Skip to content

Albert Recio Andreu

Nota sobre las elecciones catalanas

I

Los resultados de estas elecciones permiten muchas lecturas según el punto de vista del «cleavage» político que se adopte. Si la lectura se hace en términos izquierda-derecha, parece evidente que ha habido un claro escoramiento a la izquierda (siete diputados más para el bloque PSC-IC-EUIA-ERC). Si se adopta el eje partidos nacionalistas ­ partidos no nacionalistas, el resultado es un moderado avance del primer bloque (gana un diputado respecto al periodo anterior). Por tanto, parecería lógico que el resultante fuera un giro hacia un gobierno de coalición nacionalista de izquierdas, cosa por otra parte factible cuando se toma en consideración la cultura catalanista de una parte de la dirección de las dos formaciones de izquierdas catalanas.

La «victoria» de Mas es sin duda tramposa. Ha sido el partido que ha perdido más votos y más escaños, ha sido la segunda fuerza en votos y, a pesar de ello, le saca cuatro escaños a la primera, gracias al sistema de escaños que prima a los votantes de Girona, Lleida y Tarragona. Y a pesar de ello puede sacar pecho y, posiblemente, seguir detentando el poder. La razón básica es la posición de Esquerra Republicana de Catalunya, que en todo momento ha mantenido una postura ambigua, a pesar de que su crecimiento está en parte asociado al voto joven que ha iniciado su participación política en la lucha contra la guerra o contra el plan hidrológico. Sin esta ambigüedad, Mas hubiera sido el gran derrotado del 16-N. Las primeras declaraciones postelectorales hacen temer que al final tendremos en el poder una coalición nacionalista que mantendrá intactas todas las trazas de derechismo, corrupción y clientelismo que han caracterizado al poder pujolista, con el posible reforzamiento de las políticas culturales y las proclamas políticas más «tradicionalistas», tan queridas por los sectores más conservadores de ERC y CiU.

Es cierto que Esquerra tiene mucho que perder en este envite (ya tuvo una experiencia parecida en 1980), pero no está claro que pueda superar su propio instinto, los recelos de su propia «intelligentsia» respecto a la izquierda y las presiones de los grupos de poder que, como el periódico La Vanguardia, han jugado descaradamente la carta Mas. Porque en Barcelona las clases dominantes saben que las soflamas independentistas de la gente de Carod son compatibles con una política de moderación en las cosas que importan de verdad a los que detentan el poder.

Sería una sorpresa que al final este desenlace no tuviera lugar. Y las castas políticas fueran respetuosas con una ciudadanía que a pesar de todo ha virado a la izquierda. No sólo hacia la izquierda nacionalista sino también hacia Iniciativa Verds – Esquerra Unida i Alternativa. Sin duda la mejor noticia electoral, puesto que ha superado con creces los mejores resultados alcanzados en 1995, apelando a un discurso focalizado en las cuestiones básicas que una izquierda parlamentaria es capaz de desarrollar. Y, más allá de su consolidación institucional, el éxito debe servir para legitimar socialmente el espacio social que hoy bulle en demanda de cambios más radicales.

II

Hay dos claves importantes para entender estos resultados: el desgaste progresivo del Partit dels Socialistes de Catalunya, asociado a la crisis social de la clase obrera, y el papel del nacionalismo.

A nadie extraña que el nacionalismo constituye un importante factor de motivación política y de creación del sentido de pertenencia. En los últimos años el nacionalismo periférico español ha recibido nuevas dosis de alimentos reforzantes. De una parte, el fomento del micronaciolismo en Europa Oriental, formando parte de una estrategia de desmantelamiento de la URSS. De otra, y de forma más particular en el caso español, a una nueva oleada de nacionalismo español ante la que mucha gente se ha sentido maltratada. Posiblemente ha sido el Partido Popular uno de los que más ha colaborado al auge de Esquerra. Para un joven catalán es cómodo ser a la vez nacionalista y de izquierdas, cuando el Gobierno de Madrid que denosta el sentimiento nacional es el que nos mete en la guerra, reduce los derechos sociales y mantiene un férreo control sobre los medios de comunicación, mucho mayor que el percibido en los medios de comunicación locales.

