: el declive electoral del proyecto anterior, la aparición de una figura personal que se ve con fuerza para lanzar un nuevo proyecto, la esperanza que una amplia confluencia y un modelo más participativo generen un impulso movilizador que trascienda a la fuerza de los propios organizadores del proyecto. Y, también, la necesidad de recomponer viejos fraccionamientos que habían influido en la crisis. Esto fue obvio en el caso de Izquierda Unida, donde se trató de reagrupar las viejas familias del comunismo ortodoxo e incorporar parte de los restos de la izquierda radical. Menos claro, pero también presente, en el caso de Podemos, donde muchos de sus cuadros habían salido de juventudes cercanas a Izquierda Unida y del debilitado proyecto de los anticapitalistas, y que, en el momento de mayor auge, en torno a 2015, sumó a Izquierda Unida, Iniciativa per Catalunya e iniciativas ciudadanas en las confluencias locales. Y vuelve a suceder ahora, donde parece bastante obvio que parte de la propuesta pasa por reagrupar en un mismo espacio a Podemos, Izquierda Unida, Más País, Compromís y otras fuerzas locales.
Una vez más, se trata de reconstruir parte de lo que antes se deshizo, de generar un nuevo espacio con atractivo electoral, de tratar de resolver una problemática recurrente: la de cómo hacer arraigar, social y políticamente, una izquierda capaz de influir en las políticas públicas de nuestro país y que sea motor de una transformación social profunda. Un intento siempre meritorio pero que no consigue arrancar, en apariencia encadenado a un ciclo en el que se suceden auges y depresiones, pero que no acaba de consolidar una base estable lo suficientemente amplia.
Sólo en el caso de Podemos y las confluencias se produjo una ruptura del techo electoral de la izquierda. Una situación abierta a muchas interpretaciones. Considero que se debió en parte a una coyuntura histórica concreta, de revuelta frente a las políticas de ajuste, que supo aprovechar inteligentemente un grupo de jóvenes y audaces políticos que conectaron con segmentos variados de la sociedad: la base tradicional de la izquierda, sectores desengañados del PSOE, sectores radicalizados de las clases medias educadas y también, en algunos casos, de nacionalistas periféricos que vieron en esta nueva izquierda una oportunidad de cambio en la configuración territorial del Estado de la mano de Podemos. Esto es bastante claro en Catalunya, donde durante muchos años había imperado la dicotomía de una victoria convergente en las autonómicas y una socialista en las estatales y que tuvo su réplica en la victoria independentista de las autonómicas de septiembre de 2015 y de los Comunes en las estatales de 2015 y 2016.
II
Entender por qué fracasaron los proyectos anteriores es esencial para tratar de superar su experiencia. Sin pretender un balance general, me limitaré a subrayar lo que considero que explica la erosión del ciclo del 15-M. Como siempre, es el resultado de condicionantes externos y fallos propios.
Falló el modelo organizativo, diseñado de forma que sólo podía funcionar en una situación de alta movilización permanente de la afiliación. Sorprende que un grupo en cuyo núcleo proliferaban licenciados en Ciencias Políticas y Sociología ignorara el profundo análisis de Albert Hirschman (en el imprescindible Salida, voz y lealtad y en elaboraciones derivadas del mismo) indicador del carácter espasmódico de las movilizaciones, debido a que las mismas alteran los ritmos de la vida cotidiana de la gente. El modelo organizativo tampoco ayudó a cohesionar a una formación creada por acumulación de sedimentos diversos, que llegaban a él con perspectivas diferentes, y que se acabaron convirtiendo en puntos de quiebra cuando tuvieron que hacer frente a dilemas políticos básicos. Cualquier conocedor de la experiencia de las organizaciones que confluyeron en Podemos y de la procedencia de muchas de las bases (muchas personas “rebotadas” de experiencias anteriores, otras sin experiencia política alguna, otras más esperanzadas en que el nuevo proyecto permitiría, por fin, resolver lo que no habían conseguido sus anteriores proyectos…). Sin un trabajo previo de cohesión y reflexión colectiva, había posibilidades de que las cosas evolucionaran a peor, con rupturas más o menos traumáticas y con desafecciones masivas a las primeras de cambio. El personalismo de los líderes, su incapacidad de colaborar, son parte adicional del problema, y a la vez un reflejo de las contradicciones entre los diferentes sedimentos.
A estas debilidades internas se suman los problemas derivados de la acción política, donde se han planteado, al menos, dos coyunturas críticas: la del procés y la derivada de la participación en el Gobierno de coalición. El procés generó una quiebra política en Catalunya y fuera de ella. En Catalunya se produjo una enorme tensión en el seno de Comuns, y sobre todo en Podemos, donde una parte de la dirección optó por el independentismo y otra lo vivió con gran tensión. Lo presencié en directo en mi distrito (el lugar de reunión de Podemos está al lado de mi casa), en una discusión a grito pelado al final de una reunión detrás de la cual desapareció una buena parte del personal que había participado en las primeras campañas de 2015. Fuera de Catalunya, el contexto de polarización generado afectó a la visión que parte de la sociedad tenía Podemos y ayudó a reactivar pulsiones españolistas hasta entonces soterradas, a partes iguales.
