¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Santiago Eraso Beloki
Por un feminismo más allá de la identidad
Escribo estas notas a partir de la lectura de Alianzas rebeldes (Bellaterra, 2021), una recopilación de textos, coordinada por Clara Serra, Cristina Garaizabal y Laura Macaya.
A principios de los años setenta comencé a leer los primeros textos sobre feminismo, a la vez que descubría otros sobre libertad sexual, diversidad de género, justicia social, lucha de clases, movimientos contra el racismo o el imperialismo colonial. Mientras leíamos La revolución sexual y La función del orgasmo de Wilhelm Reich o El arte de amar de Erich Fromm, leíamos también el Informe Hite. Estudio de la sexualidad femenina de Shere Hite o Segundo sexo de Simone de Beuavoir, junto a textos de Rosa Luxemburgo, Herbert Marcuse o Franz Fanon, entre otros, a la vez que nos dejábamos atrapar por la poesía desobediente de Walt Whitman, la psicodelia viajera de Jack Kerouac o el hedonismo vital y rebelde, un tanto nihilista, de Alan Ginsberg o William Burroughs. Era un magma ideológico inconcreto donde un día te levantabas eurocomunista y otro anarquista (algún amigo me dijo una vez que vivía en el cuerpo de un socialdemócrata radical con alma libertaria). Aquellas lecturas vinieron al mismo tiempo que se apagaban los últimos ecos de Mayo del 68 en Francia, llegaba el fin del franquismo y se iniciaba un periodo convulso de transformación democrática, acompañado por una profunda transición social y cultural (pude acceder directamente a muchas de estas publicaciones gracias a la amistad y a los buenos consejos recibidos de Mikel Corcuera —lamentablemente fallecido estos días— que durante aquellos años fue el responsable en Donostia/San Sebastián de Enlace, la mítica distribuidora de libros que entonces representaba a una parte importante de las editoriales progresistas de España y Latinoamérica).
Las sucesivas huelgas generales que se convocaron en las décadas de 1970 y 1980, las manifestaciones contra el franquismo, por la amnistía de los presos políticos o contra la guerra de Vietnam, habituales en muchas calles, se cruzaban con los ecos lejanos de las revueltas antirracistas en EE. UU., las anticoloniales en África o contra las dictaduras latinoamericanas y los más cercanos de las primeras manifestaciones de los frentes de liberación homosexual o de las históricas jornadas feministas que se sucedieron en Granada, Barcelona, Santiago de Compostela, Madrid, Córdoba, etc.
A pesar de las diferencias internas, entonces el feminismo también había iniciado un proceso de autonomía organizativa, pero con plena consciencia de pertenecer al amplio campo de reivindicaciones de derechos sociales. Para nosotros las luchas por el reconocimiento y la igualdad del movimiento feminista formaban parte de un conjunto transversal de protestas y demandas políticas por la ampliación de las libertades y la consolidación de la democracia.
Un buen ejemplo, entre otros muchos, de esa militancia ahora nombrada como interseccional, podría ser la llevada a cabo por Empar Pineda, una de las grandes precursoras del feminismo en España. Fundadora del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid, de la Comisión Pro-Derecho al aborto, fue tenaz luchadora antifranquista, militante comunista y, como miembro del colectivo Hetaira, defensora de los derechos de las trabajadoras sexuales (por cierto, estos días se puede ver en los cines El acontecimiento de la directora Audrey Diwan, basada en la novela autobiográfica de Annie Ernaux. Un drama intimista y realista, profundo retrato psicológico de una estudiante de filología que a principios de los años sesenta en Francia descubre que está embarazada contra su voluntad y sin la posibilidad de compartir con nadie su drama. Desde el primer momento no le cabe la menor duda de que no quiere tener una criatura no deseada. En una sociedad en la que se penalizaba el aborto con prisión y multa, se encuentra sola; hasta su pareja y algunas de sus amigas se desentienden del asunto. Además del desamparo y la discriminación por parte de una sociedad que le vuelve la espalda, queda la lucha frente al profundo horror y dolor de un aborto clandestino y la posibilidad de morir o terminar encarcelada. El drama de muchas mujeres cuyo destino quedaba determinado por, como dice la propia protagonista, una enfermedad propia de las mujeres de aquel tiempo: ser obligada a ser ama de casa).
