¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Vida y tiempo de Manuel Azaña (1880-1940)
Punto de lectura (1ª ed.: Taurus, 2008),
Madrid,
560 págs.
Giaime Pala
De entre todos los legados que dejaron los protagonistas de la Segunda República española, el de Manuel Azaña fue uno de los más difíciles de recuperar una vez iniciado el proceso de la transición a la democracia en España. No podía ser de otra manera. Su férreo republicanismo era demasiado incómodo para una clase dirigente que tenía que reformular el entramado político del país partiendo de la intocabilidad de la institución monárquica. De manera que Azaña quedó relegado a la paciente labor de los historiadores, como Santos Juliá, cuya reciente biografía está destinada a convertirse en una referencia de obligada lectura para los que quieran acercarse al personaje. Se trata de un trabajo que abarca, con equilibrio y rigor, las facetas personal, intelectual y política del político alcalaíno, y del que emerge la imagen de un provinciano atraído por la vivacidad del Madrid de la Restauración, de un español que miró a la modernidad de París y de un republicano que intentó traducir el progreso francés en un proyecto de transformación para una España aún anclada en esquemas preilustrados. En definitiva, un regeneracionista alejado del sentido trágico que imbuyó los relatos de la generación de 1898 y convencido de que “La República” no era sólo un régimen político, sino toda una manera de entender la sociedad en base a los valores de 1789. Sin duda, una buena lectura sobre un gran protagonista del siglo XX.
3 /
2011