Skip to content

El Lobo Feroz

Estos que vuelven son aquellos

Arruinan la sanidad pública

El Lobo se pregunta si la acción del PP sobre la sanidad pública será tan rápida y eficaz como la acción de la Convergència i Unió  de Artur Mas. Ésta ha conseguido cerrar quirófanos, reducir plazas de los hospitales públicos, eliminar ambulatorios, mermar los ingresos del personal sanitario, aumentar los tiempos de las listas de espera y excluir de ellas definitivamente a muchas personas —convertirlas en incurables—, y hasta cerrar de vez en cuando; se exige a los médicos que prescriban pocos ingresos hospitalarios y que apresuren las altas médicas, que no hagan pruebas costosas si no es absolutamente imprescindible. Todo en poquísimos meses.

El anterior gobierno catalán, por lo menos, había puesto límites temporales a las listas de espera, por decir algo.

Por supuesto, quienes gobiernan Catalunña y la han convertido en su cortijo no necesitan la sanidad pública: los excelentes salarios que se asignan a sí mismos con cargo a los contribuyentes les permitirán acceder por ejemplo a la Clínica Teknon, un hospital de lujo naturalmente privado. Y si la cosa es tan grave y costosa que necesiten la medicina pública para ellos no habrá listas de espera.

Lo peor es que las medidas que se han tomado en Catalunya resultan ser el aperitivo de una verdadera privatización de la sanidad: hay sectores de la burguesía catalana, y desde luego el gobierno de Convergència, decididos a ganar pasta de la gran tajada de la sanidad.

(Eso sitúa a la sanidad y a la educación en el centro del antagonismo político en Cataluña, junto al recorte de derechos laborales; falta saber si médicos y pacientes, educadores y padres, trabajadores y parados sabrán construir o encontrar un frente político común.)

A todas éstas, el sistema sanitario universal que teníamos hasta hace dos días no era de mala calidad, aunque sí lento, con deficiencias en la atención primaria y múltiples disfunciones de origen político y burocrático. Todo eso a pesar de que en muchos casos desvía a los pacientes a la medicina concertada, un chollo de médicos y aseguradoras, que se garantizan siempre el pago por la Seguridad Social del ejercicio privado de la medicina.

El sistema sanitario público podría ser sin embargo una fuente de beneficios para el patrimonio colectivo: en sus hospitales la investigación ha rendido y rinde aún frutos importantes. La medicina pública innova. Descubre técnicas clínicas y tratamientos médicos nuevos. Claro que, con el actual capitalismo desregulado, la apropiación de lo nuevo, de la innovación social, es privada.

Así, investigadores de centros públicos parecen estar en el buen camino para hallar una vacuna y una terapia innovadora contra el VIH. Pero se han quedado sin fondos públicos para proseguir la investigación. Y el erario público no se los da, aunque sí podría hacerlo si dedicara dineros a investigaciones menos aparatosas, por ejemplo, que el laboratorio subterráneo de Canfranc, donde se estudian cosas tan productivas como la materia oscura… Total: que los investigadores médicos tienen que buscar financiación entre los laboratorios farmacéuticos privados enajenándoles las eventuales patentes. Éste es el modelo.

Otras burradas

Por lo demás, el gobierno hispano decreta burradas para ahorrar: ahora, por ejemplo, ordena que los medicamentos se prescriban por «principio activo», cuando cualquier medicado crónico sabe que no todos los medicamentos con igual principio activo actúan en su cuerpo de la misma manera. Las ocurrencias burocráticas y políticas se producen porque los especuladores mandan también, indirectamente, sobre nuestra salud.

La sociedad, comunidad ilusoria

La trivialización del uso de la palabra ‘comunidad’ (por ejemplo, en ‘comunidades autónomas’ ‘uso comunitario’, ‘redes comunitarias’ y hasta ‘comunidad de vecinos’) amontona arena —o sea, entierra— un descubrimiento clave del saber social del siglo XIX: que no hay comunidad sino sólo sociedad. Que la sociedad es antagónica. Que los intereses y las aspiraciones de algunos miembros de la sociedad sólo pueden ser satisfechos gracias al sacrificio de los intereses y las aspiraciones de muchos. Por eso es ilusorio hablar de comunidad.

El Lobo se ve en la necesidad de bostezar trivialidades. Que no hay comunidad de empresa; los propietarios de la empresa buscan maximizar su beneficio, lo que se fundamenta en la maximización de la explotación de los trabajadores de su empresa. Los trabajadores no quieren perder su puesto de trabajo; los empresarios, eliminar tantos puestos de trabajo como se lo permita la tecnología (para hacerse con la plusvalía arrancada por sus concurrentes más atrasados tecnológicamente). Que no hay comunidad política; los gobiernos, todavía hoy, están ahí para asegurar las condiciones de la explotación, y los trabajadores bajo un estado tienen objetivamente más en común con los trabajadores bajo el estado vecino que con sus propias burguesías, con las que acaso sólo comparten la lengua.