Precisamente por representar un feminismo amplio, plural y mestizo, Pineda prologa Alianzas rebeldes. Un feminismo más a allá de la identidad, una recopilación de textos con distintas voces comprometidas con la pluralidad y el disenso en el interior del propio feminismo. Es decir, frente al feminismo esencialista, centrado en exclusiva en las mujeres como sujetos de la igualdad, nos hablan de otro dispuesto a construir alianzas para sumar a los sectores sociales más golpeados por el capitalismo y el patriarcado.
En los textos que componen esa publicación se reivindica una genealogía del feminismo capaz de contribuir a generar una alternativa al modelo social y económico que causa la exclusión de las mujeres, pero también de las personas trans, las trabajadoras sexuales y, en definitiva, de todas las vidas más castigadas por la pobreza, las políticas fronterizas excluyentes o el racismo institucional.
Algunos pensábamos entonces, y a la vista de las manifestaciones del último 8-M seguimos aún creyendo, que el feminismo es un movimiento ético y cultural que se dirige a toda la sociedad y por eso algunos hombres nos sentíamos interpelados y copartícipes de sus reclamaciones. A lo largo de estas décadas el feminismo no ha dejado de requerir nuestra responsabilidad para conseguir una sociedad más justa, igualitaria y sin discriminación sexista. Sin embargo, los datos siguen siendo escalofriantes en relación con la violencia machista de género, de la cual los hombres somos protagonistas casi exclusivos; pero también los referidos a nuestro papel todavía insignificante en las implicaciones personales que supone sostener la sociedad de los cuidados. Es evidente que será mucho más difícil un verdadero y duradero cambio social si una gran mayoría de hombres no somos capaces de sumarnos, con todas las consecuencias, a las reivindicaciones en favor de la igualdad.
Las últimas décadas estamos asistiendo a un repliegue conservador, muy relacionado con políticas de identidad excluyentes y punitivas que están favoreciendo el resurgir del fanatismo. La extrema derecha —con el beneplácito de la derecha más moderada, como hemos comprobado en el reciente acuerdo de gobierno en Castilla y León— lanza de nuevo su odio misógino, sexista y racista contra muchas de las grandes conquistas de las luchas históricas feministas; desprecia las leyes en defensa de lesbianas, homosexuales o transexuales; quiere eliminar el reconocimiento de la diversidad y la educación sexual en las aulas; imponer el pin parental (autorizar a los padres para que sus hijos no asistan a determinadas clases); abolir el matrimonio igualitario o la ley del derecho al aborto, mientras propone medidas de apoyo a la maternidad, la reproducción familiar y, en consecuencia, el regreso al “hogar” de las mujeres para más gloria de la identidad racial y nacional.
En respuesta a esta movilización del odio, como dice la periodista Nuria Alabao en su aportación al libro ¿A quién libera el feminismo? Clase, reproducción social y neoliberalismo, el feminismo tiene la tarea de organizar esa fuerza colectiva a partir de un sujeto plural y transversal, capaz de sumar otras luchas en marcha: las de la libertad sexual y de género, pero también las articuladas a partir de la redistribución de la riqueza, el derecho a la vivienda, la de la defensa de los servicios públicos, la renta básica universal o los derechos de todas las trabajadoras. Si la subordinación de las mujeres no puede entenderse sin el capitalismo, el feminismo no puede sino impugnarlo. No hay liberación feminista —añade Alabao— si no implica liberación de la mayoría.
[Fuente: Ctxt]
06 /
05 /
2022