La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan Goytisolo
Por qué no pude aceptar un premio
El pasado mes de julio fui informado, primero por teléfono y luego a través del correo electrónico del Instituto Cervantes de Tánger, de que acababa de ser galardonado con el Premio Internacional de Literatura dotado de 150.000 euros. Mi interlocutor, el hispanista egipcio Salah Fadl, es una de las figuras más respetadas del mundo intelectual de su país y cuyas convicciones democráticas no dejan lugar a dudas.
En respuesta a mis preguntas sobre la composición del jurado que me concedió el premio, la noticia de que el presidente del mismo era el gran novelista libio residente en Suiza, Ibrahim El Kuni, aumentó mi satisfacción. Admiro profundamente al autor de Polvo de oro: el insólito y conmovedor relato de la pasión amorosa de un beduino por un raro ejemplar de camello moteado, pasión a causa de la cual vende a su mujer al dueño del mismo y emprende la huida con él a desierto traviesa, hasta un final trágico que suspende al lector, como si la pareja fuera la de Romeo y Julieta, es en mi opinión una de las mejores novelas árabes contemporáneas. El libro, traducido al español y con un prólogo mío, apareció hace unos pocos años con el sello editorial de Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores.
Los restantes miembros del jurado, profesores de renombre en diversas universidades de Europa, Estados Unidos y Australia, mostraban también a las claras la solvencia e integridad moral del mismo.
Las razones por las que me fue otorgado en su primera convocatoria eran asimismo estimables y las acogí con agradecimiento: la creatividad literaria y artística, mi nunca desmentida, atracción por la cultura árabe, la defensa de las causas justas. Como escribí al doctor Salah Fadl, «la honradez y valía de todos los miembros del jurado que me recompensó es la prueba indiscutible de la independencia que ha guiado su elección». Soy en efecto uno de los raros novelistas europeos interesados por la cultura arabomusulmana —un interés que extiendo al ámbito turco e iranio— y he defendido en la medida de mis medios tanto la causa palestina de acuerdo a las resoluciones de Naciones Unidas, como la lucha por la democracia y la libertad de los pueblos árabes cruelmente privados de ellas.
Esto me ha valido muchas enemistades y ataques por los «occidentalistas» a ultranza, que niegan contra toda evidencia demostrable el importante componente árabe (y judío) de la lengua y la cultura hispanas.
Mi modesto conocimiento del árabe dialectal de Marruecos —ni mejor ni peor, pienso, que el del Arcipreste de Hita— me ha procurado una perspectiva preciosa para captar nuestra singular identidad, compleja y mutante como lo son todas las identidades culturales y humanas abiertas y ricas.
Pero…
Pues hay un pero. La dotación económica del premio —los 150.000 euros— procede de la Yamahiriya Libia Popular Democrática, creada en 1969 por el golpe militar de Gaddafi. Tras un breve debate interior entre aceptar el galardón o rehusarlo, por razones a la vez políticas y éticas, me decidí por la segunda opción.
El brutal desequilibrio existente entre Europa y los países árabes no responde únicamente a razones de índole religiosa sino a causas sociales, políticas y culturales que debemos analizar cuidadosamente. No carguemos todas las culpas sobre nuestros hombros. Las suyas son tan graves como las nuestras. La corrupción de las élites gobernantes, las dictaduras que se perpetúan en el poder, la farsa electoral que se repite en la casi totalidad de los Estados de la Liga Árabe, no valen de muralla para impedir la expansión del islamismo: al revés, lo fomentan y lo convierten en alternativa viable.
La democracia, asociada por muchos a los suculentos negocios de los países de Occidente con las petromonarquías del Golfo y a los magnates y emires que exhiben indecentemente su riqueza en Casablanca, El Cairo, Beirut o Marbella ha perdido la fuerza imantadora de antaño para las masas pobres y analfabetas, a las que se cierra también en la espita de la inmigración.
Como escribí al doctor Salah Fadl, «le ruego que comprenda los motivos que me aconsejan tomar esta resolución. No soy incondicional de ninguna causa y precisamente por respeto a los pueblos árabes y a su admirable cultura, he criticado siempre que he podido a las teocracias y dinastías republicanas que los gobiernan y mantienen en la pobreza y la ignorancia. El espectáculo de vacuidad e impotencia que ofrecieron durante la salvaje invasión israelí en Gaza me indignó, como indignó a toda persona decente. La dificultad de acceder al estatus de ciudadano es la causa principal de su frustración y de su refugio en una versión extremista del credo religioso. En conclusión: la coherencia conmigo mismo pesa más fuerte que todas las consideraciones de agradecimiento y afecto a personas de tanta integridad como la suya y la de los demás miembros del jurado».
Escribí este correo de un tirón y me sentí liberado al punto de un peso agobiante. Nunca he corrido tras los premios y si los he aceptado ha sido por cortesía hacia quienes me los concedieron. En este caso concreto era del todo imposible.
Añadiré por fin que tanto Ibrahim El Kuni como el doctor Salah Fadl han comprendido mis razones y me han reiterado su valiosa estima y amistad.
14 /
8 /
2009