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Albert Recio Andreu

Cuaderno de crisis / 8

Contramanifiestos

I

Llevamos más de un mes inmersos en la ofensiva pro-reforma estructural del mercado laboral. No pasa día sin que la prensa “seria” incluya alguna referencia al término. Bien en la forma de artículo de opinión (pronto tendremos artículos, bastante clónicos por cierto, de todos y cada uno de los firmantes del manifiesto de los 100), bien en continuas referencias de los principales portavoces de las instituciones económicas nacionales y multinacionales abogando por la necesidad urgente de reformar el mercado laboral. En menos de siete días hemos escuchado la misma cantinela proveniente de la OCDE y del Presidente del Banco Central Europeo.

Por ello resulta al menos alentador que alguien empiece a decir otra cosa. Hace unos días se presentó en Madrid el manifiesto “El trabajo, fundamento de un crecimiento sostenible”, del que damos noticia más abajo. Propiciado en el entorno de CCOO consiguió reunir unas 800 firmas de profesionales y académicos relacionados con el mundo del trabajo (economistas, sociólogos y juristas, fundamentalmente). El otro, más modesto en cuanto al número de firmantes, aunque posiblemente con más contenido analítico, lo han realizado un grupo de profesores de la Universitat de Valencia estudiosos del mercado laboral y lo reproducimos íntegro. Debo decir, y después me extenderé en ello, que ninguno me satisface del todo. Pero que estoy de acuerdo en firmarlos porque considero que en tiempos de una ofensiva tan brutal contra los derechos sociales no vale andarse con remilgos, hay que conseguir el máximo de fuerzas, el mínimo de sectarismo y dar apoyo a todas las iniciativas que van, más o menos, en la misma dirección.

Pero creo que la lectura de los mismos es una buena cuestión para reflexionar, más allá de los propios manifiestos, sobre la debilidad del pensamiento y la política de la izquierda a la hora de afrontar esta crisis. Por ello, elaboraré un comentario crítico no para dejar mi “ego” a salvo del pecado de la firma, sino para intentar introducir elementos que refuercen  propuestas alternativas.

II

Un elemento común es el carácter defensivo de ambos textos. Aunque se reconoce rotundamente que esta crisis no tiene origen ni causa en las instituciones laborales, se evita un debate sobre las mismas. Las propuestas de reforma del mercado laboral son tan brutales que sus defensores han conseguido cambiar el terreno del debate social. A veces uno piensa que tanta insistencia en las reformas estructurales del mercado de trabajo no son más que una cortina de humo, o un cortafuegos, para impedir que las reformas se planteen en el terreno de los verdaderos problemas estructurales. Habría que empezar por preguntar a personajes como Trinchet cual es su verdadera responsabilidad en el desencadenamiento de la actual crisis, porque se ha mostrado incapaz de regular eficientemente un sistema financiero que se ha mostrado como un verdadero peligro social.

Nadie ha pedido responsabilidades a los economistas neoclásicos que han orientado, y lo siguen haciendo, las políticas económicas mundiales. Ni nadie ha sido capaz no sólo de movilizarse, cosa bastante difícil, sino de poner blanco sobre negro los factores estructurales y las lógicas políticas que dominan las dinámicas económicas actuales. Durante años la izquierda ha clamado contra las desigualdades que generaban las políticas liberales. Críticas necesarias, pero silenciadas con el argumento de la eficiencia de los mercados. Ahora que el grado de ineficacia de las regulaciones neoliberales es difícil de esconder, es el momento de plantear una evaluación social completa de un modelo que lleva al desastre a una inmensa mayoría social. Es tiempo al menos de ofensiva cultural (la única forma de empezar a cambiar hegemonías, de dotar de sentido al malestar social, de vigorizar los movimientos sociales).

