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Xavier Casals

Ultraderecha y “chovinismo del bienestar”: una hipótesis sobre España

La nueva ultraderecha europea conforma lo que se ha dado en llamar un “chauvinismo del Estado de bienestar” o Welfare Chauvinism. Sus partidos —como ya explicamos en el estudio Ultrapatriotas. Extrema derecha y nacionalismo de la guerra fría a la era de la globalización (2003)— apelan sistemáticamente al pueblo “sano” y se consideran su único portavoz legítimo (de ahí que sea designada también como derecha populista o derecha radical populista). Con un lema sencillo y directo —“¡Los autóctonos primero!”— reclaman que las prestaciones del Estado de Bienestar y los empleos sean para los ciudadanos de sus respectivos países.

De esta forma, los líderes de estas formaciones se proclaman defensores del “hombre de la calle” ante las oligarquías políticas (a sus ojos “corruptas”) y las amenazas de la globalización. Entre éstas últimas destacan de modo primordial la inmigración foránea, ya sea ésta del Tercer Mundo o de países europeos del Este, pues supuestamente hace peligrar las conquistas sociales alcanzadas por la población local al actuar como depredadora de servicios del Estado y competir en el mercado de trabajo con bajos salarios.

La inmigración como amenaza

Este mensaje de la extrema derecha convierte a la inmigración en el principal chivo expiatorio de los problemas sociales. En consecuencia, sus partidos exigen medidas calificadas de “preferencia —o prioridad— nacional”: es decir, que beneficien sistemáticamente a los autóctonos, limiten el número de foráneos y se les restrinja la concesión de nacionalidad y ayudas oficiales. Estas formaciones, pues, preconizan que los únicos beneficiarios del Estado del Bienestar sean los ciudadanos del país.

Sus consignas al respecto son explícitas y la más famosa fue la acuñada por el Frente Nacional francés en 1978: “un millón de inmigrantes = un millón de parados más”, actualizada sucesivamente (en 1980 el eslogan pasó de un millón a dos y en 1982 de dos a tres millones). “¡Lleno!, ¡Está lleno! [de inmigrantes]” emplearon como lema los Demócratas de Centro holandeses, línea que retomó el asesinado Pim Fortuyn en su discurso: “Dieciséis millones de habitantes, ya basta” y “Los Países Bajos están llenos”. La Liga Lombarda autonomista (que en 1992 devino la Liga Norte) denunció en su primer manifiesto de 1982 que existía un plan para que los foráneos controlasen la región: “todas las funciones del aparato estatal [italiano] en la Lombardía están cada vez menos en manos de los lombardos”. Posteriormente la Liga Norte desarrolló una singular visión complotista sobre las migraciones masivas del Tercer Mundo y explicó que obedecían a “un proyecto autoritario y centralista para favorecer a la ‘rapacidad’ de los lobbies oligárquicos” en el que convergían intereses del gran capital, la Iglesia y la “partitocracia” (sobre todo de inspiración marxista) para conseguir, respectivamente, mano de obra barata, jóvenes “para llenar los seminarios vacíos” y clientela política. Ello no impidió al partido —en su posterior giro islamófobo— reivindicar el catolicismo como seña de identidad (algo común en el grueso de formaciones de este espectro).

La “preferencia nacional”

En este marco, el énfasis del nuevo extremismo de derechas en el “chauvinismo del Bienestar” podría tener una doble lectura. Por una parte, obedecería formalmente al deseo de controlar las prestaciones del mismo en beneficio de los autóctonos. Por otra, podría expresar simbólicamente una ruptura antidemocrática. Según apuntó en 1999 el politólogo Patrick Hassenteufel, dado que el Estado del Bienestar “encarna el sistema económico y social asociado a los regímenes democráticos occidentales desde la Segunda Guerra Mundial”, “su cuestionamiento simboliza de esta manera una ruptura fuerte con el sistema social dominante”.

Se da la paradoja de que esta nueva ultraderecha —diferente de la nostálgica de los nazifascismos— no surgió en la Europa de la escasez, sino de la abundancia: emergió en Noruega y Dinamarca recurriendo a la protesta fiscal como estandarte y criticando que la inmigración se beneficiase del Estado del bienestar. Así, los orígenes del populismo derechista danés remiten a una entrevista televisada en 1971 a un abogado experto en derecho fiscal, Mogens Glistrup. En el curso de la misma, este exhortó a la insubordinación fiscal: manifestó no pagar más de una corona a un sistema impositivo “rapaz e inicuo” y afirmó que los evasores de impuestos eran “héroes comparables a quienes se unieron a la resistencia durante la ocupación alemana”. Su comparecencia le otorgó gran popularidad y en 1972 fundó el Partido del Progreso, que en las elecciones de 1973 captó el 15,9% de los votos y 28 escaños. Igualmente, el actual Partido del Progreso noruego nació bajo el impacto del danés, cuando el criador de perros Anders Lange creó en 1973 el Partido de Anders Lange para una fuerte reducción de los impuestos, del IVA y de las interferencias gubernativas, que obtuvo un 5% de votos y cuatro diputados en las elecciones de ese año. Como en el caso de Glistrup, Lange sintonizó con un clima de desapego a los partidos tradicionales, por su carácter antipolítico y de protesta fiscal.

