La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Miguel Ángel Lorente y Juan-Ramón Capella
El porvenir del ajuste duro
El conjunto de medidas de ahorro impuestas por el gobierno del Psoe, a instancias del Fondo Monetario Internacional y de la Unión Europea (o sea, de Alemania), obliga a pagar el pato de la crisis a los empleados públicos, jubilados y gentes trabajadoras en general. Vale la pena reflexionar sobre estas medidas.
Se trata de una política económica que por cierto ha sido elaborada por las mismas personas que fueron incapaces de prever la crisis: las direcciones de las grandes instituciones económicas mundiales, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OCDE siguen siendo esencialmente las mismas.
Los estados europeos tienen deudas públicas enormes contraídas fundamentalmente para ayudar al sector financiero. Déficit, hablando en plata. Y lo peor: mucha prisa por enjugarlo, por reducirlo. También en 1935, en la otra gran crisis del capitalismo, el gobierno Roosevelt quiso enjugar deprisa el déficit público creado. Y el resultado fue —como ocurrirá ahora— un empeoramiento de la economía. Los intercambios funcionan peor cuando la gente no tiene dinero que gastar.
De modo que los mismos expertos que fueron incapaces de prever la crisis dictan ahora los «remedios» que la agravarán. Pero sólo para la gente corriente: los financieros, los ricos, se beneficiarán de ellos. Podemos extraer un ejemplo de la famosa «deuda pública griega».
Con la deuda griega se podría haber seguido un camino distinto al de obligar a un ajuste durísimo para reducir la deuda. Por ejemplo, renegociarla en serio, diluirla en el tiempo. Pero no: que paguen ahora aunque se hunda el mundo. ¿Por qué?
Fijémonos en quiénes son los tenedores de títulos de la deuda griega, y veremos en seguida que la llamada ayuda a Grecia no es en realidad una ayuda a Grecia:
– El 30% de la deuda se debe a Francia, 53.000 millones de euros, y en Francia a sus bancos, reflotados con fondos públicos.
– A Alemania se le deben 45.000 millones de euros. De ellos, 7.900 millones a Hypobank, y 3.100 a Commerzbank, ambos reflotados con fondos públicos.
– A Gran Bretaña se le deben 11.800 millones de euros, y en concreto a bancos como Barclays, Lloyds o RBS, todos ellos reflotados con dinero público.
– A Holanda, 8.700 millones de euros.
– Y a Austria, el país que además casi gana el campeonato como acreedor de las deudas públicas de Europa oriental.
En otras palabras: los dineros públicos prestados a Grecia servirán en buena parte para pagar a bancos privados reflotados con dinero público. Irán a los bolsillos de los grandes especuladores (a los antiguos accionistas ya se les pagaron bien, con dinero público, unas acciones que no valían nada). El nivel de especulación es ahora mayor que al principio de la crisis. Las finanzas neoliberales parecen consistir, en la crisis, en eso.
Como vemos, el panorama —creado en Grecia por la política neoliberal de los gobiernos conservadores con la ayuda del falseamiento contable avalado por Goldmann Sachs—, consiste en endeudar públicamente aún más a Grecia para que pague a bancos reflotados con dinero público. Y en ese complejo ajuste ni se tocan los elementos de financierización de toda la economía europea, que son los que han inducido el desajuste de la economía real.
Los neoliberales, o sea, esencialmente, los financieros, siguen ganando en la crisis. Ahora mediante la especulación financiera, mediante la economía del aire. Que es la vida misma del sistema neoliberal.
Y eso es posible porque no se ha tomado medida alguna para que el dinero ocioso, el que especula en las bolsas, vaya a parar a la inversión productiva. Sólo la economía real —no la especulativa—, esto es, la productiva, podría sacar a las poblaciones del agujero.
Podría… Pero hablemos antes del euro. El quid de la cuestión está en que el euro no tiene ninguna de las ventajas de las antiguas monedas «nacionales» y sí todas sus desventajas. Como los estados europeos gastan cada uno en lo que les da la gana amparándose en artificios contables —por ejemplo, con la contabilización de las ayudas a los bancos de los países grandes—, nadie se responsabiliza de la moneda única. En Europa el Banco Central Europeo no es una auténtica institución económica. No sólo está mal dirigido —su director hablaba de inflación en plena deflación, al principio de la crisis—, sino que ni interviene regularmente en los mercados de deuda —al fin lo ha hecho tímida y puntualmente, cuando se redactaba esta nota—, ni apoya la producción inyectando liquidez a las grandes empresas, ni puede comprar deuda pública de primera emisión, ni —a diferencia de la Reserva Federal americana— tampoco tiene el deber estatutario de proteger el empleo. Sólo ahora, en el momento de las dificultades, se ha creado para la ocasión una especie de bolsa común europea, para tratar de evitar los ataques especulativos en los mercados de deuda, ya que el ataque a la deuda pública de un estado de la UE resulta ser un ataque a todos ellos.
Tampoco el Fondo Monetario Internacional está para alegrías. Pues va a tener que acudir al salvamento, si puede decirse así, de los países del Este: Ucrania, Rumania… Las cuotas proporcionales de los distintos estados no dan, en la crisis, para mucho.
