La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Manolo Monereo
La crisis de la Unión Europea y Julio Anguita
El otro día, sin avisar, me presenté en Córdoba. Nada le dije a Julio, pero quería verlo. Así que me fui a La Corredera y me puse a esperar con un excelente «montilla». Al poco rato apareció con su andar característico y solo. Nos saludamos con el cariño de siempre y le presenté a mis amigos. Hablamos, también, de lo de siempre, de España, de la crisis, del Congreso del PCE y de IU. Lo normal: decepciones varias y esperanzas realistas, o sea, pocas, muy pocas.Y se fue como vino, dejándonos con ese deje de tristeza que dan las posibilidades perdidas y los fracasos colectivos que tienen siempre cara y ojos.
Después, con los amigos, seguimos dándole vueltas al pasado; qué se pudo hacer y no se hizo y los errores cometidos. Alguien, no me acuerdo bien quien, dijo ¿qué pensará Julio de la crisis europea?; ¿qué pensaran hoy los dirigentes sindicales y políticos del PCE, PSUC e IU que organizaron un descomunal escándalo porque Julio habló del «fiasco de Maastricht»?. Me acordé de aquello de las «Memorias de Adriano» (¡qué traducción de Julio Cortazar!) cuando la Yourcenar dice (al menos así lo recuerdo) que el mayor error de un político es acertar antes de tiempo. Efectivamente: ¿cuántos errores de ésos cometió Anguita?
De él aprendí, en ése y en otros debates, que para la «política política» hace falta tener ideas y coraje moral (él creo que empleaba otra palabra más concisa y clara). Si se está por la transformación (por la revolución) esto es decisivo: todas las batallas hay que darlas (sólo se pierden las que no se dan) y no hay atajos que valgan cuando se está delante de un problema real ante el cual hay que tomar posición. Diga El País lo que diga y hasta Prisa completa.
Quisiera contar una anécdota. Estábamos en una Asamblea de IU típica (no sé cual y apenas si importa ya): caos, lucha denodada por estar en la dirección y cola para ver a Julio (lo normal, colocarse). De pronto, Maastricht. ¡La que se armo!. Los que luego conformarían Nueva Izquierda, férreamente dirigidos por audaces sindicalistas, dijeron que hasta aquí habían llegado; que era una barbaridad y que la Comunidad Europea era intocable. Dijeron muchas más cosas y algunas impronunciables sobre supuestos cavernícolas (yo entre ellos) e involuciones ideológicas cocinadas no se sabe dónde. La consigna: hay que ser como los italianos (como los restos del PCI, se entiende). Mejor no seguir.
En pleno lío aparecen los bomberos (los nombres se me han olvidado y sólo me acuerdo de los cascos). Todos ellos, purita izquierda no más, intentaban rebajar el tono y que el Julio pactara. Nos buscaron a algunos que pensaban (¡craso error!) podíamos influir sobre el Coordinador. Pero no cedió.
¿Por que no cedió? (que conste, fue tentado infinidad de veces por diablos, diablesas y hasta Belcebú en persona). Nunca fue un misterio y era bien simple: si IU aceptaba la Europa de Mastrich, dejaba de ser inmediatamente una fuerza de izquierda. Esa Unión Europea constitucionalizaba las políticas económicas neoliberales y hacía inviables las políticas alternativas. Aquí tampoco hay que engañarse: todos sabíamos que defendíamos posiciones económicas socialdemocráticas, ecológicamente fundamentadas (paz Paco Fernandez Buey) y democrático radicales (paz Juan Ramón Capella). Eso era todo. Nada de extremismos. Los únicos extremistas eran los «expertos neoliberales» y sus amigos en IU y en el Sindicato. No eran pocos, la verdad.
Cuando llegó el tema del «euro» la cosas ya caminaban solas. Juan Francisco Martín Seco, Salvador Jové, Pedro Montes y Jesús Albarracín (por citar a amigos que tuvieron que aguantar de todo) no les hizo falta irse a la teoría de «las zonas monetarias óptimas» y los «choques asimétricos» para advertir las graves consecuencias de una moneda única sin una hacienda, una legislación laboral y una seguridad social común. Todo ello, con un presupuesto ridículo y con una dinámica de ampliación suicida. Y lo fundamental, la degradación de nuestra débil democracia: se fue imponiendo una «constitución material» neoliberal que anulaba, de hecho, los aspectos más progresivos de nuestra constitución formal y que convertía en mera retórica eso de Estado social (¡si Herman Heller levantara la cabeza!) o aquello de la democracia avanzada, por no hablar de la planificación o de llamada «constitución del trabajo».
Anguita a fuer de coherente se lo dijo públicamente al Rey: si los aspectos más progresivos de la Constitución no son efectivos y se rompe lo pactado nosotros no reconoceremos aquellos otros (la Monarquía, por ejemplo) que tuvimos que aceptar en aras del consenso básico. Aquí ya ardió Troya: ¡se mete hasta con nuestro Juan Carlos! Absolutamente inadmisible.
Todo esto se repitió una y mil veces. Mi amigo Pedro Montes le dedicó un libro, «La historia inacabada del euro», ése era el titulo si no recuerdo mal (¿se vendieron algunos ejemplares?). Han tenido que venir Krugman, Castells y algún otro para decirnos que siempre lo supieron y que lo del «euro» fue un desastre. Pues qué bien. Yo siempre lo pensé, mis amigos también y a Julio, seguramente, le costó algún que otro infarto y la demolición (consciente y programada) personal y política. Anguita, a quien le va la marcha, aún dijo más (perdona Julio si no te cito literalmente): con esta mierda de Europa seguiremos siendo un satélite de los norteamericanos. Te equivocaste una vez más: ni eso solo masa de maniobra.
Nuestro consuelo, enorme, que Diego López Garrido (secretario de Estado para Europa) está trabajando para nosotros y nos salvará. Amén.
—Lima a 4 de Marzo del 2010
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