No es posible que avancen políticas alternativas si no se analiza donde están los principales problemas. Y existen bastantes voces que reconocen que en este núcleo se encuentra un sistema financiero hiperdesarrollado, parasitario y descontrolado. Un modelo de globalización que polariza las diferencias entre espacios económicos y escapa a una regulación socialmente eficiente. Un sistema distributivo injusto e inadecuado. Unas políticas fiscales que dejan a las instituciones públicas sin fondos para responder a la acumulación de demandas sociales que genera el propio funcionamiento “normal” de las economías neoliberales (se acumulan costes sociales para los que faltan recursos paliativos e instrumentos para evitar su propagación). Unas políticas empresariales, especialmente en las grandes empresas que estructuran el núcleo central de la mayor parte de economías, orientadas a transferir los riesgos hacia el conjunto de la sociedad. Riesgos cuyos costes se reparten asimismo de forma desigual entre diferentes segmentos sociales. Una economía generadora de una grave crisis ecológica que ya está causando estragos en los países más pobres y que constituye, sin duda, la cuestión principal que como especie tiene enfrentada la humanidad. Sin enfocar todos estos problemas de frente es imposible discutir el terreno a un modelo asentado en las estructuras públicas y privadas dominantes.

III

Todo documento es perfectible. Pero de todas las cosas que he tratado de enumerar hay una que resulta especialmente ausente, incluso como esbozo de reflexión, en los dos papeles comentados. La de la sostenibilidad ambiental. De hecho “el manifiesto de los 800” tiene en sí mismo un título que bien puede tildarse de “oximoron” al referirse al “crecimiento sostenible”. El otro manifiesto es bastante más cauto, pero en ningún caso se afronta la cuestión. Creo que en ambos casos se trasluce que para muchos de los coautores ésta sigue siendo una reflexión ausente (aunque me consta que, al menos en el documento valenciano hubo quién batalló para que al menos no apareciera explícitamente la referencia al crecimiento).

Sin un cambio serio de rumbo los problemas ecológicos irán en aumento, y con ellos los sociales. Una reorganización ecológica de la sociedad exige cambios técnicos, sociales, institucionales imposibles de improvisar cuando estos aparecen en toda su rotundidad. La amenaza del cambio climático y los mismos compromisos, tímidos, para combatirlo deberían ser cuestiones que llamaran a la reflexión. No parece que gran parte de la supuesta “intelligentsia” de izquierdas haya llegado a una reflexión, que empieza a estar en la misma calle. Seguimos varados en el siglo XX, sin capacidad de generar proyectos y alianzas que permitan trascender las viejas divisiones de la izquierda. Y sobre todo incapaces de promover políticas sociales que vayan en el camino de mejorar sustancialmente la vida humana adecuándola a las limitaciones que impone su propia naturaleza material.

Hay en cambio unas veladas o directas referencias al crecimiento que al final convierten en meramente funcionales muchas de las buenas políticas sociales que se proponen.

IV

Hay otros campos en los que la reflexión es insuficiente o su enfoque me resulta insatisfactorio. En el manifiesto de los ochocientos está incluso ausente el debate de fondo sobre nuestro completo modelo social: desigualdad en la distribución de la renta, bajo nivel del presupuesto público y, con ello, insuficiente gasto social, fiscalidad paupérrima e injusta, lacerantes desigualdades de género… y ninguna palabra sobre el hecho migratorio (quizás por tratarse de una cuestión espinosa que podría dividir a los firmantes). Sí hay en cambio buenas referencias en el papel de los colegas valencianos que reproducimos.

