¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Armando Fernández Steinko
Las grandes preguntas tras el crack
La “gran depresión” que arranca con el crack de 2008 marca el fin de un sueño/pesadilla de un cuarto de siglo. El modelo neoliberal, que consiguió dividir a clases populares y clases medias enriqueciendo a grandes propietarios y rentistas, pilotó alrededor de la creación de una demanda ficticia. Ficticia porque no estuvo alimentada por las rentas del trabajo sino por la renta financiera e inmobiliaria, no por el pago del esfuerzo individual y colectivo, sino por el endeudamiento y la apuesta bursátil. El proyecto fue restaurador en lo social y lo ideológico porque trató de generar crecimiento hundiendo salarios y precarizando empleo. Pero sólo pudo durar casi tres décadas porque se ganó a una parte de las clases medias, e incluso a una fracción de las clases populares: aquellos con salarios regulares y capacidad adquisitiva suficiente para adquirir productos financieros e invertir en bienes inmuebles. Además, creó un sistema en el que la subjetividad y la inventiva ya no debía ser anulada por las cadenas de montaje y los directivos controladores, sino todo lo contrario. Surgió un segmento de asalariados cualificados que se identificaban con lo que hacían distanciándose de las reivindicaciones laborales clásicas. Son hombres y mujeres que se autoexplotan hasta romperse la salud porque han convertido las necesidades de la empresa en sus propias necesidades fisiológicas y a pesar de que la dinámica del máximo beneficio succiona su subjetividad, no por ello se identifican sin más con el resto del cuerpo laboral. El endeudamiento combinado con un trabajar sin fin —gratificante o repetitivo— ha terminado y con ello todo un sistema de reproducción cultural. El capitalismo feo español ha sufrido este cambio de forma más radical pues su sociedad del trabajo fue liquidada por la gran coalición monetarista que triunfó en la transición instalándose en fechas tempranas una economía de rentas, de rentas de todo menos de trabajo ¿qué va a pasar ahora?
Los bancos, que son los grandes ganadores del neoliberalismo, estuvieron a punto de perder el inmenso poder acumulado a lo largo de un cuarto de siglo. La única razón por la que “los expropiadores no fueron expropiados” en esos meses críticos de 2008/2009 no es ni económica ni técnica. La razón es política pues los gobiernos siguen siendo hoy los máximos representantes de los intereses financieros. Es comprensible que la salida fuera la restitución de la la lógica del funcionamiento privado haciéndoles pagar a los ciudadanos dicho rescate con sus impuestos. Ahora los bancos hacen lo que siempre han hecho con el ahorro recibido: negocios para sus clientes, preferentemente para sus grandes clientes. Como en los años treinta el problema no es de escasez de dinero sino de exceso de dinero en manos equivocadas y ese exceso de liquidez seguirá ahí hasta que se produzca una reforma fiscal progresiva y un control de los flujos de capital. El capital sobreacumulado sin control ahora pasa a la ofensiva. Hace lo que tiene que hacer y lo que siempre ha hecho: buscar su máxima rentabilidad sin preocuparse del interés general. Ayer fue la apuesta sobre el precio del petróleo o las materias primas, hoy es la deuda soberana de un gobierno tras otro, mañana será otra cosa mientras persista la monumental liquidez. Hacia 1970 hubo una oleada de economistas y sociólogos neoliberales —Friedman, Bell, Huttington— que dijeron con claridad que democracia y desregulación financiera eran incompatibles, una verdad que no se han cansado de repetir los gobernadores de los bancos centrales desde entonces. El centro-izquierda español, que creó un Estado del Bienestar con financiarización, parecía demostrar lo contrario. Hoy las aguas retornan al cauce de la lógica y las finanzas fuera de control se meriendan uno a uno los contratos políticos de la postguerra.
