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Joan Busca

Comentarios prepolíticos: 4

Ante el 20-N : la incapacidad de abrir una brecha común

La política como campo de acción de las clases subalternas está desprestigiada. Forma parte del drama cotidiano de una enorme masa social que experimenta día a día un ataque brutal a sus derechos pero que no encuentra suficientes resortes de acción como para pensar en que es posible revertir la situación. A este estado de cosas hemos llegado por muchas razones. Un suelo social arrasado por cuarenta años de represión franquista sobre el que cayó la tormenta consumista para culminar un proceso de erosión de muchas de las redes de organización. Una transición política que en bastantes cosas tuvo algo de puesta al día del sistema bipartidista de la restauración decimonónica. El fracaso de la experiencia soviética y la incapacidad de sus seguidores de encajar el golpe y reelaborar sus bienintencionados proyectos. La propaganda machacona de unos medios controlados básicamente por la derecha y el capital. El descrédito de la socialdemocracia enfrascada no sólo en aplicar políticas de derechas (ahí están los bandazos recientes en política económica o en política exterior…)…

El movimiento 15 M  es en gran medida un resultado de este desencanto con la política tradicional. Su principal virtud es la vuelta a la movilización, la demanda de una profundización democrática. Su talón de Aquiles, la dificultad de traducir este empuje en una acción en la diversidad de planos en los que se articula nuestra compleja vida social. Si por ejemplo analizamos cuál es la respuesta real que se está dando al actual maelstrom social es fácilmente detectable que hay al menos cuatro clases, que de una u otra forma cuestionan la situación.  Una es la de las movilizaciones que genera el 15 M y otros movimientos próximos: movilización, denuncia, discurso abstracto, general. Otra es la que siguen realizando las organizaciones sociales tradicionales (sindicatos, movimientos vecinales, ecologistas, feministas) de forma más contradictoria, menos visible, a veces a un nivel muy micro, que sigue defendiendo derechos, propugnado reformas, denunciando (vale la pena navegar por las páginas de estas organizaciones si uno no las tiene cerca). Una tercera es la política institucional, muy minoritaria pero también existente. La minúscula izquierda parlamentaria ha realizado más labor crítica de la que muchos le conceden. Y por último, pero no despreciable, está el papel de sectores de organizaciones no gubernamentales, en muchos casos de base cristiana, que están dando respuestas desde la tradición de la solidaridad caritativa pero que, al mismo tiempo, elevan también su voz para denunciar una situación intolerable. Además, está toda la gente que trata de responder a la situación “construyendo” nuevas estructuras de eso que se llama “economía social”. Son planos diferentes de respuesta, de mayor o menor radicalidad, pero indicadores de que hay vías diferentes que ganarían densidad si se generaran canales de comunicación, plataformas comunes, compromisos. No es que éstos no existan en absoluto, pero vale la pena llamar la atención de que existen diversas líneas de respuesta que en muchos casos persiguen objetivos comunes, pero que a menudo se ignoran entre sí.

Cambiar este estado de cosas no es sencillo. Hay muchos comportamientos y valores enquistados. Y a menudo las cabezas visibles de las diversas experiencias tienen un comportamiento más cercano al del tendero que sólo mira por su negocio que al del estratega con visión amplia y generosa con capacidad de ofrecer una alternativa integradora. Ahora se da de nuevo una oportunidad perdida por la izquierda insitucional. En un contexto de descrédito del PSOE y de la política en general, de enorme “cabreo” y, también, de impotencia social, la única posibilidad de traducir el empuje de las movilizaciones y de la crítica en impacto institucional era configurar una propuesta amplia, que recogiera algunos principios básicos compartidos de reformas y democratización, que incluyera a suficientes personas nuevas (organizadas o no) para dar credibilidad a un proyecto de respuesta colectiva. Más o menos esto es lo que se hacia (en su contexto) en los tiempos en los que la política trató de formar parte de un proceso de transformación social. Y más o menos esto era lo necesario para generar una mínima respuesta social y para recomponer algo de la mucha confianza perdida en la acción institucional.

Los presuntos líderes políticos de las diferentes izquierdas, una vez más, han defraudado y han respondido  más con sus viejos tics de siempre que con la amplitud de miras que la ocasión exigía. Todo el mundo (Izquierda Unida. Equo, Izquierda Alternativa, las izquierdas nacionalistas…) parece estar más interesado en “articular su espacio” (o sea, en mantener su clientela) que en contaminarse en una aventura común. En mantener sus debilitadas estructuras organizativas, el papel de sus líderes, que en hacer propuestas ambiciosas (aunque arriesgadas para sus organizaciones). Es posible que gran parte de los activistas del 15-M no vaya a votar. Pero los que pretenden argumentar que la vía institucional forma parte del proyecto de transformación no han hecho nada palpable para ayudar a cambiar esta opinión.

Con esta crítica no estoy llamando a la abstención. Me parece que a pesar de todo siempre estaremos peor con un parlamento bipartidista que con uno en el que sigan habiendo voces disidentes (de la misma forma que estaremos peor con Rajoy que lo estamos ahora con Zapatero). Pero a mucha gente le va a ser difícil votar, o convencer a otros a  hacerlo en aquellos lugares donde existen diversas candidaturas que compiten por el espacio de la disidencia. Y va ser difícil argüir que estos políticos tan cortos de miras van a ser buenos representantes de la gama de demandas sociales que están en la calle, dada su incapacidad para convertir la fuerza de las últimas movilizaciones en una verdadera pelea institucional. Les votaremos por nosotros mismos, porque no nos resignamos a quedarnos sin ninguna voz. Pero deben saber que nos han hecho perder otra oportunidad de alterar la situación en el plano institucional.

30 /

10 /

2011

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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