La lucha contra las desigualdades de género y sus diversas manifestaciones ha servido para poner en evidencia lo que algunas científicas feministas llaman “la crisis del cuidado”. La incapacidad de un sistema económico basado en la mera búsqueda del beneficio y en la externalización de costes hacia el conjunto de la sociedad para resolver eficazmente la reproducción de la fuerza de trabajo, el mantenimiento cotidiano de la vida humana, la atención a las personas más necesitadas… Las sucesivas leyes de igualdad, conciliación y dependencia han constituido intentos de abordar la cuestión pero por su timidez siguen resultando impotentes para reparar desigualdades flagrantes (no sólo de género, también entre mujeres de distintos grupos sociales) y para ofrecer un modelo de organización social en el que la vida cotidiana no signifique para la mayoría de personas una fuente de sobresaltos reiterativos. Sigue pesando demasiado una visión economicista en la que la propia vida cotidiana, el mismo sistema educativo, están en función de un crecimiento económico y una lógica empresarial incuestionada. Se dirá en que en momentos de crisis hay prioridades, pero podría objetarse que en momentos de crisis es precisamente cuando hacen falta reformas más profundas.

V

Apuntar los fallos no debe impedir constatar lo que representan de respuesta social. Posiblemente muchos de los aspectos criticados obedecen tanto a la necesidad de forjar alianzas amplias como respuesta a ataques vigorosos, como a la ausencia de una deliberación a fondo, imposible de llevar a cabo en un corto plazo de tiempo, como —también hay que decirlo— al influjo que siguen ejerciendo en muchas personas bien intencionadas el espejismo del crecimiento económico, el cambio tecnológico y la creación de riqueza. Como primera respuesta es un buen síntoma de que algo se mueve. Pero es también un indicio de que queda mucho por hacer. Y que si todo se queda en la firma actual poca resistencia vamos a ser capaces de desarrollar cuando la reforma laboral y el recorte de políticas sociales se pongan de verdad sobre la mesa. Algo que sucederá inevitablemente si la persistencia del desempleo masivo sigue reforzando la hegemonía cultural y política de la izquierda. Y es que para que surjan resistencias hacen falta amenazas, pero también proyectos, marcos referenciales, información, organización. Insustituibles para convertir el malestar difuso en respuesta social más o menos articulada.

Pérez y Rovira

En este país el “esperpento” tiene larga tradición. Es una forma distorsionada de mostrar aspectos profundos de nuestra estructura social. O al menos de una parte significativa. Cuando el debate económico actual se centra en la “necesidad de cambiar el modelo productivo” bueno es preguntarse por las estructuras empresariales que lo sustentan. Al fin y al cabo han sido los empresarios los que han tomado decisiones productivas cruciales. Evidentemente el mundo empresarial es muy diverso. Las empresas se diferencian por tamaño, desarrollo tecnológico, tipo de organización, propietarios, etc. Y este amplio abanico social no puede traducirse en unos pocos tipos. Pero hay tipos que resultan representativos de sectores empresariales importantes (por su poder económico o su peso cuantitativo) y observándolos es posible detectar comportamientos y procesos que acaban teniendo incidencia en la vida económica cotidiana. Por esto algunos “esperpentos” nos permiten reconocer comportamientos que van más allá de la anécdota.

A lo largo de este mes dos noticias me han parecido significativas. Sus protagonistas responden a los apellidos que encabezan el artículo. Uno, Pérez (para muchos “Florentino”), cabeza visible de uno de los mayores grupos empresariales del país. El otro representante de un modelo de pequeña empresa bastante arraigado en partes relevantes de nuestra geografía.

El protagonismo del primero no se debe a que haya propuesto una política de inversiones relevante para el cambio de modelo. Su presencia mediática ha vuelto a estar centrada en algo tan tradicional como el fútbol. Más concretamente por volver a batir el record de gasto en la compra de dos jugadores. Una actuación que ha contado además con un generoso crédito de Caja Madrid, precisamente en un momento en el que hay un clamor empresarial en demanda de liquidez financiera para garantizar el funcionamiento económico “normal”. Quizás comprar jugadores a precios astronómicos forme parte de esta normalidad, pero parece claro que no supone un cambio de rumbo. Más bien la repetición del mismo tipo de operaciones del pasado tanto en los objetivos (resolver a corto plazo el problema de liderazgo por medio de un dispendio monumental) como en los mecanismos (la colaboración del sector público o semipúblico como fuente de financiación de la operación). No es que me irrite por que lo hace el Real Madrid: el FC Barcelona ha tratado insistentemente de seguir la misma línea. Si no lo ha conseguido hasta el momento ha sido sobre todo por la oposición vecinal de base que una y otra vez ha contestado las propuestas de recalificación del suelo con el que pagar “inversiones” en fichajes. Si Pérez lo hace no es por ser diferente, es porque tiene más poder.

