La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
Tormenta en Grecia, calma chicha en Bruselas
I
Clima y economía parecen haberse conjurado este invierno para atacar juntas el Sur de Europa. Puede que los desastres que han provocado los elementos sean el resultado de un mero proceso aleatorio o de un mal momento de un ciclo natural. Aunque bastante tiene que ver, al menos en sus efectos, el tipo de urbanismo descontrolado practicado en las últimas décadas. Y lo que sin duda no puede achacarse a los “elementos externos” es el tipo y la forma que adquiere la crisis económica actual. Una borrasca global que va arrasando por donde pasa: Islandia, los países bálticos, ahora Grecia. Y con la península ibérica en el punto de mira.
La crisis que padece la economía mundial y que se manifiesta de forma más cruda en algunos países es un resultado previsible del desarrollo económico impulsado por el capitalismo triunfante tras la crisis de la década de 1970s. Con la muerte del keynesianismo se pusieron las bases de la liquidación del único intento serio de articular un capitalismo “civilizado” y se quebraron muchos de los mecanismos regulatorios que evitaban que el sistema evolucionara hacia su peor versión. Pero, como resulta cada vez más evidente, la ley de Murphy parece ser la dinámica dominante y las cosas pueden en efecto empeorar.
II
Los problemas de Grecia tienen elementos comunes con los que padecen España y Portugal. Los tres países se caracterizan por combinar, en el momento actual, dos déficits importantes: balanza exterior y deuda pública. El primero es en gran parte el reflejo de su posición en la economía mundial, su especialización económica. Pero es también el resultado de las opciones que a lo largo del tiempo han adoptado sus élites políticas y económicas y del diseño de construcción europea perpetrado en el Tratado de Maastricht y sucesivos. Un modelo de unificación comercial entre territorios de estructura económica muy diversa por amplitud del mercado, estructura tecno-productiva, cultura industrial que al integrarse sin trabas comerciales ni políticas compensatorias tenía todas las posibilidades de reproducir y amplificar, como en parte ha ocurrido, las desigualdades iniciales. Sólo en los teoremas económicos más abstractos y basados en hipótesis de escaso realismo se puede llegar a la conclusión que una eliminación total de barreras económicas se traducirá en un armónico equilibrio territorial. En el caso que nos ocupa el papel que juegan las economías de escala, las grandes empresas, la concentración de centros tecnológicos, o la especialización en bienes sofisticados hacía prever que serían los países “más atrasados” los que acabarían experimentando mayores problemas productivos. Grecia y Portugal son de los pocos países europeos con los que España mantiene un excedente comercial y ello se explica en gran medida por los factores que acabo de citar, algo que en cambio ignoran los que siempre confunden competitividad con bajos salarios.
El modelo de integración europeo ha propiciado, además, otras dinámicas que han reforzado los malos resultados que podían derivarse del modelo productivo. De una parte el Euro ha significado una posición monetaria común para países con estructuras productivas muy diversas. Una posición que en el caso de una moneda revaluada genera siempre problemas a aquellos territorios especializados en la producción de bienes que experimentan mayor competencia de otros territorios. La elevada apreciación del Euro ha acelerado las dinámicas desindustrializadoras de los países del Sur de Europa (excepto en algunos sectores, especialmente italianos, especializados en la producción de bienes sofisticados). Y el contar con una moneda fuerte ha posibilitado al mismo tiempo acceder a unas entradas de divisas que han hinchado las burbujas especulativas y facilitado la convivencia con un endeudamiento exterior creciente. Algo a lo que también han contribuido, por su especial diseño, muchas de las transferencias de fondos comunitarios con los que se trató de compensar el impacto de la Unión.
Cuando la crisis se ha manifestado en todo su rigor la “arquitectura” comunitaria ha mostrado todos los problemas que en su día denunciamos los críticos con Maastricht. Especialmente el de la ausencia de una política industrial y presupuestaria común que trabajara por generar una economía más integrada y unos mecanismos que favorecieran los ajustes a las áreas en dificultades. La ausencia de estos mecanismos no sólo ha generado graves problemas a Grecia sino que ha puesto en peligro gran parte de la estabilidad comunitaria. Los jerifaltes europeos se han volcado a una nueva representación de teatro político en apoyo de Grecia, aunque sin concretar un plan de ayuda. Y generando nuevas presiones para que sea el propio país el que asuma un ajuste drástico, especialmente el adelgazamiento del sector público, lo que dada su posición en el contexto europeo sólo puede generar una nueva dinámica de deterioro económico y social.
III
La grandeza de un proyecto se muestra en las situaciones de crisis. La respuesta de la Unión Europea ante la crisis ha sido más bien la de no sabe/no contesta. El papel del Banco Central Europeo, la megainstitución comunitaria, ha sido menos que mediocre. Cuando la crisis ya estaba en avanzada gestación, aprobó aumentos de los tipos de interés, en respuesta al alza de las materias primas, que ayudaron al descalabro de muchos pequeños acreedores. Después se ha limitado a ofrecer dinero a coste cero a los bancos causantes de la crisis y a pontificar sobre la necesidad de reformas laborales y recortes del gasto público. Poco o nada se ha avanzado en el embridamiento de un sistema financiero absolutamente desestabilizador.