Este discurso crítico con la fiscalidad adquirió posteriormente una deriva xenófoba y conformó un Welfare Chauvinism que en los años ochenta y noventa moldeó a la cada vez más boyante ultraderecha europea, siendo el Frente Nacional lepenista su “punta de lanza” y partido de referencia.

España: de la abundancia a la escasez

En España esta nueva extrema derecha solo ha despuntado en la última década en Cataluña, con la emergencia en el ámbito local de Plataforma per Catalunya [PxC], y en la Comunidad Valenciana, con España 2000 [Esp2000]. La PxC hizo su eclosión en los comicios locales del 2003 (con 3.309 votos, un 0,4% del total de sufragios emitidos, y 4 ediles) y desde entonces ha conocido una progresión ininterrumpida en los sucesivos comicios locales del 2007 (12.447 votos, 0,4% del total; 17 ediles) y del 2011 (65.905 votos, 2,3% del total; 67 ediles). En un grado menor Esp2000 ha experimentado un proceso similar: pasó de 3.792 votos (el 0,2% del total) y dos ediles en el 2007 a 8.066 votos (el 0,3% del total) y 4 ediles.

Esta realidad nos sugiere una hipótesis: que los dos grandes ciclos que ha conocido el populismo español desde el postfranquismo se han caracterizado por constituir un anuncio de los ciclos económicos dominantes, sin devenir elementos arraigados en el paisaje político.

Desde esta óptica, el primer ciclo lo constituyeron las candidaturas que en los años noventa del siglo pasado encarnaron un populismo protestatario y antielitista. Éstas tuvieron un triple liderazgo: José María Ruiz Mateos (activo entre 1986 y 1994), que obtuvo dos escaños a las elecciones europeas de 1989; Jesús Gil y su Grupo Independiente Liberal [GIL] (activo entre 1991 y 2000), que gobernó Marbella y obtuvo regidores a localidades del litoral andaluz; y el banquero Mario Conde, que concurrió sin éxito a las elecciones del 2000 como candidato del Centro Democrático y Social [CDS]. No por azar, este terceto moduló un discurso similar, aunque de diversos registros: simplificando, eran unos self made men emprendedores y advenedizos pretendidamente perseguidos y acosados por un establishment que se sentía amenazado con su ascenso.

Desde esta perspectiva, la floración de estos outsiders habría reflejado un afán redistributivo de riqueza en un período de abundancia. Ruiz Mateos habría plasmado el ideal de un “capitalismo popular”; Gil el del gestor que sabía captar con habilidad el dinero generoso que fluía del boom inmobiliario; y Conde el del banquero atípico, intrépido y carismático. Así las cosas, un lema del GIL en las elecciones legislativas de 1993 habría caracterizado con acierto este Zeitgeist o espíritu de la época: “Todos a por todas”. Dibujaba posibilidades de promoción generalizadas y que la época de grandes oportunidades de enriquecimiento fácil iniciada debía ser accesible a todo el mundo.

En este marco, la lenta irrupción de la PxC y Esp2000 materializaría un segundo ciclo populista. Como en el caso anterior, su inicio en el 2003-2007 habría anunciado la llegada de un ciclo económico de signo opuesto al precedente: el de la escasez generada por la crisis. En consecuencia, si a finales de la pasada centuria el populismo protestatario español alzó la bandera del “capitalismo popular” y del reparto del Bienestar generalizado, ahora el populismo identitario levanta el estandarte opuesto: repartir lo poco que hay en la caja común siguiendo criterios de “prioridad” o “preferencia nacional”.

A modo de conclusión, consideramos que lo expuesto permite sostener la hipótesis señalada sobre la derecha populista en España: que ésta ha tenido —y quizá tiene— más relevancia como indicador anticipado de los grandes giros políticos y económicos que ha conocido el país que como actor político. En este sentido, su peso en las urnas sería cuantitativamente poco significativo, pero sobresaliente en el ámbito cualitativo, al anunciar derivas político-económicas de gran calado. Por otra parte, si nos atenemos a este razonamiento, la irrupción del “populismo del Bienestar” que despunta en la periferia mediterránea española —sin olvidar el de protesta (recordemos la eclosión de la Unión Cordobesa [UCOR] en los últimos comicios locales andaluces liderada por el controvertido Rafael Gómez, Sandokán)— dibuja un futuro poco halagador, en el que los postulados de la ultraderecha se pueden expandir cada vez más, en la medida que la crisis económica ensanche su capacidad devastadora y el impacto de las políticas de ajuste económico crezca sobre sectores populares y mesocráticos. De afianzarse esta tendencia, posiblemente podría dibujarse en España un potencial espacio a medio plazo para una ultraderecha parlamentaria, aunque no se pueden establecer correlaciones mecánicas. Para empezar, no existe una oferta política estatal de este signo que sea hegemónica, ni tampoco se otean sus eventuales líderes.

[Xavier Casals es historiador y autor de un blog dedicado al estudio del populismo político y de la extrema derecha en España y Europa: http://xaviercasals.wordpress.com]

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2012

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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