La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
El sastre de Ulm. El comunismo del siglo XX. Hechos y reflexiones
El Viejo Topo,
Barcelona,
Este importante libro ha sido presentado por su autor en Madrid y Barcelona. Mejor que una reseña, ofrecemos el guión de las palabras de Lucio Magri a los asistentes a esos actos en noviembre de 2010:
Por lo general, no me gustan las presentaciones de libros, ni siquiera cuando se trata de los míos. Los que presentan el libro se ven obligados a ser benévolos, la mayoría del público no lo ha leído aún y a veces está allí únicamente para hacerse una idea del contenido y así evitar su lectura. Casi nunca nace una verdadera discusión a partir de la presentación de un libro. Además tenía muchas dudas de venir a hablar en italiano a ustedes que ya tienen disponible mi libro traducido en castellano. Entonces, ¿por qué estoy aquí esta noche, sin que nadie me haya obligado a venir?
Por muchos motivos. En primer lugar, he venido aquí para demostrar que, pese a que en este libro hay pocas referencias directas a España, en realidad puede ser útil para los lectores españoles, porque aporta elementos a la reflexión sobre su propia historia nacional, muy a menudo, y no casualmente, arrinconada o amputada por la narración de la historia internacional.
Empiezo con una pregunta aparentemente obvia y descontada.
¿Por qué ganó Franco, a pesar que el apoyo al gobierno democrático y legítimo que el mismo Franco afrontó proviniera de una fuerza mayoritaria en el país? ¿Por qué ganó Franco, a pesar de la resistencia heroica que lo enfrentó y de la amplia simpatía que el gobierno legítimo y democrático suscitaba en la opinión pública mundial?
La respuesta que Santiago Carrillo da a esta pregunta en su autobiografía es lapidaria: “Franco ganó gracias a la intervención y ayuda que recibió del fascismo italiano” (un ejército organizado y muy bien armado de 60.000 hombres que llegaba de Italia, además de la poderosa cobertura aérea alemana). La respuesta es convincente y, quizás, bastaría por sí sola a explicar la derrota.
Pero plantea una interrogante que ha quedado en la sombra.
La guerra civil española se desarrolló y concluyó entre 1936 y 1939. Cuando empezó, Hitler estaba en el poder desde hacía tres años. Había proclamado sus intenciones agresivas y había comenzado a realizarlas. Militarización de Renania. Anexión de Austria. Invasión de los Sudetes y luego de Checoslovaquia. Y no era todo, ya que las amenazas se dirigían también a las democracias occidentales; un poco más tarde, las cosas caminarían aún peor: Polonia, Dinamarca y luego Bélgica, hasta llegar a la claudicación de Francia. Inglaterra soportó los bombardeos y se salvó porque el mar la protegió. En fin, todo desembocó en una guerra mundial que costó decenas de millones de muertos. Y no solamente. Mi libro documenta que Hitler podría haber sido parado a tiempo. Las altas jerarquías del ejército que lo habían llevado al poder previeron la derrota e hicieron saber a Londres que estaban listas para destituirlo.
¿Cómo es posible que, en ese momento crucial, Francia e Inglaterra no sólo se quedaran inertes, sino que incluso se convirtieran en cómplices de la intervención de Italia y Alemania en la guerra civil española al bloquear las fronteras a través de las cuales la República podía recibir la ayuda que necesitaba? La explicación que este libro intenta dar es que Chamberlaine y detrás de él Daladier siguieron una estrategia precisa: desviar la agresividad nazi hacia el este, es decir, hacia la Unión Soviética. En cambio, sucedió todo lo contrario. Francia sucumbió en pocas semanas, Hitler efectivamente invadió la Unión Soviética y fue derrotado principalmente por ésta.
No ahondaré en otra causa de la derrota porque mi libro la trata indirectamente y no de manera adecuada: me refiero a las constantes divergencias que caracterizaban el frente democrático a nivel político e incluso militar. En sus orígenes el frente antifascista tuvo objetivos divergentes y un grupo dirigente bastante heterogéneo. Actuaba más como una coalición que como un frente.
Y ahora planteo otra pregunta, más difícil que la primera, ante la cual mi trabajo puede resultar más útil y menos obvio.
¿Por qué el fascismo español —y sólo el fascismo español— logró sobrevivir tranquilamente durante más de treinta años, después de la plena victoria de la alianza antifacista mundial, sin cambiar ni a su líder, ni sus instituciones autoritarias ni, sobre todo, renunciar jamás a una feroz represión? Y, al final, ¿cómo pudo incluso determinar quiénes serían sus sucesores?
Mi explicación, documentada, es la siguiente: pocos meses después del final de la guerra mundial y de la repentina muerte de Roosevelt, la política de los Estados Unidos cambió de forma radical, cambio que fue imitado no solamente por los ingleses, sino también por aquellos que prácticamente la víspera habían sido sus enemigos: alemanes, japoneses e italianos. En otras palabras, empezó la “guerra fría”. Esta constatación ha sido siempre eludida, es más, negada. Pero la sucesión de los acontecimientos es clarísima. En primer lugar, dos bombas atómicas, que no eran necesarias, doblegaron a los japoneses que ya estaban postrados; esas bombas, en realidad, tuvieron como fin demostrar la superioridad militar apabullante de los Estados Unidos frente a una Unión Soviética destrozada por la guerra. Luego, el discurso en Fulton de Churchill —convenido previamente con Truman— en el que ya se indicaba el nuevo adversario por liquidar y, además, la expulsión de la izquierda de los gobiernos europeos. Después, el Pacto Atlántico y la creación de la República Federal Alemana. Y, además, la instalación de bases militares americanas en todos los continentes. Todo ello alimentado y justificado por una propaganda verdaderamente histérica. Evidentemente, en este contexto la desestabilización de la España franquista no podía ni siquiera considerarse.