La crisis “griega” refleja problemas estructurales de fondo, pero es también el resultado del descontrol de los mercados financieros. Empezando por el papel que jugó Goldman Sachs en el maquillaje de la deuda griega. Algo que confirma lo que más o menos se sospechaba: que algunos milagrosos ajustes presupuestarios anteriores al Euro debían más a la contabilidad creativa (la misma que ha favorecido las más recientes burbujas financieras y las estafas más sonadas: Enron. Madoff, etc.) que al efecto de un cambio en las políticas. Lo que culmina con la actual especulación contra el Euro y la deuda griega, posibilitada por los mismos mecanismos que han generado la crisis financiera y posiblemente protagonizada por los mismos actores que la provocaron. No deja de ser curioso, observando los resultados financieros de 2009, que mientras muchas grandes empresas muestran caídas sustanciosas de sus beneficios (lo que es normal cuando la demanda se contrae), bastantes de las primeras firmas bancarias (los grandes bancos estadounidenses, Deutsche Bank, Credit Suiss, Santander….) presentan espectaculares aumentos de ganancias que seguramente deben atribuirse a la combinación de ayudas públicas recibidas y operaciones financieras de largo plazo.
Empujar a un país a un duro ajuste económico es fácil. Sobre todo si el que lo hace tiene resortes de presión contundentes. Lo difícil es recomponer un tejido social y productivo destrozado, promover políticas que permitan mantener derechos sociales básicos. Nada de eso está en la agenda de las instituciones europeas, ni en las ideas de sus arrogantes asesores. Tantos años de creerse y predicar modelos de economía mágica, donde los individuos responden automáticamente a unos pocos estímulos, donde no importa cuáles son sus recursos, donde se ignoran las sofisticadas redes de poder económico, donde el tiempo no existe y las respuestas son instantáneas, donde la productividad es el simple resultado del mérito individual… han abotargado conciencias y sensibilidades. Y han dejado la gestión económica colectiva en manos de irresponsables sociales. Una vez, Keynes dijo que muchas ideas económicas eran rehenes de las teorías de algún economista muerto. Ahora más bien parece que estamos en manos de un verdadero ejército de zombies.
IV
Los fallos de la UE deben achacarse a la hegemonía neoliberal y al poder que tienen los grandes lobbies. Pero esto es sólo una parte de la historia. Hay también una raíz “populista democrática” que está en la base del modelo. Y que explica porqué casi ningún político es capaz de ofrecer ideas diversas. Es una base que arraiga en el nacionalismo económico y la difusión del imperialismo eurocentrista que predomina en la visión de muchos ciudadanos. Un nacionalismo que considera que los avances de una economía son el resultado del mero esfuerzo de la nación y que ignora las complejas interrelaciones de cada economía nacional con su entorno exterior: la depredación ecológica del mundo entero, el intercambio desigual y el imperialismo sobre otros pueblos son aspectos que simplemente se ignoran. Es una visión que no sólo se nutre de estrabismo económico, también mucho de un autoconvencimiento de que el resto de pueblos, grupos sociales desfavorecidos, etc. son realmente inferiores y cualquier ayuda que se les preste debe ser hecha con reticencias. Las formas de este desprecio del pobre han variado con el tiempo, pero son palpables y visibles, incluso en muchos de los debates de politica interior donde se enfrentan regiones o nacionalidades diversas. Para muchos habitantes de los países más desarrollados es convincente la explicación de que los males de los países vecinos lo son por mérito propio. Hace unos años, por ejemplo, era un lugar común en muchos mentideros considerar que los males de África se reducían a un problema de corrupción local. Y esta misma reticencia persiste entre países europeos: los del Sur o los del Este somos poco de fiar.
Bastante de ello se traduce en la construcción europea: el miedo a que la ingobernabilidad del Sur ponga en crisis el proyecto explica parte de las restricciones excesivas al déficit público o al bloqueo de toda iniciativa de crear un mínimo estado de bienestar a escala comunitaria.
La crisis griega ha destapado de nuevo estos temores y alienta respuestas populistas que acabarán traduciéndose, si triunfan, en nuevas imposiciones a los países en dificultades. Y que pueden tener el efecto añadido de reforzar las múltiples y peligrosas tendencias populistas que promueven salidas irracionales a la crisis y que conllevan consigo nuevas cargas de racismo, xenofobia y aislamiento exterior. Efectos colaterales de una crisis económica que ante la ausencia de alternativas globales y de actores que las defiendan parece acercarnos paso a paso al corazón de las tinieblas.
3 /
2010