¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Laurentino Vélez-Pelligrini
Pasado y presente de la derecha catalana
Algunos comentarios sobre el libro de Antonio Santamaría: Els orígens de Convergència Democràtica de Catalunya. La reconstrucció del catalanisme conservador (1939-1980)
Periodista y ensayista, Antonio Santamaría es un agudo analista de la vida política catalana que estuvo a finales de los 90 estrechamente vinculado a lo que vino a denominarse el “Foro Babel”. A Antonio Santamaría le debemos no sólo la compilación precisamente del libro “Foro Babel”: el nacionalismo y las lenguas en Cataluña, sino ensayos como Los nacionalismos: de los orígenes a la globalización y la edición del libro de Pi i Maragall, Republica i Federalisme. Pese a su conocido perfil político e intelectual, definido por una contundente posición crítica hacia el nacionalismo, la última obra de Santamaría, Els orígens de Convergència Democràtica de Catalunya. La reconstrucció del catalanisme conservador (1939-1980), publicado por El Viejo Topo a finales del pasado año 2011, alberga rigor en su análisis de la reformulación histórica e ideológica de la derecha catalana.
Buen conocedor de la historia política de Cataluña, Antonio Santamaría intenta en este ensayo comprender los orígenes políticos e históricos del actual y modernizado conservadurismo que ejerce su hegemonía política en la comunidad autónoma. Pese a la mitificación histórica de la emprendedora burguesía catalana, el autor se focaliza poco en el pasado político de la Lliga (cuyos componentes acabaron acomodándose y suscribiendo la urdimbre ideológica del franquismo y de la que es hoy heredera “natural”, la base electoral “burguesa” y patronal del actual Partido Popular). En efecto y como apunta Santamaría, la historia política de la Lliga finiquitará con la muerte de Cambó en 1947 y la definitiva integración de muchos de sus pro-hombres como Eugenio d’Ors o Valls i Taberner en el falangismo. Una línea analítica muy en la órbita de las tesis ya defendidas por autores como José María Colomer y desde luego menos condescendiente que los enfoques de Ignasi Riera en su ensayo Los catalanes de Franco o de Borja de Riquer en L’últim Cambó, sobre la evolución del líder conservador catalán tras el 18 de Julio.
En opinión de Santamaría, el victimismo y la proyección de la amenaza de un nacionalismo español cada vez más fantasmagórico han impregnado no sólo en el imaginario colectivo catalán popular, sino también en los sectores intelectuales e historiográficos más serios, como probaría el hecho de que la adhesión de la burguesía catalana al régimen franquista o ha pasado de puntillas, o ha sido tratada con un tono analítico templado. Aunque breve con el asunto, el autor es contundente: la tentativa de Cambó de volver sobre sus pasos durante la posguerra, de establecer lazos con la oposición donjuanista y apostar supuestamente por una pretendida monarquía constitucional no concordaba con el espíritu de las clases acomodadas adictas al régimen.
El conservadurismo catalán de hoy es un fenómeno histórica y políticamente novedoso que empezó a gestarse entre los escombros de la posguerra, más en concreto entre un catolicismo de urdimbre reaccionaria y sin diferencias de verdad sustanciales con los postulados integristas predicados por los ideólogos de la Cruzada tras el 18 de Julio, pero articulado en un contexto bien concreto: los últimos residuos de la desvertebrada Unió Democràtica de Catalunya y de la FEJOC. Quedado huérfano tras el fin de la contienda, la reconstitución política e ideológica de ese catolicismo catalán y su derivación a mediados de los 70 en la propia fundación de Convergència Democràtica de Catalunya es lo que constituye el grueso del libro de Santamaría.
El punto de arranque de Antonio Santamaría es el análisis de las circunstancias en las que va a crecer la generación de la posguerra, a la que pertenece precisamente Jordi Pujol y el entorno más cercano a él, con el que compartirá periplo hasta el nacimiento de CDC. A diferencia de lo sucedido con los jóvenes procedentes de las clases altas vinculadas a la Lliga, que entraron pronto en un proceso de “castellanización” y para los que la lengua catalana y las tradiciones populares no eran ya más que cosa de pobres y payesos, la generación de Pujol resistió a la elitista “asimilación” cultural de los estratos más acaudalados, manteniendo en cambio los vínculos culturales y sentimentales con una más o menos esencializada e idealizada Cataluña rural depositaria y guardiana de las ancestrales tradiciones comunitarias. Son sobre todo las cuestiones políticas, culturas e identitarias, y su relación con los asuntos religiosos e espirituales, las que impregnarán con fuerza a esta generación de posguerra procedente de la burguesía media autóctona.