Lo realmente significativo del caso es la actitud y los mecanismos. Una actitud orientada exclusivamente a potenciar el sentido de jerarquía social de su protagonista, sin valorar sus implicaciones sociales (uso social del dinero, creación de referentes sociales, etc.). El mecanismo al uso del sistema público en beneficio privado. Lo que el Sr. Pérez hace en el Real Madrid es lo mismo que su grupo empresarial hace en muchos otros campos. (Aunque el Sr. Pérez es, como mucho, un socio menor de los poderosos accionistas principales del conglomerado ACS: la familia March y los primos Alberto Cortina y Alberto Alcocer, verdadera clase dominante del país). Si algo caracteriza el modelo productivo español es la existencia de un reducido grupo de empresas líderes que obtienen la parte sustancial de su negocio directamente del presupuesto público y o de la gestión de servicios públicos. Empezaron como constructoras pero han ido extendiendo sus lazos a la gestión de todo tipo de servicios (la ley de la Dependencia ha sido otra nueva fuente de “business”) y al sector energético (la política de sostenibilidad energética está ahora en su punto de mira). El uso de lo público como fuente de ingresos o de prestigio social es consustancial a su modelo de negocio. Tanto como la precarización de las condiciones de empleo que, hacia abajo, caracteriza su modelo organizativo.

Rovira es un caso más modesto. Un pobre industrial panadero de Real de Gandía que tuvo la mala suerte de contar con instalaciones obsoletas y un empleado boliviano sin papeles (seguramente contratado para hacerle un favor) que tuvo la mala fortuna de dejarse el brazo en la máquina de amasar. Ya se sabe que en estas circunstancias los nervios nos pueden y uno acaba haciendo tonterías, como la de tratar de evitar ser identificado al lado del herido, o la de tirar el brazo machacado a la basura y limpiar las instalaciones para evitar males mayores. Tonterías que uno comete cuando la obsesión por el negocio ha hecho olvidar la necesidad de cumplir las normas laborales, ambientales, fiscales o migratorias. La familia Rovira (puesto que los que cometieron la “torpeza” eran los hijos del propietario, los únicos que contaban con contrato legal) puede ser reducida a una mera anécdota. Deja de serlo cuando se constata que ni es la única vez que pasa (hay antecedentes claros como el del empresario riojano condenado por tratar de camuflar la muerte en accidente laboral de otro empleado sin papeles) ni es tan diferente a otras muchas actitudes empresariales de desprecio de la vida humana y de las normas que tratan de domesticar al mercado. A bote pronto en el mismo entorno próximo han florecido desastres ambientales como el de Ardystil, la corrupción urbanística y la economía informal. La familia Rovira puede ocupar unas páginas en la “historia universal de la infamia” pero seguramente en su entorno empresarial y social pasarán simplemente como un mero caso de “mala suerte”.

Si realmente queremos reformas estructurales, ahora que no podemos pedir un cambio social más radical, bueno sería empezar por las realidades estructurantes de nuestro modelo económico. Y no cabe duda que tanto los grandes grupos de capitalismo parasitario como los sectores empresariales que basan su negocio en la creación sistemática de costes sociales y en la evasión de sus obligaciones colectivas tienen mucho que ver con el modelo productivo dominante. A menudo un buen “esperpento” informa más que una estadística. Porque pone al descubierto aspectos de la realidad que las medias aritméticas y los porcentajes camuflan.

7 /

2009

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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