En cierto modo la economía europea está atada de pies y manos. Al principio de la crisis se recurrió, como en Norteamérica, a un endeudamiento público de tipo keynesiano, y se creó un déficit público. Eso hizo de débil motorcillo de la economía durante unos meses. Pues el gran motor que había funcionado antes de la crisis, la multiplicación del crédito, se había averiado por completo y duraderamente. Pero si la fuerza del dólar, moneda mundial de referencia —con China muy interesada en su buena salud, pues posee cantidades ingentes de deuda norteamericana—, puede financiar esas políticas neokeynesianas, el euro no puede hacerlo. Pues lo que gasta de más un estado estropicia la economía de los demás. En la UE no puede haber neokeynesianismo ni hay crédito. Por eso, dentro de la ortodoxia neoliberal, se impone a las poblaciones un ajuste duro… y ciego. ¿Qué motor puede encontrar la economía en Europa? ¿Dónde está el invento que tire de ella? Esta claro que hay crisis para rato.
El euro está cayendo, lo que en principio debería facilitar las exportaciones europeas, pero ¿qué ocurre con las importaciones de países muy dependientes energéticamente, como España? La energía se encarecerá, lo que a su vez dificultará la exportación.
De esta crisis resultará un gigantesco reajuste internacional, con el ascenso económico de China seguida del Brasil y la India. La economía productiva norteamericana está en declive, lastrada además por su inmenso gasto militar. La decadencia de la Unión Europea sólo puede ser paliada mediante un acercamiento a Rusia, la otra mitad de Europa. Pero laconstante de las políticas exteriores de los países anglosajones ha consistido siempre en tratar de impedir por todos los medios la verdadera unificación de Europa
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Con el ajuste duro impuesto por la política económica neoliberal, que sigue siendo la dominante, se abre en España un escenario político y social terrible. Hablaremos ahora sólo del primero.
Cabe la posibilidad de que la impopularidad de la política económica del Psoe, agravada con el ajuste duro, redunde en un descrédito global del partido socialista que entregue el gobierno del país nada menos que al partido de la corrupción. Cuya política sería incluso peor que la del Psoe para las gentes trabajadoras.
Pues el actual gobierno se ha plegado finalmente a las exigencias de la financierización de la economía, del neoliberalismo más egoísta y antisocial. Es significativo que el gobierno se abstenga de reintroducir la progresividad fiscal, que tema ahuyentar al capital extranjero con impuestos. ¡Como si hubiera capital extranjero deseoso de instalarse en España! Al capital extranjero, ahora, sólo le interesan de España las posibilidades para especular; para producir de verdad, en cambio, ¿no hemos visto abundantemente cómo huían de España las empresas extranjeras? ¿Cómo las que se quedan exigen vorazmente para sus intereses gasto público del Estado o de las autonomías?
El ajuste tampoco ha tocado los importantes gastos militares del Estado, metido en una guerra inicua en Afganistán y en no se sabe cuántos conflictos internacionales, como si los españoles hubiéramos de ser (y financiar) la policía mundial a las órdenes de los Estados Unidos.
Y nadie ha tocado los paraísos fiscales —pese a los compromisos públicos sobre este asunto de todos los jefes de gobierno europeos y de la presidencia norteamericana—. La imposición de un impuesto a los movimientos especulativos de capitales (como la Tasa Tobin) ni se contempla aún cuando se escriben estas líneas. Nadie aborda la crisis con racionalidad, examinando las debilidades de la economía española, que son muy claras: dependencia energética, y dependencia excesiva de la construcción interior y del turismo, débil incorporación a la tercera revolución industrial, fracaso general del sistema educativo.
El recorte del gasto público no va a ayudar, precisamente, a la reconversión de la construcción. No hay asomo de replanteamiento urbanístico del territorio. Las energías renovables son objeto de ataque por el propio gobierno, al servicio del lobby de las grandes compañías energéticas. No hay giro en la educación. La apatía, la deseducación y la desmoralización se extienden entre los jóvenes. Por lo demás, están las pequeñas pero significativas guerritas: la política, contra la memoria del genocidio franquista y por la dignidad; la corporativa, contra el juez Garzón, doblada de política contra la memoria; la disputa política en torno al Estatuto catalán. Sólo una religión mantiene tensos a los españoles: la pasiva religión del fútbol.
Por eso es deseable, como mal menor, que el Psoe tome las medidas necesarias para buscar un relevo a Zapatero, lo único que podría impedir que en un par de años nos gobierne la ávida —tenemos abundante experiencia— camarilla del PP y destroce todo vestigio de redistribución social. Porque la verdadera izquierda está demasiado descompuesta para llegar con brío a la próxima cita electoral, cada vez más cercana, que tendrá lugar probablemente en un ambiente enrarecido por la inoperancia y el seguro fracaso de las tremendas medidas de ajuste ahora adoptadas.
Austeridad, pues. Nosotros no estamos en contra de la austeridad: es necesario no gastar sin sentido, buscar una producción ecológicamente racional, y cosas como éstas. Pero también es necesario examinar qué austeridad se impone. Las medidas de ajuste, de austeridad forzosa, tienen un efecto redistributivo de la riqueza del país. Lo peor de todo es que ahora se está imponiendo una redistribución en favor de los ricos. Y de lo que se trata, en cambio, es de redistribuir en favor de los que vitalmente lo necesitan; en favor de la producción y no de la especulación. Eso es lo que hay que exigir al gobierno político de la economía.
17 /
5 /
2010