Su primera formación espiritual se va a forjar en el marco del Grupo Torres i Bagés, animado por Lluís Carreras. Secretario de Vidal i Barraquer, Carreras forma parte del catolicismo de la época modernista que irá aceptando el advenimiento de la Segunda Republica, pero involucionando en sus posturas a raíz de la política de ésta en materia religiosa. Vidal i Barraquer y Carreras son dos figuras altamente idealizadas por los gurús de la historiografía catalanista y siempre contrapuestas a los rancios guías espirituales (debería decirse más bien políticos) de la Cruzada. Aunque opuesto al alzamiento, Vidal i Barraquer no fue tan innovador ni aperturista como se pretende. Carreras retornó de su exilio tras hacer alegoría del General Franco y de la España cristiana y reserva espiritual de Occidente. Pese al delirio identitario que ha rodeado a la Abadía de Montserrat y a la Moreneta como expresión de las “esencias nacionales”, Santamaría tiene a bien de recordarnos la plena integración de la abadía (mitificada como encarnación de la tradición cristiana catalana) en las urdimbres ideológicas del nacional-catolicismo, sobre todo bajo la esfinge del Padre Escarré. Un apunte que no es baladí, sobre todo a la vista de cómo el nacionalismo conservador liderado por Convergència i Unió se empeña en vender la imagen de un hecho diferencial catalán y una unidad comunitaria y simbólica inquebrantables, guardándose los propios intelectuales orgánicos del nacionalismo de detenerse en demasiadas pesquisas sobre las fisuras históricas entre los “padres de la patria” y los orígenes en realidad profundamente reaccionarios de algunos emblemas de la pretendida “nación catalana”.
La excursión por las cavernas del catolicismo catalán que recorre las primeras páginas del libro de Antonio Santamaría es seguido por un análisis exhaustivo de la evolución ideológica del catolicismo “integrista” catalán desde la fin de la Guerra Civil hasta el contexto de los años 60, periodo de renovación generalizada del pensamiento católico, en parte a raíz del surgimiento de la cuestión social y del propio aggiornamento que traerá el Concilio Vaticano II con el papado de Juan XXIII. El análisis de Santamaría se centra con acierto en la superación de una tradición reaccionaria “autóctona” poco comentada a raíz de la hegemonía ideológica del nacional-catolicismo de urdimbre nacionalista española: el torrebagismo.
Evidentemente, la evolución y los cambios en el seno del catalanismo católico son escabrosos, lentos y no sin tensiones. La primera influencia será la de Raimon Galí, animador de los Cuaderns del Exili y hombre adscrito a un catolicismo pre-conciliar que creará doctrina con su famosa Ponència. Frente al intelectualismo de la Renaixença, del Noucentisme o del Modernisme y las divisiones de la Guerra Civil, Galí reivindica la revitalización espiritual de las nuevas generaciones como motor de la reconstrucción nacional. Situado con creces a la derecha de Unió Democràtica de Catalunya, que parece la heredera natural de toda la tradición católica catalana anterior a la Guerra Civil, Galí va a determinar la imposibilidad de la integración de la nueva generación de católicos encabezados por Pujol en el partido demócrata cristiano. Galí es hostil a figuras como Josep Benet o Maurici Serrahima, que representan el ala izquierda de UDC, pero también a los innovadores representantes del pensamiento cristiano francés, tanto en lo que se refiere a los más moderados como Jacques Maritain, como a los más vanguardistas como Emmanuel Mounier. Ni siquiera una personalidad en realidad tan inofensiva como Carles Cardó, referencia de la democracia cristiana en Cataluña, despeja los recelos de Galí. El análisis que hace Santamaría de la figura de Raimon Galí se hace eco y suscribe las tesis de varios autores (si se me permite, entre los que se encuentra este servidor) según las cuales, el animador de Cuaderns del Exilili bebió en realidad de los postulados más reaccionarios del pensamiento católico francés, muy en particular de la Revolución Moral de Charles Péguy en su etapa pre-fascista. Figura tan idolatrada como políticamente cuestionable, la generación de la posguerra se irá distanciado de Galí, incluido el propio Jordi Pujol.