La pregunta hoy es: ¿hasta cuándo, hasta cuándo los gobiernos, custodios de enormes maquinarias estatales, podrán cortar su principal fuente de legitimidad?, ¿hasta cuándo permitirán que los mercados les pongan al borde del abismo o incluso les empujen a él? La respuesta principal es otra vez política pero ahora lo es también técnica y económica pues es imposible que se recupere la economía por estas vías. Antes o después habría que domesticar al sector financiero y los primeros pasos ya se están dando, aunque darán sus frutos más adelante y la tasa de beneficios del sector financiero tenderá a caer. Puede ser que haga falta una réplica del crack del 2008, otro vislumbramiento del abismo para provocar los cambios, pero los bancos saben que la cosa no va a seguir como hasta ahora. Por eso se abalanzan sobre las universidades aprovechando el Plan Bolonia, por eso se abalanzan sobre las Cajas de Ahorros para deglutirlas, por eso acumulan provisiones antes que conceder créditos nuevos. La deuda de los bancos que ahora avalan los gobiernos es impagable y todos los coquetean con la idea de provocar inflación para devaluarla. También esto les hará a los bancos tragar aguas amargas, muy distintas a la horchata gratis de la que se venían hartando hasta ahora. Los fiscalistas irán ganando poder frente a los monetaristas y también esto les irá arrinconando ideológicamente. La sociedad se ha quedado sin dinero para financiar las infraestructuras que necesita para su reproducción: la sanidad, la educación, la reconversión energética, el cambio climático, el envejecimiento de la población, la planificación de unas ciudades cada vez más grandes. No va a haber dinero para nada al menos durante media o tal vez incluso una generación entera y esto en medio de una civilización derrochadora de recursos. Los gobiernos seguirán bombeando recursos públicos hacia el sector privado en espera de que éste cree empleo. Se intentará hundir aún más los salarios para ser competitivos hacia fuera, se forzarán aún más las exportaciones para sanearse a costa del vecino y habrá escaramuzas proteccionistas para intentar evitarlo sin que se note, incluidas las devaluaciones directas e indirectas. Pero no será posible continuar mucho tiempo con esta transferencia de recursos colectivos, de salarios e impuestos a las empresas privadas que no van a solucionar nunca por sí mismas el problema del desempleo. Será un juego de suma cero incapaz de sacar a la economía mundial de lo que se antoja como un largo período de “crecimiento estacionario”, de cuasi estancamiento. Al no contemplarse la reforma fiscal, la liquidez seguirá tiranizando a las poblaciones pero ya no se las podrá compensar con una demanda ficticia basada en el endeudamiento. Esto cuarteará las alianzas entre neoliberalismo y sociedad, algo que aquél intentará evitar por todos los medios, por ejemplo recurriendo al populismo, a un shock externo (efecto Pearl Harbour) o a cualquier otra forma extraeconómica que permite una movilización rápida y masiva de las poblaciones. Pero antes o después la economía tendrá que dejar de ser la suma de rentabilidades individuales, antes o después habrá que hablar de una economía-de-toda-la-casa. Esta no tiene que ser necesariamente progresista: es posible una economía-de-toda-la-casa reaccionaria, conservadora de las actuales estructuras de poder y de propiedad basada en la coerción hacia dentro y hacia fuera.
¿Cómo van a responder las poblaciones? Las dos últimas veces que se dio una situación similar, en el último cuarto del siglo XIX y en el período de entreguerras, el nacionalismo le abrió el campo ideológico a la reacción. En los años 1930 toda Europa, con la excepción de Escandinavia y las dos breves primaveras de España y Francia, se decantó hacia la derecha mientras América prácticamente entera lo hizo hacia la izquierda. Pequeños autónomos y grandes propietarios consiguieron desmontar el sufragio con ayuda del ejército. Puede parecer que el patrón se repite, pero no así la historia. Ecos reaccionarios nos llegan de algunos países del Este destrozados por las curas neoliberales de los noventa y músicas similares cuajan en los intersticios de los partidos del centro-derecha occidental. La primera reacción al crack de 2008 por parte de los gobiernos de Francia y de Rusia fue duplicar el gasto militar: una medida que apunta a la versión reaccionaria de la economía-de-toda-la-casa. Alemania empieza a despertar susceptibilidades en Francia y Gran Bretaña, lo cual explica el reciente pacto de colaboración nuclear. ¿Son sólo escaramuzas?. Las rupturas históricas son siempre el resultado de una acumulación de escaramuzas. No es tan fácil que este patrón se pueda generalizar por mucho que se siga invocando el peligro terrorista para asustar a las clases medias o el problema migratorio para narcotizar a las clases populares. No hay dinero y no lo habrá si no se trastocan los actuales poderes de clase. El rechazo del autoritarismo está fuertemente implantado entre amplios sectores de las clases asalariadas occidentales aunque esto no impide el desarrollo de nuevas formas de movilización en torno a una versión reaccionaria de una economía-de-toda-la casa. Ahí donde los autónomos tipo “Joe el fontanero” de MacCain alcanzan porcentajes muy elevados, como en la Italia de Berlusconi, en la costa mediterránea del Partido Popular o en las profundidades de los Estados Unidos, hay ya materia prima para algo parecido. La llave la tiene el sector profesional, ese trabajador que se ha desvinculado de las reivindicaciones clásicas y que sigue distanciado de las clases populares buscando salidas individuales.
¿Cómo van a responder las poblaciones? En un primer momento la distancia entre clases medias y clases populares, la clave del futuro político del mundo occidental, aumentará con la privatización de servicios públicos que no se van a poder financiar por falta de recursos. La esperanza de vida entre ricos y pobres aumentará, las ciudades se degradarán junto a las universidades públicas, los espacios comunes que hoy comparten clases medias y populares —barrios, plazas, colegios— irán borrándose poco a poco. Pero esto sólo podrá ir un poco lejos en las zonas más lindas del capitalismo, aquellas con una alta concentración de profesionales autónomos cualificados y un alto poder adquisitivo: las grandes ciudades, el eje que atraviesa Europa desde el sur de Inglaterrahasta el norte de Italia pasando por el Benelux y el valle del Rin. En el resto del territorio la clase media no tendrá recursos para pagarse los servicios que necesita y caerá en una espiral de empobrecimiento. En los parques abandonados a su suerte se encontrará con las clases populares aún más empobrecidas que ellas ¿Para hacer el qué? Tal vez para formar un bloque social con capacidad de forzar una versión no autoritaria de una nueva economía-de-toda-la-casa, de-todo-el-planeta.
—Madrid, noviembre 2010
[A. Fernández Steinko es Profesor de la Universidad Complutense de Madrid]
07 /
2011