La participación institucional es casi siempre un punto de tensión en las organizaciones que aspiran a promover transformaciones sociales profundas. El juego institucional es un espacio que absorbe muchas energías, acota el campo de acción y fuerza a compromisos con otras fuerzas. Además, tiende a ampliar la distancia entre los activistas que trabajan en los espacios institucionales y el resto. O sea, genera nuevas tensiones internas y abre flecos a las críticas externas, que casi siempre existen. Si se alcanzan espacios de Gobierno, la acción que se puede hacer en los mismos siempre es más opaca que lo que se anuncia en los programas y manifiestos ideológicos. Y cuando esta posición se detenta en minoría, muchas veces se genera una supeditación a lo que plantean los socios mayoritarios. Todo esto afecta tanto a la cohesión interna (que a menudo desemboca en abandonos), como a la imagen externa. La participación de Unidas Podemos en el Gobierno y en la gestión de muchos municipios ha aportado muchas mejoras sociales. Muchas de ellas no siempre está claro que hayan sido percibidas por sus propios beneficiarios —hay demasiado ruido en los medios y en las redes, y demasiado poca cultura política en la población—. Y, en cambio, las renuncias y los límites de la propia acción son a menudo magnificados por propios y extraños y acaban generando un costoso desgaste.
Para una izquierda pobre en medios, hostigada continuamente desde poderosos grupos mediáticos y demoledoras campañas de marketing desarrolladas por los poderes económicos, y que se mueve en un marco institucional diseñado para complicarle la existencia (promoviendo el bipartidismo) y controlado por élites reaccionarias, superar fácilmente todos estos escollos suena a utópico.
III
Reconstruir un nuevo proyecto es necesario, pero difícil. La coyuntura es menos favorable que hace unos años. Entonces era posible construir una propuesta partiendo del cabreo social que había generado el ajuste y las estafas bancarias. Hoy, la situación es más compleja: porque la propia presencia en el Gobierno y en algunos grandes ayuntamientos ha generado desgaste; y porque nos enfrentamos no sólo a una crisis económica convencional sino a una situación más compleja derivada de la crisis ecológica, la guerra de Ucrania (que complica la respuesta que puede darse a los planes expansivos de la OTAN) y unas políticas de derechas que impiden el debate a través del ruido, polarizan y dividen energías para dar respuesta a cuestiones marginales.
Y hay, además, una base social desengañada del proceso anterior, desmoralizada y debilitada, que hace difícil pensar que la simple puesta en marcha de un proyecto electoral nuevo sirva para revertir la situación y recuperar gran parte de lo perdido en los últimos años. Esto incluso en el mejor de los casos, es decir, que todas las organizaciones implicadas consigan ponerse de acuerdo y se construya un frente político amplio.
Sabemos por experiencia que cualquier resultado electoral que deje fuera del Gobierno a este espacio de izquierdas va a ser peor. Pero una simple recomposición de organizaciones políticas difícilmente podrá cambiar de forma sustancial el clima social actual. Resultaría más interesante un nuevo proyecto que partiera de reconocer los errores pasados y se plantease como una propuesta seria a largo plazo.
Una propuesta que debe contener tres elementos claves.
En primer lugar, una construcción organizativa que aliente la colaboración, el trabajo continuado, la formación de cuadros y una arquitectura que ayude a racionalizar el tratamiento de las tensiones.
En segundo lugar, un proyecto político que enfoque adecuadamente la complejidad de la situación, medie en las contradicciones que inevitablemente existen entre una perspectiva social tradicional y la que exige la crisis ecológica, que sepa navegar en unos mares que exigen sortear muchos escollos. Sólo los dogmáticos de uno u otro color ven líneas rectas.
En tercer lugar, que se plantee por una vez que una alternativa real no es sólo política, sino que debe apoyarse en una amplia base social necesitada a su vez de consolidación. De ello se derivan muchas cuestiones, desde dedicar esfuerzos a la consolidación de espacios sociales, hasta saber encontrar una vía de comunicación y de relación con estos variopintos grupos sociales que a veces configuran verdaderos movimientos y, cuando menos, animan la vida social de muchos espacios.
Ciertamente, la izquierda alternativa (la otra hace tiempo que renunció a ser poco más que una gestora del capitalismo real) corre una carrera contrarreloj. Pero precisamente la precipitación y la falta de visión a largo plazo pueden ser el peor enemigo allí donde se requiere paciencia para construir lo que ahora está atomizado, para fijar objetivos asequibles que refuercen dinámicas, para desarrollar una amplia conciencia social sobre que hay que construir para alcanzar una sociedad decente, en lo social y en su relación con el resto de la naturaleza.
29 /
05 /
2022