¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Albert Recio Andreu
El apagón del mercado
En los tres últimos años las noticias internacionales sobre apagones eléctricos en cadena, retrasos en transportes colectivos, quiebras de empresas privatizadas o fraudes sociales (como el protagonizado por el desregulado sector eléctrico estadounidense), frecuentan cada vez más los medios de comunicación. En gran medida se están cumpliendo muchas de las previsiones que anunciaron los críticos de las privatizaciones sin que se hayan cumplido las portentosas promesas de buen servicio y rebajas espectaculares que prometían los «gurús» del neoliberalismo. Avalados por una cohorte de economistas que de tanto aprenderse un solo modelo económico se lo han acabado por creer y actúan, a menudo gratis, de voceros del nuevo orden.
No hacía falta ser muy perspicaz para prever que las empresas se comportarían con la voracidad que han mostrado. Era esperable que las empresas tratarían de ahorrarse inversiones o que tenderían a eludir la competencia real mediante trucos ingeniosos. El mejor, el de ofrecer un mismo servicio por ejemplo, llamadas telefónicas a precios diferentes según circunstancias variables como horas, días de la semana, etc. Con ello, a menudo, se impide comparar los precios entre las distintas compañías (es más fácil comparar cuando hay una sola tarifa por servicio), sin contar el hecho de lo costoso y pesado que resulta al consumidor cambiar de suministrador cada cierto tiempo. También era evidente que lejos de un mercado competitivo estaríamos en presencia de mercados dominados por unas pocas empresas muy parecidas a monopolios públicos, pero sin la posibilidad, siquiera potencial, de democratizar su gestión. Y eran previsiones que muchos hacíamos por buen instinto anticapitalista, pero que venían además avaladas por la mejor tradición científica en economía. El neoliberalismo no sólo ha dañado las estructuras sociales, también ha afectado a la producción académica.
Su éxito se basó en la combinación de dos creencias asociadas: la de un mercado que responde automáticamente a las necesidades sociales y la de una tecnología que todo lo puede. Los apagones eléctricos están sin duda hechos de no-inversiones en las redes eléctricas, de centrales que no funcionan cuando es más barato comprar en el país vecino, de especulación. Pero también de un despilfarro inconsciente de recursos, de un modelo de vida basado en considerar que siempre hay oferta para satisfacer cualquier capricho. El reciente apagón italiano muestra esta doble escala de sinrazones. Su efecto resultó más impactante porque coincidía con una gran fiesta nocturna, donde todo el país estaba llamado a celebrar una juerga consumista en la calle sin contar que podía quedarse a oscuras. No se trata de defender una respuesta puritana, simplemente mostrar cómo somos partícipes activos de un modelo social en el que damos por sentado que contaremos siempre con los recursos que necesitemos. O que somos incapaces de dilucidar que existen relaciones más o menos directas entre nuestras acciones y los efectos indeseables que de ellas se derivan. Algo que mostraba claramente hace pocos días un titular de El País-Cataluña según el cual la dirección de SEAT se quejaba de que los tapones de tráfico provocaban una caída de su producción del orden de 2.500 vehículos anuales. Como si la producción de coches no fuera la causante real de los embotellamientos. Es sobre este doble «pensamiento mágico», el del mercado y el tecnológico, sobre el que se construye la hegemonía neoliberal.
Empiezan a estar maduros los tiempos para que nuestras críticas sean oídas. Pero el camino no es fácil. No sólo por el control que ejercen los medios de comunicación y la intelligentsia a sueldo de las grandes corporaciones, también porque la utopía tecnológico-mercantil ha calado en la cultura de millones de personas. No se puede romper de un golpe, apelando a las críticas abstractas al sistema que tanto gustan a los jóvenes impacientes (aunque a fuer de sinceros todos lo hemos sido alguna vez). Exige un trabajo de información y debate progresivo. De acumulación de evidencias y críticas, de búsqueda de modelos alternativos, socialmente eficientes, de control y gestión de los servicios colectivos. Y empezar a lanzar las preguntas pertinentes a los políticos y técnicos que pretenden representarnos. Como este señor Rodríguez Zapatero que pensando que tenía el micrófono apagado, declaró su fascinación por la ciencia económica.
30 /
9 /
2003