El Lobo se empeña en usar palabras como objetivamente, antagonismo o explotación,  desterradas por la neolengua neoliberal. Neo, neo, pero todo es muy viejo. 

Ya no hay verdad pública

Desde los atentados de las torres gemelas neoyorkinas la veracidad en las cosas públicas esenciales ha desaparecido. Porque nadie ha sido realmente investigado y menos juzgado con garantías por causar esos atentados, y porque el gobierno al que favorecieron se vio apoyado por una mayoría del público norteamericano para emprender una agresiva política militar exterior y una ampliación de sus facultades represivas en el interior y en el exterior. Los asesinatos extrajudiciales de enemigos reales o supuestos se han convertido en normales. ¿La opinión pública? Se ha tragado a pies juntillas la versión del gobierno de Bush, reiterada conmemorativamente el 11 de septiembre de cada año, con mayor facilidad incluso que las famosas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. 

Mirar para otro lado y seguir con los asesinatos selectivos ha sido la política de estado de la administración Obama. Que ahora pueda plantar en territorio español un importante dispositivo militar, supuestamente para defendernos ¡de Irán!, es una muestra más de que la verdad pública se construye en nuestro tiempo tal como anticipaba el clarividente Goebbels: a base de insertos publicitarios reiterados. La base militar no va a aportar seguridad, sino, para cualquiera que piense con sentido común, más inseguridad. Y el zarrapastroso gobierno español publicita esa base diciendo que creará empleo.

¡Os defraudaré!

Esto es lo primero que debería prometer un gobernante para generar confianza. Porque ya sabemos que los gobernantes mienten siempre.

Chicago boys, minnesotos

Cuando la segunda revolución industrial estaba agotada y los productores de petróleo exigieron más tajada las políticas económicas keynesianas se volvieron impotentes. El éxito político de Reagan y Thatcher convirtió en pope a un economista, Milton Friedman, de quien todo el mundo se reía porque aseguraba que el mercado puede funcionar solo. Y así nacieron los chicago boys y los más modestos minnesotos, apóstoles de la pseudociencia friedmanita. En España los minnesotos, que funcionan como una sociedad de socorros mutuos, se apoderaron de tantas cátedras de economía como pudieron y las usaron para truncar las carreras académicas de keynesianos y marxistas. Con la tercera revolución industrial, la de la informática, el viento sopló a su favor. Todo fue privatizado y desregulado. El resultado es que, hoy, las Facultades de Ciencias Económicas, convertidas en escuelas de negocios, no tienen la menor idea acerca de los mecanismos reales de la economía mundial. Chicago boys y minnesotos gobiernan aún las instituciones económicas públicas. Y marchan francamente, ellos los primeros, por la senda de la recesión.

Valoraciones

Varias encuestas publicitan que el ejército es la institución y Duran Lleida el político profesional mejor valorados por los españoles. En cambio, el Lobo valora positivamente a los activistas políticos y a los voluntarios de las organizaciones sociales. Ya sabemos que en las encuestas las preguntas determinan las respuestas.

Por ejemplo, el Lobo, que ya ve a Hilillos de Plastilina en el gobierno, quedaría perplejo si le preguntaran a quién valora peor, si a los encuestadores o a los españoles. Y no sabe/no contesta.

Derechos de los animales

Un conjunto de circunstancias, como el uso de cereales para producir biocombustible, el aumento del precio del petróleo, las prácticas de las compañías agroindustriales, la desrregulación de los gobiernos, las guerras o la manipulación de la fornicada opinión pública han conducido al incremento del hambre en el mundo. El gasto mundial en armamento se sitúa, al parecer, en dos billones de dólares que los contribuyentes se dejan arrancar; erradicar el hambre sólo exigiría 85.000 millones. Usando argumentos capitalistas habría que decir que un hambriento no puede trabajar y un saciado sí. En términos morales, más adecuados, esto es la mayor y criminal vergüenza de esta civilización. Jurídicamente hablando ya no hay esclavos, o casi, pero materialmente hay hambrientos y muertos de hambre. El hambre se podría erradicar con 30 millones de toneladas de cereal anuales. Nosotros mascamos palomitas para entretenernos. Actualmente sufren hambre y malnutrición 925 millones de personas, y esta cifra (de la FAO) está creciendo cada año en el siglo XXI. Decenas de millares de niños mueren diariamente por esta causa.

El zorruno título de esta entradilla lo ha puesto el Lobo para que picaran los que prefieren no enterarse o no darse por enterados. Tenemos el deber de respetar y hacer respetar  la vida de los animales humanos. ¡Deberes para con todos los animales!

Breve recuento para buscar en Google:

La voladura del Maine

El asesinato de Kennedy

La cañonera del golfo de Tonkin

El asesinato de Robert Kennedy

La voladura de Carrero Blanco

El 23 F

El asesinato de Olof Palme

La extraña muerte de Arafat

Las papeletas electorales «mariposa» de Florida

Las torres gemelas

Las armas de destrucción masiva de S. Hussein

Al Quaeda

22 /

10 /

2011

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

+