Desaparecido el Grupo Torres i Bages de Lluís Carreras, la verdadera renovación del catalanismo católico va a producirse en el entorno del movimiento CC (Christ-Catalunya) y de algunas experiencias como la Academia de la Lengua Catalana, Miau-Miau, Virtelia, la Congregación Mariana de la Mare de Déu o las Rutas universitarias. Son los miembros del CC quienes protagonizarán el boicot contra Galisonda y el diario La Vanguardia y, posteriormente, los famosos Hechos del Palau que conducirán al arresto, condena y encarcelamiento de Jordi Pujol, y la movilización popular a favor de su indulto. Con excelente criterio, el autor pasa de manera muy telegráfica por estos dos hechos que, a pesar de su instrumentalización política por parte del pujolismo en los 80 (sobre todo durante el affaire Banca Catalana), sólo tienen un estatuto de anécdota en la historia social del antifranquismo. No está de más recordar que estos episodios “menores”, han servido sobre todo para ocultar el papel más que secundario de los fundadores de CDC en la lucha contra la dictadura y el pasivo acomodamiento de la derecha sociológica catalana pro-convergente al régimen franquista.
El CC no es sólo el lugar en el que se irá gestando la futura trayectoria de un demagogo populista como Pujol, sino también donde se harán flagrantes las divisiones entre la propia generación de los catalanes católicos crecidos en la posguerra. La organización interna del grupo, dividida en una corriente social encabezada por Xavier Muñoz y Antonio Pérez González, y otra “comarcal” y nacionalista, liderada por Pujol y Espart i Ticó, ya informan de las discrepancias que empiezan a vislumbrarse. El Concilio Vaticano II, la importante influencia de Mounier, la revolución intelectual del catolicismo español de la mano de la revista El Ciervo animada por los hermanos Gomis y el surgimiento de figuras como Alfonso Carlos Comín abren y facilitan el dialogo entre católicos y marxistas. El triunfo de la cuestión social y la progresiva entrada de los católicos en el Partido Comunista hacen que se rompan filas en el catalanismo de origen tradicionalista o neotradicionalista. Los debates internos en torno al marxismo y las tensiones de Muñoz y Pérez con la corriente “comarcalista” de Pujol y Espart acaban desintegrando el grupo. Del CC emanará la famosa Força Socialita Federal y posteriormente el Moviment Socialista de Catalunya (MSC). La crisis del CC pone definitivamente fin a la etapa galiana.
En el campo estrictamente nacionalista la renovación intelectual católica vendrá sobre todo de la mano de la revista Serra d’Or, donde colaboran los más prestigiosos intelectuales catalanistas, encabezados en lo esencial por Josep Benet. Expulsado de Unió, Benet irá haciendo una síntesis entre el Personalismo de Mounier y la ideología nacionalista. El gran gurú de la historiografía catalanista tendrá una relación bastante complicada con las nuevas generaciones de intelectuales catalanes antifranquistas no adscritos al nacionalismo, e incluso muy críticos con el mismo. Santamaría analiza de hecho de forma muy interesante la polémica entre Benet y Jordi Solé Tura en torno a la figura de Prat de la Riba, sobre todo a raíz de la aparición del controvertido libro Catalanisme i Revolució Burguesa. Pese a que Serra d’Or y Benet representan la más avanzada renovación del catolicismo desde el campo nacionalista y la definitiva salida de escena del torresbagismo, no es menos cierto que adolecen de una seria dificultad para someter a crítica o revisión muchos aspectos de la historia política del catalanismo. Sea como sea, el renovador ambiente del catalanismo católico que reina bajo la batuta de la prestigiosa revista y de la propia influencia de Maurici Serrahima o de un Josep Benet que se ha despedido de la democracia cristiana para terminar siendo el cabeza de lista del PSUC para el Senado en las primeras elecciones democráticas, van a determinar la evolución ideológica de Pujol y a asentar las bases de su famoso y amorfo “nacionalismo personalista”.