Y ésta fue sólo una primera etapa, la etapa que terminó sin que estallara una tercera guerra mundial, al menos hasta el momento del equilibrio atómico. Más tarde, una segunda etapa permitió que el franquismo siguiera viviendo gracias al apoyo externo. Y esto sucedió en el terreno económico: España se aferró al último vagón del tren del desarrollo del mercado europeo y se modernizó, sin que nadie le exigiera que cambiara su régimen político. No recuerdo que le hayan otorgado el Nobel de la Paz a Grimau antes de lo que lo hicieran pedazos, ni tampoco recuerdo que el régimen franquista haya sido amenazado con la imposición de un embargo económico para que modificase la Constitución.
En mi libro se tratan otras cuestiones que podrían interesar a un español, por ejemplo la evolución de la iglesia católica con respecto a la política. Pero yo prefiero detenerme aquí para que no os aburráis.
Sin embargo, debo pedir ayuda para resolver una cuestión que no he logrado resolver. Porque esta tarde he venido aquí no sólo para subrayar algunas cosas que vosotros ya sabéis y que, de todas maneras, podéis fácil y cómodamente encontrar en el momento en que leáis mi libro.
He venido, sobre todo, para plantearos un problema que considero muy importante, no sólo para vosotros sino para todos. El problema es el siguiente:
Es indiscutible que, cuando empezó la guerra civil, los comunistas españoles eran una exigua minoría. Pero es igualmente indiscutible que en los años de la guerra los comunistas se multiplicaron, tanto entre la población como en las instituciones. Esto podría deberse a varios motivos: la ayuda material de la Unión Soviética, la oleada de voluntarios que llegaban de otros países, el papel político que desempeñó Palmiro Togliatti y las cualidades organizativas de Luigi Longo.
También es indiscutible que el Partido Comunista Español, con la energía que le aportaba la juventud socialista, fue el único que, durante décadas y en la clandestinidad, se opuso al régimen franquista. Unas veces cometió errores (como el de un amago de lucha armada), otras obtuvo grandes éxitos (huelgas generales, creación de una sólida red sindical). Pero sus militantes demostraron en todo momento un extraordinario coraje individual, que muchas veces pagaron con sus vidas.
Franco murió en 1975 y debemos otorgar gran atención a ese año. En ese momento el régimen estaba dividido en conservadores moderados, influidos por el Opus Dei y partidarios de una suerte de democracia controlada, y fascistas ortodoxos. Casi simultáneamente se derrumbaban los regímenes semifascistas de Portugal (debido a la insurgencia de los oficiales del ejército orientados hacia la izquierda) y de Grecia. Los principales partidos comunistas europeos intentaban liberarse de la obediencia debida a Breznev. En Francia, el acuerdo entre el PCF y el refundado Partido Socialista estaba por llevar a Miterrand a la presidencia. En Italia, se había registrado hacía poco una clamorosa afirmación electoral del PCI. Todo el Occidente capitalista se veía sometido a una grave crisis económica. De igual modo, en el seno de la socialdemocracia europea se desarrollaba una intensa discusión.
De este conjunto de hechos nace una cuestión sobre la cual he leído y discutido mucho con muchos compañeros, pero sin lograr encontrar una respuesta adecuada: ¿Cómo se explica que el Partido Comunista Español, con el patrimonio histórico del que disponía, en un momento histórico en el que aún la suerte no estaba echada (era 1975 y no 1989), en las primeras elecciones libres tras la muerte de Franco, haya obtenido sólo un miserable 10% de los votos (porcentaje que nunca llegó a superar), por no hablar de las numerosas crisis que sufrió? ¿Cómo se explica que en España, durante décadas, se hayan alternado en el poder exfacistas remozados o socialdemócratas que poco tenían de socialistas?
No es un problema que atañe sólo a los comunistas, o sólo a los españoles. Atañe a toda la izquierda europea que se ha puesto de rodillas ante la hegemonía de los Reagan, las Thatcher, los Blair, por no hablar del horrendo Berlusconi; atañe a esa izquierda que hoy, a pesar de la crisis económica y de civilización que doblega el planeta, sigue perdiendo fuerza e identidad cultural.
Desde luego no es mi intención ni mucho menos achacaros la responsabilidad de esta decadencia. Al contrario, reconozco que en los últimos años España ha recuperado algunos rasgos de izquierda gracias a Rodríguez Zapatero, que ahora cruje fuertemente ante la crisis económica. Quisiera solamente entender por qué la ocasión de realizar un verdadero cambio fue sofocada por la voluntad de censurar el pasado y convertir en mito la modernidad que homologa a todos. En otras palabras, ¿por qué la movida ha sido más llamativa que el desempleo?
No pido ahora una respuesta, solamente espero que mi libro contribuya a estimular la reflexión. Tal vez un esbozo de respuesta lo encontremos en las palabras del mismísimo Franco cuando, sacando sus propias conclusiones, dijo: “He construido una clase media fuerte”.
12 /
2010