La posición antinacionalista beligerante que adopta una buena parte de la intelectualidad cercana al PSOE tampoco ayuda a mejorar la situación. Hay dos cuestiones que suelen pasarse por alto. Por una parte, de orden político. Lo que hoy se pide a los nacionalistas periféricos en todas partes no es que hagan un salto hacia una cultura cosmopolita, sino que acepten un nacionalismo mayor. En este contexto es difícil justificar el carácter natural de unos entes estatales cuyos límites son, casi siempre, el resultado de procesos históricos azarosos. Por otra parte, muchas de las cuestiones que más enconan las dinámicas entre nacionalismos tienen que ver sin duda con cosas excesivamente cargadas de emotividad y en las que la única forma de evitar las fricciones extremas es el respeto del «otro». El nacionalismo, todo él, puede ser un vecino incómodo de los procesos de emancipación social, pero es a la postre un vecino con el que vamos a convivir por mucho tiempo y al que hay que desactivar estableciendo un diálogo respetuoso que uno no percibe en cierta parte de la intelectualidad y la burocracia política castellanohablante.

Algo de todo ello tiene que ver con la crisis del PSOE. Es difícil de valorar su impacto en votos, pero las intervenciones de Rodríguez Ibarra y Bono parecen haber estado dirigidas a hundir el proyecto Maragall, en una nueva demostración de cainismo que ya parece endémica en su partido. Ello se suma a otros defectos del «socialismo catalán». Se trata de un partido acorazado en su ciudadela de cargos municipales, dominado por una cultura autoritaria y poco predispuesta a fomentar la participación, con demasiados intereses comunes con los grandes grupos de poder local (promotores inmobiliarios, empresarios que gestionan servicios públicos), con demasiado clientelismo y prepotencia; incapaz de explicar a la sociedad catalana el último gran proyecto del Forum 2004 (abierto a la crítica radical desde muchos puntos de vista)… Que no muestra capacidad de renovación generacional (no sólo Maragall) ni grandes ideas nuevas. La imagen externa que uno tiene del partido, es de un aparato en lento declive en el que no se perciben fuerzas de cambio. Y sin duda su sangría de votos se explica en parte porque los discursos de sus competidores (ERC e Iniciativa) conectan mejor con los nuevos sectores, que han nacido a la vida política a través de las ONG, las movilizaciones antiglobalización y la lucha contra la guerra. Es incierto cómo se va a replantear esta renovación. Es incluso posible que algún sector del partido acabe encontrando apetecible un pacto de gobierno con Convergència (si fracasa la alianza de uno de los dos con ERC) ahondando aún más la confusión y generando una perspectiva de liderazgo de la derecha por un prolongado período.

Por esto las elecciones catalanas, más allá del episodio puntual, vuelven a plantear una cuestión de fondo. Cómo rehacer una izquierda catalana con implantación social y capacidad de generar transformaciones. Capaz de tener una presencia capilar en la sociedad y de construir hegemonía social. Las recientes movilizaciones, el mismo giro del voto, indican que el terreno no es un erial, que en la sociedad catalana bullen a pesar de todo fuerzas de cambio. Pero cuya actuación parece más capaz de traducirse en movilizaciones esporádicas, a menudo masivas, que en generar fuerzas de cambio sostenido. En particular la izquierda parece mal situada entre la clase obrera tradicional, la más golpeada por las políticas neoliberales, los sectores sociales más necesitados de organización y de política autónoma. Los sectores donde además se está experimentando con mayor fuerza el fenómeno de la migración extracomunitaria y entre los que es más urgente desarrollar una cultura realmente cosmopolita. Y es precisamente allí donde sólo la derecha racista parece tener un discurso capaz de generar una cierta audiencia (ahí está algo del modesto avance electoral del PP). Las respuestas no son fáciles, ni rápidas y exigen un esfuerzo tanto de las fuerzas políticas que quieren liderar cambios, particularmente de Iniciativa Verds ­ Esquerra Unida i Alternativa, y de todas las personas y colectivos que día a día trabajan por la transformación desde múltiples movimientos y experiencias sociales.

17 /

11 /

2003

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

+