Ya alejado de los postulados místico-teocráticos de Galí, aunque no por ello menos hostil y obsesionado con la contaminación marxista que condicionará en buena parte la evolución ideológica de los católicos de su generación que habían convivido con él en el Grupo Torres i Bages y en el CC, Pujol se pondrá a elaborar su propia doctrina. Una especie de Tercera Vía tanto frente al torresbagismo representado por el patético Raimon Galí, como al temido marxismo. Se trata en efecto de un amasijo de ideas cogidas al vuelo procedentes de la socialdemocracia de Olof Palme, de la democracia cristiana de Gasperi, del Compromiso histórico, del personalismo de Mounier, del humanismo integral de Maritain y del nacionalismo de Benet. El líder nacionalista lee también en diagonal y superficialmente a autores como Péguy (producto de la influencia de Galí), Bergson o Bernanos. Pujol tiene en efecto una particular habilidad para adaptarse a los nuevos tiempos y si sus vísceras tradicionalistas deudoras del catalanismo católico más reaccionario no desaparecen del todo de su temperamento (muy bien ilustrado por la ya comentada paranoica relación que tiene con el marxismo y todo lo que se le asemeje de cerca o de lejos), no es menos cierto que llevará a cabo un auto-acicalado ideológico. El cual hace que entre cierta luminosidad en la honda caverna del catalanismo católico, como advierte Santamaría.
La segunda parte del libro de Santamaría está centrado en la evolución ideológica y la trayectoria personal de Jordi Pujol. El autor bebe, por una parte, de las plomizas Memories del político catalán y por otra de una lectura y análisis directos de los textos escritos y publicados por Pujol durante la etapa franquista y los primeros años de la Transición. Al mismo tiempo que moderniza su pensamiento católico, Pujol se erige en el ideólogo del nacionalismo catalán a través de las etapas de fer país y de fer política. La polémica en torno al fenómeno inmigratorio también es objeto de comentario por parte de Santamaría, sobre todo a través de un contraste entre dos concepciones de la inmigración, y por lo tanto también de Cataluña y de la integración: los postulados asimilacionistas de Pujol, no huérfanos de veleidades esencialistas pratianas y las concepciones mucho más sociales y pluralistas de Comín y García Nieto. Santamaría hace un recorrido exhaustivo por las discusiones y controversias a que dará lugar la cuestión de la inmigración castellanoparlante y su impacto en la identidad colectiva. (Como inciso, no está de más recordar que las pseudoteorías de Pujol sobre la integración y la reducción de los aspectos simbólicos a la dichosa cuestión lingüística, están en el origen del modelo nefasto de vida e identidad colectiva que impuso el nacionalismo tras el ascenso de CDC al poder en 1980). Santamaría ya hizo en su libro Foro Babel una excelente crítica del modelo de Cataluña impuesto por el pujolismo, texto que puede servir de lectura complementaria para una mejor comprensión de la dinámica analítica del autor.
La fundación de Banca Catalana, las actividades económicas y el papel de Pujol como mecenas, sobre todo incentivando la creación de la Enciclopèdia Catalana o sellos emblemáticos como Editions 62, y las redes de apoyo político que a su alrededor se irán forjando no faltan como tema de reflexión. El libro finaliza con el análisis de las condiciones y el contexto que dará lugar a la fundación de Convergència Democràtica de Catalunya en la Abadía de Montserrat. Un partido constituido por un poti-poti de socialdemócratas, liberales y demócratas cristianos, formalmente autoubicado en el centro-izquierda y con las referencias teóricas del nacionalismo personalista de Pujol y la defensa de un supuesto “modelo sueco”. La fusión con Esquerra Democràtica de Catalunya de los liberales Ramón Trías Fargas y Macià Alavedra, la coalición con Unió Democràtica de Catalunya, las primeras elecciones democráticas, el progresivo arrinconamiento del ala izquierda representada sobre todo por Miquel Sellarés y Josep Maria Cullell, así como la salida de escena de Miquel Roca a principios de los 90 reperfilan sin embargo de manera definitiva la identidad ideológica de CDC.
Santamaría analiza los entresijos de la consolidación de Convergència durante el periodo que abarca desde la constitución de la Asamblea de Catalunya, la Transición, el retorno de Tarradellas, las primeras elecciones democráticas, la aprobación del Estatut, las elecciones autonómicas de 1980 y la victoria por sorpresa de CiU. Hijo pródigo del mundo patronal catalán, muro de contención frente a la izquierda y sobre todo frente al temido PSUC, Jordi Pujol quedará abocado a ser el representante de los grandes intereses económicos en Cataluña y de los sectores sociales más conservadores del cuerpo electoral. No cabe duda en ese sentido, pese a las veleidades “socialdemócratas” de los primeros tiempos, la trayectoria de Jordi Pujol no encarna en realidad otra cosa que la historia de la evolución de un catalanismo católico de urdimbre integrista que se irá loablemente modernizando y laicizando por el impacto de la propia fuerza de las circunstancias. Aunque de forma más breve, Santamaría se detiene en los cambios generacionalistas, sirviéndose de una terminología a mi parecer un tanto extraña: pujolismo “estricto”, “transpujolismo”, “tardopujolismo”. Los neologismos y las etiquetas no están prohibidos, aunque particularmente considere que lo que ha habido en realidad es un pujolismo “histórico” (los compañeros de Pujol en el CC y el núcleo fundacional de Convergència), un pujolismo “tecnocrático” (propio de los años 90) y un “pospujolismo“ (correspondiente a la actual etapa liderada por Artur Mas).
Hay un inciso al final del libro sobre las continuidades, discontinuidades y logros del nacionalismo conservador. Lleva razón Santamaría al apuntar que uno de los logros o malos logros del pujolismo ha sido imponer las reglas del juego en la vida política. Para muestra un botón: el Tripartito ha sido una de las demostraciones más bochornosas del complejo de una izquierda y más en concreto de un PSC que ha querido ser más papista que el Papa, perdiéndose en el delirio identitario y alejándose de los verdaderos problemas sociales de la sociedad catalana.
El libro de Santamaría sobre el pasado y presente de la derecha catalana es rico en datos históricos, testimonios, fuentes bibliográficas y sobre todo en objetividad. Pero es también un libro necesario y riguroso que contrasta (salvadas ciertas excepciones) con la proliferación de obras sobre nacionalismo catalán, malas, panfletarias y con la firma de intelectuales o intelectualillos orgánicos, o comisarios políticos de turno. Se echa sin embargo algo de menos el habitual y contundente tono crítico que caracteriza al autor en sus comentarios sobre la vida política catalana. Sin duda ha considerado Santamaría que su firme y declarada postura anti-nacionalista no está reñida con el respeto y esa cortesía democrática que consiste en la capacidad de empatización con las ideas de aquellos con los que discrepamos.
Como se suele decir, lo cortés no quita lo valiente. Y no cabe duda que lo valiente es recordar que el pujolismo, (más allá de sus indiscutibles y ya señalados méritos en la modernización de una ideología en esencia reaccionaria) es una experiencia que aparece como una fuente de oscurecimiento de la historia política de Cataluña, al menos mirada desde la memoria de una tradición progresista y cosmopolita, definida por las luchas sociales y el vanguardismo ideológico e intelectual en todos los aspectos de la vida colectiva. Es difícil no unanimizar sobre el proceso de empobrecimiento de la vida democrática, sobre todo por haber pivotado ésta durante más de veinte años alrededor de un líder populista, experto en explotar y capitalizar electoralmente los sentimientos más viscerales (ahí está el victimismo demagógico basado en la proyección de un mitificado nacionalismo español, o la referencia ritual a un supuesto hecho diferencial que poco o no nada tiene que ver con la Cataluña real). Dicho esto, es mérito de Santamaría haber indagado sobre el trasfondo ideológico de una formación política que supo ocultarlo a través del recurso sistemático a las más primarias cuestiones identitarias y sentimentales, haciendo arraigar la estúpida idea que CiU era la verdadera “gent de casa”. Un trasfondo ideológico hoy ve luz con las políticas sociales y económicas desplegadas por el gobierno de Artur Mas.
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2012